jueves, 3 de abril de 2014

HUITZILOPOCHTLI



HUITZILOPOCHTLI fue la principal deidad de los mexicas. También fue conocido como Ilhuicatl Xoxouhqui y ha sido asociado con el sol. A la llegada de los españoles a Mesoamérica, era la deidad más adorada en el Altiplano Central por imposición de los mexicas. Los conquistadores lo llamaron Huichilobos

Según la leyenda, Huitzilopochtli nació de Coatlicue, la Madre Tierra, quien quedó embarazada con una bola de plumas o algodón azulino que cayó del cielo mientras barría los templos de la sierra de Tollan. Sus 400 hermanos al notar el embarazo de su madre y a instancias de su hermana Coyolxauhqui, decidieron ejecutar al hijo al nacer para ocultar la supuesta deshonra, pero Huitzilopochtli nació y mató a la mayoría. Tomó a la serpiente de fuego Xiuhcoatl entre sus manos , le dio forma de hacha y venció y mató con enorme facilidad a Coyolxauhqui, quien quedó desmembrada al caer por las laderas de los cerros. Huitzilopochtli tomó la cabeza de su hermana y la arrojó al cielo, con lo que se convirtió en la Luna, siendo Huitzilopochtli el Sol.

Este suceso era celebrado por los Mexica-Nahuatlacas el último día del decimoquinto mes del calendario náhuatl que es Pānquetzaliztli Levantamiento de las Banderas. En el libro del historiador Rafael Tena «El Calendario Mexica y la Cronografía» publicado por el Instituto Nacional de Antropología e Historia de México, da como correlación de esta fiesta el día 9 de diciembre del calendario juliano o en su diferencia el 19 de diciembre del vigente calendario gregoriano, con la variante del 18 de diciembre en años bisiestos.

Al ser Huitzilopochtli una deidad originaria de México-Tenochtitlán y sin predecesores identificables a los distintos pueblos mesoamericanos, los antiguos mexicas elevaron a Huitzilopochtli a la misma posición de otras deidades más reconocidas como Xipetotec, Quetzalcóatl y Tezcatlipoca como uno de los Cuatro Tezcatlipoca, dejando reflejado su identificación mítica como el Tezcatlipoca Azul, cuyo reino sagrado o punto cardinal fuese el Sur. Pero tras el auge del México-Tenochtitlán, los culhuas-mexicas habrían separado el nacimiento de Huitzilopochtli en dos mitos individualizados, el Huitzilopochtli nacido de los dioses primordiales Ometecuhtli y Omecihuatl bajo el relato de la creación del universo, siendo quien incendiara al Medio Sol creado por Quetzalcóatl, representando así la voluntad para decidir y ordenar la creación del mundo, el universo y a la humanidad; Mientras el Huitzilopochtli hijo de Coatlicue la tierra, la cual según el mito quedara embarazada al tocar unas plumas o alternativamente de Mixcóatl ayudará a su madre contra su hermana Coyolxauhqui la luna y sus hermanos Centzon Huitznáhuac las estrellas meridionales, que desearon asesinarla por deshonra, simbolizando así la perpetua lucha entre el sol y la luna a través del firmamento como el dios solar patrón del fuego, de la guerra, de las batallas y de las tácticas bélicas.

Por lo tanto y desde entonces los Tlatoanis de la Gran Tenochtitlán, fortalecían al dios Huitzilopochtli con la sangre humana de los sacrificios, la cual lograría alimentar la vida indefinidamente del Sol sobre la cima del Templo Mayor, distinguiéndose entre dos manifestaciones representadas por dos historias; Tezcatlipoca Azul o Huitzilopochtli, voluntad solar y Huitzilopochtli

Aztlán significa en náhuatl «Lugar de la blancura» o «Lugar de garzas» y la leyenda dice que al dejar esta mítica isla dentro un lago del Norte vagaron años hasta que en el Sur se establecieron en Coatepec cerca de Tula. Pero más tarde los seguidores de Huitzilopochtli pensaron irse, mientras los de su hermana Coyolxauhqui querían quedarse. Se libró una batalla en la que los seguidores de Huitzilopochtli se comenzaron a llamar mexicas, en náhuatl en honor a Mextli, un dios guerrero. Según la leyenda dejaron de llamarse aztecas cuando se les apareció en sueños a cuatro sacerdotes en el cerro de Chapultepec hoy absorbido por la Ciudad de México.

Entonces siguieron hacia el Sur hasta que Huitzilopotchi les indicó donde fundar la nueva capital, México-Tenochtitlán en el valle del Anáhuac al medio del lago de Texcoco, una ciudad llena de canales.

