lunes, 12 de mayo de 2014

GUERRA DE CRIMEA



La GUERRA DE CRIMEA fue un conflicto bélico entre el Imperio ruso, regido por la dinastía de los Románov, y la alianza del Reino Unido, Francia, el Imperio otomano al que apoyaban para evitar su hundimiento y el excesivo crecimiento de Rusia y el Reino de Piamonte y Cerdeña, que se desarrolló entre octubre de 1853 y febrero de 1856. La mayor parte del conflicto tuvo lugar en la península de Crimea, en el mar Negro

En virtud de los tratados negociados durante el siglo XVIII, Francia era el guardián de los católicos romanos en el Imperio otomano, mientras que Rusia era el protector de los cristianos ortodoxos. Durante varios años, los monjes católicos y ortodoxos se disputaron la posesión de la Basílica de la Natividad y la Iglesia del Santo Sepulcro, en Palestina. Durante los años 1850 ambos lados hicieron demandas que el sultán no podía satisfacer simultáneamente. En 1853, el sultán se inclinó a favor de Francia, a pesar de las vehementes protestas de los monjes ortodoxos locales. El zar ruso, Nicolás I, envió a un diplomático, el príncipe Ménshikov, en una misión especial al gobierno turco. Por tratados previos, el sultán Abd-ul-Mejid estaba comprometido a «defender la Religión y la Iglesia cristiana», pero Ménshikov intentó negociar un nuevo tratado, por el cual Rusia podría intervenir cuando considerara inadecuada la protección del sultán.

Al mismo tiempo, el gobierno británico envió un emisario, quien se enteró al llegar de las demandas de Ménshikov. Mediante la diplomacia, lord Starford convenció al Sultán de que rechazara el tratado, el cual comprometía la independencia de los turcos. Poco después de informarse del fracaso de su negociador, el zar mandó a su ejército a Moldavia y a Valaquia, territorios otomanos en los que Rusia se consideraba guardiana de la Iglesia ortodoxa rusa, tomando como excusa la falta de soluciones por parte del sultán para proteger los lugares sagrados. Nicolás I creyó que las potencias europeas no se opondrían a la anexión realizada, especialmente porque Rusia había ayudado a sofocar las Revoluciones de 1848. Hasta aquí los motivos considerados oficiales.

No obstante, las motivaciones reales de esta guerra fueron, como en cualquier otra guerra de la Edad Moderna, geoestratégicas y económicas. El Imperio ruso no tenía acceso naval al mar Mediterráneo sin permiso del Imperio otomano, que controlaba los estrechos del Bósforo y de los Dardanelos. Desde tiempos de Pedro el Grande, Rusia buscaba la salida al mar. Con Pedro I los rusos habían accedido al mar Báltico, a costa de los suecos, y con Catalina II al mar Negro, a costa de los turcos. En ambos mares los rusos habían proyectado una indiscutible hegemonía naval. Ahora Rusia había puesto sus ojos en el Mediterráneo, lo cual no fue del agrado de Francia y del Reino Unido, que mantenían importantes intereses vinculados al dominio naval, como por ejemplo la conexión con las colonias africanas y de Oriente Medio.

Cuando el zar envió sus tropas a Moldavia y Valaquia, el Reino Unido buscó proteger la seguridad de su aliado el Imperio otomano: Mandó una flota hacia los Dardanelos, donde se le unió una flota francesa. Mientras tanto, las potencias europeas esperaban una solución diplomática. Los representantes de las cuatro grandes potencias neutrales –Reino Unido, Francia, Austria y Prusia– se reunieron en Viena, donde elaboraron una propuesta que suponían aceptable para el Imperio ruso y el Imperio otomano. La propuesta contaba con el apoyo del zar Nicolás I, pero fue rechazada por el sultán Abd-ul-Mejid I, quien sintió que el modo de redactarse el documento le permitía diferentes interpretaciones. El Reino Unido, Francia y Austria habían propuesto conjuntamente modificaciones para satisfacer al sultán, pero sus sugerencias fueron ignoradas en la corte de San Petersburgo. El Reino Unido y Francia abandonaron la idea de continuar negociando, aunque Austria y Prusia no creían que el rechazo justificara cesar las negociaciones.

El sultán se dirigió a la guerra; sus ejércitos atacaron a las tropas rusas cerca del Danubio. Nicolás I respondió enviando naves de guerra, que destruyeron la flota otomana en la Batalla de Sinope, en el puerto homónimo, el 30 de noviembre de 1853. Con ello los rusos pudieron desembarcar y abastecer a su ejército en las costas turcas sin ningún problema. La destrucción de la flota turca y la amenaza de una expansión rusa alarmaron definitivamente a Francia y al Reino Unido, quienes acudieron en defensa del Imperio otomano. En 1854, Rusia ignoró el ultimátum anglo- francés para retirarse del Danubio, por lo cual el Reino Unido y Francia le declararon la guerra.

Nicolás I supuso que Austria estaría de su lado o, al menos, sería neutral para corresponder a la ayuda prestada durante las revoluciones de 1848. Sin embargo, Austria se vio amenazada por las tropas rusas en los Principados del Danubio.

Cuando el Reino Unido y Francia reclamaron a Rusia que retirase sus tropas de los Principados, Austria los apoyó y, a pesar de que no declaró inmediatamente la guerra a Rusia, se negó a manifestarse neutral. Por ello, Rusia aceptó ante una nueva demanda de Austria para la retirada de las tropas en el verano de 1854.

El 10 de abril de 1854 la flota franco-británica bombardeó Odesa e intentó hacer un desembarco, sin éxito.

El 25 de octubre de 1854 tuvo lugar la famosa batalla de Balaclava, de resultado indeciso; días después, los ejércitos aliados empezaban el sitio de Sebastopol. El 5 de noviembre se libró la decisiva batalla de Inkerman, que terminó con una grave derrota rusa.

El 9 de septiembre de 1855, Sebastopol cayó en manos de las tropas franco-británicas, después de 11 meses de asedio. Tras esta derrota, Rusia se vio forzada a pedir la paz.

El 30 de marzo de 1856 el Tratado de París que puso fin al conflicto

No hay comentarios:

Publicar un comentario