-Como no
saben nada de mí, les voy a contar la aventura de mi vida; mejor dicho: la más
grande aventura de mi vida.
Viajábamos
en un buque carguero de 82 metros de eslora; e íbamos echados en unos
depósitos, una especie de urnas llenas de agua, como tanques inmensos de 20 y
hasta 40 pies, creo que les dan el nombre de contenedores.
Por la
información que teníamos a la vista, sabíamos que íbamos destinados a unos
acuarios y delfinarios de importantes ciudades mexicanas y americanas.
Pero... No
íbamos de turismo; estábamos como secuestrados. Éramos presa de algún
empresario sin escrúpulos que estaba arrebatándonos la vida para hacer sus
negocios...
A mí, me
cazaron en el golfo de California, mi agua natal, junto a otros muchos
peces. Estando a punto de cumplir los 9
años.
En el
buque éste, viajábamos cientos de seres vivientes del mar de diversos
aspectos, especies, tamaños... Genuina y
tremenda diversidad.
Siempre me gustó viajar yendo
detrás de los barcos. Para mí eran como la imagen, el símbolo, de la libertad: la libertad de poder cruzar
mares y océanos, de poder conocer el mundo entero. Lo que nunca pensé es que un día, este día me
encontraría prisionero, privado de mi libertad, en uno de ellos.
Una
mañana, que me desperté “filósofo”, me puse a pensar sobre mi realidad, sobre
los 4 puntos cardinales de mí ser delfín. Me dije:
-Como
todo en el mundo... mi ser “Ocupa” un espacio geográfico... Como todo espacio
geográfico tiene unas “Latitudes” que lo sitúan dentro de la realidad, en el
mundo donde está: un Norte, un Sur, un Este y un Oeste...
Al Sur está
mi propia realidad, estoy “Yo”. Con todo el peso de mi concreta y primera verdad: soy un
cuerpo-continente que encierra todo un conjunto de cosas: mis cualidades, todo
mi aspecto más bueno, como también mis defectos y lo peor de mí: Mis sueños,
mis ilusiones y mis esperanzas; mis cansancios, mis desánimos y mis
derrotismos; mis energías vitales, mis capacidades, mis valores; mis carencias, mis necesidades, mis vacíos;
mis mejores proyectos, mis ganas incesantes de trabajar por mejorarme
y colaborar en la mejora de todo lo que
me rodea..., junto a mis desganas, a la mi tentación de “pasar de todo” y
desinteresarme de cualquier asunto que pueda hacerme cambiar o comprometerme...
Al Norte
está ese inagotable Ser Superior que... inapelablemente yo siento, sé de su
realidad y su presencia en mi vida... Pero, desde mi libertad, puedo percibirlo
y aceptarlo..., o puedo decirle que no, que no le necesito.
Es
probable que, quizá aún viviendo esta realidad que no quiero aceptar, que me da
miedo pensar a dónde me lleva... yo le diga que sí; porque, evidentemente, me
vitaliza, me gusta, me entusiasma, me apasiona, me empuja a ser más quien
soy... Lo quiero presente en mi vida. Pero, también, desde luego, puedo
rechazarlo y negarme a su Realidad; porque sé que, tantas veces, me dice...
todo eso que no quiero escuchar, porque me haría avanzar... pero también me
obligará a optar y eso..., a veces, lo
temo...
Al Este y
al Oeste, a mi diestra o derecha y a mi izquierda o siniestra, a un lado y al
otro..., están los otros tantos seres
vivos del mar con quienes me relaciono, en todo momento, situación y
circunstancia...; también en esta que padezco...
De igual modo,
puedo negar esta realidad, pero es lo mismo: seguirán estando
acompañándome, contigua o lejanamente, más o menos cerca, pero siempre a mis lados...
En una de
mis latitudes, van quienes me ayudan, quienes me animan y apoyan a avanzar, a buscar futuros,
a arriesgar, a lanzarme a vivir más, a atreverme a ser más auténtico. Porque
están ahí como ángeles, llenándome de entusiasmo para llevar a cabo todo eso
para lo que, si quiero, podré. Son seres siempre ¡positivos!. Son la alegría de
mis días, mi mejor compañía...
