En un caserón ruinoso. De Sayula en el lugar, vive
Apolonio Aguilar. Trapero de profesión.
Hace tiempo que padece, hambre voraz y canina. Y
por eso está que trina, contra su suerte fatal…
No es borracho, ni juega. Solo comer es su vicio, pero
anda mal del oficio. Ni para comer le da.
Cuatro tablas, dos petates, un bacín roto de barro;
Cuatro cazuelas y un jarro, son de su casa el total.
Su mujer y sus hijuelos, macilentos y hambreados.
Con semblantes extraviados, piden pan con triste voz…
Pan allí, ni por asomo; Hambre sí, disgustos mil.
En aquel chiribitil, A pasto y a discreción.
Llanto solo de miseria, que goteando noche y día Apagó
dejando frías, las cenizas del hogar.
Por eso el trapero esconde, entre sus manos la
cara; Maldiciendo la suerte avara, que le causa aquel dolor.
Perra suerte aborrecida. Ya es tiempo de que te
alejes, que a mi pobre casa dejes… Dice lamentándose Aguilar.
Después del rato agobiante. De lamentos sin parar, transformo
se, su semblante. Había encontrado una solución.
Y fijando en su mujer, su penetrante mirada. Con
voz grave y levantada, de esta manera le habló:
“Es preciso que ya cese, esta situación terrible;
Vivir así no es posible, harto estoy de padecer.
Me ocurre feliz idea, Que desde luego te explico;
Esta noche me hago rico, o me muero en la intención.
Escucha y no me repliques. Mi suerte está decidida,
el porvenir de mi vida, depende de esta ocasión.
Tú sabes que en esta tierra, entre la gente de seso. Se cuenta cierto suceso, que ha causado
sensación.
Se dice, pues, que de noche, al sonar las doce en
punto. Sale a penar un difunto, por las puertas del Panteón.
Que las gentes que lo ven, huyen a carrera abierta.
Y todos cierran la puerta, encomendándose a Dios.
Que por fin un valentón, se encaró ya con el
muerto; Mas de terror quedó yerto, patitieso y sin hablar.
Esto lo aseguran todos. Y hasta mi compadre José, me
ha jurado por su fe. Que también al muerto vio.
Me asegura que el difunto, tiene dinero enterrado.
Y busca algún animado, con quien poderse arreglar.
Pues bien, yo me siento con bríos, para hablarle al
mismo diablo, a ese muerto yo le hablo, aunque me muera después.
Mucho peor es morir de hambre. Que morir de puro
miedo, y si yo con vida quedo. Seremos ricos después”.
“¡Por Dios! Apolonio” dijo, su mujer muy afligida:
-No juegues así la vida, deja a los muertos en paz-
“No mujer, no retrocedo, es una cosa resuelta; Si
pronto no doy la vuelta, prepara mi funeral”.
Dijo y con paso veloz Pálido como un difunto, Salió
de su casa al punto, Camino para el Panteón.
Envuelto en tinieblas yace, De Sayula el caserío. Y
un aspecto muy sombrío, reina por doquier.
No se oye voz humana. Ni el más ligero ruido, solo
lejos el aullido pavoroso de algún can.
Algún pájaro que cruza en las tinieblas perdido.
Lanza fúnebre graznido al ir de su nido en pos.
Negro toldo cubre el cielo, y al soplo del viento
frío, gimen los sauces del río. Con quejumbroso rumor.
Lúgubre la noche está y en su fondo tenebroso brota,
a veces luminoso, un relámpago fugaz.
Solo se ve una silueta, que a la ventura de Dios va
de la fortuna en pos. Hasta vencer o morir.
Mas, a medida que avanza su valor se debilita. Y es
dueño de honda cuita, su angustiado corazón.
El miedo empieza a quebrarlo, acelerando su corazón.
Pero el hambre y su intención, pueden más que sus temores.
Avanza pues presuroso Aquel hombre de faz yerta, y
al fin se mira en la puerta del tenebroso panteón.
Allí con mortal congoja. La hora fatal aguarda; Hora
que tal vez no tarda en sonar en el reloj.
Por fin de repente suenan Doce lentas campanadas, cuyas
notas compasadas, vibran con sordo rumor.
Notas lentas y solemnes. Cuyo sonido retumba, como
el eco de una tumba con quejumbroso rumor.
Es la hora esperada…Y sin gran dilación, las
puertas de aquel panteón se abren de par en par…
Cruza frente a él, el fantasma Mudo, rígido y
sombrío como el sepulcro frío. Horrible aborto de horror.
Lleva cubierta la cara con negro y tupido velo. Y
arrastrando por el suelo lleva también un sudario.
Aguilar, de espanto yerto, erizado su cabello con
agitado resuello, corre tras de la visión.
Y haciendo un supremo esfuerzo, cual se jugara la
vida. Con voz despavorida, de esta manera le hablo:
“De parte de Dios te pido me digas cómo te llamas. Si
penas entre las llamas O vives aquí entre nos…
Qué buscas por estos sitios donde a los vivos
espantas. ¿Si tienes talegas cuántas me podrías proporcionar?”
-”Me llamo Pe…rico Zúrrez. Dijo el fantasma en
secreto, Fui en la tierra buen sujeto, muy puto mientras viví.
Por eso ando penando aquí En busca de algún profano.
Que con la fuerza del ano me arremangue el mirasol.
El favor que yo te pido, es un favor muy sencillo.
Que me prestes el fundillo y así mi pena acabar.
Las talegas que tú buscas Aquí las traigo colgando,
ya te las iré arrimando despacito por detrás”.
Lleno de sorpresa quedó, el pobrecito trapero. Y
echando al suelo el sombrero, el infeliz exclamó:
“-Por vida del Rey Clarión, y de la madre de Gestas
¿Qué chingaderas son estas, que me suceden a mi?
Yo no se lo que me pasa. Pues ignoro con quien
hablo, Si este cabrón es el diablo, o mi compadre José.
Buena fortuna me hallé, en esta tierra de brutos,
¿Donde los muertos son putos. Que garantías tengo yo?
Lo que me sucede a mí, no es para dejarlo al
disimulo; ¿Si los muertos me piden el culo, los vivos que pedirán?
Venir de lejanas tierras A buscar aquí la vida. Y
mi suerte maldecida, me depara un trance atroz.
No tener yo mas alhaja Que la joya del fundillo Y
me la pide este pillo Que dice que ya murió.
Esto es cuanto puede verse Por las crestas del
Demonio Si lo aflojas Apolonio De aquí sin culo te vas”.
Así el trapero exclamó Muy pensativo y mohíno. Del
pueblo tomó el camino y en sus calles se perdió.
Y es fama que cuando oye que hablan del aparecido, receloso
y confundido. Se pone una mano atrás.
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