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lunes, 20 de julio de 2015

BELIGERANCIA



Se denomina BELIGERANCIA a la participación contendora dentro de un conflicto determinado, o a dar la suficiente importancia a alguien como para acceder o reconocer contender con él. Generalmente es un concepto usado en el Derecho internacional público para designar a la nación o sujeto político que está en guerra, o en política a los participantes más visibles en algún conflicto social.

Más específicamente, la beligerancia designa la situación jurídica internacional en que un grupo potencia, nación, grupo armado, etc. se encuentra autorizado por el Derecho de los conflictos armados o Derecho de guerra para realizar acciones bélicas contra el grupo enemigo, dándoles iguales garantías internacionales a ambos o más.

Esta calidad de sujetos de Derecho internacional tiene como condición imprescindible para su existencia el haber recibido el reconocimiento jurídico internacional por parte de Estados o de organismos internacionales gubernamentales. Se determina según el tipo de conflicto:

En un conflicto armado internacional la condición de beligerante en general pueden obtenerla los Estados responsabilidad internacional del Estado y los movimientos de liberación nacional.

En un conflicto armado interno el estatus de beligerancia puede concederse también a un grupo alzado en armas que en guerra civil adquiere, en parte del territorio características similares a las de un gobierno regular comunidad beligerante.

Ser sujetos de derecho internacional les impone obligaciones y deben hacer valer responsabilidades, incluyendo el derecho de guerra, a las cuales deberán someterse para preservar tal estatus.

martes, 23 de diciembre de 2014

BATALLA DEL ÁLAMO



La BATALLA DE EL ÁLAMO 23 de febrero  6 de marzo de1836 fue un conflicto militar crucial en la Revolución de Texas que consistió en un asedio de 13 días de duración, desde su inicio el 23 de febrero hasta el asalto final del 6 de marzo de 1836, y enfrentó al ejército de México, encabezado por el presidente Antonio López de Santa Anna, contra una milicia de secesionistas texanos, en su mayoría colonos estadounidenses naturalizados mexicanos, en San Antonio de Béjar, en la entonces provincia mexicana de Coahuila y Texas hoy estado de Texas, Estados Unidos. Todos los beligerantes en favor de la República de Texas murieron, a excepción de dos personas, lo cual inspiró a muchos colonos texanos —y aventureros estadounidenses— a unirse al ejército de Texas; animados por el deseo de venganza, a partir de la crueldad mostrada por Santa Anna durante el asedio, los texanos derrotaron el ejército mexicano en la batalla de San Jacinto, el 21 de abril de 1836, poniendo fin al movimiento revolucionario.

Varios meses antes, los texanos habían llevado a todas las tropas federales fuera de la Coahuila y Texas; aproximadamente 100 texanos se guarnecían entonces en El Álamo. La fuerza texana creció ligeramente con la llegada de refuerzos dirigidos eventualmente por los co-comandantes James Bowie y William Barret Travis. El 23 de febrero aproximadamente 1 500 soldados mexicanos marcharon en San Antonio de Béjar, sitio donde se asienta actualmente San Antonio, como el primer paso en una campaña para retomar Texas. Durante los siguientes 12 días, los dos ejércitos participaron en varias escaramuzas con bajas mínimas. Consciente de que su guarnición no podía resistir el ataque de una fuerza tan grande, Travis escribió varias cartas pidiendo más hombres y suministros, pero solamente llegaron menos de 100 refuerzos.

En la madrugada del 6 de marzo, el ejército mexicano avanzó hacia El Álamo; tras rechazar dos ataques, los texanos fueron incapaces de defenderse de un tercero. Debido a que los soldados mexicanos treparon por los muros, la mayoría de los soldados texanos huyeron hacia los edificios interiores. Los defensores que no pudieron llegar a estos puntos fueron asesinados por la caballería mexicana en su intento por escapar. Es probable que un pequeño grupo de texanos, entre cinco y siete de ellos se hubiesen rendido; aun así, estos fueron ejecutados al instante. La mayoría de los relatos provenientes de testigos oculares informaron de entre 182 y 257 texanos muertos, mientras que la mayoría de los historiadores de El Álamo están de acuerdo en que hubo entre 400 y 600 soldados mexicanos heridos o muertos en combate. Al final, varios individuos no combatientes fueron enviados a Gonzales para que corrieran la voz de la derrota texana. La noticia desató el pánico y las fuerzas texanas —en su mayoría colonos— de la nueva República de Texas huyeron del avance del ejército mexicano.