Al otro
lado están quienes me dificultan, mí avanzar por la vida, quienes me desaniman,
quienes me ahogan, quienes me matan toda ilusión y las ganas de ser quien de
verdad soy y puedo llegar a ser en plenitud. Son los “aguafiestas” de mi
historia personal. Unas veces me atan, me amarran, otras me cargan de pesadas
rémoras que no sirven para nada, sólo estorban... Son quienes me molestan en
todo momento; yo lo sé, pero es que, inevitablemente, siempre están ahí...
Pero no he de mirar a quienes les
quitan energía, sino a quienes les aportan cosas positivas que me ayudan a
mejorar...
Una
mañana, que me desperté “Filósofo”, me puse a pensar sobre mi realidad, sobre
los 4 puntos cardinales de mi ser delfín. Me dije:
-Como
todo en el mundo... mi ser “Ocupa” un espacio geográfico... Como todo espacio geográfico
tiene unas “Latitudes” que lo sitúan dentro de la realidad, en el mundo donde
está: un Norte, un Sur, un Este y un Oeste...
Al Sur
está mi propia realidad, estoy “Yo”. Con todo el peso de mi concreta y primera verdad: soy un
cuerpo-continente que encierra todo un conjunto de cosas: mis cualidades, todo
mi aspecto más bueno, como también mis defectos y lo peor de mí: mis sueños,
mis ilusiones y mis esperanzas; mis cansancios, mis desánimos y mis
derrotismos; mis energías vitales, mis capacidades, mis valores; mis carencias, mis necesidades, mis vacíos;
mis mejores proyectos, mis ganas incesantes de trabajar por mejorarme
y colaborar en la mejora de todo lo que
me rodea..., junto a mis desganas, a la mi tentación de “Pasar de todo” y
desinteresarme de cualquier asunto que pueda hacerme cambiar o comprometerme...
Al Norte
está ese inagotable Ser Superior que... inapelablemente yo siento, sé de su
realidad y su presencia en mi vida... Pero, desde mi libertad, puedo percibirlo
y aceptarlo..., o puedo decirle que no, que no le necesito.
Es
probable que, quizá aún viviendo esta realidad que no quiero aceptar, que me da
miedo pensar a dónde me lleva..., yo le diga que sí; porque, evidentemente, me
vitaliza, me gusta, me entusiasma, me apasiona, me empuja a ser más quien
soy... Lo quiero presente en mi vida. Pero, también, desde luego, puedo
rechazarlo y negarme a su Realidad; porque sé que, tantas veces, me dice...
todo eso que no quiero escuchar, porque me haría avanzar... pero también me
obligará a optar y eso..., a veces, lo
temo...
Al Este y
al Oeste, a mi diestra o derecha y a mi izquierda o siniestra, a un lado y al
otro..., están las otros tantos seres
vivos del mar con quienes me relaciono, en todo momento, situación y
circunstancia...; también en esta que padezco...
De igual modo,
puedo negar esta realidad, pero es lo mismo: seguirán estando
acompañándome, contigua o lejanamente, más o menos cerca, pero siempre a mis lados...
En una de
mis latitudes, van quienes me ayudan, quienes me animan y apoyan a avanzar, a buscar futuros,
a arriesgar, a lanzarme a vivir más, a atreverme a ser más auténtico. Porque
están ahí como ángeles, llenándome de entusiasmo para llevar a cabo todo eso
para lo que, si quiero, podré. Son seres siempre ¡positivos! Son la alegría de
mis días, mi mejor compañía...
Al otro
lado están quienes me dificultan mí avanzar por la vida, quienes me desaniman,
quienes me ahogan, quienes me matan toda ilusión y las ganas de ser quien de
verdad soy y puedo llegar a ser en plenitud. Son los “aguafiestas” de mi
historia personal. Unas veces me atan, me amarran, otras me cargan de pesadas
rémoras que no sirven para nada, sólo estorban... Son quienes me molestan en
todo momento; yo lo sé, pero es que, inevitablemente, siempre están ahí...
