“Para los que creen en Dios la vida es un misterio lleno de bondad y de
belleza, que exige respeto, cuidado, contemplación, asombro y agradecimiento”
Las ciencias que se ocupan de los
seres vivos, avanzan cada día con nuevos y asombrosos conocimientos. De pronto,
algunos consiguen algo inesperado y cantan victoria anticipadamente. Después,
ya más serenos, reflexionan y los más sensatos y humildes de los científicos
declaran que el origen de la vida sigue siendo un misterio. Incluso se agranda,
se hace más insondable.
En 1953, dos científicos, Harold Urey
y Stanley Miller, lograron, por primera vez en el mundo, sintetizar aminoácidos
en unas condiciones que, según ellos, se asemejaban a los de una Tierra muy
primitiva. Como los aminoácidos son unos componentes esenciales de los seres
vivos, se creyó que ya se estaba cerca de entender como comenzó la vida e
incluso, más adelante, como fabricarla. En 1991, el mismo Millar decía: “el
origen de la vida ha resultado más complicado de lo que yo y muchos otros
suponíamos.” Otro famoso científico, Paul Davies, en su libro El quinto milagro, declara: “Muchos científicos que trabajan en
este campo creen en confianza que los problemas mayores de la biogénesis han
sido básicamente resueltos. Varios libros recientes transmiten el mensaje
confiado de que el origen de la vida no es, después de todo, tan misterioso.
Sin embargo yo pienso que están equivocados. Tras haber pasado un año o dos
investigando en este campo, ahora soy de la opinión de que sigue habiendo una
enorme laguna en nuestro conocimiento.”
Parte del antiguo optimismo de creer
estar muy cerca de la solución, a partir del experimento de Urey y Miller, se
basaba en aceptar, sin crítica, cómo suponían, estos científicos, que estaba la
Tierra cuando apareció en ella la vida. Pero hoy no se ponen de acuerdo los
científicos en como eran las condiciones terrestres cuando surgió aquí la vida.
Hay geofísicos que piensan que la atmósfera terrestre primitiva era
medianamente oxidante y abundante en dióxido de carbono, nitrógeno y agua,
ambiente muy distinto a las simulaciones de laboratorio. Además hay otros que
plantean la hipótesis de que la vida, en formas muy sencillas, no surgió en
nuestro planeta, sino que vino sembrada desde fuera, del espacio, hipótesis muy
criticada por la mayoría. El caso es que el misterio sigue y se agranda.
Por eso, cuando le preguntaron en el
año 2003 a Christian de Duve premio Nobel de Medicina en 1974 en qué punto
estaban los científicos para comprender el origen de la vida, contestó: “No
estamos en ningún punto, no sabemos nada”. En la misma línea, John Horgan,
respondía que la solución al origen de la vida “parece estar más lejos que
nunca. La bacteria más elemental es tan condenadamente complicada, desde el
punto de vista químico, que resulta casi imposible imaginar cómo ha surgido”.
No sólo no sabemos cuándo ni cómo se
originó la vida en la Tierra, sino que tampoco se sabe, desde el punto de vista
de ciencias experimentales, qué es la vida. Por eso cuando a Werner Arber,
premio Nobel de medicina en 1978, le preguntaron en el 2000 qué era la vida,
dijo: ”No puedo contestar a esa pregunta. No entiendo como todas esas moléculas
han podido juntarse para formar esos organismos unicelulares o multicelulares
inicialmente. Simplemente no lo comprendo. Como científico debo ser honesto,
por lo que debo confesar que estoy lejos de entender completamente lo que es la
vida.”
Pienso no se me ofendan los
científicos que los buenos poetas y los enamorados están más cerca,
intuitivamente, de saber algo de la vida. Y desde luego los Santos, esos si que
saben, e incluso saborean, lo que es la Vida, así, con mayúscula.
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