miércoles, 26 de junio de 2013

LEONOR DE AQUITANIA



En torno a Leonor de Aquitania existe una leyenda negra alimentada por el paso de los siglos y la multitud de elucubraciones que se han hecho en relación a su comportamiento, su aspecto físico, su espléndida preparación cultural, su amor por el mundo trovadoresco y su increíble fortaleza, pues vivió ochenta años en un mundo en el que la esperanza de vida era mucho menor. Una trascendencia nada habitual para una mujer de la época. Esta visión tan negativa de la duquesa de Aquitania comienza con los testimonios que recogen los monjes y los clérigos de la época, quienes se encargaron, tal vez bajo una mirada de desconfianza hacia la mujer, de mostrar a una Leonor que lejos de llevar una vida tranquila transgrede las normas habituales. Además, y como muestra inequívoca de maldad, la describen como una mujer muy bella y por ello sospechosa de cualquier acción contra los hombres.
En épocas posteriores, los documentos que éstos últimos dejaron fueron interpretados por historiadores quienes adoptan diferentes posturas entorno a la figura de Leonor. Los franceses reprocharán a Leonor haber roto, con su conducta y su divorcio, la unidad francesa. Otros, por el contrario, describen a Leonor como una reina avariciosa, egoísta, elucubradora y sedienta de poder. Un tercer grupo de historiadores considera a Leonor de Aquitania como una de las primeras feministas de la Historia. Hay por tanto, interpretaciones para todos los gustos. Cabe recordar que Leonor fue dos veces reina y madre de tres reyes e intentó vivir la vida que ella quería. Que era hermosa, de radiante belleza, lo testimonian sus contemporáneos : gentil cuerpo, ojos cambiantes, bella frente, rostro claro. Tiene rubios los cabellos, la cara sonriente y limpia. Dijeron que era perpulchra, es decir, que su belleza sobrepasaba los límites de lo corriente.
Fue la primogénita de Leonor de Chatellerault. y el duque Guillermo X de Aquitania, quien se encargó de educarla en el arte de leer y escribir, la cetrería, la caza y la estrategia militar, tal y como se educaría a un varón y no a una mujer. A la muerte de éste, cuando Leonor solo contaba con trece o quince años, puesto que no se ha podido corroborar su fecha de nacimiento que se fija en 1122 o 1124, se convierte en la heredera del condado de Poitiers y del ducado de Gascuña y Aquitania, una extensísima porción de terreno que llegaba hasta los Pirineos y de la que su padre se encargó que sólo pudiese ser heredada por sus descendientes directos y nunca pasase a manos de sus maridos. Ese mismo verano de 1137, se casa con Luis VII de Francia, de tan sólo dieciséis años. El joven rey estaba destinado a la Iglesia y sólo la muerte de su hermano mayor le había trasladado del claustro al trono.
Cuando Leonor llega a su nuevo hogar descubre que las costumbres son radicalmente distintas: la corte es fría, austera, sin trovadores ni poesía caballeresca. Intenta llenar ese vacío con juglares que recoge y que son considerados por muchos, tal vez por desconocimiento sobre quienes eran y qué hacían, como una ofensa, aunque esto no es más que el intento de copiar el ambiente que ella había vivido desde pequeña en su casa. Leonor continúa de esta forma la tradición familiar a su abuelo Guillermo IX se le atribuyen los versos más antiguos encontrados en el reino de Francia, escritos en lengua de oc de proteger y ayudar a la poesía trovadoresca tanto en Francia como en Inglaterra.
El trovador Marcabrú cuyas canciones circulaban por todas partes, de la corte de Castilla a las orillas del Loira fue invitado por Leonor pese algunas reticencias de su marido, cuyo amor apasionado era también receloso. Pero el trovador se enamora inevitablemente de la alta dama que inspira sus versos. Se lo dice en ardientes estrofas y un buen día, el rey Luis lo toma muy a mal. Expulsa sin miramientos al desvergonzado trovador, que se venga , según sus medios, con pérfidas estrofas. Los cambios de costumbres que introduce la reina escandalizan a todos.
Luis y Leonor se enfrentaron con la reina madre Adelaida de Saboya. Era natural que hubiera incompatibilidad de caracteres entre la joven esposa y una suegra que envejece y que no había tenido nunca influencia sobre su esposo, esperando, sin duda, resarcirse en un hijo al que sabía tímido y sin experiencia. Si una muchacha muy joven y bella se ponía de por medio, la ruptura era inevitable. Así ocurrió, sin tardanza la reina madre dejó la corte retirándose a sus tierras, donde, para vengarse se había casado de nuevo con un tal señor de Montmorency, de poca importancia pero apuesto. No es difícil imaginar las quejas de Adelaida contra su nuera, esa meridional que era irrespetuosa por voluntad propia y tenía un comportamiento atrevido que chocaba con su entorno. También su comportamiento emancipado y liberal fue duramente criticado por la curia eclesiástica, especialmente por Bernardo de Claraval y el abad Suger.
