LA CELESTINA es el
nombre con el que se conoce desde el siglo XVI
la obra titulada primero Comedia de
Calisto y Melibea y después Tragicomedia
de Calisto y Melibea, atribuida casi en su totalidad al bachiller Fernando de
Rojas. Es una obra del Prerrenacimiento
escrita durante el reinado de los Reyes
Católicos; su primera edición conocida es de 1499, en Burgos.
Constituye una de las bases sobre las que se cimentó el nacimiento de la novela y el teatro realista
modernos y ejerció una influencia poderosa, aunque soterrada, sobre la
literatura española.
Existen dos versiones de la obra: la Comedia 1499, 16 actos y la Tragicomedia 1502, 21 actos. La crítica
tradicional ha debatido profusamente el género literario de La Celestina, dudando si clasificarla
como obra dramática o como novela. La
crítica actual coincide en señalar su carácter de obra híbrida y su concepción
como diálogo
puro creador de un género nuevo, el género celestinesco, formado por una serie
de continuaciones y obras inspiradas en ella. Su carácter irrepresentable hizo
que la obra estuviese destinada a ser recitada o declamada por un solo lector
impostando las voces de los distintos personajes ante un auditorio poco
numeroso. Sus logros estéticos y artísticos, la caracterización psicológica de
los personajes —especialmente la tercera, Celestina, cuyo antecedente original
se encuentra en Ovidio—,
la novedad artística que suponía respecto al género de la comedia humanística en la que parece
inspirarse, y la falta de antecedentes y de continuadores a su altura en la
literatura occidental, han hecho de La
Celestina una de las obras cumbre de la literatura española y universal.
La Celestina se
escribe durante el reinado de los Reyes
Católicos, cuyo matrimonio se celebra en 1469 y alcanza hasta 1504, año de la muerte de Isabel la Católica, que ocupa la última fase
del Prerrenacimiento en España. Durante esta unión
dinástica de los reinos de Castilla y Aragón se produce en 1492 el descubrimiento de América, la conquista de Granada y la expulsión de los judíos, tres hechos de
gran significado en la historia de España.
Es también el año en que Antonio de Nebrija publica la primera gramática
de la lengua castellana lo que, junto a la actividad docente del propio Nebrija
en la Universidad de Salamanca donde estudió Fernando de
Rojas, propicia la irrupción del Humanismo
en España. Así, convencionalmente y a efectos didácticos, se sitúa en este año,
1492, el comienzo de la transición entre la Edad Media
y el Renacimiento.
Es, precisamente, en la década de los noventa del cuatrocientos cuando aparecen
las primeras ediciones de la Comedia
de Calisto y Melibea.
La unificación de todos los territorios de la Península Ibérica, excepto Portugal,
en un único reino y en una única religión, la cristiana, se produce en este
periodo. Claudio Sánchez Albornoz resalta la
importancia de ser cristiano viejo
en una sociedad que está prevenida frente a los miembros de las otras dos
religiones, judíos y musulmanes, e incluso llega al rechazo frontal. Se desconfía
de los conversos
cristianos que antes eran judíos o con antepasados de esa religión, que han de
ocultar su condición. Finalmente, serán expulsados los miembros de esas
religiones del reino y la Inquisición perseguirá, incluso hasta la
muerte, a los sospechosos de practicar otras religiones.
El género de La Celestina
es una cuestión polémica, que surge ya en el siglo XVIII
cuando el problema del género se plantea. La inflexible preceptiva neoclásica
apremiaba a encajar la obra en un modelo preexistente, pero los férreos moldes
de los géneros dieciochescos imposibilitan ese propósito, lo que deterioró su
consideración entre los idealizantes escritores del Neoclasicismo,
como Moratín, que la llamó «novela dramática»
para denotar la mezcla de géneros y la originalidad de la obra. Otro crítico y
escritor, éste de la Renaixença catalana, Buenaventura Carlos Aribau, la llamó
«novela dialogada».
Se resistían a encajarla en el drama. El hecho es que se
trata de un texto totalmente dialogado, cuya extensión y saltos temporales y
sobre todo espaciales, hacían irrepresentable en su momento y la destinaban a
la lectura en voz alta, como era costumbre en la época; sin embargo, esto no
quita que para el lector de la época de Rojas se tratara de un texto dramático.
