lunes, 31 de marzo de 2014

JAQUELINE KENNEDY



JACQUELINE KENNEDY, tuvo una infancia repleta de lujos, educación privilegiada y obligaciones. Nunca una primera dama había tenido tal estilo, extravagancia, belleza y publicidad. Madre joven, ícono de la moda, modelo de acción. Revolucionó la Casa Blanca y fue el centro de miradas incluso el fatídico día en Dallas. Para muchos, y como afrenta pública, cambió el Kennedy por Onassis. Se reinventó y se enamoró de los libros hasta que una primavera la sorprendió en Nueva York.

Todos sus apellidos –Lee, Bouvier, Kennedy, Onassis– señalan una vida a lo grande. El resultado, en su caso, más que la suma de las partes, puede abreviarse con el “Jackie” más familiar. Ella marcó un antes y un después para las mujeres públicas. Basta leer las declaraciones recientes de Carla Bruni, o ver algunas de sus prendas al acompañar a Nicolas Sarkozy, para apreciar el terreno iniciado por ella. Pero detrás de su imagen como una heroína idealizada –una Audrey Hepburn en el centro del poder mundial–, están esos cuatro apellidos, alimento y carga que Jacqueline volvió personalmente notorios.

Jacqueline Lee Bouvier nació un 28 de julio de 1929 en Southampton, Nueva York. Faltaban algunos meses para que “el jueves negro” sacudiera Wall Street, y parte de las finanzas de John Vernou Bouvier, su padre, un corredor de bolsa de ascendencia francesa. Aunque no tanto como para que su madre, Janet Lee, hija de un importante banquero, pudiera darle a Jacqueline y a su hermana menor, Caroline, los dispendios de una familia tradicional de la Costa Este. Caballos, poesía, pintura, idiomas, todo parecía idílico en “Lasata”, el lujoso campo familiar en el que vivían, hasta que sus padres se separaron en 1936 –finalmente se divorciaron en 1940–. Algún tiempo después, la mujer que le inculcaba a Jackie cómo vestirse de etiqueta, las maneras y costumbres de su círculo, se casaría con Hugh D. Auchincloss, otro corredor de bolsa quien le daría más hermanos de sangre.

Y si bien pasaban mucho tiempo con su nueva familia en un campo en Virginia, Jacqueline prefería estar con su padre. El divorcio la había afectado, de allí la frialdad en su conducta que llamaba la atención a más de uno. Es que desde su infancia no le quitaban los ojos de encima. John H. Davis la describe en el libro The Bouviers como una niña que se lucía en competiciones ecuestres, adecuada a las normas, y que gustaba de ser observada pese a ser un poco introvertida. “Una independencia fiera, una vida interna que compartía con unos pocos, y que se convertiría en su enorme suceso. Su misteriosa autoridad relucía, aún como teenager, de manera que las personas seguían sus mandatos y pedidos.” A los 15 años, Jacqueline asistía a la escuela Miss Porter en Farmington, destacada por infundir el arte de la conversación y los buenos modales. En el libro escolar escribieron debajo de su foto: “Nacida para no ser un ama de casa”. Cursó en el Vassar College, no mucho después de que Igor Cassini, un periodista de las publicaciones de Randolph Hearst, la eligiera “Debutante del año”. “Una morocha de la nobleza con las características clásicas y finura de la porcelana de Dresden.  Su postura es perfecta, sabe conversar, es inteligente. Todo lo que una debutante debe tener.”

Ya le llegaban invitaciones de solteros de Harvard, Yale y Princeton, pero Jacqueline decidió con sólo dos frescas décadas de existencia ir a estudiar por 365 días a París. Amaba la ciudad luz, ése fue “el año más relajado y feliz de mi vida”, señaló. Si volvía, estudiaría arte en la Universidad George Washington. La alarma se encendió al finalizar su beca en Francia. Jacqueline ganó un concurso por sobre más de mil participantes con el ensayo “Gente a la que me hubiera gustado conocer”. Sus palabras sobre Oscar Wilde, Charles Baudelaire y Sergei Diaghilev le hubieran permitido quedarse allí, escribiendo para la revista Vogue. Según C. David Heymann, autor de la seminal biografía A Woman Named Jackie, es muy factible que, de no haber intercedido su madre, se hubiera quedado en Europa por siempre. No obstante, volvió a los dos años con su hermana Caroline, como viaje de fin de curso de ambas, y que dio lugar a la autobiográfica One Special Summer, la única publicación que contiene sus dibujos.