En México, la batalla ha sido a menudo eclipsada por los acontecimientos de la guerra contra Estados Unidos de 1846 a 1848. En el siglo XIX, en Texas, el complejo de El Álamo gradualmente se fue conociendo como el lugar de la batalla. La Legislatura de Texas compró los terrenos y edificios en la primera parte del siglo XX y designó a la capilla de El Álamo como Santuario del Estado de Texas. El Álamo actualmente es el sitio turístico más popular de Texas. Asimismo, ha sido objeto de numerosas obras no ficticias a partir de 1843. La mayoría de los estadounidenses, sin embargo, están más familiarizados con los mitos difundidos por muchas de las películas y adaptaciones de televisión, entre las cuales se incluyen la miniserie de televisión de Disney, Davy Crockett, en la década de 1950 y la película de El Álamo de John Wayne, estrenada en 1960.

Bajo el mandato del presidente Antonio López de Santa Anna, el gobierno mexicano comenzó a apartarse de un modelo federalista. La política nacional se acercaba cada vez más a una dictadura, lo cual era evidente en hechos como la revocación de la Constitución de 1824, a principios de 1835, que a últimas instancias incitó a la revuelta de muchos federalistas, dando lugar a un clima de violencia que se resentiría en varios estados mexicanos, incluyendo la región fronteriza de la Texas mexicana. Texas se hallaba en ese entonces poblada, en gran parte, por inmigrantes de los Estados Unidos que estaban acostumbrados a un gobierno federalista y a amplios derechos individuales, por lo que hacían sentir su descontento por el desplazamiento de México hacia el centralismo. Por otra parte, también en una situación de descontento por los intentos anteriores de comprar Texas por parte de Estados Unidos, las autoridades mexicanas culparon a gran parte de la población texana que era originaria de los Estados Unidos, cuya mayoría había hecho pocos esfuerzos para adaptarse a la cultura mexicana.

En octubre de 1835, las tropas mexicanas y texanas se enfrentaron en la primera batalla oficial de la Revolución de Texas. Decidido a detener la rebelión, Santa Anna comenzó a armar un ejército para reprimirla, denominado el «Ejército de Operaciones en Texas», con el cual restablecer el orden en el territorio texano. La mayoría de sus soldados eran reclutas, y un gran número había sido reclutado contra su voluntad.

Los texanos derrotaron sistemáticamente a las tropas mexicanas que ya se encontraban en Texas. El último grupo de soldados mexicanos en la región, al mando del cuñado de Santa Anna, el general Martín Perfecto de Cos, se rindió el 9 de diciembre tras el asedio de Béjar. En este punto, en el ejército texano dominaban los recién llegados a la región, principalmente inmigrantes de los Estados Unidos. Muchos colonos de Texas, aún no preparados para una larga campaña, volvieron a casa. Enfurecido por lo que consideró una injerencia norteamericana en los asuntos de México, Santa Anna dirigió una resolución que calificaba como «piratas» a los extranjeros que se encontraban luchando en Texas. En esta misma resolución se prohibía además la captura de prisioneros de guerra: los llamados piratas que fuesen capturados, serían ejecutados inmediatamente. Santa Anna reiteró este mensaje en una enérgica carta al entonces presidente de los Estados Unidos, Andrew Jackson; ésta carta no se difundió ampliamente, y es poco probable que la mayoría de los reclutas estadounidenses que servían en el ejército texano tuvieran conocimiento de que no habría prisioneros de guerra. Para finales de ese año, las fuerzas texanas habían expulsado prácticamente a todos los soldados mexicanos que se hallaban en esa región; con el objetivo de recuperar Texas, en la ciudad de México Santa Anna comenzó a reunir un ejército.

Cuando las tropas mexicanas salieron de San Antonio de Béjar actual San Antonio, los soldados texanos establecieron una guarnición en la Misión de El Álamo, una antigua misión religiosa española que se había convertido en una fortaleza improvisada. Descrito por Santa Anna como «una fortificación irregular, apenas digna de ese nombre», El Álamo había sido diseñado para resistir un ataque de las tribus nativas, pero no el de un ejército con artillería equipada. El complejo se extendía a través de 3 acres 1,2 hectáreas, con casi 400 metros en el perímetro de la defensa. Tenía una plaza interior bordeada al este por la capilla y al sur por un edificio de una planta conocida como el «Cuartel de Baja», y una empalizada de madera se extendía entre estos dos edificios. Los dos pisos del «Cuartel Largo» se extendían al norte de la capilla, mientras que en la esquina norte de la pared del este existían un recinto de ganados y un corral para caballos. Las murallas que rodeaban el complejo eran de al menos 84 centímetros de espesor, con un rango de entre 2,7 y 3,7 metros de altura.

