jueves, 4 de julio de 2013

COSMOGONÍA INCA



Los Incas, como la mayor parte de las civilizaciones primitivas, eran politeístas, pero sus dioses no se encontraban todos al mismo nivel. En la cúspide podemos encontrar a Viracocha, dios creador, y a Inti, dios del Sol. Tras ellos, aparecían divinidades de menor categoría representativas de las fuerzas de la Naturaleza.

LA PRIMITIVA CREACIÓN

En una época muy lejana, cuando aún no se había iniciado el cómputo del tiempo, sólo existía un dios innominado y tres elementos primordiales: tierra, agua y fuego. El dios sintió el impulso de crear el universo y lo formó con los tres materiales primigenios diseñando tres planos que constituían las partes de un todo indisoluble.

El plano superior, llamado Janan Pacha, fue designado como morada de los dioses, quienes eran brillantes y tomaron el aspecto del Sol, de la Luna, de las estrellas, de los cometas y de todo cuanto luce en la bóveda celeste. En la parte inferior de dicho plano moraban los dioses del rayo, del relámpago, del trueno, del arco iris y de todas las cosas que únicamente los dioses pueden explicar.
El plano intermedio, conocido con el nombre de Cay Pacha, fue ocupado por los humanos, los animales, las plantas y, en general, por todos los seres vivos, incluidos los espíritus.

El plano inferior, cuyo nombre era Ucu Pacha, quedó reservado para los muertos.
Los tres planos estaban intercomunicados por medio de unas vías especiales que permitían el acceso entre ellos. Al mundo superior podía acceder el hijo del Sol, el Inca o príncipe, el Intip churín. Desde el inferior se podía ascender al intermedio a través de unas puertas especiales llamadas “pacarinas” que solían identificarse con los conductos naturales por los que brotaban las aguas, con las cuevas, grietas y volcanes. Uno de los mitos relataba cómo por una de estas vías llegaron los humanos, los gérmenes que dieron origen a los animales y las semillas que hicieron brotar las plantas.

LA CREACION DE VIRACOCHA

La leyenda de la creación del Universo por Viracocha era posterior a la primitiva y la sustituyó definitivamente. El nuevo mito otorgaba al dios todopoderoso la facultad de crear todo lo visible e invisible. La creación de Viracocha comenzó en Tiahuanaco, situada en las orillas del lago Titicaca, donde fue tallando en piedra las figuras de los primeros seres humanos y colocándolas en las correspondientes pacarinas para que, conforme les iba imponiendo un nombre, fueran adquiriendo vida en la oscuridad reinante en el mundo primigenio, en el que únicamente existía la luz procedente de Titi, un animal salvaje y brillante que vivía en la cima del mundo. Las representaciones de este ser mitológico parecían una mezcla del jaguar con otros animales. El mundo estaba aún en tinieblas porque Viracocha otorgó prioridad a la creación de los seres humanos sobre la luz. Tras quedar satisfecho con la creación de los hombres, el dios prosiguió su proyecto colocando en el firmamento el Sol, la Luna y las estrellas hasta cubrir la bóveda celestial. Después, Viracocha abandonó Tiahuanaco y se dirigió al norte, camino de Cacha, para, desde allí, llamar a su lado a las criaturas creadas.

Al partir de Tiahuanaco, Viracocha había delegado las tareas secundarias de la creación en dos dioses menores, Tocapu Viracocha e Imaymana Viracocha, quienes emprendieron inmediatamente las rutas del Este y del Oeste de los Andes, para dar vida y nombre a los animales y plantas que iban haciendo aparecer sobre la faz de la tierra. La misión que les había encomendado el dios creador principal terminaría cuando llegaran a las aguas del mar donde debían internarse hasta desaparecer.

LA REBELION DE LOS HUMANOS

Los humanos, al igual que en otros muchos mitos, no se mostraron agradecidos ante la bondad del dios y desatendieron su llamada desde Cacha para que lo acompañaran. El dios, entristecido ante la desobediencia, decidió castigarlos enviándoles una lluvia de fuego para purificarlos y recordarles quién tenía el poder. La lluvia de fuego que salió de las entrañas de la tierra a través de los volcanes de Cacha llenó de pavor a los humanos, quienes pudieron contemplar como su torpe conducta había ocasionado la destrucción del maravilloso entorno y puesto en peligro su propia existencia. Ante ello, se arrepintieron de su pecado y solicitaron la clemencia del dios. Éste, con gran satisfacción por el arrepentimiento de sus criaturas, se dirigió, junto a ellos, a Cuzco donde estableció su reino delegando el poder en Allca Huisa, que fue el primer Inca designado por la voluntad divina y el fundador de la estirpe incaica.

