domingo, 13 de julio de 2014

ERMTAÑO



Un ERMITAÑO o eremita es una persona que elige profesar una vida solitaria y ascética, sin contacto permanente con la sociedad. El vocablo ermita procede del latín eremita, que a su vez deriva del griego, que significa «del desierto». En sentido laxo, el término se extendió para significar a todo aquél que vive en soledad, apartado de los vínculos sociales.

En el cristianismo, la vida eremítica tiene por finalidad alcanzar una relación con Dios que se considera más perfecta. La vida del ermitaño está por lo general caracterizada por valores que incluyen el ascetismo, la penitencia, el alejamiento del mundo urbano y la ruptura con las preferencias de éste, el silencio, la oración, el trabajo y, en ocasiones, la itinerancia. Se considera que el eremitismo en el cristianismo nació a fines del siglo III y principios del siglo IV, particularmente tras la paz constantiniana, cuando los llamados «Padres del Desierto» abandonaron las ciudades del Imperio romano y zonas aledañas para ir a vivir en aislamiento y en el rigor de los desiertos de Siria y Egipto, sobresaliendo el desierto de la Tebaida.

La práctica del eremitismo también se encuentra presente en la historia del hinduismo, el budismo, el sufismo y el taoísmo.

En el mundo moderno suele verificarse una variante que, si bien no puede catalogarse como eremitismo propiamente dicho, mantiene algunas de sus características. En este caso, no se verifica una «fuga geográfica» del mundo, sino un aislamiento respecto del estilo o de la forma de vida que el mundo presenta. Se trata de un «eremitismo en medio del mundo», impregnado por rasgos de soledad, oración y trabajo, que huye de cualquier tipo de publicidad y que florece, en el decir del periodista Vittorio Messori, como «reacción a la borrachera comunitaria

El eremitismo es un modo de vida nacido en Oriente, particularmente en Egipto y Siria, hacia el siglo III, pero con algunos precedentes precristianos, como el de la comunidad judía de los Terapeutas, curadores de almas, con asiento en Alejandría, que propugnaba la soledad y el aislamiento como camino para alcanzar la perfección espiritual.

Ermitaño fue el nombre dado desde el siglo III al V al cristiano que, para entregarse con toda libertad a la vida contemplativa y penitente en busca de Dios, se apartaba de los vínculos sociales usuales, para habitar en los desiertos de la Tebaida a unos mil kilómetros del delta del Nilo y en las comarcas vecinas. La norma de vida de aquellos eremitas era de un ascetismo llevado a sus límites: vivían en el desierto, se alojaban en albergues precarios o en cuevas, y subsistían gracias al trabajo manual. Sus ayunos eran muy prolongados y mantenían una vida espiritual durísima.

El modelo inicial de eremitismo, propio de los anacoretas orientales del siglo III, tendría más tarde imitadores -aunque con reservas- en la vida monástica occidental.1Sucesivamente y por extensión, se asignó el mismo nombre a todos los que se retiraron a lugares solitarios para vivir una vida libre de las ataduras de la sociedad. Algunos fijaban su misión en el cuidado y protección de una ermita dedicada a algún santo, por lo general, en algún territorio despoblado y poco visitado. El retiro del ermitaño se consideraba parte de su vida espiritual y de su entrega cristiana.

En su evolución posterior, la Iglesia generó una tendencia hacia la transformación de aquellas primeras comunidades eremíticas en órdenes religiosas estables, que permitieran una vida ascética pero evitando prácticas extravagantes o exageradas, reglando las horas de oración, de trabajo y de estudio. Se mantenía la pobreza, pero con vestimenta y comida adecuadas. Así, se dio el nombre de ermitaños a ciertas órdenes religiosas como las de San Pablo, San Jerónimo o San Agustín.

Se dice que el primer ermitaño fue Pablo, el egipcio que vivió noventa años en el desierto (desde 250 a 340 d.C.).

Entre los ejemplos más notables de eremistisno de los siglos III a VI se cuentan:
Antonio Abad, también llamado Antonio de Egipto, siglo IV, Egipto, uno de los Padres del Desierto, considerado el fundador de la vida monástica

Jerónimo de Estridón, siglo IV, Doctor de la Iglesia, considerado el padre espiritual de la orden eremítica de los Hieronimitas

San Palemón y su discípulo San Pacomio, siglo IV, fundadores del monasterio de Tabennisi

Macario el Viejo, siglo IV, fundador del monasterio de San Macario el Grande, presunto autor de las llamadas "Homilías espirituales"

San Onofre, ermitaño que vivió en el desierto egipcio en el siglo IV.

Sinclética de Alejandría, siglo IV, Egipto, una de las más tempranas Madres del desierto, sus máximas se suelen incluir entre los dichos de los Padres del Desierto

Gregorio I el Iluminador, siglo IV, evangelizador de Armenia y considerado su patrono

María de Egipto, siglos IV-V, Egipto y Transjordania, penitente

Simón el Estilita, siglos IV-V, Siria, "el ermitaño de la columna"

Sara del Desierto, siglo V, Egipto, una de las Madres del desierto, sus máximas se suelen incluir entre los dichos de los Padres del Desierto

Millán, también conocido como San Emiliano, siglos V-VI, actual patrono de Castilla

Benito de Nursia, siglo VI, Italia, autor de la llamada Regla de San Benito, considerado uno de los fundadores del monasticismo de occidente.

En la Edad Media, el eremitismo consistió principalmente en la renuncia ascética a una patria, a lo que se unía la llamada peregrinatio pro Christo la condición de itinerante por amor a Cristo.

El eremitismo, tal como se generalizó en Europa a partir de las severas reformas monásticas en los siglos XI y XII, se verificó como una alternativa a la regla vivida por los monjes en los grandes monasterios o abadías. Ya no tenía las características del practicado en la Alta Edad Media, sino que se generó en ciertas personas aristócratas, clérigos o monjes insatisfechos como reacción de carácter espiritual frente a la vida de opulencias. El «progreso» económico y la vida de opulencia se prodigaba particularmente en las nuevas ciudades y entre los propietarios de campos. El «eremitismo» suponía aquí un cambio o «conversión», que implicaba un salto desde la «opulencia» que se abandonaba a la «suma pobreza» que se asumía sin atenuantes, dejando las ciudades.

Es así como muchos monjes volvieron a la soledad del desierto, solos o en pequeños grupos. A los asentamientos eremíticos que se produjeron en el siglo XI corresponde la aparición de las órdenes de los cartujos y los camaldulenses, en tanto que el siglo XIII surgen los ermitaños agustinos, identificados con las órdenes mendicantes. Así se produce la unión del anacoretismo y el cenobitismo en una orden centralizada.

Además de las distintas formas de eremitismo organizado, existieron hombres y mujeres llamados «inclusos» o «reclusos» que, temporalmente o de por vida, se encerraban voluntariamente en una celda que hacían tapiar. Estas salas carentes de puertas poseían como único medio de acceso una ventana pequeña por la que entraba algo de luz. A través de esa apertura, la gente le hacía llegar alimento y bebida utilizando una polea. Solían gozar de gran prestigio por las virtudes heroicas que se les atribuía. Esta forma perdió prontamente importancia en el siglo XV hasta desaparecer por completo en el siglo XVII. Sin embargo, el eremitismo como tal continuó existiendo.


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