Después
que Roma hubiera ampliado sus dominios y dominara toda la Península Itálica,
Cartago se sintió amenazada, pues sólo una de las dos grandes potencias del
Mediterráneo podría ser dueña de Occidente.
En su
origen, Cartago había sido sólo una de tantas ciudades fundadas por los
fenicios en el siglo IX a. C., aunque ella fue la de mayor éxito. Cuando
Nabucodonosor de Babilonia conquistó Fenicia después del 600 a. C., las
colonias fenicias se quedaron solas y se agruparon en torno a Cartago, cuya
flota se convirtió en la más poderosa del Mediterráneo occidental. A partir de
este momento extendió su influencia sobre la isla de Cerdeña y sobre las islas
Baleares. Además, creó numerosos puertos comerciales prácticamente en todas las
costas mediterráneas, disputando el dominio costero con los colonos griegos,
cuyo principal conflicto se produjo en Sicilia. El dominio de esta isla estaba
dividido entre los griegos, que disfrutaban de dos terceras partes de terreno,
y los cartagineses, que ocupaban el tercio occidental restante.
Los enfrentamientos entre
colonos griegos y cartagineses en la isla de Sicilia eran continuos, pero el
dominio total no llegaba por parte de ninguno de los dos bandos. Una de estas
colonias, Siracusa, era fuerte y en ella residía Hierón, uno de los generales
más destacados de Pirro. Cuando los mamertinos -soldados mercenarios italianos
que se sublevaron contra Siracusa para que Mesina alcanzara la independencia-
fueron derrotados por Hierón en el año 270 a. C. los ciudadanos de Siracusa lo
nombraron rey con el nombre de Hierón II. Sólo cinco años más tarde, éste
decidió de nuevo volver a Mesina, esta vez respaldado por Cartago. Los
mamertinos, italianos al fin y al cabo, decidieron solicitar ayuda a Roma. Y
ésta solía responder ante tales llamadas. Así, un ejército dirigido por Apio
Claudio Caudex llegó a Sicilia y derrotó sin dificultad a las fuerzas de
Hierón; era el año 264 a. C. y daba comienzo la primera de las tres Guerras
Púnicas que duraría veinticuatro años.
Roma era optimista, sobre
todo después de la victoria lograda sobre Cartago en Agrigento en la costa
meridional de Sicilia, el año 262 a. C. Trató de alcanzar Lilibeo y poner sitio
a la ciudad, pero su plan no podría tener éxito mientras la ciudad pudiera
recibir alimento desde el mar. Por ello, los romanos decidieron luchar con los
cartagineses en el mar. Esta decisión era una osadía, pues Cartago poseía la
mayor flota del Mediterráneo occidental y la experiencia bélica de Roma se
reducía al ámbito terrestre. Por fortuna, los romanos lograron hacerse con los
restos de un quinquerreme barco con cinco órdenes de remeros que manejaban
secciones de tres remos y reproducirlo mejorándolo con garfios, colocados por
debajo en vigas de madera que eran levantadas al aproximarse a los barcos
cartagineses y se dejaban caer de modo que, a través de ellas, los soldados
romanos pudieran acceder al barco enemigo. El primer enfrentamiento se
desarrolló frente al puerto marítimo de Milas, situado a veinticuatro
kilómetros al oeste de Mesina. Allí fueron hundidos catorce barcos cartagineses
y treinta y uno tomados, casi sin lucha, al mando de Duilio Nepote.
En el 256 a. C., los romanos
decidieron atacar de nuevo con una flota compuesta por 330 trirremes bajo el
mando de Marco Atilio Régulo. En Ecnomo se encontró con una flota cartaginesa
aún mayor en número y se libró la segunda batalla naval en la que Roma de nuevo
consiguió la victoria. Con el mar libre, los romanos se dirigieron hacia la
misma ciudad de Cartago. Marco Régulo derrotó al improvisado ejército
cartaginés y le impuso unas condiciones de paz tan duras que Cartago decidió
morir luchando. En ese momento surgió un espartano que arengó de tal modo al
pueblo cartaginés que logró derrotar a los romanos y tomar prisionero a Régulo,
quien podría haberse retirado a tiempo pero su orgullo se lo impidió.
Inmediatamente,
el Senado romano decidió enviar refuerzos hacía la costa africana, pero un
enemigo con el que no contaban los derrotó totalmente: una tormenta. Y no sería
la última, pues dos años más tarde, y después de haber reconstruido su flota
con 140 nuevos barcos, otra tormenta los atrapó cuando volvían a Roma desde la
costa de Cartago.
Al fin,
apareció un hombre entre los cartagineses el hombre que necesitaban desde un
principio: Amílcar Barca. Pero ya quedaba poco que defender. Luchó
decididamente contra Roma y realizó numerosas incursiones por Sicilia. La
ciudad de Lilibeo aún resistía a los romanos. Pero éstos construyeron otra
flota en el año 242 a. C. con la que derrotaron a la flota cartaginesa frente a
la costa occidental de Sicilia, en las islas Egadas.
Sólo
quedaba firmar la paz y ésta se hizo el año 241 a. C. Sicilia pasó a ser de
dominio romano totalmente y Cartago se comprometió a pagar una cantidad enorme
de plata durante veinte años. Esta imposición por parte de Roma tenía la
finalidad de impedir la pronta recuperación económica de la ciudad púnica. Así,
Cartago claudicó ante la poderosa Roma, pero desde ese mismo momento buscó el
modo de rehacerse y volver de nuevo al campo de batalla.
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