Para compensar la falta de puertos de fusilamiento, el ingeniero texano Green B. Jameson construyó pasadizos a fin de permitir a los defensores disparar desde las paredes; sin embargo, este método dejaba a los tiradores con la parte superior del cuerpo al descubierto y desprotegida. Las fuerzas mexicanas habían dejado atrás 19 cañones, incluyendo uno de 18 libras, que Jameson instaló a lo largo de las paredes; éste último alardeó al comandante de las fuerzas texanas, Sam Houston, que los texanos podrían «azotar a 10 invasores por cada soldado con su artillería».

La guarnición texana estaba insuficientemente dotada y con pocas provisiones, y contaba con menos de 100 soldados para el 6 de enero de 1836. Debido a esto, el coronel James C. Neill, comandante interino de El Álamo, escribió al gobierno provisional que «si alguna vez hubo un dólar aquí, no tengo conocimiento de ello». Neill pidió tropas y suministros, haciendo hincapié en que era probable que la guarnición no pudiera resistir un asedio más largo de cuatro días. El gobierno texano se encontraba en una agitación política en esos instantes, así que no pudo proporcionar mucha ayuda. Cuatro hombres diferentes afirmaron que se les había dado el mando sobre el ejército entero; el 14 de enero, Neill se acercó a uno de ellos, Sam Houston, para prestar asistencia en la recolección de suministros, ropa y municiones.

Houston no contaba con la cantidad de hombres necesarios para montar una defensa exitosa. En su lugar, envió al coronel James Bowie, acompañado de 30 hombres, para eliminar la artillería de El Álamo y destruir el complejo. Sin embargo, Bowie no pudo transportar la artillería desde El Álamo ya que la guarnición carecía de los animales de tiro necesarios para tal operación. Poco después, Neill lo persuadió de que dicha ubicación guardaba una importancia estratégica notable. En una carta enviada al gobernador Henry Smith, Bowie argumentó que «la salvación de Texas depende en gran medida de mantener a Béjar fuera de las manos del enemigo. Este lugar sirve como la guardia de frontera militar, y si estuviera en posesión de Santa Anna, no hay fortaleza que pueda repeler su marcha hacia Sabine». El documento terminaba con lo siguiente: «El coronel Neill y yo hemos llegado a la resolución solemne de que preferimos morir en estas zanjas en vez de dárselas al enemigo». Además, Bowie escribió al gobierno provisional, solicitándole «hombres, dinero, rifles y pólvora para cañón». No obstante, únicamente unos cuantos refuerzos fueron autorizados; el oficial de caballería William Barret Travis llegó a Béjar con 30 hombres el 3 de febrero de ese año. Cinco días después, arribó un pequeño grupo de voluntarios, entre los cuales se encontraba Davy Crockett.

El 11 de febrero, Neill dejó El Álamo, posiblemente para reclutar más refuerzos y reunir una mayor cantidad de suministros. Antes de partir, transfirió el comando a Travis, el oficial de ejército de más alto rango en la guarnición. Los voluntarios, que representaban una gran mayoría en la guarnición, no querían a Travis como su nuevo líder. En cambio, eligieron a Bowie —que tenía reputación como un combatiente fuerte— como su comandante. Bowie era célebre por haber causado estragos en Béjar una ocasión en que se había embriagado, así que para mitigar el malestar provocado por tal acontecimiento, decidió compartir el mando militar con Travis.

Mientras los texanos se esforzaban en hallar hombres y suplementos, Santa Anna continuaba reclutando gente por el procedimiento de leva en San Luis Potosí; para finales de 1835, su ejército contaba con 6019 soldados. En vez de avanzar a lo largo de la costa, donde podrían transportarse suplementos y refuerzos con facilidad por medio del océano, Santa Anna ordenó a sus hombres que marcharan hacia Béjar, el centro político de Texas y sitio de la derrota del general Cos. Las tropas mexicanas comenzaron a marchar rumbo al norte a finales de diciembre de 1835. Aprovechando el largo trayecto, los oficiales entrenaron a los hombres en pleno viaje; muchos de los nuevos reclutas no sabían siquiera cómo usar la mira de sus armas, mientras que otros tantos se oponían a disparar desde el hombro debido a los fuertes culatazos dados por las armas.

