lunes, 8 de julio de 2013

CÓNCLAVE



El Cónclave es la reunión que celebra el Colegio cardenalicio de la Iglesia católica romana para elegir a un nuevo obispo de Roma, cargo que lleva aparejados el de Papa, Sumo Pontífice y Pastor Supremo de la Iglesia católica y el de jefe de Estado de la Ciudad del Vaticano.

El término cónclave procede del latín “Cum clavis" "Bajo llave", por las condiciones de reclusión y máximo aislamiento del mundo exterior en que debe desarrollarse la elección, con el fin de evitar intromisiones de cualquier tipo. Este sistema de encerrar a los electores del papa, vigente al menos desde el II Concilio de Lyon 1274, fue mitigado por Juan Pablo II en la Constitución Apostólica Universi Dominici Gregis (UDG), sobre la Vacante Apostólica y la elección del nuevo Pontífice 22 de febrero de 1996. Se establece en ella que los electores pueden residir, mientras dura el cónclave, en la recién construida Casa de Santa Marta, una residencia al efecto en el propio Vaticano, pero manteniendo la rigurosa prohibición de cualquier clase de contacto con el mundo exterior.

 
 
Desde hace siglos, los cónclaves tienen lugar en la Capilla Sixtina, dentro del complejo del Vaticano.

A los primeros obispos los designaban los apóstoles o fundadores de sus iglesias. Posteriormente, se fue introduciendo el sistema de elección por los miembros de las comunidades, clérigos y laicos, así como por los obispos de las diócesis próximas. En Roma, la elección corría principalmente a cargo de los clérigos que, bajo la supervisión de los obispos, escogían un candidato por consenso o por aclamación, presentándolo después ante el pueblo para que éste lo confirmara. Los frecuentes tumultos que este sistema provocaba fueron causa de que en ocasiones se eligiera a uno o más candidatos rivales, llamados antipapas.

En el año 769 el Sínodo Laterano abolió el teórico derecho de elección papal que había tenido el pueblo de Roma. El Sínodo de Roma en 862 se lo devolvió, pero limitado a la nobleza de la ciudad. El cambio más trascendente lo introdujo en 1059 el papa Nicolás II, quien decretó que serían los cardenales quienes eligiesen un candidato, que sólo podría tomar plena posesión tras haber recibido la aprobación de los clérigos y del pueblo. Finalmente, un nuevo Sínodo Laterano, en 1139, eliminó el requisito de la aprobación del bajo clero y de los laicos. La elección papal era ya, como hoy, competencia exclusiva de los cardenales, sólo cuestionada durante el Cisma de Occidente 13781418.

 
 
Junto al propósito de evitar influencias foráneas de los poderes civiles, el enclaustramiento de los electores tuvo su origen en las prolongadas situaciones de bloqueo que a veces se daban en las elecciones papales. Las autoridades recurrieron en ocasiones a la reclusión forzada de los cardenales electores, por ejemplo, en 1216 en Perusa, y en 1241 en Roma. Es célebre también el caso de la ciudad de Viterbo donde, tras la muerte del papa Clemente IV en 1268 hubo que encerrar a los cardenales en el palacio episcopal. Después de casi tres años de Sede Vacante sin que se llegase a ningún acuerdo sobre el nuevo Pontífice, los desesperados habitantes decidieron no suministrar alimento alguno a los electores, excepto pan y agua. Los cardenales debieron captar la indirecta, porque se apresuraron a elegir a Gregorio X.

Este mismo papa, quizá por la experiencia vivida en su elección, aprobó normas que mediante la presión de las incomodidades materiales buscaban reducir al mínimo las demoras en el cónclave. A partir de entonces los cardenales debían quedar siempre recluidos en un recinto cerrado; no se les permitían las habitaciones individuales, ni disponer de más de un sirviente que les atendiera, salvo caso de enfermedad; la comida se les debía suministrar por un ventanuco y, a partir del tercer día de cónclave, el suministro quedaba reducido a una sola comida al día. A los cinco días el régimen se reducía a pan y agua. Además, mientras durase el cónclave los cardenales dejaban de percibir sus rentas eclesiásticas. Adriano V abolió estas normas en 1276, pero Celestino V las reintrodujo en 1294, después de que su propia elección se produjese tras un periodo de sede vacante de dos años.