LA CREACIÓN SEGÚN LA CULTURA DE TIAHUANACO

Pedro Cieza de León, en su obra “Crónica del Perú”, recogía las leyendas que le contaron sus guías aymaras sobre Tiahuanaco. Según éstas, la ciudad fue construida antes del diluvio en una sola noche por gigantes que vivieron en la ciudad en palacios monumentales y que fueron exterminados por el dios del Sol por no hacer caso a una profecía de los adoradores del dios.

Las leyendas contaban que:

“En un principio no existía nada sobre la Tierra, pero un día llegó la vida desde el cielo a bordo de grandes piedras humeantes que cayeron por toda la superficie terrestre. La vida traía escrito en el lenguaje de los dioses los seres que había de crear y esas criaturas ocuparon la tierra, el mar y el aire. También apareció el ser humano con forma semejante al actual, pero con una inteligencia muy limitada porque la vida había cometido un error de diseño al no interpretar correctamente las instrucciones de los dioses. Los humanos carecían de habilidades y vivían en cavernas vistiendo pieles de animales y hojas de árboles. Todos los seres de aquel tiempo tenían grandes dimensiones.

Las divinidades contemplaron la creación y vieron que la obra, en general, estaba bien concebida y realizada, pero no era perfecta debido a la escasa inteligencia de los humanos y, entonces, decidieron enviar a Oryana para corregir los errores.
Oryana era una diosa que procedía de las profundidades del universo y se asemejaba a las mujeres que poblaban la Tierra excepto en que tenía unas orejas muy grandes y su cabeza era cónica. Para aumentar la inteligencia de los humanos, cuando llegó a la Tierra, mezcló su vida con la de algunos terrícolas y dio a luz a setenta criaturas, todas ellas con un cerebro idéntico al suyo, capaz de aprender todo cuanto le enseñaran. Oryana enseñó a sus hijos a hablar dándoles su lenguaje sagrado y comunicándoles que habían sido creados a semejanza de los dioses y que debían conservar aquella lengua, el Jaqui Aru, sin alterarla porque era común a todos y debía servir para utilizar la inteligencia de la que ahora disponían.

Mientras enseñaba muchas cosas a sus hijos, ellos construyeron una ciudad a la que llamaron Taipikala, imitando el modelo de la ciudad de donde procedía su madre. Aprendieron a fabricar las bebidas procedentes de la fermentación de las nuevas plantas que, como el maíz, les había proporcionad Oryana y a obtener la miel producida por la abeja, un insecto que también vino con ella. Del mismo modo les enseñó a trabajar los metales, a hilar, a tejer, a estudiar el cielo, a calcular, a escribir, etc. y cuando todo estuvo bien encauzado, la diosa se marchó.
Transcurrieron los milenios y los descendientes de Oryana, u Orejona, como se la llamaba a causa sus grandes orejas, poblaron el mundo construyendo ciudades y estableciendo culturas por todo el planeta. Pasaron muchas eras, pero el Jaqui Aru se conservó sin modificación alguna y todas las civilizaciones sabían utilizar el poder que contenía. Sin embargo, con el tiempo y a pesar del mandato de Oryana, fueron apareciendo variaciones en lugares distintos que provocaron la incomprensión entre los pueblos y la pérdida de los antiguos conocimientos. La humanidad, en general, dejó de utilizar los poderes de su cerebro perfecto, aunque, en realidad, nunca habían llegado a conocerlos en su totalidad. Pero en Taipikala se mantuvo la lengua de Oryana y, por respeto, siguieron insertándose orejeras de oro en los lóbulos y deformándose los cráneos hasta dejarlos en forma cónica, como el de ella. Por ello la ciudad se convirtió en un centro muy importante y los yatiris fueron los guardianes de la vieja sabiduría.

En aquel mundo no había ni hielo ni desiertos, ni frío ni calor, no había estaciones y el clima era siempre templado. Una cubierta de vapor de agua envolvía a la Tierra y la luz llegaba de forma amortiguada. El aire era más rico y las plantas crecían durante todo el año no siendo necesario sembrar ni cosechar porque siempre había abundancia de todo. Y existían todos los animales mucho más grandes que los actuales, al igual que las plantas.