El progreso fue lento; no había suficientes mulas para transportar todos los suplementos, y muchos de los cocheros, todos ellos civiles, dimitieron una vez que sus pagos fueron retrasados. Por otra parte, la gran cantidad de soldaderas —mujeres y niños que seguían al ejército— consumía los ya de por si escasos recursos con los que se contaban. Por lo tanto, se tuvieron que reducir las raciones de alimentos a los soldados. Finalmente, el 16 de febrero cruzaron el río Bravo. En esa época, la temperatura en Texas alcanzó niveles muy bajos; se tiene noción de que, en ese mes, cayeron aproximadamente de 15–16 pulg (38–41 cm) de nieve.

Aunado a la hipotermia, la disentería y las tropas de asalto comanches fueron los factores restantes que terminarían afectando a los soldados mexicanos una vez comenzada su travesía por Texas. La noche siguiente, el ejército mexicano acampó en el río Nueces, ubicado a 119 millas 192 km de Béjar. Previamente, los texanos habían incendiado el puente que cruzaba sobre Nueces, obligando a los mexicanos a construir una estructura improvisada con ramas y lodo bajo la lluvia. El retraso fue breve, y el 19 de febrero, el ejército acampó en las orillas del río Frío, a 68 millas 109 km de Béjar. Al día siguiente, las tropas arribaron a la ciudad de Hondo, Texas, a menos de 50 millas 80 km de su destino final.

Mientras tanto, el 16 de febrero, el colono Ambrosio Rodríguez advirtió a Travis, con quien tenía una amistad estrecha, que sus familiares radicados más al sur de Béjar le habían alertado de que Santa Anna se dirigía a ese lugar. Ese mismo día, el escucha de Juan Seguín —capitán del ejército texano al servicio de Travis—, Blas Herrera, informó que las tropas mexicanas habían cruzado el río Bravo. Para entonces, ya circulaban varios rumores en torno a la inminente llegada de Santa Anna, sin embargo Travis optaba por ignorarlos. Al filo de la noche, se instaló un consejo de guerra en El Álamo para discutir sobre dichos rumores. Travis estaba convencido de que el ejército mexicano no llegaría a Béjar hasta marzo del año próximo, pensando que aguardarían a la llegada de la temporada primaveral, cuando el clima no les resultara tan desfavorable. Además, éste asumía que Santa Anna no había empezado aún a reunir tropas para una posible invasión de Texas hasta que se hubiese enterado de la derrota de Cos. Sin embargo, ignoraban que, en realidad, Santa Anna había comenzado la planeación de dicha invasión meses antes del asedio de Béjar. A pesar de la incredulidad texana, la tarde del 20 de febrero muchos habitantes de Béjar empezaron a empacar sus pertenencias para evacuar el lugar. Al día siguiente, renunciaron quince de los voluntarios texanos en El Álamo. Seguin le aconsejó a Travis que liberara a los hombres para que éstos pudieran ayudar a la evacuación de sus familias, que se hallaban en el mismo camino que Santa Anna tomaría para llegar a Béjar.

Dos días después, el 21 de febrero, Santa Anna y sus tropas llegaron a las orillas del río Medina, ubicado a 25 millas 40 km de Béjar. Ahí, se hallaban estacionados dragones al mando del general Joaquín Ramírez y Sesma, que habían llegado la tarde anterior. No habiéndose percatado de la proximidad del ejército mexicano, la mayoría de la guarnición de El Álamo, excepto diez personas, se unió a los habitantes de Béjar en una fiesta. Tras enterarse de dicha celebración, Santa Anna le ordenó a Ramírez y Sesma que incautara inmediatamente la fortaleza desprotegida mientras se llevaba a cabo la fiesta, sin embargo la redada tuvo que esperar debido a las lluvias repentinas que habían estado cayendo en esos días, haciendo que el río Medina fuera invadeable. La siguiente noche, las tropas mexicanas acamparon en el arroyo León, a 8 millas (13 km) al poniente de Béjar.

lunes, 24 de noviembre de 2014

DÍA D



DÍA D es un término usado genéricamente por los militares para indicar el día en que se debe iniciar un ataque o una operación de combate. Históricamente, se utiliza el término día D para referirse al 6 de junio de 1944 en la Segunda Guerra Mundial, día en el que comenzó a ejecutarse la denominada Operación Overlord. Dicha operación consistía en llevar a cabo un gran desembarco en las playas de Normandía como estrategia para reingresar al combate en Europa Occidental haciendo disminuir el dominio alemán, aunque comenzó de madrugada con el aterrizaje de tres planeadores de la 6ª División Aerotransportada del Ejército británico y la posterior toma del puente Pegasus por la Compañía D, del 2º de Infantería Ligera de Oxfordshire y Buckinghamshire, integrada en la Brigada de Desembarco Aéreo de dicha División.

