martes, 9 de julio de 2013

LAS MASCOTAS DE ALGUNOS FAMOSOS

Los personajes que pueblan la historia no siempre mostraron inclinaciones comunes a la hora de elegir a sus mascotas. En ocasiones depositaron su afecto en animales que no encajan con el concepto de animal de compañía.
 
 
 
Tal es el caso de Ramsés II, que tenía un león cuyo nombre ha sido traducido a veces como “El que repele al enemigo”, o, simplemente, “Invencible”. El león era para él un inestimable ayudante en las batallas. Cuentan que lo tuvo a su lado durante la famosa batalla de Kadesh contra los hititas. En los relieves que describen el combate, su león aparece junto a él cargando contra el enemigo.

 
En realidad Kadesh no fue la primera batalla en la que los egipcios se sirvieron de estos animales. Se dice que a menudo llevaban leones hambrientos metidos en jaulas, y los soltaban con la intención de provocar el caos en las filas enemigas. En las tumbas egipcias han aparecido leones momificados, lo que parece sugerir que no era un caso único tener uno por mascota.

 Las otras mascotas del faraón eran más comunes: era amante de los gatos, y parece que los importaba en grandes cantidades. Estos animales, junto con perros y monos, eran los favoritos del pueblo egipcio, que llegaban a ser momificados a su muerte y enterrados con sus amos.

Aunque el elefante, por su tamaño, no parece el más indicado como mascota, a lo largo de la historia hubo algunos que tuvieron esta consideración.
 
 
Abul-Abbas era un elefante asiático que el Emperador Carlomagno recibió como regalo de parte del califa de Baghdad, Harun al-Rashid, en el año 798. Parece ser que se trataba de un elefante albino. Era en Aquisgrán Aachen donde Carlomagno lo mantenía. Lo había alojado en la corte como huésped de honor, lo lavaba personalmente y hablaba con él. Además, fue exhibido en varias ocasiones ante la corte. Finalmente fue conducido a Augsburgo, donde pasó a residir. Se sabe que falleció en el 810, estando Abul en los cuarenta años. Su muerte pudo deberse a una pulmonía tras haber nadado en el río, pero según otra versión, un día el pobre elefante cogió una indigestión que lo llevó a la tumba. Carlomagno lloró mucho su pérdida y decretó un día de luto nacional.




 
Luis XIV también tenía como mascota un elefante africano que le regaló el rey de Portugal en 1668. Vivió en el zoo del palacio de Versalles hasta su muerte en 1681. El esqueleto se conserva en la galería de anatomía del museo del Jardín des Plantes, y hace menos de dos meses un joven irrumpió en el museo y le arrancó un colmillo valiéndose de una motosierra. Los vecinos, alertados por el ruido, avisaron a la policía. Como además habían sonado las alarmas, el ladrón de marfil, con el tobillo fracturado, fue fácilmente detenido minutos más tarde, cuando aún cargaba el colmillo al hombro. 

 
 
Luis XI era un gran amante de los animales, bien fueran perros, aves o mascotas exóticas. Adoraba a los galgos, pero sin duda su animal favorito era una leona. La única vez que lo vieron llorar fue cuando murió su mascota.





Lorenzo de Médicis tenía una jirafa, seguramente regalo del sultán de Egipto. El animal causó sensación a su llegada a Florencia. En un principio Lorenzo había decidido enviar a la jirafa a Ana de Francia, pero ya nunca pudo ser. Alojada magníficamente en unos establos especialmente construidos para ella en la villa familiar, y al abrigo de los húmedos inviernos florentinos, lamentablemente la jirafa moría poco después de su llegada: se fracturó el cuello al chocar contra las vigas de los establos.





A Catalina de Aragón le gustaban los monos, y tenía uno que le habían traído de las colonias españolas en América. La afición fue compartida por Eduardo VI y la reina Isabel. Sin embargo, los monos no solo estaban de moda por razones afectivas, sino también porque se empleaban para adiestrar perros de cara a las peleas con osos, un espectáculo que apasionaba a los Tudor. Isabel I tenía, además, una civeta.




Tycho Brahe, astrónomo del siglo XVI, tenía un alce al que dejaba en libertad durante las fiestas y del que dicen que consumía más alcohol que los humanos. Una noche el pobre animal bebió demasiada cerveza durante la cena, se cayó por las escaleras y murió.



Iván el terrible tenía dos o más osos en su Castillo, deliberadamente mal alimentados. A veces les arrojaba prisioneros para que los devoraran, o los soltaba contra inocentes transeúntes solo por divertirse. 

 


Otros personajes también tuvieron osos: el presidente Thomas Jefferson tenía dos oseznos, y el rey Ptolomeo II de Egipto amaba a un “oso blanco” que tenía en su colección particular, y siempre lo ponía al frente de todos los desfiles. Los expertos opinan que no se trataba de un oso polar, sino de un oso pardo sirio, que a menudo tiene un color muy claro y vivía en Egipto y en los países circundantes en la antigüedad.

 
Mozart tuvo durante tres años un estornino que había comprado en una pajarería. Lo quería muchísimo, y admiraba su habilidad para imitar nuevos sonidos, incluidas las propias melodías del genial músico. Cuando el estornino murió, Mozart lo lamentó como si hubiera perdido a un miembro de su familia, le organizó un funeral y compuso un epitafio para el pájaro.

En el siglo XVIII los loros se popularizaron como mascotas, de lo que dan testimonio numerosas pinturas. A la gente le divertía la capacidad del loro para memorizar conversaciones y repetirlas después, en momentos no siempre oportunos y que producían situaciones jocosas.

 


A la emperatriz Josefina le gustaban las mascotas exóticas. Su favorita era un orangután al que le permitía sentarse con ella a la mesa el plato favorito del orangután eran los nabos. Vestía al animal con una camisa de algodón blanco, y estaba amaestrado para mostrar buenos modales ante los invitados. En la Malmaison, la emperatriz Josefina vivía rodeada de canguros, avestruces, cebras, antílopes, gacelas y cisnes negros, importados de Australia para que nadaran en su lago. Enviaba a un explorador, Nicolas Baudin, en busca de plantas y animales raros por todo el mundo, sin olvidar su Martinica natal, para que adornaran los que pretendía que fueran los jardines más hermosos de Europa. Además Josefina amaba a los perros, y utilizaba a uno de ellos, llamado Fortuna, para enviar mensajes secretos a su familia mientras estuvo prisionera en Les Carnes. Cuentan que Napoleón tuvo que aceptar que el perro se acostara en su cama, porque Josefina le dijo que si Fortuna no podía dormir allí, tampoco lo haría ella.

 

El marqués de Lafayette tenía un caimán que le regalaron durante un viaje por Estados Unidos en 1825. Cuando visitó la Casa Blanca, el marqués llevaba su mascota consigo y lo alojó en una bañera. Este caimán no fue el único que residió en la Casa Blanca: el segundo de los hijos del presidente Hoover tenía dos, y vagaban libres por los terrenos de la residencia.

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