 
 
Gregorio XV publicó dos bulas pontificias 1621 y 1622 que regulaban todos los aspectos de la celebración del cónclave. En 1904 San Pío X recogió y unificó casi todas las dispersas normas de los papas anteriores a él en una Constitución, introduciendo ciertos cambios. Pío XII añadió nuevas aportaciones en 1945, Juan XXIII lo hizo en 1962 y Pablo VI en 1975. La reciente Universi Dominici Gregis de Juan Pablo II en 1996 es la última reordenación en profundidad de la normativa sobre el cónclave.

El lugar de celebración del cónclave no se estipuló oficialmente hasta el siglo XIV. A partir del Cisma de Occidente los cónclaves siempre han tenido lugar en Roma, salvo el de 1800, cuando la ocupación de la ciudad por tropas del Reino de Nápoles obligó a celebrarlo en Venecia. El último cónclave celebrado fuera de la Capilla Sixtina fue el de 1846, que tuvo lugar en el Palacio del Quirinal.

El Colegio de Cardenales ha conocido dimensiones diversas, desde los siete miembros con que llegó a contar en el siglo XIII hasta los 183 del presente. En 1587 Sixto V limitó su número a 70 miembros, divididos en tres órdenes: seis cardenales obispos, cincuenta cardenales presbíteros y catorce cardenales diáconos aunque repartidos nominalmente en estamentos con estos nombres, en la actualidad los cardenales son siempre obispos. En el siglo XX, sobre todo a partir de Juan XXIII, el Colegio de Cardenales incrementó su número con el fin de dotarlo de la máxima representatividad geográfica y nacional posible. Con todo, en 1970 Pablo VI reservó la condición de elector a los menores de 80 años y fijó su número máximo en 120. Con la constitución en 2003 de 31 nuevos cardenales, Juan Pablo II elevó el número de electores teóricos a 135. En octubre de 2010, tras los nombramientos efectuados por Benedicto XVI de cardenales, habría 121 que reúnen la condición de electores por no haber cumplido aún la edad límite.

No existe ningún requisito referente a la nacionalidad, aunque la tradición de siglos impuso la costumbre de elegir papas italianos. El polaco Juan Pablo II fue el primero no italiano desde Adriano VI, holandés, elegido en 1522. Las recientes elecciones de pontífices no italianos, como el alemán Benedicto XVI en 2005 y el argentino Francisco en 2013, parece abolir definitivamente la tradición en favor de los italianos. Este último, Francisco, es el último papa electo y es el primero de origen americano; por lo que hasta la fecha, únicamente no ha sido elegido ningún papa oceánico.

Los cardenales tienen estrictamente prohibido presentar su candidatura o hacer propaganda de sí mismos. Se permite, por otra parte, el intercambio de opiniones y buscar apoyos para terceros.


 
 Tradicionalmente, la elección del nuevo papa podía realizarse de tres modos: por “Aclamación”, por “Compromiso” y por “Escrutinio”. En caso de aclamación, los cardenales escogían al candidato de forma unánime “Como inspirados por el Espíritu Santo”. El “compromiso” era un expediente para salir de situaciones de bloqueo, en las que de forma reiterada se hacía imposible que un candidato alcanzase los votos suficientes. Se escogía entonces una comisión reducida de cardenales que procediese por sí misma a la elección. El “Escrutinio” es la forma habitual, por medio de voto secreto. La última elección por compromiso fue la de Juan XXII en 1316, y por aclamación, la de Gregorio XV en 1621. Las nuevas reglas introducidas por Juan Pablo II en la UDG declaran abolidos los procedimientos de aclamación y compromiso, por lo que la elección deberá ser exclusivamente por escrutinio.

Hasta 1179 bastó con la mayoría simple en la elección. Ese año, el Concilio Laterano III incrementó hasta los dos tercios la mayoría requerida. A los cardenales no se les permitía votarse a sí mismos. Se estableció un sofisticado procedimiento para asegurar el secreto del voto, al tiempo que se impidiera que los cardenales se votasen a ellos mismos. Pío XII en 1945 eliminó este sistema, pero incrementó la mayoría a dos tercios más uno de los votos. En 1996 Juan Pablo II restauró la mayoría de dos tercios, pero no la prohibición del auto-voto. La constitución UDG establece también que pasadas 34 o 33 votaciones fallidas según se haya realizado la primera votación el día de la inauguración del cónclave o el siguiente, los electores podrán decidir, por mayoría absoluta, si cambian las normas electorales, pero siempre conservando como requisito el de exigirse al menos la mayoría absoluta en la elección.