En esta fecha la operación Overlord consiguió una cantidad importante de sus objetivos previstos, logrando que las tropas aliadas se adentraran en la costa francesa, iniciando así la liberación de la Europa occidental ocupada por la Alemania nazi durante la Segunda Guerra Mundial.

El día original para el desembarco se había fijado para el 5 de junio de 1944, pero las malas condiciones climáticas y marítimas hicieron que el comandante supremo de los aliados Dwight D. Eisenhower la aplazara hasta el 6 de junio, dándoles más tiempo para ensayar sus movimientos.

Debido a ello esta última fecha se conoce popularmente como el pequeño día D. 

miércoles, 12 de noviembre de 2014

PIRATA



Los PIRATAS mantienen una práctica de saqueo organizado o bandolerismo marítimo, probablemente tan antigua como la navegación misma.

Consiste en que una embarcación privada o una estatal amotinada ataca a otra en aguas internacionales o en lugares no sometidos a la jurisdicción de ningún Estado, con el propósito de robar su carga, exigir rescate por los pasajeros, convertirlos en esclavos y muchas veces apoderarse de la nave misma. Su definición según el Derecho Internacional puede encontrarse en el artículo 101 de la Convención de las Naciones Unidas sobre el Derecho del Mar.

Junto con la actividad de los piratas que robaban por su propia cuenta por su afán de lucro, cabe mencionar los corsarios, un marino particular contratado que servía en naves privadas con patente de corso para atacar naves de un país enemigo.

La distinción entre pirata y corsario es necesariamente parcial, pues corsarios como Francis Drake de la flota francesa en la Batalla de la Isla Terceira fueron considerados vulgares piratas por las autoridades españolas, ya que no existía una guerra declarada con sus naciones. Sin embargo, el disponer de una patente de corso sí ofrecía ciertas garantías de ser tratado como soldado de otro ejército y no como un simple ladrón y asesino; al mismo tiempo acarreaba ciertas obligaciones.

Según algunos autores, la voz pirata viene del latín pirāta, que por su parte procedería del griego peiratés compuesta por, peira, que significa 'prueba'; a su vez deriva del verbo peiraoo, que significa 'esforzarse', 'tratar de', 'intentar la fortuna en las aventuras'

Otros autores abogan porque proviene del griego pyros 'fuego'. El fundamento que se alega es que tras un acto típico de amotinamiento en un barco, para eliminar cualquier tipo de pruebas y toda posibilidad de buscar culpables finalmente se le prendía fuego, no sabiendo por tanto quién había muerto en la trifulca y quién no, resultaba prácticamente imposible encontrar algún culpable si se daba a todos por desaparecidos. Siendo por tanto el término pirata equivalente a incendiario. En este sentido, el término pirata fue usado con anterioridad como actos puntuales de amotinados y saqueadores y no sólo referente al mar. Cuando esto era así aún no existían piratas en el concepto que más tarde se implantó. Como suele suceder en todas las épocas, una voz aplicada para denominar a un determinado colectivo, en base a un determinado hecho, se acaba generalizando a un rango mayor y menos específico y aplicando a todo saqueador en general, y más específicamente a los saqueadores del mar toda vez que existían múltiples voces para designar a los «saqueadores de tierra», quemara ya, o no, el barco.

Cuando más adelante en el tiempo los saqueadores se organizan surcando el mar y no necesariamente como resultado de un amotinamiento, tienen la necesidad de reparar su propio barco dañado por los ataques o por lo embates del mar y por supuesto de apropiarse el ajeno. Sin embargo, el barco abandonado en la mayoría de los casos seguía siendo incendiado.

A partir de entonces la voz ha sufrido muchos cambios, perdiendo la exclusiva como sinónimo de incendiario. La voz pirata provenía originariamente de la pirotecnia y de los inevitables accidentes asociados por los artesanos que militar o civilmente ocurrían de cuando en cuando.

No hay que olvidar que la pirotecnia fue introducida en Occidente por los árabes en la forma de fuegos artificiales y que esto tomaron en parte de Asia y en parte remanente del esplendor romano. La voz no aparece antes de la invención de la pólvora y es notable que durante los siglos en que duró la piratería de forma «oficial», los progresos en pirotecnia quedaron estancados, siendo estos siglos los XVI, XVII, XVIII y mediados del XIX. Lo que se supone es debido a que los gobiernos monopolizaron la industria de la pólvora.