Ya entrado el siglo XX
y con extensos medios escenográficos, la obra pudo representarse íntegra o
resumida, si bien no es una obra concebida para la representación sobre un
escenario, sino para una lectura dramática.
Marcelino Menéndez Pelayo se debatía en
sus Orígenes de la novela, a
fines del XIX, en la contradicción de considerarla drama por ser todo en ella
activo y nada narrativo, o no hacerlo, a causa de su excesiva longitud, su
obscenidad y su estructura, donde la acción es escasa y la escenografía nula.
En todo caso, Menéndez Pelayo no duda del influjo que la obra produce sobre la
novela posterior por su realismo, tanto ambiental como psicológico. Desde la
perspectiva moderna, sin embargo, estas objeciones que plantea son de escasa
relevancia: la duración es una convención más comercial que literaria y la
obscenidad es algo opinable y más propio del momento político en que Pelayo
escribió que del de la obra o la época actual. Es más, su estructura no es muy
diferente de la de muchas obras de ese momento e incluso posteriores, cuando en
los Siglos de Oro
el teatro
en España
alcanzó su máximo esplendor. Sencillamente, Menéndez Pelayo era víctima de sus
prejuicios clasicistas y de su formación católica, que hacían prevaricar con
frecuencia sus juicios estéticos.
Críticos posteriores, como Alan
Deyermond a fines del siglo XX, recuperaron la denominación de
Aribau de novela dialogada, viendo en La
Celestina uno de los precursores de la novela moderna
y con ella del Quijote,
primera obra que merece esta consideración.
Hoy en día, aunque son mayoría los que la ven como una
obra dramática, se reconoce la imposibilidad de reducir la cuestión a un
esquema simplista. Es cierto que la acción es escasa; el ritmo, lento; los
parlamentos, largos y los monólogos, minuciosos; pero no es la única obra
dramática de su extensión ni con sus mutaciones escénicas. María Rosa
Lida habló de teatro para no ser representado.
El uso del tiempo es típico de lo que será la novela,
aunque no exclusivo de ella. Stephen
Gilman y Asensio no dudan en separar el tiempo implícito del tiempo
explícito. Si bien hay un tiempo explícito en el que se desarrolla la acción,
de forma continua y lineal, también hay un tiempo implícito, más largo, que se
hace necesario para entender lo que sucede.
Gilman resuelve la cuestión calificando la obra como a genérica; principalmente por
contener diálogo
puro, es para él algo distinto y anterior a la cristalización de la novela y el
drama tal y como hoy los concebimos.
Pero Lida apunta en 1962 una idea ya sugerida por
Menéndez Pelayo y es considerarla comedia humanística. Hay que señalar la comedia
humanística como género subyacente a la constitución de La Celestina por varios motivos, como el ser hecha para la
lectura, con argumento simple y desarrollo lento, la concepción del tiempo y
del lugar, ser en prosa, el manejo del diálogo como estructura clave, la
división en actos y el interés por lo pintoresco.
Sin embargo, no podemos hablar de comedia humanista
propiamente dicha por dos motivos principales: el no estar escrita en latín y,
sobre todo, el final trágico, heredado según Deyermond de la novela
sentimental. Además el uso que se hace del diálogo no se había dado hasta
entonces. La novela y el teatro modernos, que hacen un uso similar del diálogo
están aún por crear; vemos un uso del diálogo en el que los personajes toman
vida y se van creando. Gilman opina que fue La Celestina quien dio la base a Cervantes para usarla en los
diálogos del Quijote.
Es también destacable el uso del aparte no
acotado, los monólogos y la ironía, cuyas raíces provienen de la «comedia»
latina de Terencio,
autor que a menudo se usaba como libro de texto. Como en la comedia elegíaca hay un papel activo de la
amada y un ambiente coetáneo.
De todo lo dicho se deduce que una reducción simplista
está fuera de lugar. Aunque se tiende a considerarla como obra dramática, en
realidad ningún género literario se adecua por sí solo a las características de
la obra.
