BUFÓN es toda aquella persona que hace reír con su ingenio, sus
gracias o sus desgracias. En un sentido histórico, los bufones, hombres o
mujeres, muchas veces niños, enanos o personas deformes o grotescas, han
ocupado un lugar privilegiado junto a reyes y poderosos. Sus habilidades
cómicas en pantomimas y representaciones histriónicas o burlescas, su destreza en acrobacias, malabarismos y otros juegos, y muy en especial
su privilegio ante los poderosos para decir lo que a nadie le estaba permitido
pronunciar o reírse de quien nadie osaría hacerlo, han sido sus características
principales. Se les
concede el insólito mérito de humanizar al gran mandatario, haciéndole sentir,
supuesta y temporalmente, como un mortal más. En simbología el
significado del bufón, como personaje dual, es
tan ambiguo como cruel su origen en la historia de la Humanidad.
El término BUFÓN procede del idioma italiano, en concreto de las voces «buffone» y «buffo». La RAE, en un primer significado lo define como buhonero y, en una segunda acepción, como chocarrero, y
también individuo que divierte a reyes y cortesanos, o simplemente truhán que
se dedica a hacer reír. En francés tiene como par «bouffon» con la misma raíz latina, en inglés «fool» "loco" y en alemán «narr»
En la Grecia ateniense, los bufones
compartían en los teatros las creaciones de Sófocles y de Eurípides.
En Roma, las obras de muchos autores
cómicos y algunos pasajes de las de Marcial, Séneca y Suetonio -reflejadas en pinturas halladas en Pompeya- dan pistas sobre
los gustos romanos por la figura del bufón. En Pompeya, en concreto, se han
hallado vasos etruscos con figuras cómicas, en muchos casos deformes o monstruosos.
Hay noticia, un tanto fabulosa, de que el
emperador Augusto hizo exhibir un joven llamado Licino que no tenía más de seis decímetros poco más de medio metro de altura, no
pesaba más de 8 kilos y que, sin embargo, poseía una voz estentórea. Galba, Capitolino y Cecilio son nombres de famosos
bufones satirizados por Marcial. Las rivalidades de Pilades y Batilio, dos mímicos famosos,
alborotaron de tal manera el orden público que Augusto se vio obligado a
desterrar al primero.
El mundo pagano legó los bufones al cristiano,
pudiéndose seguir sus huellas en el Digesto, en Isidoro de Sevilla y otros historiadores de la época.
Ya en el siglo V, el oficio
callejero del bufón se mezcló con el de los juglares; como tales, les
correspondió el mérito de mantener y propagar a lo largo de toda la Edad Media el arte del títere y la marioneta.
La continuidad de los bufones en los
umbrales de la Edad Media la documentan noticias como la que informa de que Atila llevaba uno en sus correrías.nota 3 En la Alemania caballeresca llegan a alcanzar el mito
como en el caso de Kurtz van den Rosen, uno de los cómicos de Maximiliano, que penetró en la prisión
donde estaba encerrado su amo, consiguiendo liberarle con lo que las crónicas
llamaron valor y serenidad.
Algunos bufones llegaron a adquirir
títulos de nobleza, aunque su existencia siempre estuvo sujeta a vicisitudes,
como fue el caso del bufón de Margarita de Navarra que, tras gozar durante años del amor
de la princesa, desaparecida su protectora, murió en la miseria.
Uno de los más célebres bufones de Francia fue Triboulet, en la corte de Francisco I, en cuyas supuestas desgracias
se inspiró Víctor Hugo para hacerle protagonista de su drama El
rey se divierte, sobre el que más tarde, a su vez, compuso Verdi su Rigoletto.
En España, los bufones menudearon en
la corte de los Asturias, como dejó
patente la galería de retratos pintados por Velázquez. Por su parte, escritores
como Diego de Saavedra Fajardo, en sus Empresas,
y Quevedo en sus Zahúrdas,
los describen alternativamente como afortunados cortesanos o como "espías
públicos de los palacios y los que más estragan sus costumbres"
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