Noble inglesa, reina de
Inglaterra tras casarse con Enrique VIII. El matrimonio, que apenas duró tres
años, acabó con la trágica muerte de Ana a causa de los intereses dinásticos de
su esposo: su boda con Enrique no consiguió satisfacer la imperiosa necesidad
de proporcionar al rey un heredero varón que perpetuara la dinastía en el
trono. El matrimonio provocaría, en cambio, la ruptura de la monarquía inglesa
con el catolicismo romano y la fundación de la Iglesia anglicana.
Ana Bolena o Boleyn nació hacia 1507, con toda probabilidad
en Rochford Hall, condado de Essex. Era hija de sir Thomas Boleyn,
posteriormente vizconde de Rochford y conde de Wiltshire y Ormonde, y de Isabel
Howard, hija del conde de Norfolk. Pertenecía, pues, a una de las familias más
influyentes de la nobleza inglesa. Buena parte de su infancia transcurrió en
Francia, en la refinada corte del rey Francisco I, donde recibió una esmerada
educación áulica.
A su regreso a Inglaterra en 1522, ocupó el lugar que por su
rango le correspondía en la corte como dama de la reina Catalina de Aragón,
primera esposa de Enrique VIII e hija menor de los Reyes Católicos. Su
atractivo impresionó a la corte y pronto Ana se vio rodeada de un cerco de
admiradores. Entre ellos se contaban lord Henry Percy, heredero del condado de
Northumberland, y el propio rey, que cubrió de títulos y posesiones al padre de
Ana para tratar de obstaculizar el matrimonio de la joven con Percy.
Finalmente, Enrique ordenó la intervención del cardenal Wolsey para impedir su
boda.
Ana había aparecido en la corte inglesa cuando en ella se
debatía el grave problema de la sucesión al trono. Catalina de Aragón había
tenido dos hijos varones, que nacieron muertos, y una niña, María, la futura
María I. La edad de la reina hacía prever la imposibilidad de nuevos
alumbramientos con éxito. Pero Enrique VIII necesitaba a toda costa un hijo
varón para dar continuidad a su dinastía, todavía no firmemente asentada en el
trono inglés. El heredero se convirtió en una auténtica obsesión para el
monarca, que llegaría a determinar, más que cualquier otro factor, tanto su
vida privada como su política.
En 1527, cuando Catalina contaba 44 años, Enrique solicitó
formalmente al papado la anulación de su matrimonio, argumentando para ello el
hecho de que la reina era la viuda de su hermano Arturo, muerto cuando todavía
era príncipe de Gales. Ya en este momento el monarca había comenzado una
apasionada relación con Ana Bolena. Dos años después, tras un arduo tira y
afloja diplomático, el papa Clemente VII se negó a conceder el divorcio, en
gran medida a causa a las presiones del rey de España y emperador de Alemania, Carlos V, sobrino de Catalina de Aragón.
La negativa papal hacía imposible un matrimonio ulterior de
Enrique y, por lo tanto, descartaba la posibilidad de tener herederos varones
con derechos legítimos al trono, según el derecho canónico. Ello precipitó la
crisis política entre Inglaterra y Roma, que culminó con la separación oficial
de la Iglesia nacional inglesa de la jurisdicción papal y con la constitución
de un nuevo culto, el anglicano, influido por la Reforma luterana. A pesar de
que pocos años antes Enrique VIII había proclamado su adhesión inquebrantable
al catolicismo, su deseo de conseguir un heredero le arrastró a romper los
vínculos religiosos de su monarquía con el papado, causando una profunda
conmoción en la Cristiandad, y a asumir las doctrinas más moderadas del
luteranismo que él mismo había combatido tiempo atrás.