De nuevo en Washington, se comprometió con el corredor de bolsa John Husted mientras trabajaba como foto reportera de eventos para The Washington Times Herald ganaba $ 42.50 a la semana por tomar fotos y preguntar: “¿Son los hombres más valientes que las mujeres en la silla del dentista?” “¿Usted cree que una esposa debe hacerle pensar a su marido que es más inteligente que ella?” En una fiesta en mayo de 1952 conoció a John F. Kennedy cuando su relación con Husted había quedado atrás. El flirteo con el futuro senador fue inmediato y algunos meses después le propuso casamiento por teléfono. Ambas familias acordaron que no se haría público hasta que apareciese un artículo en el Saturday Evening Post titulado “John F. Kennedy, el senador soltero”. Finalmente el 12 de septiembre de 1953, en una granja en Hammersmith Newport, Jacqueline Lee Bouvier se convirtió en Mrs. Kennedy. Más de setecientos invitados fueron testigos de una ceremonia que tuvo gran repercusión nacional. Aunque entre ellos no estaba su cada vez más inaccesible padre. Quien entregó la mano de la novia al futuro presidente fue Mr. Auchincloss.

La primera dama

Los primeros años como esposa de la ascendente figura del Partido Demócrata no fueron de rosas. Pese a cumplir su tarea a la perfección, le comentaba a sus más íntimos que se aburría con los políticos. La relación con el clan Kennedy era tortuosa, salvo con el mandamás familiar Joseph y su hijo Robert. Por otro lado estaba el tema de la salud del senador. Y en 1956, la primera hija de la pareja, Arabella Kennedy, nació muerta. Todos los pesares llevaron a que el matrimonio se separara por algún tiempo. Aunque volvieron cuando John fue intervenido quirúrgicamente por sus problemas crónicos en la espalda JFK casi muere en el hospital. En 1957, mientras su marido escribía Profiles in Courage y se recuperaba en su nueva casa en Georgetown, Jackie se preparaba para dar a luz a Caroline.

Los nuevos bríos fueron el aceite necesario para la maquinaria que se ponía en funcionamiento: Kennedy se postulaba a la presidencia. “La deslumbrante esposa del candidato, Jackie, que siempre está cerca de su marido, ha atraído tanta atención como él”, escribió la revista Life. Cuando el 8 de noviembre de 1960, y en unas reñidas elecciones, JFK triunfó sobre Richard Nixon, Jackie estaba a punto de dar a luz a su segundo hijo, John Jr. A sus 31 años, se convertía en una de las primeras damas –título que detestaba porque le parecía el nombre de un caballo– más jóvenes de la historia.

Dentro de la tradición norteamericana de someter a la lupa a la mujer del presidente, Jackie revolucionaba toda norma. Y no sólo por su edad: era una mujer atractiva, sexy, fina, cultivada. Si bien el escarnio la veía algo distante y “europea”, para la mayoría era el ideal de una reina con corona simbólica. “Simplemente siento que todo en la Casa Blanca debería ser lo mejor”, dijo en la transmisión para la televisión realizada para que los ciudadanos conociesen a fondo la restauración llevada a cabo en la casa del primer mandatario emisión que obtuvo un Grammy. Cada evento en Washington llevaba su toque: el lugar se había convertido en visita obligada de escritores, científicos y músicos, además de jefes de Estado.

En el exterior, la “liaison” con Jackie era aun mayor. Durante la primera gira oficial por Europa en 1961, su magnetismo llegó a Londres y en París, brilló. Charles De Gaulle le confesó que sabía más de su país que muchas francesas, y afuera del palacio de Versalles se escuchaban los cánticos “Vive Jacquie”. La revista Time bromeó al respecto: “También había un tipo que iba con ella”. El mismo presidente se refirió al furor desatado: “Soy el hombre que acompañó a Jacqueline Kennedy a París. ¡Y lo disfruté!”. En plena Guerra Fría, el premier soviético Nikita Khrushchev le expresó a JFK que primero quería darle la mano a su esposa. El “estilo Jackie” con sus sombreritos Pill Box, las gafas negras de marco amplio, sus prendas Givenchy, Christian Dior, Joan Morse y sus favoritos, los Oleg Cassini, renovó la moda y la convirtió en un ícono fashion –antes incluso de que se usase el término–; alejado de la tradicional imagen de la esposa del presidente de la nación más poderosa del planeta.

