El PROGRESO es un concepto que indica la
existencia de un sentido de mejora en la condición humana.
La consideración de tal posibilidad
fue fundamental para la superación de la ideología feudal medieval,
basada en el teocentrismo cristiano o musulmán
y expresada en la escolástica.
Desde ese punto de vista que no es el único posible en teología el progreso no
tiene sentido cuando la historia humana proviene de la caída del hombre el pecado
original y el futuro tiende a Cristo.
La historia misma, interpretada de forma providencialista,
es un paréntesis en la eternidad,
y el hombre no puede aspirar más que a participar de lo que la divinidad le
concede mediante la Revelación.
La crisis bajomedieval y el Renacimiento,
con el antropocentrismo,
resuelven el debate de los antiguos y los modernos,
superando el argumento de autoridad y Revelación como fuente principal de conocimiento.
Desde la crisis de la conciencia europea de finales del siglo XVII y la Ilustración del XVIII pasa a ser un lugar común
que expresa la ideología dominante del capitalismo y la ciencia moderna. La segunda mitad del siglo
XIX es el momento optimista de su triunfo, con los avances técnicos de la Revolución industrial, el imperialismo
europeo extendiendo su idea de civilización a todos los rincones del mundo. Su
expresión más clara es el positivismo de Auguste Comte.
Aunque pueden hallarse precursores, hasta después de la Primera Guerra Mundial no empezará el verdadero
cuestionamiento de la idea de progreso, incluyendo el cambio de paradigma científico, las vanguardias en el arte, y el replanteamiento total
del orden económico social y político que suponen la Revolución Soviética, la Crisis de
1929 y el Fascismo.
La idea del progreso es considerada
como uno de los pilares de la visión histórica occidental. Su origen y
evolución han sido temas de amplio debate. Según Robert Nisbet, uno de los más
destacados estudiosos del tema: “… la idea de progreso es característica del
mundo occidental. Otras civilizaciones más antiguas han conocido sin duda los
ideales de perfeccionamiento moral, espiritual y material, así como la
búsqueda, en mayor o menor grado, de la virtud, la espiritualidad y la
salvación. Pero sólo en la civilización occidental existe explícitamente la
idea de que toda la historia puede concebirse como el avance de la humanidad en
su lucha por perfeccionarse, paso a paso, a través de fuerzas inmanentes, hasta
alcanzar en un futuro remoto una condición cercana a la perfección para todos
los hombres.” Otro de los mayores
estudiosos de la materia, J. B. Bury, dijo en su obra clásica sobre la idea del
progreso lo siguiente: “Podemos creer o no creer en la doctrina del progreso,
pero en cualquier caso no deja de ser interesante estudiar los orígenes y trazar
la historia de lo que es hoy por hoy la idea que inspira y domina la
civilización occidental.”
El desarrollo de la idea del progreso
ha conocido diversas fases. Sus
primeros antecedentes se encuentran en las tradiciones griegas y judías que
darán luego origen a la síntesis cristiana, sobre la cual se edifica toda la
cultura occidental posterior. Sin embargo, no será hasta la irrupción de la
modernidad que la idea del progreso cobra una presencia decisiva en el
imaginario occidental y se transforma en la base de una concepción marcadamente
optimista de la historia entendida como superación constante del ser humano y
acercamiento a formas de vida social cada vez más plenas. Como afirma Hannah Arendt:
“la noción de que existe algo semejante a un Progreso de la humanidad como
conjunto y que el mismo forma la ley que rige todos los procesos de la especie
humana fue desconocida con anterioridad al siglo XVIII”.
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