Al hablar de piratas, resulta más propio desde un punto de vista histórico hablar más de navíos que de barcos. No obstante, a fecha de hoy usamos ambiguamente barco como sinónimo de casi cualquier embarcación.

Este término califica a las acciones llevadas a cabo por personas en embarcaciones y, desde mediados del siglo XX, en aviones, para retener por la fuerza a las tripulaciones y pasajeros, así como a los propios transportes. Esta definición es dada por organismos como la ONU o la Real Academia Española. Sin embargo, varios autores expertos en piratería, como el alemán Wolfram Zu Mondfeld, amplían la piratería a aquellos ataques realizados desde el mar contra buques y posiciones en tierra para robar o conquistar, pero sin hacerlo en nombre de ningún Estado, al menos oficialmente.

Las zonas de mayor actividad de los piratas coincidían con las de mayor tráfico de mercancías y de personas. Las primeras referencias históricas sobre la piratería datan del siglo V a. C., en la llamada Costa de los piratas, en el Golfo Pérsico. Su actividad se mantuvo durante toda la Antigüedad. Otras zonas afectadas fueron el Mar Mediterráneo y el Mar de la China Meridional.

Aunque los datos no son muy abundantes, por los mitos sabemos que los griegos clásicos fueron buenos piratas. Uno de los más famosos fue Jasón, quien guio a los Argonautas hasta La Cólquida en busca del Vellocino de oro, lo que, aunque no entre en la definición española de piratería, para algunos es, sin ningún género de dudas, un acto de piratería, personas que vienen por mar para robar.

También Ulises u Odiseo, según las traducciones griega o latina, realizó varios actos de piratería en su regreso a Ítaca, como narra Homero en la Odisea.

Con estos dos ejemplos podemos ver una constante que se repetirá a lo largo de los siglos. Los piratas son, en muchas ocasiones, considerados héroes nacionales en sus países, pese a practicar lo que en tierra se llamaría robo y secuestro. Especialmente en una sociedad como la griega, donde el oficio de las armas era reconocido y estimado, un motivo que llevaba a glorificar, en lugar de denostar, actos como el citado de Jasón. Debe tenerse en cuenta que el oficio de mercenario, si bien es verdad que es llevado a cabo en tierra, no tenía connotaciones negativas como las tiene actualmente.

Uno de los piratas griegos más famosos de los que sí se tienen referencias fue Plutarco de Samos, quien en el siglo VI a. C. saqueó toda Asia Menor en diferentes expediciones y llegó a reunir más de 100 barcos.

También los egipcios consideraban piratas a los Pueblos del Mar porque su principal expedición invasiva se dio por vía marítima y con la finalidad de efectuar saqueos. Sin embargo, muchos otros autores no comparten esta clasificación porque los Pueblos del Mar sólo fueron marineros en el último momento de su historia.

En la época final de la República, los piratas en el Mediterráneo llegaron a convertirse en un peligro, desde sus bases primero al sur de Asia Menor en las montañosas costas de Cilicia y más tarde por todo el Mediterráneo, puesto que impedían el comercio e interrumpían las líneas de suministro de Roma.

A diferencia de siglos posteriores, los piratas de la Antigüedad no buscaban tanto joyas y metales preciosos como personas. Las sociedades de aquella época solían ser en su mayoría esclavistas, y la captura de personas para ser vendidas como esclavos resultaba una práctica altamente lucrativa. Pero también se buscaban piedras preciosas, metales preciosos, esencias, telas, sal, tintes, vino y otros tipos de mercancías que solían transportarse en los barcos mercantes, caso de los fenicios.

Uno de los casos más conocidos de piratería contra las líneas de navegación lo protagonizó Julio César, que llegó a ser prisionero de los cilicios 75 a. C. Plutarco en Vidas paralelas cuenta que el jefe cilicio estimaba el rescate en 20 talentos de oro, a lo que el joven César le espetó: «¿Veinte? Si conocieras tu negocio, sabrías que valgo por lo menos 50». El cautiverio duró 38 días, en los cuales el rehén amenazó a sus captores con crucificarlos. Finalmente el rescate se pagó y el futuro cónsul de Roma fue liberado. Pero César cumplió su amenaza, y cuando recobró la libertad organizó una expedición, pagada con su propio dinero, durante la que apresó a sus captores y los crucificó a todos.