Las relajadas fotos familiares en el Salón Oval y de vacaciones en Martha’s Vineyard hacían a un paisaje idílico que sin Jackie no hubiera existido. Pero en el cuadro faltaban algunos detalles, como las relaciones extramaritales de JKF y sus consultas a un cardiólogo para mejorar su vida sexual. Su cuarto embarazo fue una antesala de tiempos oscuros. En agosto de 1963, Patrick Bouvier Kennedy murió a los pocos días de nacer. Deprimida, Jackie viajó con su hermana Lee al mar Mediterráneo en el yate del empresario marítimo Aristóteles Onassis. Para mediados de noviembre regresó para acompañar a su esposo en la preparación de la nueva campaña presidencial.

Se dice que quien vivió esa época recuerda con claridad qué estaba haciendo el 22 de noviembre de 1963 al escuchar la noticia de la muerte de JFK. Jackie estaba a su lado, en el medio de la confusión, desencajada, saltando a la parte trasera de la limusina y bañada en sangre. “Quiero que vean lo que le han hecho a John.” Aún aturdida, le dijo esas palabras a Lyndon Johnson en el avión donde éste juró como presidente. Jackie quería estar en la ceremonia con el traje manchado de coágulos. Tuvieron que convencerla de que se cambiase. En el funeral, en cambio, todo fue protocolo y sentimientos a flor de piel. El periódico londinense The London Evening Standard dijo: “Jacqueline Kennedy ha dado al pueblo norteamericano una cosa que siempre había deseado: majestuosidad”. A una semana del magnicidio, la revista Life publicó la entrevista donde relató a la nación su pesar. “Camelot”, como definió a ese instante mágico de la historia estadounidense del que había sido protagonista principal, había acabado.

La editora, duerme

Las razones del casamiento de Jackie con Aristóteles Onassis en 1968 son tema de debate hasta el día de hoy. Seguridad financiera, sensación de soledad, búsqueda de privacidad que no encontraba en Nueva York para ella y sus hijos, ansias de poder, escapar del clan Kennedy, sumado al asesinato de su ex cuñado Robert. Lo cierto es que en el país se vivió su nuevo matrimonio como una afrenta de su reciente soberana. Ahora Jackie era la patrona de Skorpios, una isla del Egeo y tenía a su disposición 70 sirvientes, mientras que el esposo se quejaba por los gastos de su “pequeña ave”, se pavoneaba de su apetito sexual, y en el medio de su nuevo estatus –se la presentaba como una suerte de bombshell y cazadora de fortunas–, la revista Hustler publicaba fotos tomadas por un paparazzi de Mrs. Onassis desnuda.

La relación de Jackie con el entorno familiar del armador griego no ayudaba: era tan hostil como con los Kennedy. Aristóteles buscaba refugio en María Callas y todo parecía encaminarse a un divorcio. Pero en 1975, a los 46 años, Jackie O se convertía en viuda por segunda vez. Para el gran público, luego de la batalla judicial por la herencia, Jackie tuvo un largo otoño entre 1978 y 1994. Pese a que seguía siendo una figura notoria y requerida, y que a veces aparecía en ceremonias con toda la pompa y su viejo oficio, no se sabía mucho más de ella, salvo por su trabajo como editora en Doubleday y sus caminatas en el Central Park. Las garras aparecían cuando algún libro o película intentaba dilucidar aspectos íntimos. Como su larga primavera con el belga Maurice Tempelsman. Su relación duró algo más que el matrimonio con John F. Kennedy y casi el doble del romance con Aristóteles Onassis. “El tercer hombre” era un acaudalado empresario, contratado por Jackie para cuidar sus inversiones. Desde 1980, Maurice tiró por la borda 30 años de matrimonio y se mudó a un apartamento muy próximo al refugio de Jackie, en la Quinta Avenida. Caroline y John, adultos, lo aceptaron sin reparos como padrastro.

En los primeros días de 1994, Jackie tomó tranquila la noticia del cáncer, pensó que el tratamiento iba bien, aunque cuando la realidad fue más sombría se ocupó de arreglar absolutamente todo. Reunió sus documentos personales y los depositó en una caja fuerte. “Pido a mis hijos que respeten mi deseo de intimidad”, precisa el testamento. Murió el 19 de mayo de ese año. Su hijo, John Jr., la despidió describiéndola “llena de palabras, con los lazos de familia y hogar en alto, y su espíritu de aventura siempre presente”. Desde entonces, y con su aura intacta, yace junto a su primer esposo, Patrick y Arabella en el cementerio de Arlington, Virginia.