Señor de una civilización dedicada a la guerra, era un dios eminentemente guerrero; cuando los aztecas tomaron los dioses de las otras culturas nahuas, como la Tolteca, elevaron su dios al nivel de los grandes dioses de Mesoamérica, como Tláloc, Quetzalcóatl y Tezcatlipoca.

Así, en el centro de su ciudad, Tenochtitlán, construyeron un templo con dos altares, uno dedicado a Tláloc y el otro a Huitzilopochtli. Sobre el templo, cada 52 años se la añadía otra construcción, cada vez más grande, convirtiéndolo de una imponente edificación del mundo antiguo. En las ruinas actuales se pueden ver las distintas etapas de construcción.

A estos dioses se les ofrecían sacrificios humanos: a Tláloc, niños varones enfermos, y a Huitzilopochtli cautivos de habla náhuatl, tomados en combate. Cuatro sacerdotes sostenían al cautivo de cada extremidad y un quinto hacia una incisión con un afilado cuchillo de obsidiana y extraía el corazón. El prisionero estaba completamente cubierto de gris, que era el color del sacrificio, y tal vez estaba drogado, pues los gritos se consideraban de mal gusto en el caso del sacrificio a Huitzilopochtli.

El propósito de los sacrificios a Huitzilopochtli era darle vigor para que pudiera subsistir en su batalla diaria, y lograr así que el sol volviera a salir en el siguiente ciclo de 52 años. Según la tradición nahua, han transcurrido 4 eras que terminaron en desastre, y vivimos en la quinta creación que terminará en un año «uno movimiento», esta fecha se repite cada 52 años en el calendario. Los mexicas pensaban que alimentando al sol, Huitzilopochtli, se podría posponer el fin al menos por otro ciclo. Ellos no pensaban que fuera necesario un sacrificio diario. La Fiesta en honor a Huitzilopochtli se celebraba una vez al año. Esta concepción no es común a los demás pueblos nahuas, y al parecer fue debida al poderoso Tlacaélel, quien además instituyó la costumbre de las «guerras floridas» a fin de que Huitzilopochtli pudiera disponer de cautivos de habla náhuatl.

En la religión mexica, los guerreros que morían en batalla, los que morían sacrificados y las mujeres que morían en el parto estaban destinados al paraíso y quizás para (los relatos y escritos sobrevivientes a la conquista no son muy claros en esto) renacer en esta tierra como mariposas. Por ello se consideraba un honor ser sacrificado a Huitzilopochtli.

Mucho honraban los mexicas a Huitzilopochtli, sabían ellos que su origen, su principio fue de esta manera: En Coatepec, por el rumbo de Tula, había estado viviendo, allí habitaba una mujer de nombre Coatlicue.

Era madre de los cuatrocientos Surianos y de una hermana de éstos de nombre Coyolxauhqui.

Y esta Coatlicue allí hacía penitencia, barría, tenía a su cargo barrer, así hacia penitencia, en Coatepec, la Montaña de la Serpiente. Y una vez, cuando barría Coatlicue, sobre ella bajó un plumaje, como una bola de plumas finas. En seguida lo recogió Coatlicue, lo colocó en su seno.

Cuando terminó de barrer, buscó la pluma, que había colocado en su seno, pero nada vio allí. En ese momento Coatlicue quedó embarazada. Al ver los cuatrocientos Surianos que su madre estaba encinta, mucho se enojaron, dijeron: -“¿Quién le ha hecho esto? ¿Quién la dejó encinta? Nos afrenta, nos deshonra”-

Y su hermana Coyolxauhqui les dijo: “Hermanos, ella nos ha deshonrado, hemos de matar a nuestra madre, la perversa que se encuentra ya encinta. ¿Quién le hizo lo que lleva en el seno? Cuando supo esto Coatlicue, mucho se espantó, mucho se entristeció. Pero su hijo Huitzilopochtli, que estaba en su seno la confortaba, le decía:

-“No temas, yo sé lo que tengo que hacer”- Habiendo oído Coatlicue las palabras de su hijo, Y entretanto, los cuatrocientos Surianos se juntaron para tomar acuerdo, y determinaron a una dar muerte a su madre, porque ella los había infamado. Estaban muy enojados, estaban muy irritados, como si su corazón se les fuera a salir. Coyolxauhqui mucho los incitaba, avivaba la ira de sus hermanos, para que .mataran a su madre.

Y los cuatrocientos Surianos se aprestaron, se ataviaron para la guerra. Y estos cuatrocientos Surianos, eran como capitanes, torcían y enredaban sus cabellos, como guerreros arreglaban su cabellera. Pero uno llamado Cuahuitlícac era falso en sus palabras.