La piratería, sobre todo la perpetrada por piratas cilicios, alcanzó niveles preocupantes para Roma hacia el final de la República. En el 67 a. C., el senado romano nombró a Pompeyo procónsul de los mares, lo que significaba que se le otorgó el mando supremo del Mare Nostrum, el Mar Mediterráneo y de sus costas hasta 75 km mar adentro. Se le concedieron todos los ejércitos que se encontrasen a las costas del Mediterráneo, contando así con unos 150.000 efectivos, así como el derecho de tomar del tesoro la cantidad que necesitase. Finalmente, se le proveyó con una flota bien pertrechada. En diversas operaciones eliminó en cuarenta días a todos los piratas de Sicilia e Italia y, tras el asedio y toma de Coracesion, a los piratas de Cilicia, acabando así, en cuarenta y nueve días, con los piratas de la zona oriental del Mediterráneo. Asimismo debe apuntarse que dichos piratas sólo presentaron la resistencia imprescindible para poder solicitar una rendición honrosa.

La situación vivida por los pueblos europeos occidentales tras la caída del Imperio romano hace que la navegación marítima se reduzca antes de la formación del Imperio carolingio y tras su caída en todo lo que es el Mediterráneo Occidental, pero sin desaparecer por completo. En la parte oriental de este mar, la comunicación continúa y con ella la actividad pirática.

Autores como Wolfram Zu Mondfeld incluyen a Roger de Flor, caballero y aventurero de Brindisi, entre los no muchos piratas documentados de la época en esa parte del mundo. La inclusión de Roger de Flor se debe a su carrera naval antes de comandar a los almogávares y entrar al servicio del rey de Sicilia.

En 1291 Roger de Flor marchó a la última cruzada y pronto se reveló como un gran marino. Una de sus famosas acciones fue la evacuación con su flota de toda la nobleza de San Juan de Acre; ya sea por haber pedido rescate, haber subastado los puestos o porque la aristocracia franca utilizó sus influencias para lograr una plaza. Con sus naves llenas de adinerados nobles logró llevarlos a Marsella sanos y salvos.

Durante los 20 años siguientes luchó al servicio del rey Federico II de Sicilia hasta que fue reclutado por el emperador de Bizancio Andrónico II y mandó a los almogávares en sus victoriosas batallas contra los turcos. Saqueó Quíos y se estableció en Galípoli hasta ser llamado y asesinado por el Emperador con 300 de sus hombres durante un banquete en su honor. Esto hizo explotar en sus hombres la famosa Venganza catalana al aterrador grito de «¡Desperta ferro!».

Pese a todo, el gran poder corsario de este mar aún estaba formándose y emergiendo en Asia Menor. La progresiva expansión del Islam, primero por los árabes en todo el Norte de África y después con los turcos en las costas asiáticas, iba a originar toda una serie de señoríos y sultanatos que rápidamente adquirirían fuerza y tamaño, hasta llegar a convertirse en un peligro sin igual para los reinos cristianos de Italia, España y en menor medida las órdenes militares que gobernaban en islas como Chipre, Rodas y Malta. Debe tenerse en cuenta que los árabes y también los berberiscos consideraban una forma de Guerra santa la piratería contra los infieles 

La piratería europea a finales de la Edad Media la protagonizaron los ya expuestos berberiscos en el Mediterráneo, que comenzaban a crecer en importancia, y los Hermanos de las vituallas en el mar del Norte.

Las ciudades del mar Báltico y algunas de la parte oriental del mar del Norte empezaron a unirse comercialmente hacia el año 1200 para regular primero y controlar después el comercio por esa zona. Con el tiempo se terminó formando una cofradía de ciudades portuarias, llamada la Liga Hanseática y comúnmente conocida como Hansa, a la que terminaron perteneciendo muchas urbes bálticas, principalmente alemanas. Las ciudades cooperaron para defender su independencia de los príncipes territoriales vecinos, asegurarse importantes privilegios comerciales y protegerse contra piratas y corsarios.

En el siglo XIV, Dinamarca y Mecklemburgo se disputaron el control de Suecia. La reina Margarita I de Dinamarca y de Noruega, invitado por nobles suecos, ganó en una batalla contra el impopular rey de Suecia Alberto III de Mecklemburgo y le encarceló en 1389. Suecia, con la excepción de Estocolmo, cayó en manos danesas. Entonces Mecklemburgo incitó a los corsarios dañar a Dinamarca. Las ciudades mecklemburgueses pertenecientes a la Hansa, Rostock y Wismar, se abrieron al comercio con los corsarios en 1391. Sin embargo, la mayor ciudad hanseático Lübeck apoyó a Dinamarca. En general, la Hansa no osaba tomar partido en este conflicto. De un lado la piratería comenzó a causarle grandes daños, del otro lado una victoria danesa hubiera acabado en el control danés de importantes rutas marítimas.