LA CARIDAD



La CARIDAD es una de las virtudes teologales junto con la esperanza y la fe.

La Iglesia católica considera que la caridad es aquella virtud teologal por la cual amamos a Dios sobre todas las cosas por Él mismo y a nuestro prójimo como a nosotros mismos por amor de Dios. La CARIDAD tiene por frutos el gozo, la paz y la misericordia. Exige la práctica del bien y la corrección fraterna; es benevolencia; suscita la reciprocidad; es siempre desinteresada y generosa; es amistad y comunión 

La CARIDAD se hace humana cuando Jesús da su mandamiento nuevo a los apóstoles y discípulos: “Ámense unos a otros como yo los he amado”.

Toma en cuenta para llevar a cabo la acción de ese amor, el guardar los mandamientos de la ley de Dios, o los 10 mandamientos.

Dios se coloca como único y perfecto ejemplo de amor, que salva a los que todavía no creen en él, que muere por quienes son todavía sus enemigos.

San Pablo habla del amor de Dios y nos deja ver cómo es la caridad, "La CARIDAD es paciente, es servicial; la CARIDAD no es envidiosa, no es jactanciosa, no se engríe; es decorosa; no busca su interés; no se irrita; no toma en cuenta el mal; no se alegra de la injusticia; se alegra con la verdad. Todo lo excusa. Todo lo cree. Todo lo espera. Todo lo soporta" Y termina, "La CARIDAD no dejará de existir".

La CARIDAD es la virtud teologal más importante, y es superior a cualquier otra virtud.

Para San Basilio, la condición de hijos del Padre era adquirida cuando entendida como la búsqueda del bien: "O nos apartamos del mal por temor del castigo y estamos en la disposición del esclavo, o buscamos el incentivo de la recompensa y nos parecemos a mercenarios, o finalmente obedecemos por el bien mismo del amor del que manda... y entonces estamos en la disposición de hijos"

GUERRA DEL PELOPONESO



La guerra del Peloponeso 431404 a.C. fue un conflicto militar de la Antigua Grecia que enfrentó a la Liga de Delos conducida por Atenas, con la Liga del Peloponeso conducida por Esparta.


Tradicionalmente, los historiadores han dividido la guerra en tres fases. Durante la primera, llamada la Guerra arquidámica, Esparta lanzó repetidas invasiones sobre el Ática, mientras que Atenas aprovechaba su supremacía naval para atacar las costas del Peloponeso y trataba de sofocar cualquier signo de malestar dentro de su Imperio. Este período de la guerra concluyó en 421 a.C., con la firma de la Paz de Nicias. Sin embargo, al poco tiempo el tratado fue socavado por nuevos combates en el Peloponeso lo que llevó a la segunda fase. En 415 a. C., Atenas envió una inmensa fuerza expedicionaria para atacar Siracusa, en Sicilia. La expedición ateniense, que se prolongó del 415 al 413 a.C., terminó en desastre, con la destrucción de gran parte del ejército y la reducción a la esclavitud de miles de soldados atenienses y aliados.


Esto precipitó la fase final de la guerra, que suele ser llamada la Guerra de Decelia. En esta etapa, Esparta, con la nueva ayuda de Persia y los sátrapas, gobernadores regionales de Asia Menor, apoyó rebeliones en estados bajo el dominio de Atenas en el Mar Egeo y en Jonia, con lo cual debilitó a la Liga de Delos y, eventualmente, privó a Atenas de su supremacía marítima. La destrucción de la flota ateniense en Egospótamos puso fin a la guerra y Atenas se rindió al año siguiente.


La guerra del Peloponeso cambió el mapa de la Antigua Grecia. A nivel internacional, Atenas, la principal ciudad antes de la guerra, fue reducida prácticamente a un estado de sometimiento, mientras Esparta se establecía como el mayor poder de Grecia. El costo económico de la guerra se sintió en toda Grecia; un estado de pobreza se extendió por el Peloponeso, mientras que Atenas se encontró a sí misma completamente devastada y jamás pudo recuperar su antigua prosperidad. La guerra también acarreó cambios más sutiles dentro de la sociedad griega; el conflicto entre la democracia ateniense y la oligarquía espartana, cada una de las cuales apoyaba a facciones políticas amigas dentro de otros estados, transformó a las guerras civiles en algo común en el mundo griego.


