En una reunión familiar Charles de Foucauld, brillante oficial del ejército francés relataba dramáticas hazañas de su expedición en Marruecos.
De repente una sobrinita le puso una mano en su rodilla y le preguntó:
-Tío, haz hecho tantas cosas para Francia, todas ellas muy bonitas ¿Y para Dios que haz hecho?-
El gran explorador del desierto africano quedó en silencio, sin palabras. Toda aquella tarde, la pregunta le quitó la paz. "¿Qué hecho para Dios? Nada"
Al día siguiente Charles buscó a un viejo amigo de estudios, el sacerdote Huvelin, se confesó con él, le pidió consejos que le diera luz acerca de lo que debería de hacer para Dios. Entonces decidió dejar su carrera militar y se consagró a Dios.
Charles transcurrió algunos años como huésped de varios monasterios, orando y meditando. Para imitar mejor a Cristo, llegó a vivir en Nazarteh. Un día su profunda oración es interrumpida por llantos y lamentos. Un musulmán moría en la más espantosa miseria.
Foucauld comparó su propia vida con la de Cristo y se preguntó: ¿Tengo derecho a aislarme yo solo con Dios, mientras mis hermanos mueren desesperados?
Y decide convivir con los hermanos que lo rodean y ser amigo de los que no tienen amigos.
Pasó los últimos años de su vida en el desierto del Sahara totalmente identificado con los habitantes de la región.
Imitando su ejemplo nacieron las "Fraternidades del desierto" integradas por las pequeñas hermanas que ya en la actualidad se han difundido por todo el mundo.
Charles de Foucauld ligó su propia vida a Dios y a las tribus de Tuaregs.
Selló su vida con la fidelidad a Dios entregando su propia sangre, cuando los Tuaregs lo asesinaron en Tamanraset. Fue el primero de diciembre de 1916.
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