Los corsarios mecklemburgueses lograron varias veces aprovisionar la ciudad a sitiado de Estocolmo con alimentos y otros necesidades para continuar su resistencia, así que los corsarios se convirtieron en vitulianos o hermanos de las vituallas del latín victualia. Con el tiempo los valerosos corsarios, que arriesgaban sus barcos y sus vidas para mantener con vida a la población de Estocolmo se degeneró progresivamente, cuando sus actividades volvieron a la simple piratería. Como sería después en el Caribe, los vitalianos acostumbraban a repartir el botín obtenido en partes iguales y a formar algo parecido a una sociedad sin clases. De ahí que también se les llame Likendeeler.

Su influencia fue grande al fin del siglo XIV y en las primeras décadas del siglo XV y lograron varios actos destacados en los actuales Países Bajos, Alemania e incluso Francia.

A la cabeza de este grupo se puso una especie de triunvirato formado por Gödehe Michelsen también conocido por Gödeke Michels o Gö Michael, Wigbad asimismo llamado Wigbold o Wikbald y Claus Störtebekker, Störtebecker para los alemanes.

La comunidad había conquistado Visby y Gotland y allí prosperaron entre 1394 y 1398, cuando fueron expulsados por el Orden Teutónico. Konrad von Jungingen dirigió a 4.000 armados teutónicos en 84 naves contra los vitalianos, acabando con aquel «paraíso báltico». Algunos lograron escapar, entre ellos los tres dirigentes, que buscaron refugio en el señorío de Kennon ten Brooke, en las costas de Frisia. Este aristócrata estaba enfrentado con la mayoría de sus vecinos y aceptó de buen grado la entrada de aquellos piratas, que podían hostigar a sus enemigos.

La segunda expedición contra la hermandad vitaliana se llevó a cabo en 1400 por los capitanes hamburgueses Albrecht Schreye y Johannes Nanne, que atacaron a los vitalianos en la desembocadura del Ems, matando a 80 y decapitando a otros 36.

Al año siguiente, Nilolaus Shoche atacó la desembocadura del Weser terminando con 73 de aquellos piratas.

La suerte seguía en contra de los vitalianos, Jungingen empezó a cambiar su actitud hostil contra sus vecinos y se reunió en Hamburgo con varios dignatarios, donde manifestó su deseo de apartarse de aquellos individuos. Entonces muchos de estos piratas se retiraron a Noruega, pero Störtebekker decidió quedarse y seguir atacando naves entre las islas de Helgoland y Neuwerk, pero sus días estaban contados.

El jefe de la escuadra hanseática, Simón de Utrecht, disponía de una de las mejores naves que habían surcado aquellas aguas hasta entonces, la Bunte Kuh, y junto a otras Carabelas de la paz, como se las llamaba a las naves contra los piratas bálticos, emprendió varias acciones contra Störtebekker y sus hombres.

En las más exitosa camufló a sus naves como embarcaciones mercantes y logró engañar al pirata, siempre muy precavido. Este a su vez atacó la escuadra por la vanguardia y la retaguardia; pero cuando se dieron cuenta de que se enfrentaban a las potentes Carabelas de la paz era ya tarde. Cayeron 70 piratas, entre ellos Störtebekker. Los otros dos compañeros del alemán lograron escapar, pero fueron capturados en la siguiente salida de la nave Bunte Kuh. Pero, como en tantos otros casos, la imagen del pirata Stöttebekker ha quedado en la cultura popular alemana como una especie de héroe regional, conservándose en los museos la copa que utilizaba para beber, un cañón de su barco, o siendo nombrado socio póstumo de algunas asociaciones y clubs alemanes.

La captura de los demás piratas vitalianos se produjo en 1433, en las aguas del Mar Báltico y Mar de Norte. En aquella ocasión fue el aristócrata frisón Edzart Zirksena quien firmó definitivamente la paz con Hamburgo, permitiendo que Simón de Utrecht saliera nuevamente con sus naves y terminara con los últimos reductos de la piratería báltica.

El capitán Sibeth Papinga y sus hombres fueron capturados y decapitados, terminando así con el problema pirata.