Las guerras griegas, mientras tanto, que originariamente eran una forma de conflicto limitado y formal, se convirtieron en luchas sin cuartel entre ciudades estado que incluían atrocidades a gran escala. La guerra del Peloponeso, que destrozó tabúes religiosos y culturales, devastó extensos territorios y destruyó a ciudades enteras, marcó el dramático final del dorado siglo V a. C. de Grecia.


En la Historia de la Guerra del Peloponeso, libro uno, sección 23, Tucídides aclara que Esparta entró en guerra con Atenas «Porque temía que los atenienses se hicieran más poderosos, al ver que la mayor parte de Hellas se encontraba bajo el control de Atenas». Ciertamente, los casi cincuenta años de historia griega que precedieron al inicio de la guerra del Peloponeso habían estado marcados por el desarrollo de Atenas como uno de los poderes principales en el mundo mediterráneo. Tras rechazar los griegos la invasión persa en el año 480 a.C., Atenas lideró la coalición de polis ciudades estado griegas que continuaron las Guerras Médicas conocida como la Liga de Delos, atacando territorios persas en el Egeo y Jonia. Lo que siguió fue un período al cual se ha denominado Pentecontecia, nombre dado por Tucídides, en el cual Atenas fue conocida más ampliamente por la historiografía griega con el de Imperio ateniense, impulsando una guerra agresiva contra el Imperio aqueménida. Para mediados del siglo, los persas habían sido expulsados del Egeo y obligados a ceder el control de una amplia cantidad de territorios a los atenienses. Al mismo tiempo, Atenas incrementó su poder. Durante el curso del siglo, varios de sus ex aliados indepedientes fueron reducidos al estatus de estados tributarios de la Liga de Delos; estos tributos fueron empleados para el mantenimiento de una poderosa flota y, luego de mitad de siglo, para financiar grandes programas de trabajos públicos en Atenas.

A poco de instaurada la Pentecontecia, comenzaron a surgir fricciones entre Atenas y los polis peloponesias, incluida Esparta; tras la salida de los persas de Grecia, Esparta trató de evitar la reconstrucción de las murallas de Atenas sin las murallas, los atenienses habrían estado indefensos ante un ataque por tierra y sujetos al control espartano, pero fueron rechazados. Según Tucídides, aunque Esparta no realizó ninguna acción en ese momento, «Se sintieron ofendidos sin manifestarlo». Los incidentes motivados por la reconstrucción de las murallas de Atenas comenzaron a deteriorar sensiblemente las relaciones entre esta y Esparta.


En 465 a.C. volvieron a estallar conflictos entre las polis con el inicio de una revuelta hilota en Esparta. Los espartanos solicitaron ayuda a todos sus aliados, Atenas incluida, para sofocar la rebelión. Atenas envió un contingente considerable pero, al llegar, fueron enviados de regreso por los espartanos, mientras que los hombres de los demás aliados tuvieron permiso de quedarse. De acuerdo con Tucídides, los espartanos actuaron de tal manera por temor a que los atenienses cambiasen de bando y apoyaran a los hilotas; ofendidos, los atenienses repudiaron su alianza con Esparta. Cuando finalmente los rebeldes hilotas debieron rendirse y abandonar el país, los atenienses los establecieron en una ciudad estratégica, Naupacto, en el golfo de Corinto


En 459 a. C., Atenas se aprovechó de una guerra entre la ciudad vecina de Megara y Corinto, ambas aliadas de Esparta, para sellar una alianza con Megara, obteniendo así un asidero fundamental en el istmo de Corinto. A continuación ocurrió un conflicto de quince años, conocido comúnmente como la Primera Guerra del Peloponeso, en el cual Atenas luchó con intermitencia contra Esparta, Corinto, Egina y otros estados griegos. Durante un tiempo en medio de este conflicto, Atenas controló no sólo a Megara, sino también a Beocia; sin embargo, cuando este terminó, y afrontando una invasión masiva de Esparta sobre el Ática, los atenienses cedieron los territorios que habían ganado en la Grecia continental, y tanto Atenas como Esparta reconocieron los derechos uno del otro a controlar sus respectivos sistemas de alianzas. Oficialmente, la guerra finalizó con la Paz de los Treinta Años, firmada durante el invierno de 446/445 a.C.