Pero no he de mirar a quienes les
quitan energía, sino a quienes les aportan cosas positivas que me ayudan a
mejorar...
Pero,
sobre todo, tuve la oportunidad de escuchar a algunos sabios peces como el León
Marino, el tan analista Pulpo y también
la maternal Cigala y de observar el comportamiento de otros más callados pero,
así mismo, geniales maestros de la vida como la Tortuga, el Boquerón y la
Sardina, o el Pez Mariposa.
Por
ejemplo, me pareció increíble la fuerza y valentía del León Marino, aquella
mañana que todas y todos andábamos tan aleta-caídos.
El ambiente en los tanques-pecera
era muy triste. Y el caso es que la tristeza se contagia. Y la tristeza se
transforma en miedo. Y el miedo lleva a la desesperanza. Y la desesperanza es
la puerta que lleva a perder las ganas de vivir. Y sin ilusión por la vida...
ya sólo queda la extinción, la muerte.
Un lloro
colectivo nos hacía vivir una extraña solidaridad en los aquellos habitáculos
de agua salada.
Y fue entonces cuando, superando
todo obstáculo, gritó desde el contenedor dónde estaba, con voz ronca y severa,
el León Marino:
- “Por
favor, no nos rindamos. No podemos perder las esperanzas. Si queremos ser
libres, pensemos en libertad, soñemos en libertad, centrémonos en desearla,
todas y todos juntos... ¡atrevámonos a sentir el gozo de ser libres...! Lo peor
que puede pasarnos es que nunca lo logremos, pero al menos no estaremos todo el
tiempo sufriendo la desdicha que nos ha tocado. Pero es que, además ¿Por qué no
vamos a superar esta situación? ¿Acaso no hemos pasado todas y todos por
situaciones difíciles en nuestras vidas?”
Hubo un
silencio abismal. No fue mucho tiempo, pero sentimos como el eco de aquella voz
ronca entraba en nuestros sesos...
El silencio
lo rompió el Pez Martillo una criatura que para mí no me había resultado nada
grata hasta ese momento; pues, por su misma presencia, me daba miedo, pensando
que le gustaría machacar a todo animal viviente..., se manifestó así: “Mejor
que llorar, concentrémonos en desear nuestro bienestar, en imaginarnos que
volvemos a ser lo que éramos...”
Poco a
poco, fuimos cambiando el sentir, y las lágrimas fueron transformándose en
caras sonrientes, y el temor en ganas de vivir, en esperanza...
Y ¿por
qué no? llegué a pensar yo, en ese momento.
El Pez
Martillo seguía arengándonos:
- “Unamos
nuestras aletas pectorales con las de quienes están a nuestros lados..., pero,
sobre todo, unámonos con nuestras mentes, pensemos, todas y todos, en lo que
deseamos... ¡queremos vivir dignamente, en libertad!.
Volvió a
escucharse al León Marino:
-“Creámonoslo.
Que si lo queremos, si lo deseamos profundamente, con todas nuestras branquias,
con todas nuestras aletas bien alineadas, lo podremos. La libertad no es
nuestra aún, pero puede serlo. Hemos de conquistarla, día a día, marea a marea,
momento a momento. Así es como nos
iremos haciendo dignos y dueños de ella... Por favor, creámonoslo”.
Y acabó la Corvina, siempre con
su claridad de pensamiento:
Ahora los
mis sueños casi olvidados, las ilusiones de mis anteriores años de vida,
volvían a presentarse vivos aquí en mi mente...
¿Qué es
lo que yo quiero hacer con mi vida? volví, desde lo más hondo de mí, a
preguntarme.
Podré
dejarme llevar, aún siendo libre, como cuando estaba en el tanque-pecera... o
plantearme un objetivo y unas metas... e ir por ellas...