La obra comienza cuando Calisto ve casualmente a Melibea
en el huerto de su casa, donde ha entrado a buscar un halcón suyo, pidiéndole
su amor. Esta lo rechaza, pero ya es tarde, ha caído violentamente enamorado de
Melibea.
Por consejo de su criado Sempronio, Calisto recurre a una
vieja prostituta y ahora alcahueta profesional llamada Celestina quien,
haciéndose pasar por vendedora de artículos diversos, puede entrar en las casas
y de esa manera puede actuar de casamentera o concertar citas de amantes;
Celestina también regenta un prostíbulo con dos pupilas, Areúsa y Elicia.
El otro criado de Calisto, Pármeno, cuya madre fue
maestra de Celestina, intenta disuadirlo, pero termina despreciado por su
señor, al que sólo le importa satisfacer sus deseos, y se une a Sempronio y
Celestina para explotar la pasión de Calisto y repartirse los regalos y
recompensas que produzca.
Mediante sus habilidades dialécticas y la promesa de
conseguir el favor de alguna de sus pupilas, Celestina se atrae la voluntad de
Pármeno; y mediante la magia de un conjuro
a Plutón, unido a sus habilidades dialécticas,
logra asimismo que Melibea se enamore de Calisto. Como premio Celestina recibe
una cadena de oro, que será objeto de discordia, pues la codicia la lleva a
negarse a compartirla con los criados de Calisto; éstos terminan asesinándola,
por lo cual se van presos y son ajusticiados.
Las prostitutas Elicia y Areúsa, que han perdido a
Celestina y a sus amantes, traman que el fanfarrón Centurio asesine a Calisto,
pero este en realidad solo armará un alboroto. Mientras, Calisto y Melibea
gozan de su amor, pero al oír la agitación en la calle y creyendo que sus
criados están en peligro, Calisto intenta saltar el muro de la casa de su
amada, pero resbala y muere. Desesperada Melibea, se suicida y la obra termina
con el llanto de Pleberio, padre de Melibea, quien lamenta la muerte de su
hija.
Celestina es el
personaje más sugestivo de la obra y la protagonista indiscutible de dicha obra
aunque el tema se centre más en el amor y la pasión de Calisto y Melibea, hasta
el punto de que acabó por darle título; es un personaje pintoresco y vívido, es
hedonista,
avara y vital. Conoce a fondo la psicología del resto de los personajes,
haciendo que incluso los reticentes con sus planes cedan a ellos. Sus móviles
son la codicia, el apetito sexual que sacia facilitando e incluso presenciando
y amor al poder psicológico. Representa un elemento subversivo dentro de la
sociedad: se siente comprometida a propagar y facilitar el goce sexual. En
cuanto a la magia, ver el apartado de los temas. Se inspira en el personaje de
la alcahueta que ya había aparecido en las comedias romanas de Plauto y a lo
largo de la Edad Media en obras como el Libro
de Buen Amor de Juan Ruiz Arcipreste de Hita el personaje
conocido como Urraca la Trotaconventos y en obras latinas e italianas como la Historia duobus amantibus de Enea Silvio Piccolomini o la Elegía de madonna Fiammeta de Giovanni Boccaccio. Su lenguaje parece salido
del Corbacho de Alfonso Martínez de Toledo y de las Coplas de Rodrigo de Reinosa. Antaño fue una meretriz,
ahora se dedica a concertar discretamente citas amorosas a quien se lo pide al
mismo tiempo que utiliza su casa para que las prostitutas Elicia y Areusa
puedan ejercer su oficio. Utiliza para penetrar en las casas el artificio de
vender afeites, hierbas, ovillos y adornos para las mozas; como alcahueta
considera estar haciendo un oficio útil y como tal tiene su orgullo
profesional. Le gusta el vino y es diabólicamente inteligente y utiliza su
experiencia para manipular psicológicamente a los demás, pero sin embargo nubla
su entendimiento el defecto de la codicia. Además es una bruja y hechicera que
hace un pacto con Plutón, máscara pagana que encubre en realidad al demonio, y
en la Tragicomedia las
adiciones de Rojas subrayan este hecho.