COLUMNAS DE HÉRCULES



Las COLUMNAS DE HÉRCULES fueron un elemento legendario de origen mitológico, situado en el estrecho de Gibraltar y señalaba el límite del mundo conocido, la última frontera para los antiguos navegantes del Mediterráneo. Los griegos conocían bien el Mediterráneo, aunque dadas las considerables distancias, sus conocimientos sobre lo que se extendía en el océano Atlántico era más limitado, dando lugar así a leyendas y temores. Bajo el lema «Non Terrae Plus Ultra» los romanos asignaban el confín del continente, que si bien se asoció a Finisterre, también simbolizaba el estrecho de Gibraltar.

El nombre más antiguo que con seguridad alude a las mismas partes de los griegos, quienes las denominaron «Estelas de Heracles» y que los romanos después llamaron Columnas Herculis, o sea, Columnas de Hércules.

La columna norte antiguo Kalpe o «Calpe» es identificada con el peñón de Gibraltar 426 m. La identidad de la columna sur antigua «Abila» ha sido disputada a través de la historia, siendo los dos candidatos más probables el Monte Hacho 204 m en Ceuta España y el Monte Musa 851 m en Marruecos.

En un arrebato de locura Heracles Hércules había matado a sus hijos. Recobrada la razón, el Oráculo de Delfos le había indicado que para purificarse, debería estar al servicio del rey de Tirinto, Euristeo, durante doce años. Habiendo llegado al monarca la fama de los bueyes de Gerión, ser fabuloso que poseyera tres cuerpos y que moraba en el Lejano Occidente, y aprovechándose de que aún no habían expirado los doce años de servicios, encargó a Heracles que capturase dichos rebaños. El viaje de ida, antes de llegar a Eritrea una de las antiguas islas sobre las que actualmente se asienta las ciudades de Cádiz y San Fernando, fue pródigo en aventuras y luchas de todo tipo, hasta el extremo de que "para conmemorar sus hazañas fueron elevadas las columnas que llevan su nombre, que separan Europa de África".

Heracles tomó prestada la Copa de Helios para navegar sobre el océano y llegar a la tierra de Gerión. Mató a éste y regresó al reino de Euristeo con el ganado. Fue Hércules quien separó las dos rocas para abrir el camino al océano Atlántico.

Los textos en diálogos Timeo y Critias del filósofo griego Platón ubican la mítica y popular isla de la Atlántida en el Océano Atlántico, justamente delante de las Columnas de Hércules.

El monarca Carlos I de España incorporó como elemento exterior el símbolo de las columnas en su escudo de armas. El rey, gran humanista interesado en la cultura y las artes, accedió a la sugerencia de un médico y consejero suyo, Luigi Marliano, a incorporar las columnas con la divisa Plus Ultra. Este elemento heráldico ha permanecido con mayor o menor presencia en el curso de los sucesivos monarcas, aunque en la actualidad no aparecen en el escudo del Rey de España, sí lo hacen en el escudo de España.

Las columnas de Hércules aparecieron también como símbolo heráldico de las Indias del Imperio español. El 14 de julio de 1523 por Cédula Real, el Rey Carlos I de España y V de Alemania, concedió Escudo de Armas a la Villa Rica de la Veracruz, en México, primer Ayuntamiento de América. Dicho escudo contiene las columnas de Hércules y la leyenda «NON PLUS ULTRA». Hacia el siglo XVII algunas monedas americanas mostraban en adverso dos columnas coronadas sobre ondas marinas. En el siglo XVIII el símbolo evoluciona y representaba dos columnas coronadas, corona real rodeando dos mundos, sur montadas de una corona real, y situadas sobre una isla o roca saliente de ondas marinas. La ceca de Ciudad de México convino, en 1754, a cambiar la corona real de la columna a la siniestra del símbolo por una corona imperial. En la misma ceca el adverso de las monedas de reales de a ocho permaneció hasta 1772, durante el reinado de Carlos III.

Posteriormente, el rey José I de España José Bonaparte, diseñó su escudo siguiendo el modelo de anteriores monarcas, aunque cuartelándolo en seis cuarteles, en el que aparte de los tradicionales de Castilla, León, Aragón, incorporaba el de Navarra, el de Granada y el de Indias. Este sexto cuartel introducía heráldicamente el símbolo que se había creado en América, en similar disposición: columnas sin coronas rodeando dos mundos sin corona y todo sobre ondas marinas.