Pero un día, siete enormes rocas se precipitaron desde el cielo golpeando la Tierra con tanta fuerza que se alteró el eje del planeta y las estrellas cambiaron de lugar en el firmamento. Los impactos de las rocas produjeron enormes nubes de polvo que oscurecieron el Sol, la Luna y las estrellas quedando el mundo envuelto en una densa oscuridad. Los volcanes entraron en actividad expulsando grandes cantidades de humo, cenizas y lava, al tiempo que violentos terremotos destruían las construcciones dejando todo asolado. La lava volcánica teñía todo de rojo fuego provocando heridas que no cicatrizaban y envenenando las aguas al contacto con los vapores tóxicos. El fuego abrasaba los árboles y las hierbas y las aguas de muchos ríos se evaporaron dejando secos sus cauces. Se desataron huracanes ardientes que devastaban todo cuanto encontraban a su paso. Los humanos y animales buscaban refugio en las cuevas y en los abismos, huyendo de la muerte, pero muy pocos lo consiguieron.

Unos días más tarde, sobrevino un frío intenso seguido por abundantes lluvias que causaron inundaciones que apagaron los incendios. Y apareció la nieve. Y todo ocurrió tan rápido que muchos animales quedaron enterrados en el hielo. Precedidas por un tremendo fragor, las gigantescas olas marinas cubrieron la tierra arrastrando hasta las cumbres de las montañas los restos de los animales muertos. Había comenzado lo que los pueblos del mundo llamaron el diluvio.
Llovió durante casi un año sin descanso. A veces, cuando el frío era muy intenso, la lluvia se convertía en nieve y, luego, volvía a llover y el agua seguía inundándolo todo. Desde el día que había comenzado el desastre no había vuelto a verse el sol. Se perdió el contacto entre pueblos y ciudades y no volvió a saberse nunca más de ellos, como tampoco a verse a muchos animales y plantas que antes eran abundantes y que se extinguieron en aquel período. Sólo quedó su recuerdo en algunos relieves de Taipikala y los escasos supervivientes de la gran tragedia lo se encontraban débiles, enfermos y aterrorizados. La Tierra había sido destruida y se hacía necesario reconstruirla.

Pasado mucho tiempo, la nube oscura que cubría el mundo se retiró y la cubierta de vapor de agua que cubría la Tierra desapareció. Dejó de llover y los rayos del Sol llegaron entonces a la superficie con toda su potencia, produciendo grandes quemaduras y desecando el suelo hasta dejarlo yermo. Lentamente, los seres vivos se fueron adaptando a aquella nueva situación y la vida volvió a escribir sobre lo que había quedado según sus eternas instrucciones. Sin embargo el cambio en la inclinación del eje de la Tierra había hecho que los años fueran cinco días más largos y que aparecieran las estaciones obligando a sembrar y recolectar en épocas concretas del año, lo que, a su vez, significó la alteración de la forma de vida y del calendario. También se reconstruyeron las ciudades, Taipika entre ellas, pero los seres humanos estaban muy débiles y el trabajo resultaba agotador. Los niños nacían enfermos y con deformaciones, muriendo la mayoría en los primeros años de vida. La Tierra se rehizo con relativa facilidad y la naturaleza tardó poco en reconstruirse a partir de sus propios restos, pero los seres humanos y algunos animales necesitaron siglos para recobrar la normalidad, comprobando que, con el paso del tiempo, sus vidas se iban acortando y que sus hijos y nietos no llegaban a desarrollarse con normalidad.

Los yatiris tuvieron que asumir la responsabilidad, al menos en su territorio, de recuperar la autoridad para acabar con el caos y la barbarie en la que había caído la humanidad. Inventaron ritos y nuevos conceptos, explicaciones sencillas para calmar al pueblo ya que sólo ellos conservaban el recuerdo de lo que había existido antes y de lo sucedido.

El mundo volvió a poblarse, aparecieron nuevas culturas y nuevos pueblos que tenían que volver a empezar sin nada y luchar duramente para sobrevivir. Los yatiris, y su pueblo, pasaron a llamarse los aymara, el pueblo de los tiempos remotos, porque sabían cosas que los demás no comprendían y porque conservaban su lenguaje sagrado y su poder. Hasta los Incap rúman, cuando llegaron a Taipikala para unirla a Tiwantisuyu conservaban en parte el recuerdo de quienes eran los yatiris y los respetaron.

No hay comentarios:

Publicar un comentario