El 25 de enero de 1533, Enrique se casó secretamente con Ana
Bolena, quien posiblemente estaba encinta. En abril, con la sanción de la nueva
iglesia, de la que el propio rey se había erigido en cabeza, el recién nombrado
arzobispo de Canterbury, Thomas Cranmer, declaró la nulidad de pleno derecho
del matrimonio con Catalina de Aragón. El día de Pentecostés de ese mismo año,
Ana Bolena fue solemnemente coronada en la abadía de Westminster. En
septiembre, la reina dio a luz a una niña, a la que se llamó Isabel, futura
Isabel I.
En los años siguientes, el rey esperó con creciente impaciencia
el nacimiento de un varón, al tiempo que perdía interés por su esposa. Ésta se
había ganado la hostilidad de los miembros más influyentes de la corte debido a
su carácter caprichoso y arrogante, lo que la dejó sin apoyos políticos cuando
su matrimonio entró en crisis. La reina intentó apartar del afecto del rey a
María, hija de Catalina de Aragón, a la que prohibió relacionarse con sus
parientes, incluida su madre, a la que nunca volvió a ver, despojó del título
de princesa y humilló al nombrarla dama de compañía de su hija Isabel. En 1534,
Ana tuvo un aborto y, en enero de 1536, dio por fin a luz a un niño que, sin
embargo, murió a las pocas horas, lo que significó su definitiva caída en
desgracia.
En mayo de ese año, Enrique hizo explícito su rechazo a la
reina abandonándola en el transcurso de un torneo en Greenwich. La crónica
galante afirma, con escasos visos de realidad que el monarca sucumbió a un
ataque de celos cuando la reina entregó su premio a uno de los caballeros
concursantes. Al día siguiente, Ana fue arrestada por orden del rey y encerrada
en la Torre de Londres. Los cargos contra ella consistieron en una lista de
acusaciones de adulterio con cinco hombres de la corte, incluido su propio
hermano, lord Rochford.
Ana fue juzgada por una corte de pares de la que formaba
parte su propio padre sir Thomas Boleyn, hecho duque de Norfolk por Enrique
VIII y unánimemente condenada. Tras permanecer diecisiete días encarcelada,
murió decapitada en la Torre de Londres el 19 de mayo de 1536. Según los
testimonios contemporáneos, su comportamiento fue digno y calmo incluso en el
patíbulo, a fin de preservar de la cólera regia a su hija Isabel.
Nunca se ha probado documentalmente la culpabilidad de Ana
Bolena en los cargos que la llevaron a la muerte. Casi con toda probabilidad,
la reina fue víctima de un complot urdido para eliminarla del trono cuando
quedaron en evidencia sus escasas posibilidades de tener hijos varones. El
consejero del rey, Thomas Cromwell, y el deseo del rey de casarse con su nueva
amante, lady Jane Seymour, intervinieron también en la caída de Ana. El 30 de
mayo de 1536, Enrique VIII contrajo matrimonio con Jane Seymour, que moriría
dos años después al dar a luz al príncipe Eduardo.
El divorcio de Catalina de Aragón y la consiguiente ruptura
con Roma, la decapitación de Ana Bolena y los sucesivos matrimonios de Enrique
VIII hasta completar el número de seis, incluido el que contrajo con la luego
también decapitada Catalina Howard no sirvieron para garantizar la continuidad
de la dinastía Tudor. El hijo de Jane Seymour, que reinó con el nombre de
Eduardo VI, murió siendo todavía muy joven y sin dejar herederos. Ascendió
entonces al trono la hija de Catalina de Aragón, la católica María I. Su muerte
sin hijos en 1558 deparó la subida al trono de Isabel I, hija de Ana Bolena.
La nueva reina condenó a la dinastía Tudor a la desaparición,
al negarse obstinadamente a contraer matrimonio. Sin duda, la terrible muerte
de su madre y la personalidad tiránica de su padre influyeron en la soltería de
la reina, que sus contemporáneos contemplaron con estupor y todavía hoy sigue
provocando asombro en los historiadores, que a menudo la atribuyen falazmente a
supuestos defectos físicos que habrían impedido a Isabel relacionarse
sexualmente con varones.
No hay comentarios:
Publicar un comentario