Ahora estaba libre. Pero, a su
vez, esta situación imprevista me empujaba a tomar opciones... Y yo no sabía
que hacer, ni qué dirección-camino o latitud tomar. Estaba rodeado de cientos,
quizá de miles de peces... de tan diferentes razas, formas, colores... Pero
¿con quién identificarme? O quizá... la cuestión era que yo no tenía porqué
identificarme con nadie; simplemente ser... ¡eso, ser yo mismo!
La
importante es el futuro, no el pasado. Incluso, en todo caso, aún es más
importante el momento presente. Es lo que tengo...
Aproveché
para intercambiar ideas, opiniones, criterios con otros tantos peces que
estaban ahí como yo, también con nuevas especies que estaba ahora identificando
en medio de estas aguas oceánicas...
Haciéndome
consciente, podría estar aprendiendo cosas para la vida...
En estas
últimas semanas, con esta experiencia en cautividad, algunas y algunos peces me
habían dejado muchas huellas... Incluso me estaba dando cuenta de que yo ahora
era como mejor... y más consciente.
En este
viaje en barco he sufrido, hasta he tenido miedo, pero también he aprendido
muchas cosas. Una cosa muy curiosa que he sabido es que, mientras, en el mar,
nosotros, medimos el tiempo por las mareas, en tierra, los humanos lo miden
mirando al sol...
Cuando lo
escuche, la idea me hizo pensar mucho, y
la imaginación me hizo una jugada increíble: soñé que yo era un ser humano...
El caso es que, desde ese día, a la hora del atardecer, muchas veces, me habían
dado ganas de ir a algún lugar donde ver como el sol se esconde en el horizonte,
a la vez que cambia de color cambia él y cambia todo lo que está a su
alcance... Era otra cosa que ahora podría experimentar...
Así que, cuando empezó a
atardecer... Delfus aleteó y chapoteó varias veces. Una colonia de patos
surcaba el cielo que estaba cambiando de color... Se sentía feliz... Otros
peces le miraban, en complicidad y complacencia...
-¡Qué bonita
es la vida en libertad! gritó.
En medio
del océano, ahí por dónde habían sido liberados, pero como desorientados y
perdidos, estuvieron durante varias mareas, también algunos atardeceres...
Seguían conversando, diciendo cosas, compartiendo experiencias y los nuevos
planteamientos... Quien más y quien menos, se encontraba como nuestro Delfín
fuera de su ambiente.
Con la
actitud de buscar ser mejor, de conocer todo lo bueno que le fuese posible para
intentar hacerlo suyo, Delfus fue encontrando muchas cualidades que le
gustaban...
Hasta
esperar el nuevo día, bajaba a la profundidad a cada rato y se ponía a meditar,
así, sobre las vivencias compartidas:
-De la Sardina, me gustó su lealtad a su raza; aún sabiendo
que su destino era morir joven, no huía, no vivía escondida por miedo a ser
devorada por un pez mayor, sino que gozaba de vivir libre su momento
presente... sintiéndose agradecida a la vida, disfrutando del placer de sentir
acariciado su esbelto cuerpo por el agua...
Del
plateado Boquerón, tan frágil y con un cuerpo tan pequeño y con tan poco
peso, escuché una de las frases más
bonitas que he oído en mi vida: “Estamos dónde estamos, si hay que vivir se
vive, si hay que morir se muere, pero siembre con alegría; que con buen humor
se llega más dignamente”.
Del
pequeño Camarón aprendí que en la vida hay que “Estar despierto”, que si no... Las
corrientes de agua le podían arrastrar, a cualquier parte, sin quererlo...
Escuchando
al Bonito, comprendí que el valor de los seres vivos no está en tener un cuerpo
esbelto o unos bonitos ojos brillantes, sino en cómo afrontar la realidad de
vivir cotidianamente dando color y sabor a las relaciones, siendo útil a los
demás. Me encantó su planteamiento de vida: “Encontrar felicidad en el servicio
a los demás”.
Lo que, a
su modo, tan espontáneamente, subrayara una Anchoa: “eso, eso, se trata ¡de dar
sabor!
Es
realmente bonito... Sí, ¡eso es lo que
yo quiero para mí!