En una decisión poco destacada en el 2007, Benedicto XVI cambió las reglas del cónclave de 1996 emitidas por Juan Pablo II para imponer nuevamente la mayoría tradicional de dos tercios necesaria para elegir a un papa, medida tomada para evitar un pontificado en disputa.

La Constitución Apostólica Universi Dominici Gregis nombre que recibe el documento de sus primeras palabras en la versión latina: “Pastor de Todo el Rebaño del Señor”, aprobada por Juan Pablo II en 1996, regula todos los aspectos de la elección de un nuevo Pontífice. Aunque revoca las normas anteriormente vigentes sobre el mismo tema, la mayor parte de sus disposiciones no hacen sino confirmar muchas de las prácticas ya establecidas, algunas con cientos de años de antigüedad.

Dos son las circunstancias que pueden dar lugar al final de un Pontificado o “Vacante Apostólica”, iniciándose con ello el periodo de “Sede Vacante” y la necesidad de convocar el cónclave: el fallecimiento del papa o su renuncia. Una tercera opción, la deposición del Papa, queda totalmente excluida, ya que ninguna autoridad está por encima de la suya ni siquiera a su mismo nivel.

La renuncia de un papa es un acontecimiento muy poco frecuente en la historia, pero sí previsto en el derecho del la Iglesia. Se requiere que sea libre y se manifieste de modo formal aunque, como máximo legislador, es el propio Papa quien determina de qué forma ha de hacerlo. No es preciso que su dimisión sea aceptada por nadie. Cinco han sido los papas que a lo largo de la historia han declarado su renuncia al ministerio de Pedro: Benedicto IX 1045, Gregorio VI 1046, Celestino V 1294, Gregorio XII 1415 y Benedicto XVI 2013. A Celestino V lo condenó Dante Alighieri al infierno en su Divina Comedia por cobarde. En cambio, el papa Clemente V canonizó a Celestino en 1313, viviendo aún el poeta.

El concepto de “Sede Romana Impedida”, previsto en el Código de Derecho Canónico, se refiere a los casos en los que, “por cautiverio, relegación, destierro o incapacidad” el papa se encontrara totalmente imposibilitado para ejercer sus funciones. Según el Código se ha de atender a lo estipulado en “Las leyes especiales dadas para estos casos”, pero no se ha hecho pública ninguna norma para una situación semejante. De cualquier modo, parece que no originaría un periodo de Sede Vacante ni la convocatoria del cónclave.

Habiéndose producido la Sede Vacante, el Colegio de Cardenales asume el gobierno de la Iglesia, pero de modo muy matizado. En efecto, sólo puede tomar decisiones en los asuntos ordinarios e inaplazables, así como en lo referente a la preparación de las exequias del Pontífice fallecido y la elección del nuevo. En ningún caso pueden innovar, particularmente en lo que se refiere a los procedimientos electorales, ni tampoco ejercer ninguna clase de “suplencia” del papa. Sus disposiciones sólo seguirán siendo válidas en el siguiente pontificado si el nuevo papa las confirma expresamente.

Por lo que se refiere a los bienes materiales de la Santa Sede, su administración en este periodo corresponde al cardenal camarlengo ayudado por tres cardenales asistentes. En la actualidad, el cardenal camarlengo es Tarcisio Bertone, S.D.B. que también desempeña el cargo de secretario de Estado Vaticano, tras sustituir en 2007 al español Eduardo Martínez Somalo que ejerció el cargo desde el 5 de abril de 1993 hasta el 4 de abril de 2007. Le correspondió ejercer las especiales funciones de camarlengo durante la sede vacante tras la muerte de Juan Pablo II.