Una de las teorías más extendidas, iniciada por la profesora de Historia de España Ana Torre, recurre a las Columnas de Hércules como origen del símbolo del Dólar, en tanto que en Estados Unidos se utilizó durante un tiempo la moneda española.

CONSTELACIÓN



Una CONSTELACIÓN, en astronomía, es una agrupación convencional de estrellas, cuya posición en el cielo nocturno es aparentemente invariable. Pueblos, generalmente de civilizaciones antiguas, decidieron vincularlas mediante trazos imaginarios, creando así siluetas virtuales sobre la esfera celeste. En la inmensidad del espacio, en cambio, las estrellas de una constelación no necesariamente están localmente asociadas; y pueden encontrarse a cientos de años luz unas de otras. Además, dichos grupos son completamente arbitrarios, ya que distintas culturas han ideado constelaciones diferentes, incluso vinculando las mismas estrellas.

Algunas constelaciones fueron ideadas hace muchos siglos por los pueblos que habitaban las regiones del Medio Oriente y el Mediterráneo. Otras, las que están más al sur, recibieron su nombre de los europeos en tiempos más recientes al explorar estos lugares hasta entonces desconocidos por ellos, aunque los pueblos que habitaban las regiones australes ya habían nombrado sus propias constelaciones de acuerdo a sus creencias.

Se acostumbra a separar las constelaciones en dos grupos, dependiendo el hemisferio celeste dónde se encuentren:
Constelaciones septentrionales, las ubicadas al norte del ecuador celeste
Constelaciones australes, al sur.

A partir de 1928, la Unión Astronómica Internacional UAI decidió reagrupar oficialmente la esfera celeste en 88 constelaciones con límites precisos, tal que todo punto en el cielo quedara dentro de los límites de una figura.

Debido al tiempo transcurrido y a la falta de registros históricos, es difícil conocer el origen preciso de las constelaciones más antiguas del mundo occidental. Tal parece que Leo el león, Taurus el toro, y Escorpio el escorpión, existían desde antiguo en la cultura de Mesopotamia, unos 4000 años antes de la era cristiana, aunque no recibían esos nombres necesariamente.

Se cree que el interés de estos antiguos pueblos por la disposición de las estrellas tuvo motivos fundamentalmente prácticos, usualmente con propósitos agrícolas, de viaje y religiosos: como ayuda para medir el tiempo y las estaciones y para servir de orientación a navegantes y mercaderes cuando realizaban travesías durante la noche, ya fuese por mar o por el desierto. Así, imaginando figuras con las cuales relacionar los grupos de estrellas y creando leyendas e historias de lo que representaban —ver mitología, astrología— les sería más fácil y seguro recordar las rutas a seguir.

De las 88 constelaciones adoptadas por la UAI, casi la mitad provienen de la imaginación de los astrónomos griegos. Homero menciona a Orión en la Odisea obra que data del siglo IX a. C. En el Antiguo Egipto era conocido como Sahu mil años antes. El Zodíaco, dividido en doce constelaciones, surgió en Babilonia durante el reinado de Nabucodonosor II siglo VI a. C., vinculado a las doce lunaciones anuales. Lo adoptará la cultura griega, dándole a las constelaciones los actuales nombres.

La compilación exhaustiva de constelaciones más antigua conocida se remonta a Claudio Ptolomeo, quien en el siglo II a. C. presentó un catálogo de 1022 estrellas, agrupadas en 48 constelaciones, en su obra Almagesto; la obra fue escrita en griego, con el título He Megále Sintaxis: ‘el gran tratado’. Dicho trabajo, que será la base de muchos resúmenes astronómicos occidentales posteriores, hasta finales de la Edad Media, sólo incluía las estrellas visibles desde Alejandría, lugar desde donde Ptolomeo llevó a cabo sus observaciones.

KAYAK



KAYAK es un término de origen esquimal. Se trata de una variedad de piragua en su origen de un sólo tripulante, usada para pescar y cazar. En la actualidad, en sus variantes modernas, su uso es fundamentalmente deportivo. El tripulante o palista, a diferencia de las embarcaciones de remo, se acomoda sentado y orientado en dirección al avance, propulsando la embarcación mediante una pala de doble hoja o cuchara que no necesita de apoyo sobre el casco.

