martes, 25 de junio de 2013

JOSÉ STALIN


Iosif o Jossif Vissariónovich Dzhugashvili Dictador soviético nació en Gori, Georgia en 1879 y murió en Moscú, 1953. Era hijo de un zapatero pobre y alcohólico de la región caucásica de Georgia, sometida a la Rusia de los zares. Quedó huérfano muy temprano y estudió en un seminario eclesiástico, de donde fue expulsado por sus ideas revolucionarias, 1899. Entonces se unió a la lucha clandestina de los socialistas rusos contra el régimen zarista. Cuando en 1903 se escindió el Partido Socialdemócrata, siguió a la facción bolchevique que encabezaba Lenin.
Fue un militante activo y perseguido hasta el triunfo de la Revolución bolchevique de 1917, época de la que procede su sobrenombre de Stalin «Hombre de acero». La lealtad a Lenin y la falta de ideas propias le permitieron ascender en la burocracia del partido, rebautizado como Partido Comunista, hasta llegar a secretario general en 1922.
Stalin comprendió entonces una pugna con Trotski por la sucesión de Lenin que, ya muy enfermo, moriría en 1924. Aunque el líder de la Revolución había indicado su preferencia por Trotski, pues consideraba a Stalin «Demasiado cruel» Stalin maniobró aprovechando su control sobre la información y sobre el aparato del Partido, aliándose con Zinoviev y Kamenev hasta imponerse a Trotski. La lucha por el poder se disfrazó de argumentos ideológicos, defendiendo cada bando una estrategia para consolidar el régimen comunista: la construcción del socialismo en un solo país, Stalin contra la revolución permanente a escala mundial de Trotski.
Para Stalin lo esencial era la ambición de poder, pues una vez que eliminó a Trotski, al que mandó al exilio en 1929 y luego hizo asesinar en 1940, se desembarazó también del ala «Izquierda» del partido Zinoviev y Kamenev, ejecutados en 1936 y del ala «Derecha» Bujarin y Rikov, ejecutados en 1938 e instauró una sangrienta dictadura personal, apropiándose de las ideas políticas que habían sostenido sus rivales.
Stalin gobernó la Unión Soviética de forma tiránica desde los años treinta hasta su muerte, implantando el régimen más totalitario que haya existido jamás; pero también hay que atribuirle a él la realización del proyecto socioeconómico comunista en Rusia, la extensión de su modelo a otros países vecinos y la conversión de la URSS en una gran potencia.
Radicalizando las tendencias autoritarias presentes entre los bolcheviques desde la Revolución, acabó de eliminar del proyecto marxista-leninista todo rastro de ideas democráticas o emancipadoras: anuló todas las libertades, negó el más mínimo pluralismo y aterrorizó a la población instaurando un régimen policial. Dispuesto a eliminar no sólo a los discrepantes o sospechosos, sino a todo aquel que pudiera poseer algún prestigio o influencia propia, lanzó sucesivas purgas contra sus compañeros comunistas, que diezmaron el partido, eliminando a la plana mayor de la Revolución.
Con la misma violencia impuso la colectivización forzosa de la agricultura, hizo exterminar o trasladar a pueblos enteros como castigo o para solucionar problemas de minorías nacionales, y sometió todo el sistema productivo a la estricta disciplina de una planificación central obligatoria. Con inmensas pérdidas humanas consiguió, sin embargo, un crecimiento económico espectacular, mediante los planes quinquenales: en ellos se daba prioridad a una industrialización acelerada, basada en el desarrollo de los sectores energéticos y la industria pesada, a costa de sacrificar el bienestar de la población, sometida a durísimas condiciones de trabajo y a grandes privaciones en materia de consumo.
La represión impedía que se expresara el malestar de la población, apenas compensada con la mejora de los servicios estatales de transporte, sanidad y educación. A este precio consiguió Stalin convertir a la Unión Soviética en una gran potencia, capaz de ganar la Segunda Guerra Mundial, 1939-45 y de compartir la hegemonía con los Estados Unidos en el orden bipolar posterior.
Stalin fue un político ambicioso y realista, movido por consideraciones de poder y no por ideales revolucionarios. Este maquiavelismo fue más palpable en su política exterior, donde la causa del socialismo quedó sistemáticamente postergada a los intereses nacionales de Rusia, convirtiendo a los partidos comunistas extranjeros en meros instrumentos de la política exterior soviética.
No tuvo reparos en firmar un pacto de no agresión con la Alemania nazi para asegurarse la tranquilidad en sus fronteras, el reparto de Polonia y la anexión de Estonia, Letonia y Lituania. Pacto Germano-Soviético de 1939. A pesar de todo, Hitler invadió la URSS, arrastrando a Stalin a la guerra en 1941. Stalin movilizó eficazmente las energías del país apelando a sus sentimientos nacionalistas proclamó la Gran Guerra Patriótica: organizó la evacuación de la industria de las regiones occidentales hacia los Urales, adoptando una estrategia de «Tierra quemada». Con ayuda del clima, de las grandes distancias y de la lucha guerrillera de los partisanos, debilitó a los alemanes hasta recuperarse y pasar a la contraofensiva a partir de la batalla de Stalingrado 1942-43. Después el avance ruso fue arrollador hasta llegar más allá de Berlín.
Reforzado por la victoria, Stalin negoció con los aliados Estados Unidos y Gran Bretaña el orden internacional de la posguerra. Conferencias de Yalta y Postdam, 1945, obteniendo el reconocimiento de la URSS como gran potencia, con derecho de veto en la ONU, por ejemplo. Los aliados tuvieron que aceptar la influencia soviética en Europa central y occidental, donde Stalin estableció un cordón de «Repúblicas populares» satélites de la URSS.
Stalin mantuvo la inercia de la guerra, retrasando la desmovilización de su ejército hasta el momento en que pudo disponer de armas atómicas en 1953 y fomentando la extensión del comunismo a países en los que existieran movimientos revolucionarios autóctonos como: Grecia, Turquía, China, Corea… etc. La resistencia norteamericana a sus planes dio lugar a la «Guerra fría», clima de tensión bipolar a escala mundial entre un bloque comunista y un bloque occidental capitalista, que perduraría hasta la desaparición de la URSS.

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