Al volver de una expedición, en la que Leonor había acompañado a su esposo, trajo consigo a su joven hermana Petronila. Ésta ya estaba en edad de casarse y había puesto sus ojos en uno de los amigos íntimos del rey, Raúl de Vermandois, consejero suyo y de su padre, y a quien Luis acababa de hacer su senescal. Raúl era bien plantado, pese a que podía ser de sobra el padre de una jovencita de diecisiete años a los sumo. Halagado, sin duda, por desempeñar el papel de seductor a pesar de sus sienes grises, olvidó que estaba casado. Y casado nada menos que con la sobrina del poderoso Teobaldo de Blois, conde de Champaña.
Luis, incapaz de resistirse a los ruegos de Leonor, que había asumido la defensa de su enamorada hermana, logró persuadir a tres obispos de su dominio, quienes, complacientes, descubrieron que la primera mujer de Raúl era pariente de su esposo en un grado prohibido por las leyes canónicas, muy severas respecto a ello por entonces. Se podía, pues, considerar nulo el matrimonio y Raúl se unió sin más tardanza a la joven y triunfante Petronila, bajo las complacidas miradas de la reina. Ello significaba provocar al conde Teobaldo de Champaña, que lleno de ira, fue a quejarse al Papa; se celebró un concilio en sus tierras durante los primeros meses de 1142 y el legado del Papa excomulgó a los recién casados así como a los obispos que, con excesiva complacencia, los habían unido. Raúl y Petronila siguieron viviendo juntos, en situación de adulterio y bigamia, hasta la muerte de la primera esposa en 1148.
Y no era éste el único punto en que el rey de Francia desafiaba a la autoridad religiosa. Entre los allegados de los reyes, no se dudaba en atribuir las locuras de Luis a la influencia de Leonor, y no sin cierta razón. El rey se encontraba amenazado por los anatemas del papado, con su reino en entredicho, él mismo dirigiendo una guerra contra Champaña para apoyar a su cuñada, excomulgada; una guerra que conduciría a la terrible tragedia de Vitry: una iglesia llena de pobres gentes que se habían refugiado allí es incendiada por los hombres del rey; pereciendo, atrapados por las llamas, trescientos inocentes.
Luis queda alterado visiblemente. Nada de fiestas, nada de danzas ni de festines, nada de canciones ni de poemas; se ha vuelto taciturno, sólo piensa en hacer penitencias, ayuna varios días por semana y multiplica los padrenuestros vengan o no vengan a cuento. Piensa en hacer volver al viejo abad Suger y eso indica que la influencia de la esposa va a disminuir. Suger ha hecho ya firmar la paz con el conde de Champaña y, al morir el Papa, el rey se ha apresurado a prestar sumisión al nuevo Pontífice. “A veces tengo la impresión de haberme casado con un fraile”, confía Leonor a sus más íntimos. Más profunda aún, una oscura inquietud se ha introducido en la joven pareja. El rostro de la reina a veces se muestra ceñudo, sin duda la embarga una grave preocupación: no tiene descendencia.
Durante los primeros meses de su matrimonio se abrió camino una esperanza, aunque muy pronto se desvaneció. A su alrededor comienzan los rumores y no hay murmuración que no perciba el fino oído de Leonor de que ese matrimonio que tantas esperanzas suscitó podría no ser buen asunto para la corona: muchos gastos, guerras de las que se dice que han surgido por puro capricho de la reina y ningún hijo que asegure el futuro de la dinastía.
Leonor tiene un proyecto en mente. Todos los abades de las grandes abadías del reino van a estar presentes en una ceremonia en la que Suger quiere dar un esplendor sin precedente. Leonor aprovecha la ocasión para solicitar una entrevista privada con Bernardo de Claraval. Este hombre santo, canonizado por las multitudes y que habla como dueño y señor a su esposo, le atrae de un modo en el que, sin duda, influye más la curiosidad que la veneración. Leonor en aquel momento necesitaba de su poder ante Dios y ante los hombres. Quería tener un hijo y esperaba obtener también la liberación de la excomunión a la que habían sido condenados su hermana y el esposo que ésta había elegido. ¿La intercesión de Bernardo de Claraval lograría que el cielo le concediera el favor esperado?. No había pasado un año de esta entrevista cuando, con el reino en paz, una criatura nacía de la real pareja: una hija a quien se dio el nombre de María, en honor de la Reina del Cielo.

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