Lo que decían los cuatrocientos Surianos, enseguida iba a decírselo, iba a comunicárselo a Huitzilopochtli. Y Huitzilopochtli le respondía: -“Ten cuidado, está vigilante, tío mío, bien sé lo que tengo que hacer”. Y cuando finalmente estuvieron de acuerdo, estuvieron resueltos los cuatrocientos Surianos a matar, a acabar con su madre, luego se pusieron en movimiento, los guiaba Coyolxauhqui. Iban bien robustecidos, ataviados, guarnecidos para la guerra, se distribuyeron entre sí sus vestidos de papel, su anecúyotl, sus ortigas, sus colgajos de papel pintado, se ataron campanillas en sus pantorrillas, las campanillas llamadas oyohualli.

Sus flechas tenían puntas barbadas. Luego se pusieron en movimiento, iban en orden, en fila, en ordenado escuadrón, los guiaba Coyolxauhqui. Pero Cuahutlícac subió en seguida a la montaña, para hablar desde allí a Huitzilopochtli, le dijo: -“Ya vienen”- Huitzilopochtli le respondió: -“Mira bien por dónde vienen-

Dijo entonces Cuahuitlícac: -“Vienen ya por Tzompantitlan”- Y una vez más le dijo Huitzilopochtli: -“¿Por dónde vienen ya?- Cuahuitlícac le respondió: -“vienen ya por Coaxalpan”-

Y de nuevo Huitzilopochtli preguntó: -“Mira bien por dónde vienen”- En seguida te contestó Cuahuitlícac: -“vienen ya por la cuesta de la montaña”- Y todavía una vez más le dijo huitzilopochtli: -“Mira bien por dónde vienen”-

Entonces le dijo Cuahuitlícac: -Ya están en la cumbre, ya llegan, los viene guiando Coyolxauhqui”-

En ese momento nació Huitzilopochtli, se vistió sus atavíos, su escudo de plumas de águila, sus dardos, su lanza-dardos azul el llamado lanza-dardos de turquesa. Se pintó su rostro con franjas diagonales, con el color llamado ‘pintura de niño. Sobre su cabeza colocó plumas finas, se puso sus orejeras.

Y uno de sus pies, el izquierdo era enjuto, llevaba una sandalia cubierta de plumas, y sus dos piernas y sus dos brazos los llevaba pintados de azul. Y el llamado Tochancalqui puso fuego a la serpiente hecha de teas llamada Xiuhcóatl, que obedecía a Huitzilopochtli. Luego con ella hirió a Coyolxauhqui, le cortó la cabeza, la cual vino a quedar abandonada en la ladera de Coatépetl.

El cuerpo de Coyolxauhqui fue rodando hacia abajo, cayó hecho pedazos, por diversas partes cayeron sus manos, sus piernas, su cuerpo. Entonces Huitzilopochtli se irguió, persiguió a los cuatrocientos Surianos, los fue acosando, los hizo dispersarse desde la cumbre del Coatépetl, la montaña de la serpiente. Y cuando los había seguido hasta el pie de la montaña los persiguió, los acosó cual conejos, en torno de la montaña. Cuatro veces los hizo dar vueltas. En vano trataban de hacer algo en contra de él, en vano se revolvían contra él, al son de los cascabeles y hacían golpear sus escudos. Nada pudieron hacer, nada pudieron lograr, con nada pudieron defenderse. Huitzilopochtli los acosó, los ahuyentó, los destruyó, los aniquiló, los anonadó. Y ni entonces los dejó, continuaba persiguiéndolos.

Pero, ellos mucho le rogaban, le decían: -“¡Basta ya!”. Pero Huitzilopochtli no se contentó con esto, con la fuerza se ensañaba contra ellos, los perseguía. Sólo unos cuantos pudieron escapar de su presencia, pudieron librarse de sus manos. Se dirigieron hacia el sur, porque se dirigieron hacia el sur se llamar Surianos, los pocos que escaparon de las manos de Huitzilopochtli. Y cuando Huitzilopochtli les hubo dado muerte, cuando hubo dado salida a su ira, les quitó sus atavíos, sus adornos, su anecúyotl, se los puso, se los apropió los incorporó a su destino, hizo de ellos sus propias insignias. Nadie apareció jamás como su padre.

A él lo veneraban los mexicas, le hacían sacrificios, lo honraban y servían. Y Huitzilopochtli recompensaba a quien así obraba. Y su culto fue tomado de allí, de Coatepec, la montaña de la serpiente, como se practicaba desde los tiempos más antiguos.

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