El kayak es una embarcación larga, eslora y estrecha, manga y en sus diseños tradicionales de cubierta cerrada, sólo abierta en la 'bañera' donde se sitúan el o los palistas. Existen en la actualidad tantos diseños y variantes como usos potenciales, pero en general puede considerarse una embarcación pequeña en relación con otras, en ocasiones de diseño extraordinariamente hidrodinámico y en otros casos de diseño compacto y maniobrable. Se construyen kayaks de uno, dos y cuatro tripulantes. Dadas sus características pueden encontrarse kayaks en aguas tranquilas ríos, embalses, lagos, piscinas, aguas bravas ríos de 'montaña' o canales de aguas bravas y en el mar, incluso en mar abierto. Tal variedad de usos se traduce en una gran cantidad de modelos: de pista y descenso de ríos, de aguas bravas, de kayak extremo, de rodeo, kayaks de 'surf', kayak de mar, de kayak-polo y de recreo, entre otras.

Un kayakista romántico definió el kayakismo como la transformación de su ser en un barco como un todo: "Mi cuerpo es mi barco y mi alma el capitán". La afirmación, más allá del romanticismo, es bastante cierta, ya que en realidad "una persona no se sube a un kayak sino que se viste con el", teniendo el efecto que más que una embarcación el kayak es como un artilugio de adaptación del cuerpo al agua, formando kayak y tripulante toda una unidad. Es una de las pocas embarcaciones cuyo navegar en el agua puede "sentirse" en el cuerpo.

Al kayak se le atribuye un origen esquimal, más concretamente inuit. La palabra significaría "bote-de-hombre" o "pedazo de madera flotante" ya que se construía a la medida del palista. En la sociedad esquimal, los menores no podían utilizar estas embarcaciones y sólo al alcanzar la mayoría de edad, en un acto ritual, la familia le construía su propio kayak. Se decía que si un esquimal salía a cazar y no regresaba era porque había usado un bote prestado. En su origen, en el Ártico, el kayak fue concebido originalmente como bote unipersonal consistente en una armazón de madera revestida de pieles. Tiene una antigüedad de al menos 4000 años.1 Los más antiguos kayaks recuperados se muestran hoy en día en el departamento de Norte América del museo etnológico de Múnich. Los esquimales crearon también prendas específicas para esta actividad como el anorak o el denominado cubre bañeras, que en su caso sólo dejaba al descubierto la cara del palista.

Los kayaks contemporáneos de estilo tradicional están inspirados en los diseños nativos, especialmente de Alaska, norte de Canadá, y suroeste de Groenlandia. El escocés John McGregor, explorador, deportista y filántropo del siglo XIX, introdujo y popularizó el kayak y el piragüismo en Europa, donde rápidamente alcanzó popularidad hasta el punto de llegar a ser deporte de exhibición en los Juegos Olímpicos de París de 1924 y parte del programa oficial en los Juegos de Berlín de 1936. Los kayaks modernos se construyeron mayoritariamente en madera hasta los años 50, cuando aparecieron en EEUU los primeros kayaks de fibra de vidrio. Los primeros kayaks de material plástico roto moldeado se introdujeron en 1973. Hoy en día los materiales de construcción varían; sigue construyéndose en madera pero también en fibra de vidrio, carbono, kevlar, y materiales plásticos, dependiendo del uso que se le vaya a dar al bote.

Los diferentes modelos de kayak son un buen ejemplo de los parámetros hidrodinámicos que entran en juego. Los kayaks de velocidad (de pista), de competición en mar y de travesía, son largos y extremadamente estrechos. Buscando un rendimiento hidrodinámico óptimo. En cambio, los kayaks de aguas bravas, de surf y de polo son cortos, redondeados y de formas más anchas. Para lograr maniobrabilidad y un gran control de la embarcación en condiciones de fuerte corriente, oleaje... etc.

Otro factor importante es el peso frente a la resistencia. Los kayaks de materiales plásticos son muy resistentes y pesados, se suelen usar en travesías, descensos no competitivos o para turismo e iniciación. Pero no son adecuados para la competición. En este caso, los materiales compuestos han acabado por sustituir a la madera; serán embarcaciones muy ligeras y en general rígidas, con resistencia al choque adecuada a la competición donde evolucionen.