El quinto sol. El mundo todavía estaba seguro, por lo que los espíritus comenzaron a
preguntarse unos a otros: “¿Quién será el sol?”. Mientras así hablaban, bajaron
volando a la tierra y encendieron un fuego para aquel que fuera elegido. Pero
sentían miedo. Conforme el fuego se iba poniendo más caliente, lo único que se
oía era: “Que otro lo haga”.
Mientras así se excusaban, el llamado Nanahuatl estaba de pie a un lado,
escuchando. Era pobre y tenía el cuerpo cubierto de llagas. Cuando al fin se
dieron cuenta de su presencia, todos gritaron.
“Nanahuatl será el sol”.
“No, no”, contestó él. “Tengo llagas”. Pero no le prestaron atención y le
ordenaron hacer penitencia para que se volviera sagrado.
Durante cuatro días, mientras el fuego ardía, se clavó espinas y agujas. Al
mismo tiempo ayunaba. Cuando la penitencia hubo terminado, le encalaron el
cuerpo para volverlo blanco, le emplumaron los brazos y le dijeron: “No tengas
miedo. Te elevarás por el aire e iluminarás el mundo”. Entonces él cerró los
ojos y saltó al fuego.
Cuando su cuerpo se quemó completamente, descendió a la Tierra Muerta y
viajó por debajo de la tierra hasta que alcanzó su extremo oriental.
Entretanto, los espíritus miraban para ver por dónde se elevaría el sol. Ya
estaba amaneciendo, pero la luz parecía venir de todas las direcciones. Algunos
miraban hacia el norte y otros hacia el sur. Otros pensaban que el sol se
elevaría por el oeste. Y otros, incluido Quetzalcóatl, decía: “Se elevará por
el este”, y esas palabras fueron ciertas.
Cuando apareció, el sol era de un rojo brillante. Se bamboleaba hacia
adelante y hacia atrás, centelleante de luz, brillando sobre toda la tierra.
Tan brillante era que no se le podía mirar sin quedar cegado. Pero nada más
aparecer dejó de elevarse.
Al ver que no seguía su curso, los espíritus enviaron un halcón como
mensajero para enterarse de cuál era el problema. A su regreso, el halcón les
informó que el sol no se elevaría más hasta que los espíritus se sacrificaran a
sí mismos, permitiendo que les quitasen el corazón.
Coléricos y atemorizados, llamaron a la estrella de la mañana y le pidieron
que asaetease al sol con una de sus flechas. Pero el sol hurtó su cuerpo y la
flecha voló sin dar en su objetivo.
Se volvió entonces el sol hacia la estrella de la mañana y le disparó con
sus dardos del color de la llama. Herida, la estrella de la mañana cayó a la
Tierra Muerta. Los espíritus, dándose cuenta de que el poder del sol era demasiado
grande para resistirse a él, se quitaron las ropas y, de uno en uno, aceptaron
su sacrificio.
Satisfecho por fin, Nanahuatl siguió su viaje por el cielo.
Ese fue el quinto sol, llamado Sol del Terremoto, el sol que seguimos
viendo hoy. En su tiempo la tierra se moverá: habrá terremotos. Y habrá hambre.
No hay comentarios:
Publicar un comentario