El don esponsal de sí es la
máxima expresión de la amistad, si es vivido en su plenitud, o sea en la
“libertad” del don. Por desdicha, después de la experiencia del pecado original
el hombre no goza de aquel grado de pureza de corazón que se requiere para la
plena libertad del don. Aún después de la redención, queda en el hombre la
concupiscencia, que no es pecado, pero que proviene sin embargo del pecado y a
éste lleva. Concupiscencia es la pesadez que experimentamos hacia el bien: lo
bueno nos cuesta; concupiscencia es la propensión que probamos hacia el mal: lo
malo nos gusta. De aquí aquella “Dureza de corazón” Mt 19, 8, que tiene su
máxima expresión en la ruptura del matrimonio, vaciado del don de sí.
El amor de amistad supone la
benevolencia, que existe cuando amamos a alguien buscando su bien. Cuando, por
lo contrario, no queremos el bien del ser amado, sino buscamos su bien de
nosotros, el amor de amistad ha sido sustituido por el amor de concupiscencia,
que es amor de lo útil y de lo deleitable. Se trata de dos amores completamente
distintos en su naturaleza; no obstante su aparente semejanza, los efectos no
tardarán en enseñarnos la diferencia, como acaece entre un producto original y
su imitación. Mientras el amor de amistad da a la unión conyugal unidad y
solidez, el amor de lo útil y lo deleitable se insinúa en la unión conyugal
como una hendidura que cuando sea marcada y profunda, la compromete
irremediablemente.
En la Madre de Dios, por su privilegio de Inmaculada Concepción, la concupiscencia no existía y, por lo tanto, su amor de amistad estaba garantizado. ¿Qué decir de san José? León XIII no descuida una cuestión tan importante y escribe: “Es cierto que la dignidad de Madre de Dios está fincada tan alto, que nada puede haber de más sublime; pero como entre la beatísima Virgen y José fue ligado un nudo conyugal, no hay duda que a aquella altísima dignidad, con la cual la Madre de Dios sobrepasa grandemente todas las creaturas, él se le acercó más que cualquier otro. Ya que el connubio es la máxima sociedad y amistad, al cual por su naturaleza está unido la comunión de bienes, se deriva que si Dios ha dado a José como esposo a la Virgen, se lo ha dado no sólo como compañero de su vida, testigo de la virginidad y tutor de la honestidad, sino también para que participara, por medio del pacto conyugal, de su excelsa dignidad” Encíclica Quamquam pluries, 15 de agosto de 1889.
En la Madre de Dios, por su privilegio de Inmaculada Concepción, la concupiscencia no existía y, por lo tanto, su amor de amistad estaba garantizado. ¿Qué decir de san José? León XIII no descuida una cuestión tan importante y escribe: “Es cierto que la dignidad de Madre de Dios está fincada tan alto, que nada puede haber de más sublime; pero como entre la beatísima Virgen y José fue ligado un nudo conyugal, no hay duda que a aquella altísima dignidad, con la cual la Madre de Dios sobrepasa grandemente todas las creaturas, él se le acercó más que cualquier otro. Ya que el connubio es la máxima sociedad y amistad, al cual por su naturaleza está unido la comunión de bienes, se deriva que si Dios ha dado a José como esposo a la Virgen, se lo ha dado no sólo como compañero de su vida, testigo de la virginidad y tutor de la honestidad, sino también para que participara, por medio del pacto conyugal, de su excelsa dignidad” Encíclica Quamquam pluries, 15 de agosto de 1889.
Por su parte, Juan Pablo II,
ponderando bien los hechos, con referencia al amor de José, escribe que hay que
deducir de este matrimonio que “su amor como hombre ha sido regenerado por el
Espíritu Santo” La naturaleza del matrimonio requiere que san José
sea digno esposo de María.
Es legítimo el deseo de los
esposos cristianos de encontrar en las Letanías de la Virgen siquiera una
invocación dirigida a María como “Esposa de José”.
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