Alcwin o ALCUINO
de York fue un teólogo, erudito y pedagogo anglosajón. Nació hacia el año 735, y falleció en el año 804.
Vivió en Inglaterra,
que por entonces era el más importante foco cultural de Europa. Estudió en la
escuela benedictina de York, y parece haber sido
alumno de Egberto y Alberto, dos de los más importantes sacerdotes de la
Inglaterra de su tiempo, que ocuparon la dignidad de Arzobispo de
York.
Fue enviado a Roma por el Arzobispo, y coincidió con Carlomagno en
la ciudad de Parma en el año 781. Poco después
Carlomagno, acordándose de ALCUINO,
lo mandó llamar a su corte de Aquisgrán 782. Participó así, junto
con lo más selecto de la intelectualidad de su tiempo, en la gran reforma
educacional promovida por Carlomagno. Enseñó durante ocho años en la Escuela
Palatina, donde se impartía de trívium y cuadrivium fue nombrado
abad de Ferrières y luego de San Lope de
Troyes, hasta que en el año 796 se retiró también con el cargo de abad
al Monasterio de San Martín de Tours. En los restantes
ocho años de su vida reformó la disciplina eclesiástica, organizó una escuela y
fundó una biblioteca, falleciendo el año 804.
Destacó más como ideólogo práctico,
como organizador y como pedagogo que como teólogo o filósofo. Tenía por meta
convertir al Imperio carolingio en una nueva Atenas o una nueva Roma, aunque ahora
irradiada por el espíritu cristiano. Sostiene que a las siete artes
liberales, que son las siete columnas de la sabiduría humana, deben
integrarse los siete dones del Espíritu
Santo. Para ello enseñó profusamente el latín, dándole nuevo
brillo a un idioma que por entonces se hallaba empobrecido por el uso meramente
litúrgico que se le daba en el continente europeo. Convertido en una especie de
ministro de educación por Carlomagno, se rodeó de un brillante equipo formado por Pablo el Diácono, Agobardo, Clemente de Irlanda, Teódulo de Orleáns, Paulino de Aquilea, Dungal y Pedro de Pisa entre otros.
En materias teológicas era menos
original. En general toma argumentos de Boecio, Casiodoro y San Agustín para sus obras. Su mayor contribución
intelectual fue la polémica que sostuvo con Elipando de Toledo y Félix de
Urgel, defensores ambos del adopcionismo,
variante del cristianismo que había prendido fuertemente en España, como consecuencia
de su pasado visigótico arriano. Sus principales ideas están condensadas en la carta De
animae ratione.
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