No tan
grato me resultó conocer al Pez Cirujano, así él se quedó en lucir sus bellos
colores de acatúrido, pero me demostró una tremenda dureza de corazón y, por lo
que me contó, era muy capaz de producir dolorosas heridas a quién él
considerase... ¡Qué pena ser así, ir por la vida haciendo sufrir a otros seres!
Ni
tampoco me agradó nada el Pez Piedra, siempre tan falso y engañoso... Con esa
manera ventajera de estar en la vida...
Y no me
ha gustado, en absoluto la Medusa, un ser tirano, celoso y altanero. Demasiado
“chismosa” y charlatana. Mejor olvidarla.
Desordenado,
indeciso y terco, me pareció el Besugo. Siendo así, se le escaparán muchas
oportunidades en la vida. Siempre en plan “pasota”, indiferente a la realidad
que le rodeaba; pensando más en lo que no era..., en que lo posible siempre es
imposible...
Pero ahí
volví a darme cuenta de algo clave: ¿para qué perder tiempo pensando en lo que
no me gusta? ¿No es mejor pensar en positivo, mirar lo que pueden aportarte las
ricas experiencias...? Mejor me fijo en lo bueno que he encontrado...
Así seguí intentando aprehender
lo bueno que había conocido...:
La
genialidad negociadora del Caballito de mar, ¡qué buena cosa es!
La
claridad de pensamiento de la Corvina, la reina de los mares, tan persuasiva y
tan valiosa para su grupo.
Y
pensando en el grupo, ¡qué habilidad la del Jurel, para armonizar las
relaciones, con su actitud de cercanía y
de respeto hacia las características y peculiaridades de los demás!, ¡cómo me
gustaría conseguir ser yo así de solidario, constructivo, próximo!
Qué buena
es también la Estrella de Mar, dispuesta a compartirlo todo, a ofrecer el don
de la Amistad, tan desinteresadamente...
Del Pez
Limón, tan luchador, tan decidido a buscar lo que quiere, a la vez que tan
capacitado para el cambio cuando es necesario. Me ha encantado su manera de
actuar, siempre cumplidor, con voluntad y determinación para hacer las cosas lo
mejor posible. Creo que es mucho lo que
tengo que aprehender de él.
De la
Morena me ha encantado su fidelidad a sus principios, su honestidad, su afán por
actuar siempre con base en verdad y justicia. Nunca le voy a olvidar, porque he
comprendido bien que la honestidad tiñe la vida de confianza, de sinceridad, de
verdad.
Y junto a
este valor ¡qué cosa tan importante la Integridad, que tanto
me ha gustado del Lenguado. Es verdad, es muy importante ser lo que
decimos que somos. Me gusta.
Sin dejar
de valorar la espontaneidad del Calamar. Tan estratega, tan buen
comunicador hasta persuasivo y con esa
capacidad de contagiar entusiasmo.
El
ejemplo callado de la Tortuga, sin prisas..., esperando con paciencia lo que
haya de ser. ¡Es que la paciencia... también es importante!
Impresionante
lo que he podido entender del mensaje del Mero. ¡Qué calidad!. ¡Qué capacidad
para liderar, para convencer y conmover a la vez, para actuar siempre que es
necesario, con firmeza y con cariño...!
Del
Esturión quiero aprender a tener claras mis metas, a saber invertir lo mejor de
mí mismo para lograr mis objetivos. Sé que eso me hará ser grande como él.
Paralelamente, también me ha
encantado el dinamismo innovador del Pez Mariposa, con esa conducta alegre,
dando colorido a dónde quiera que va...
Y, desde
luego, el buen humor del Pez Payaso. Rebosante de actividad, de simpatía,
facilitando siempre la convivencia. Sí, con buen humor se sabe hacer mejor
frente a la vida. Si consigo hacer mío algo de este pez, creo que seré una
gozada para mis amigos.