Una vez conocida la muerte del papa, el cardenal camarlengo es el encargado de verificarla. Tradicionalmente realizaba esta tarea golpeando con suavidad la cabeza del papa con un pequeño martillo de plata y pronunciando su nombre de pila no el papal tres veces. También se colocaba una vela cerca de la nariz del pontífice y si la llama no se movía, el cardenal camarlengo constataba la muerte del obispo de Roma. En la nueva ordenación establecida por la UDG el Camarlengo es introducido en los aposentos papales junto con el Maestro de las Celebraciones Litúrgicas Pontificias, los Prelados Clérigos, el Secretario y Canciller de la Cámara Apostólica. Una vez en la habitación del papa, el camarlengo se arrodilla en un cojín violeta, reza unas oraciones por el alma del difunto y, tras acercarse al lecho, descubre el rostro del pontífice y constata públicamente su muerte declarando: “El papa realmente ha muerto”. Igualmente, la UDG no prohíbe continuar con las tradiciones mencionadas. El Secretario del la Cámara Apostólica debe extender entonces acta de la defunción. Lógicamente, ello requiere también la presencia de personal médico.

Inmediatamente después de constatada oficialmente la muerte del papa, el Secretario de Estado entrega al Camarlengo la matriz del sello de plomo y el anillo del Pescador con los cuales son autentificadas las cartas apostólicas para ser destruidos en presencia del Colegio de Cardenales, para evitar que se falsifiquen documentos papales. El Camarlengo es responsable también de sellar el estudio y el dormitorio del papa. El personal que lo atendía puede seguir habitando en el apartamento papal sólo hasta el momento de su sepultura, momento a partir del cual deberá ser evacuado y sellado en su totalidad hasta que tome posesión de él el nuevo Pontífice.

 
 
Corresponde igualmente al Camarlengo comunicar la noticia del fallecimiento del papa al Cardenal Vicario para la Urbe para que lo notifique al pueblo de Roma, así como al cardenal arcipreste de la Basílica Vaticana. El mismo camarlengo o el prefecto de la Casa Pontificia deben también anunciar la noticia al Decano del Colegio Cardenalicio. Éste es el responsable de hacer llegar la noticia a todos los cardenales del mundo, convocándolos a Roma. También es tarea suya notificarlo al Cuerpo Diplomático acreditado ante la Santa Sede. Hasta su elección como papa Benedicto XVI en el Cónclave de 2005 era Decano del Colegio Cardenalicio el alemán Joseph Ratzinger.

Desde Pío IX, los tañidos fúnebres de la campana grande de San Pedro se han encargado de hacer pública la noticia del fallecimiento de los papas. Al tañer las campanas de la Basílica de San Pedro, las campanas de las iglesias de Roma les hacen eco en señal de duelo por la muerte de su obispo.

Si el fallecimiento o renuncia del papa se produce mientras se está celebrando un sínodo de obispos o incluso un Concilio Ecuménico, éstos quedan automáticamente suspendidos y no pueden continuar por ninguna razón, aunque sea gravísima, y mucho menos proceder por sí mismos a la elección de nuevo papa. Es siempre necesario convocar al Colegio de Cardenales.

Durante la Sede Vacante, los Cardenales desarrollan sus funciones mediante dos tipos de comisiones, llamadas “Congregaciones”: la Particular y la General.

Integran la Congregación Particular el cardenal camarlengo y otros tres cardenales “asistentes” uno por el orden de los Obispos, otro por el de los Presbíteros y otro por el de los Diáconos elegidos por sorteo entre los electores es decir, los que no han cumplido los 80 años llegados ya a Roma. Cada tres días se procede a un nuevo sorteo para renovar a los cardenales asistentes. La Congregación Particular se ocupa de los asuntos ordinarios de menor entidad que se vayan presentando durante la Sede Vacante. Lo que una Congregación Particular haya decidido, resuelto o denegado no lo pueden revocar las que se constituyan los días siguientes. La Congregación Particular cesa en sus funciones en el mismo momento en que se elige un nuevo papa.

La Congregación General está compuesta por la totalidad del Colegio Cardenalicio y está en funciones hasta el momento de iniciarse el Cónclave. Los cardenales electores tienen obligación de incorporarse a la Congregación General tan pronto como les sea posible, una vez conocido el fallecimiento del papa. En cambio, a los no electores se les permite abstenerse de participar si así lo desean.

La Congregación General se ocupa de los asuntos más importantes que se vayan presentando y tiene también competencia para revocar las disposiciones de una Congregación Particular. Sus encuentros se celebran a diario y los preside el cardenal decano. Una vez iniciado el Cónclave, es también el Decano quien preside la asamblea hasta que salga elegido un nuevo Papa. Las decisiones se toman por mayoría, siempre mediante voto secreto.

