Para la mayoría de los indígenas
de México y América Latina, el siglo XIX fue particularmente difícil, ya que
debido a las luchas que se libraron por la independencia, las relaciones entre
terratenientes e indígenas que se habían creado a raíz de siglos de vida
colonial tuvieron grandes cambios.
En
la península de Yucatán, el proceso de colonización tuvo enormes consecuencias.
Pueden mencionarse la expansión territorial a costa de los indios; el
relajamiento del dominio del clero, el enfrentamiento entre los grupos
oligárquicos, con la consiguiente utilización de los indios como carne de
cañón, lo que implicó su entrenamiento militar; la ruptura de los límites a la
explotación impuestos durante el periodo colonial.
La expansión territorial fue quizá el factor que mayor inconformidad
provocó entre los indios.
La aplicación de la política agraria nacional
desencadenó una acción de rapiña sobre las propiedades de los indios, dando
lugar a una denodada lucha por la tierra entre terratenientes e indios.
La libertad de que gozaban los
indígenas que no vivían en la ciudad constituyó otra preocupación para los
grupos dominantes, que continuamente criticaban esta tendencia y solicitaban se
les “civilizara” y se evitaran sus costumbres “bárbaras y salvajes”. Por otra
parte, las Reformas Borbónicas suscitaron que los indios dejaran de pagar
tributos, y con ello se distanciaran del dominio de la Iglesia.
Este propósito de reconquista de acuerdo a las directrices de la
oligarquía mestizo-criolla, desembocó en la Guerra de Castas de Yucatán (1847).
La
resistencia indígena frenó -al menos por algunos años- los intentos, que
databan a principios de siglo, encaminados a liquidar su autonomía. Sin
embargo, la actitud de los mayas en esta guerra, no fue uniforme entre sus
diversos estratos: buena parte de aquellos que pertenecían- a las haciendas, se
hallaban sometidos a condiciones de peonaje, endeudados y en una relación de
paternalismo con el hacendado. Tendencialmente se identificaron con los
blancos, e incluso fueron utilizados por éstos como fuerza armada en su favor.
En el caso de los indios libres o habitantes de zonas menos colonizadas,
se identificaron más con los patrones de rebelión e inconformidad, en la medida
que mantenían las condiciones materiales necesarias para reproducir su
conciencia indígena y recrear su identidad.
El proceso
de sometimiento de los mayas rebeldes de oriente marchó paralelo a la
reorganización de los de la región occidental, en función de lo que fuera un
gran auge económico para las clases dominantes. Hacia finales del siglo XIX, la
élite había logrado sus objetivos en relación con los mayas: supeditarlos a sus
intereses y darles un papel subordinado, económica y culturalmente, en la
estructura de clases.
Para los mayas del siglo XIX
constituyó un periodo de lucha intensa por la defensa de sus tierras y su
identidad. En ello pusieron en juego todos los elementos con que contaban
oponiendo al invasor la riqueza de su cultura. Podría decirse que era una batalla
de antemano perdida entre los hombres del maíz y los descendientes y aliados de
los conquistadores, que trataron de realizar lo que podríamos llamar la segunda
conquista: la de los liberales. Sólo la riqueza de su identidad y la
profundidad de sus mitos, permitieron que los mayas resistieran a la gran ola
“civilizadora”.
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