Ah,
también me ha cautivado la calidad del Atún. Tan responsable, siempre dispuesto
y capaz de cumplir con sus compromisos, asumiendo las consecuencias. Así genera
confianza, algo tan importante para conseguir estabilidad en nuestras
relaciones. ¡Tengo que parecerme a él!
Y, por
fin, creo que nunca voy a olvidar la lección del Salmón, su lealtad. Muy capaz
de adaptarse a las circunstancias; pero, ante todo, impertérrito hasta hacer, a
cabalidad, aquello con lo que se compromete, hasta cumplir su misión; aún con
mil dificultades. Comprometido hasta su espina por defender aquello en lo que
cree y en quienes cree. Es,
siempre, un buen amigo.
Sí. Es
como si hubiese estado haciendo un “máster” de aprehender a ser, a ser yo
mismo, pero creciendo a mejor...
Y, pensando sobre estas
experiencias tan enriquecedoras, me quedé dormido.
Amaneció
otro día. Era gris como de otoño, me asomé a la superficie y vi que llovía
sobre el mar.
-Tenía
aún mucho que pensar... eran tantas las experiencias vividas en tan poco
espacio de tiempo..., que necesitaba pararme y meditar... Y hacerme plenamente
consciente de lo que estaba sucediendo...
Por un
momento, pensativo, me quedé, hasta tal punto, concentrado en las ideas que
rondaban mi cabeza... que no me daba cuenta de lo que pasaba a mi alrededor.
Pero
¡ay!, de pronto, un grito, detrás de mí, me hizo salir de mi ensimismamiento:
-¡Desperdiguémonos!, ¡estamos en
peligro!, ¡vienen seis tiburones a estribor!
-¿Estribor?
¿pero si ya no estamos embarcados?, ¿qué han querido decir?. Bueno, mejor me
espabilo... y escapo de ésta.
Así fue
como me encontré nadando lo más rápido que podía; con mis aletas desentrenadas,
pero con la suficiente lucidez como para saber que no era momento para seguir
con mis reflexiones...
En estos
momentos, de lo que se trataba era de escapar, de salvar la piel.
Después
de nadar un buen espacio de tiempo que ni sabría como medir, de hacerlo de un
lado para otro, me encontré con una Merluza de un precioso color gris plateado.
Le pregunté:
-Oye, me puedes decir, por favor, ¿dónde
estamos?-
-Estamos en aguas oceánicas... Yo le llamo el océano frío...-
-Ah, vale-
-Bueno,
en realidad... lo más importante es que estoy vivo y ¡soy libre!
Claro que (como me dijo la
Langosta, recién caímos al océano), “sólo es libre de verdad quien sabe a dónde
va”.
En ese
momento, me puse a recordar y meditar cuantas cosas había ido escuchando de
unas y otras criaturas marinas...
Tenía en
mi subglobosa y prolongada cabeza tantas ideas... que necesitaba poner orden en
ellas. Quizá, si lo hiciera...
Tenía que profundizar, mirar mi
energía y realidad interior. De pronto me vino a la mente una pregunta que no
supe responderme ¿Quién soy yo?
Era algo
que quizá con tanto ir y venir..., pues nunca me había parado a meditar.
¿Quién, por qué, para qué...?
Y,
también, tenía que pensar serenamente ¿qué es lo que yo quiero en mi vida?,
¿qué me va da dar sentido para el resto de mi navegar?
Bajando a lo más profundo... me
encontré con el “Templo del Mar”. Yo había oído hablar de ese lugar, pero no
tenía ni idea, ni de donde quedaba, ni
de qué se trataba.
Aquel templo submarino tenía
como cuatro vidrieras. En ellas, aparecían cuatro fórmulas para la vida.
Yo las leí... despacio,
memorizándolas. Lo que ponía en ellas era:
BUSCA: la
verdad, el amor, la paz, la comprensión, la cordialidad.
CULTIVA: la
bondad, la amistad, la sabiduría, el servicio, las buenas maneras, el carácter.
APRECIA: la
honradez, la justicia, el valor, el honor, la alegría.
DEFIENDE: la familia del corazón, los
cercanos que lo merecen, los débiles e indefensos.