Las principales obligaciones de la Congregación General se refieren a la organización de las exequias del difunto papa, determinar la fecha de inicio del Cónclave entre 15 y 20 días desde que comenzó la Sede Vacante, velar por la destrucción del Anillo del Pescador y el sello de plomo, designar a dos eclesiásticos de probada doctrina normalmente frailes o monjes para que les dirijan sendas meditaciones sobre los problemas de la Iglesia en el momento actual y aprobar los gastos necesarios desde la muerte del Pontífice hasta la elección del sucesor.

Corresponde a la Congregación de Cardenales preparar todo lo necesario para las exequias del difunto papa y fijar el día de inicio de las mismas. En cambio, lo que se refiere a su sepultura es competencia del cardenal camarlengo tras recabar la opinión de los responsables de los tres órdenes del Colegio Cardenalicio salvo que el mismo Pontífice hubiera dispuesto algo en vida. Los últimos papas se han enterrado habitualmente en la Cripta de la Basílica de San Pedro o Grutas Vaticanas, próximos a la tumba del Apóstol, pero no es obligatorio. Puede realizarse en una catedral, una iglesia parroquial, un santuario, etc. A la muerte de Juan Pablo II, por ejemplo, se especuló con la posibilidad de que hubiera dispuesto ser enterrado en la Catedral de Cracovia, sede de la que había sido obispo.

Los cardenales deben decidir, en primer lugar, el día y hora del traslado del cadáver a la Basílica Vaticana para ser expuesto a la veneración de los fieles. Antes de ese momento, y una vez preparado el cuerpo del papa, debe ser llevado a la Capilla Clementina, en el Palacio Apostólico, para la veneración privada de la Casa Pontificia y de los cardenales. Tras el fallecimiento de Juan Pablo II en 2005 se calcula que entre dos y tres millones de personas desfilaron ante su cuerpo expuesto frente al Baldaquino de la Confesión, en la Basílica de San Pedro para rendirle su último homenaje.

Las exequias del papa duran nueve días consecutivos denominados con la expresión latina de “Novemdiales” a partir del día de la Misa exequial, que preside el cardenal decano. Previamente a ésta se colocan los restos mortales en el féretro. A su término, se procede a su traslado al sepulcro y al entierro.

Además de las innumerables Misas ofrecidas en todo el mundo por el pontífice fallecido, las exequias oficiales contemplan nueve celebraciones eucarísticas en Roma, a cargo de diversas comunidades que representan la universalidad de la Iglesia. El orden de las celebraciones durante los “Novemdiales” es así: el primer, quinto y noveno días se realizan en la Capilla Papal; el segundo día se destina a los fieles de la Ciudad del vaticano; el tercero a la Iglesia de Roma; el cuarto a los Capítulos de las Basílicas Patriarcales; el sexto a la Curia Romana; el séptimo a las Iglesias Orientales o católicos de rito oriental; el octavo a los miembros de Institutos de Vida Consagrada.

Una de las tradiciones más pintorescas y conocidas a nivel mundial en relación con el cónclave es la de la “Fumata”, un sistema secular de comunicar al pueblo la marcha de un proceso electoral que transcurre bajo estricto enclaustramiento.



Tras cada sesión de escrutinio dos votaciones las papeletas de voto y las notas de los Escrutadores se queman en una estufa preparada al efecto. El humo sale entonces por una chimenea sobre el tejado de la Capilla Sixtina. Cuando el resultado de las votaciones ha sido negativo, los papeles se queman junto con paja húmeda, lo que produce un humo negro. Si de la elección ha salido elegido un candidato, y éste ha aceptado la responsabilidad, los papeles se queman usando paja seca, lo que da lugar a un humo de color blanco. Es la señal que anuncia al mundo la elección de un nuevo papa.

En los tres últimos cónclaves dos en 1978 y otro en 2005, sin embargo, y para desesperación de los periodistas, el sistema no parece haber funcionado correctamente y el humo que debía ser blanco se ha visto gris. En la última de estas ocasiones se incorporó una estufa auxiliar con el propósito de quemar productos químicos que tiñeran claramente el humo de uno u otro color, aunque tampoco tuvo demasiado éxito.

No hay comentarios:

Publicar un comentario