lunes, 10 de junio de 2013

PRIMERA GUERRA PÚNICA



Después que Roma hubiera ampliado sus dominios y dominara toda la Península Itálica, Cartago se sintió amenazada, pues sólo una de las dos grandes potencias del Mediterráneo podría ser dueña de Occidente. 

En su origen, Cartago había sido sólo una de tantas ciudades fundadas por los fenicios en el siglo IX a. C., aunque ella fue la de mayor éxito. Cuando Nabucodonosor de Babilonia conquistó Fenicia después del 600 a. C., las colonias fenicias se quedaron solas y se agruparon en torno a Cartago, cuya flota se convirtió en la más poderosa del Mediterráneo occidental. A partir de este momento extendió su influencia sobre la isla de Cerdeña y sobre las islas Baleares. Además, creó numerosos puertos comerciales prácticamente en todas las costas mediterráneas, disputando el dominio costero con los colonos griegos, cuyo principal conflicto se produjo en Sicilia. El dominio de esta isla estaba dividido entre los griegos, que disfrutaban de dos terceras partes de terreno, y los cartagineses, que ocupaban el tercio occidental restante. 

Los enfrentamientos entre colonos griegos y cartagineses en la isla de Sicilia eran continuos, pero el dominio total no llegaba por parte de ninguno de los dos bandos. Una de estas colonias, Siracusa, era fuerte y en ella residía Hierón, uno de los generales más destacados de Pirro. Cuando los mamertinos -soldados mercenarios italianos que se sublevaron contra Siracusa para que Mesina alcanzara la independencia- fueron derrotados por Hierón en el año 270 a. C. los ciudadanos de Siracusa lo nombraron rey con el nombre de Hierón II. Sólo cinco años más tarde, éste decidió de nuevo volver a Mesina, esta vez respaldado por Cartago. Los mamertinos, italianos al fin y al cabo, decidieron solicitar ayuda a Roma. Y ésta solía responder ante tales llamadas. Así, un ejército dirigido por Apio Claudio Caudex llegó a Sicilia y derrotó sin dificultad a las fuerzas de Hierón; era el año 264 a. C. y daba comienzo la primera de las tres Guerras Púnicas que duraría veinticuatro años.

Roma era optimista, sobre todo después de la victoria lograda sobre Cartago en Agrigento en la costa meridional de Sicilia, el año 262 a. C. Trató de alcanzar Lilibeo y poner sitio a la ciudad, pero su plan no podría tener éxito mientras la ciudad pudiera recibir alimento desde el mar. Por ello, los romanos decidieron luchar con los cartagineses en el mar. Esta decisión era una osadía, pues Cartago poseía la mayor flota del Mediterráneo occidental y la experiencia bélica de Roma se reducía al ámbito terrestre. Por fortuna, los romanos lograron hacerse con los restos de un quinquerreme barco con cinco órdenes de remeros que manejaban secciones de tres remos y reproducirlo mejorándolo con garfios, colocados por debajo en vigas de madera que eran levantadas al aproximarse a los barcos cartagineses y se dejaban caer de modo que, a través de ellas, los soldados romanos pudieran acceder al barco enemigo. El primer enfrentamiento se desarrolló frente al puerto marítimo de Milas, situado a veinticuatro kilómetros al oeste de Mesina. Allí fueron hundidos catorce barcos cartagineses y treinta y uno tomados, casi sin lucha, al mando de Duilio Nepote. 

En el 256 a. C., los romanos decidieron atacar de nuevo con una flota compuesta por 330 trirremes bajo el mando de Marco Atilio Régulo. En Ecnomo se encontró con una flota cartaginesa aún mayor en número y se libró la segunda batalla naval en la que Roma de nuevo consiguió la victoria. Con el mar libre, los romanos se dirigieron hacia la misma ciudad de Cartago. Marco Régulo derrotó al improvisado ejército cartaginés y le impuso unas condiciones de paz tan duras que Cartago decidió morir luchando. En ese momento surgió un espartano que arengó de tal modo al pueblo cartaginés que logró derrotar a los romanos y tomar prisionero a Régulo, quien podría haberse retirado a tiempo pero su orgullo se lo impidió.

Inmediatamente, el Senado romano decidió enviar refuerzos hacía la costa africana, pero un enemigo con el que no contaban los derrotó totalmente: una tormenta. Y no sería la última, pues dos años más tarde, y después de haber reconstruido su flota con 140 nuevos barcos, otra tormenta los atrapó cuando volvían a Roma desde la costa de Cartago.

Al fin, apareció un hombre entre los cartagineses el hombre que necesitaban desde un principio: Amílcar Barca. Pero ya quedaba poco que defender. Luchó decididamente contra Roma y realizó numerosas incursiones por Sicilia. La ciudad de Lilibeo aún resistía a los romanos. Pero éstos construyeron otra flota en el año 242 a. C. con la que derrotaron a la flota cartaginesa frente a la costa occidental de Sicilia, en las islas Egadas.

Sólo quedaba firmar la paz y ésta se hizo el año 241 a. C. Sicilia pasó a ser de dominio romano totalmente y Cartago se comprometió a pagar una cantidad enorme de plata durante veinte años. Esta imposición por parte de Roma tenía la finalidad de impedir la pronta recuperación económica de la ciudad púnica. Así, Cartago claudicó ante la poderosa Roma, pero desde ese mismo momento buscó el modo de rehacerse y volver de nuevo al campo de batalla.

 

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