Comprendí
que da igual ser Besugo que Corvina, Jurel o Róbalo. Chema, Bacalao o Bonito,
Mojarra, Salmón o Lenguado, Ballena o Boquerón... Supe que todos somos hijos
del mismo Agua que nos ha dado la vida y nos quiere a todas y todos felices. Y
que, si todos los seres del mar tenemos metas en común, ¿por qué no ayudarnos?
Ayudarnos ¡siempre!.
Y
también, pensando en mí mismo, intentando contestarme las preguntas por las que
bajé a las profundidades del océano...
Salí a la superficie a respirar
ampliamente.
Ahora,
respecto a lo que le pedía a la vida, tres eran las cosas que tenía claras:
-Volver al Océano Pacífico-
-Conseguir tener un grupo de amigos con el
que compartirlo todo, una vida digna de delfín, vamos-
-Encontrar a mi alma gemela-
-Me lo
repetía una y otra vez, como queriendo memorizarlo para siempre, mientras
miraba aquel atardecer, y una vez más estuve pensando que yo quería hacer en la
vida algo diferente... algo más importante. Recordé lo que me había dicho la
Tortuga el día que le conté mis preocupaciones: “Necesitas aprender a amarte
mucho a ti mismo... para, desde ti, poder aprender a amar a la otra parte del
mundo, la que queda fuera de Tí...”
Bien, me parecía que todo era compatible
y hasta complementario: amarme y valorarme, compartir la vida, amar a una joven
delfina que sea mi complemento...
Sí. Ya me parecía que hasta
sentía a mi alma gemela, adivinaba que la iba a encontrar. Con ella jugaría,
uniríamos nuestros hocicos y entrelazaríamos nuestras aletas.
Al llegar
el amanecer pensé:
Yo voy...
junto a ti. Ahora me siento el ser más feliz del planeta: Estoy yendo... hacia ese mar, en que sé que hallaré a la
delfina de mis sueños, mi alma gemela.
Tú, mi
alma gemela, que me comprendes y yo te entiendo, porque sabemos comunicarnos...
aún sin hablarnos, aún sin mirarnos, aún sin tocarnos...
Nos
amamos. No impedimos, ni siquiera limitamos que, cada uno, sea como es y siga
su curso... Como las olas del mar. Cada una diferente, yendo y volviendo a
venir, coordinadas, armónicamente... Todas, cada una, es ella misma... Compenetradas
hacen que el mar esté manifestando la armonía total de la Creación. Junto a ti,
siendo quienes, en verdad, somos. Nadando, siempre hacia nuestra felicidad: es
junto a ti, mi alma gemela, como sé que avanzaré de verdad, que voy a lograr alcanzar la Meta que
busco...
Y...
antes del ocaso, estuve queriendo reencontrarme con mis rincones más queridos y
con algunas cabezas conocidas, mirando de un lado a otro, disfrutando ¡como un
delfín en el agua!
De
pronto, repentinamente, mi mirada se quedó fija, yo absorto... Era tan
hermosa...
Tenía
algo especial, muy especial... Y mirándola detenidamente, descubrí qué era eso
tan especial...
-Perdona que te haya mirado así... pero es
que eres el ser más lindo que en mi vida vi...
-Nada más verte...
-Bueno, yo también pienso que tú... puedes
ser ese ser especial que yo andaba esperando encontrar algún día...
Se
miraron mutuamente, sin decir palabra.
Luego, ambos, sintieron ese TE QUIERO que no necesitó ni abrir sus
picudos hocicos.
Era
evidente que, ni él ni ella, nunca
habían sentido algo así.
Por fin,
Delfus, dijo: -Quizá pienses... Yo TE
AMO-
Sus corazones dieron, al unísono,
un vuelco; como lo hace toda el agua que va como amarrada en una misma ola. Un
vuelco total: ¡era maravilloso!
-¿Quieres venir conmigo?
-¿A...?
-A luchar por la aventura de la vida.
-Claro. Me sentiría tan dichosa de que hiciésemos esos recorridos juntos...
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