La palabra ANACORETA procede del latín medieval,
y éste del término griego, que significa 'retirarse'. La definición del término
puede tener varios matices, si bien interrelacionados: el de aquél que vive
aislado de la comunidad o también para referirse a quienes rehúsan los bienes
materiales, y el de alguien que se retira a un lugar solitario para entregarse
a la oración y a la penitencia.
Los anacoretas conocidos ya en tiempo de
los judíos comenzaron a extenderse desde los principios del cristianismo y se
multiplicaron durante los siglos II y III a causa de las persecuciones, refugiándose gran número
de ellos en la Tebaida, Egipto. Pensaban que apartándose de la
sociedad humana, obedecían además el mandato cristiano de «no ser parte del mundo».
El anacoretismo es un tipo de
vida que surge como consecuencia de una corriente espiritual de la iglesia de
Cristo a inicios del siglo IV: la espiritualidad monástica. Esta corriente
espiritual buscaba la limpieza de corazón la cual la conseguían mediante el desprendimiento
de todo lo creado apartamiento del mundo y la práctica de la caridad. La
limpieza de corazón era el requisito para la posesión del Reino de Dios, que en
este mundo se obtiene por la contemplación divina y cristalizada en una forma
de vida que se denomina vida contemplativa.
La primera manifestación de
importancia de la vida anacoreta se dio en Egipto en torno a San Antonio Abad,
quien congregó a su alrededor un gran número de discípulos que poblaron
desiertos como los de Nitria y Scete. Su modo de vivir se caracterizaba sobre
todo por la soledad y el silencio. Habitaban cuevas o cabañas, bien aislados o
bien en grupos de dos o tres, dedicados plenamente a la oración, la penitencia
y el trabajo manual. Una vez por semana, el domingo, los solitarios acudían a
la iglesia en común para asistir a los oficios divinos y escuchar los consejos
de los presbíteros.
Se tiene noticias entre otros
anacoretas de los santos Pablo,
primer ermitaño, Antonio Abad, San Onofre, Pacomio, Simeón,
etc.
En los siglos XIX y XX, Carlos de Foucauld constituye un ejemplo singular.
Después de su conversión, rehusó conservar su gran fortuna, aunque no pareció
tener intención de vivir aislado de la comunidad. Sin embargo, su deseo de
servir a "los últimos" lo llevó al Sahara argelino, donde ejercitó largamente
la oración y a la contemplación. Sin dudas,
Foucauld constituye un ejemplo del retorno a la espiritualidad del desierto en
la era contemporánea.
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