Llegar
a casa, es poder ser nosotros sin formalismos ni almidones. Deseamos llegar a
un hogar donde el ambiente esté cálido, la comida en la mesa y en el que
alguien se alegre de nuestra presencia.
Muchos
de nosotros procesamos las vivencias del día en la charla con nuestros seres
queridos. Al relatar, nos escuchamos, y podemos aliviarnos y aprovechar mejor
ciertas experiencias. La charla habilita un espacio de mayor comprensión de uno
mismo y simultáneamente ofrece la posibilidad de brindar atención y afecto a
otra persona.
El
niño o la niña llega a casa deseoso de contar sus logros escolares o
deportivos. Llega con hambre y ganas de ver su programa favorito. Si al llegar
recibe un beso, un oído atento, si cuenta con alguien que se alegra por sus
alegrías y se compadece de sus pesares, va cimentando su autoestima y alimenta
su sentido de pertenencia. Se siente amado.
El
adolescente llega a casa sobrepasado de emociones. La noche, la calle y el
mundo son sus nuevos espacios y lo seducen y también le hacen pasar malos
ratos. Llega cansado, desconectado de sí mismo, con sueño, en las nubes por su
nueva conquista o traspasado de furia por una situación injusta o tal vez
satisfecho por un logro alcanzado. Llega a casa como a un refugio, no quiere
preguntas y menos reclamos, quiere paz, quiere sentirse aceptado y aprobado. Él
ya tiene suficientes dudas como para escuchar los temores de sus padres.
Los
adultos llegamos a casa deseando paz, planeando la comida a preparar y el uso
del escaso tiempo del que disponemos. El deseo de llegar a casa es un anhelo de
calor si tenemos frío, de consuelo si estamos dolidos. Es un anhelo de
bienestar, de contención. Es un anhelo de hogar.
¿Cómo
construimos un hogar? Porque está claro que no es suficiente una casa para que
exista un hogar. Necesitamos crear un entorno personal y familiar, disponer
recuerdos y adornos que tengan significado para nosotros. Hace falta generar un
espacio donde nos dé gusto estar y que se irá llenando de afecto con nuestras
vivencias, con los momentos gratos que allí compartimos.
Construimos
hogar dándole valor a cada una de las personas con quienes convivimos,
demostrando interés por su bienestar y honrando los vínculos que nos unen. Lo
hacemos con pequeños actos cotidianos tales como dar un beso a quien llega,
ofrecer una taza de té, poniendo una flor en la mesa, abrazando con amor,
acompañando en silencio, escuchando sin juzgar, diciendo “Te quiero mucho”,
ocupándonos de que haya alimentos sabrosos, celebrando los cumpleaños,
despidiéndonos con cariño cada noche y saludándonos con alegría cada mañana.
Antes
era la mujer la encargada de todo esto, ahora se abrieron las posibilidades.
Todos podemos crear hogar y mantener la llama encendida. ¿A quién no le gusta
que le lleven un café o un mate a la cama? ¿o recibir un regalito sorpresa?
¿Por qué nos perderíamos de hacer algo tan simple y que da tanta satisfacción?
Podemos empezar hoy.
Cada
uno de nosotros puede hacer que “Llegar a casa” sea una experiencia placentera
y deseada.
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