La
religión egipcia es precisa en cuanto a las indicaciones acerca de qué se debe
hacer para que el paso a la otra vida sea lo más armonioso posible. Es cosa
bien sabida que el famoso Libro de los
muertos egipcio contiene todas las fórmulas para un exitoso periplo
por zonas del más allá. Sin embargo, la antigua religión egipcia es muy
compleja y merece un profundo análisis en lo que toca a su concepción de lo que
aguarda al alma en el inframundo.
Los
antiguos egipcios sostenían que el alma humana está compuesta de cinco partes:
el Ib, o corazón, que era la clave para testificar en favor o en contra
de su poseedor en el juicio que tenía lugar después de la muerte de la persona.
El Sheut o sombra era la representación individual de la persona, en
tanto una no podía existir sin la otra. El Ren, o nombre, que gozaría de
vida en tanto alguien fuera capaz de pronunciarlo, por lo cual los antiguos
egipcios daban gran importancia a que el nombre estuviera escrito el mayor
número de veces posible. Ba, el alma, daba individualidad a la persona;
poseía características que la hacían única y diferenciable de todas las demás.
Por último, el Ka, o principio de vida, es lo que diferencia a los vivos
de los muertos: al morir, el Ka residente en una persona abandona ese cuerpo.
La
muerte, para los egipcios, era la posibilidad de un glorioso renacimiento. Pero
una serie de medidas muy estrictas debían tomarse para que la resurrección
pudiera llevarse a cabo: uno de estos requisitos era la preservación del
cadáver, de allí la importancia de la momificación.
Asimismo, los egipcios creían que el Ba el alma y el Ka el espíritu o
principio de vida, debían unirse después de la muerte, si es que los ritos
correctos de momificación y sepultura habían sido realizados. Si esto era así,
una nueva sustancia, el Akh, se formaba. Como conjunción del alma
particular a una persona y del principio de vida, insuflado nuevamente en
ella, el Ah podía emprender el viaje, guiado frecuentemente por Anubis, que
oficiaba de psicopompos,
hacia el Duat el inframundo egipcio, regido por Osiris, en donde era
sometido al juicio que determinaba su destino de ultratumba. El corazón, Ib
era pesado de acuerdo a los testimonios de la vida de la persona en cuestión.
Si se consideraba que la persona había llevado una vida recta, pasaba a habitar
las regiones más placenteras del Duat; si había llevado una vida reprochable,
era entregado a Ammit,
el devorador de almas, descrito como una bestia con partes del león, de
hipopótamo y de cocodrilo, en lo que era una segunda muerte, esta vez
definitiva.
Para
que todo esto pudiera suceder, la tumba de la persona fallecida debía encontrarse
en perfecto estado, y con regularidad debían ofrecerse tributos en forma de
regalos y comida, para que el Ka principio de vida extrajera de ellos
el Keun o esencia. Si la tumba no recibía los cuidados prescritos, si el
proceso de momificación no había sido el apropiado, si la tumba era profanada,
entonces el alma no podía acceder a esas instancias y estaba condenada a vagar
por la tierra hasta que la situación fuera revertida. El Akh la conjunción
entre el Ba y el Ka merodeaba tristemente el mundo de los vivos, usualmente de
pésimo humor, y era responsable de toda clase de calamidades, desde
enfermedades y sequías hasta pesadillas y mala fortuna. Ver un Akh, de acuerdo
a las creencias egipcias, era ser testigo de la aparición de un fantasma que deambulaba
por el bajo astral en espera de que alguien se aventurara valientemente en su
tumba para poner las cosas en su lugar.
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