Renacimiento es el
nombre dado a un amplio movimiento cultural que se produjo en Europa
Occidental en los siglos XV
y XVI.
Sus principales exponentes se hallan en el campo de las artes, aunque también
se produjo una renovación en las ciencias, tanto naturales como humanas. Italia fue el
lugar de nacimiento y desarrollo de este movimiento.
El Renacimiento fue fruto de la difusión de las ideas del
humanismo,
que determinaron una nueva concepción del hombre y del mundo. El nombre
«Renacimiento» se utilizó porque este movimiento retomaba ciertos elementos de
la cultura clásica. El término se aplicó
originariamente como una vuelta a los valores de la cultura grecolatina y a la
contemplación libre de la naturaleza tras siglos de predominio de un tipo de
mentalidad más rígida y dogmática establecida en la Europa de la Edad Media.
Esta nueva etapa planteó una nueva forma de ver el mundo y al ser humano, con
nuevos enfoques en los campos de las artes, la política y las ciencias, sustituyendo el teocentrismo
medieval por cierto antropocentrismo.
En este sentido, el historiador y artista Giorgio
Vasari 1511-1574 formuló una idea
determinante: el nuevo nacimiento del arte antiguo Rinascitá, que presuponía una marcada conciencia histórica
individual, fenómeno completamente nuevo en la actitud espiritual del artista.
De hecho, el Renacimiento rompió, conscientemente, con la tradición artística medieval,
a la que calificó como un estilo de bárbaros,
que más tarde recibirá el calificativo de Gótico.
Sin embargo, los cambios tanto estéticos como en cuanto a la mentalidad fueron
lentos y graduales.
Desde una perspectiva de la evolución artística general
de Europa, el Renacimiento significó una «Ruptura» con la unidad estilística
que hasta ese momento había sido «Supranacional». Sobre el significado del
concepto de Renacimiento y sobre su cronología se ha discutido mucho;
generalmente, con el término «Humanismo» se indica el proceso innovador,
inspirado en la Antigüedad clásica y en la consolidación de la importancia del
hombre en la organización de las realidades histórica y natural que se aplicó
en los siglos XV y XVI.
El Renacimiento no fue un fenómeno unitario desde los
puntos de vista cronológico y geográfico. Su ámbito se limitó a la cultura
europea y a los territorios americanos recién descubiertos, a los que las
novedades renacentistas llegaron tardíamente. Su desarrollo coincidió con el
inicio de la Edad Moderna, marcada por la consolidación de
los Estados europeos, los viajes transoceánicos que pusieron en contacto a Europa y América,
la descomposición del feudalismo, el ascenso de la burguesía
y la afirmación del capitalismo. Sin embargo, muchos de estos
fenómenos rebasan por su magnitud y mayor extensión en el tiempo el ámbito
renacentista.
Históricamente, el Renacimiento es contemporáneo de la era de los Descubrimientos y las conquistas
ultramarinas. Esta «Era» marca el comienzo de la expansión mundial de la
cultura europea, con los viajes portugueses y el descubrimiento de América por parte de los
españoles, lo cual rompe la concepción medieval del mundo, fundamentalmente teocéntrica.
El fenómeno renacentista comienza en el siglo XIV
y no antes, aunque al tratarse de un proceso histórico, se elige un momento
arbitrariamente para determinar cronológicamente su comienzo, pero lo cierto es
que se trata de un proceso que hunde sus raíces en la Baja Edad
Media y va tomando forma gradualmente.
El desmembramiento de la cristiandad
con el surgimiento de la Reforma protestante, la introducción de
la imprenta,
entre 1460
y 1480,
y la consiguiente difusión de la cultura fueron uno de los motores del cambio.
El determinante, sin embargo, de este cambio social y cultural fue el
desarrollo económico europeo, con los primeros atisbos del capitalismo
mercantil. En este clima cultural de renovación, que paradójicamente buscaba
sus modelos en la Antigüedad Clásica, surgió a principios del siglo XV
un renacimiento artístico en Italia, de empuje extraordinario, que se extendería de
inmediato a otros países de Europa.
El artista tomó conciencia de individuo con valor y
personalidad propios, se vio atraído por el saber y comenzó a estudiar los
modelos de la antigüedad clásica a la vez que investigaba nuevas técnicas, claroscuro
en pintura, por ejemplo. Se desarrollan enormemente las formas de representar
la perspectiva
y el mundo natural con fidelidad; interesan especialmente en la anatomía
humana y las técnicas de construcción arquitectónica. El paradigma
de esta nueva actitud es Leonardo da
Vinci, personalidad eminentemente renacentista, quien dominó
distintas ramas del saber, pero del mismo modo Miguel Ángel Buonarroti, Rafael Sanzio,
Sandro Botticelli y Bramante
fueron artistas conmovidos por la imagen de la Antigüedad y preocupados por
desarrollar nuevas técnicas escultóricas, pictóricas y arquitectónicas, así
como por la música, la poesía y la nueva sensibilidad humanística.
Todo esto formó parte del renacimiento en las artes en Italia.
Mientras surgía en Florencia
el arte del Quattrocento o primer Renacimiento italiano,
así llamado por desarrollarse durante los años de 1400, siglo XV,
gracias a la búsqueda de los cánones de belleza de la antigüedad y de las bases científicas del arte,
se produjo un fenómeno parecido y simultáneo en Flandes
especialmente en pintura, basado principalmente en la observación de la vida y
la naturaleza y muy ligado a la figura de Tomás de
Kempis y la «Devotio moderna», la búsqueda de la humanidad
de Cristo.
Este Renacimiento nórdico,
conjugado con el italiano, tuvo gran repercusión en la Europa Oriental, la
fortaleza moscovita del Kremlin, por ejemplo, fue obra de artistas italianos.
La segunda fase del Renacimiento, o Cinquecento,
siglo XVI,
se caracterizó por la hegemonía artística de Roma, cuyos papas: Julio II,
León X,
Clemente VII y Pablo III,
algunos de ellos pertenecientes a la familia florentina de los Médici
apoyaron fervorosamente el desarrollo de las artes, así como la investigación
de la Antigüedad Clásica. Sin embargo, con las guerras de Italia muchos
de estos artistas, o sus seguidores, emigraron y profundizaron la propagación
de los principios renacentistas por toda Europa Occidental.
Durante la segunda mitad del siglo XVI empezó la
decadencia del Renacimiento, que cayó en un rígido formalismo, y tras el Manierismo
dejó paso al Barroco.
De forma genérica se pueden
establecer las características del Renacimiento en:
La vuelta a la Antigüedad. Resurgirán tanto las antiguas formas
arquitectónicas, como el orden clásico, la utilización de motivos formales y
plásticos antiguos, la incorporación de antiguas creencias, los temas de
mitología, de historia, así como la adopción de antiguos elementos simbólicos.
Con ello el objetivo no va a ser una copia servil, sino la penetración y el
conocimiento de las leyes que sustentan el arte clásico.
Surgimiento de una nueva relación con la Naturaleza, que va
unida a una concepción ideal y realista de la ciencia. La matemática se va a
convertir en la principal ayuda de un arte que se preocupa incesantemente en
fundamentar racionalmente su ideal de belleza. La aspiración de acceder a la
verdad de la Naturaleza, como en la Antigüedad, no se orienta hacía el
conocimiento de fenómeno casual, sino hacía la penetración de la idea.
El Renacimiento hace al hombre medida de todas las cosas.
Presupone en el artista una formación científica, que le hace liberarse de
actitudes medievales y elevarse al más alto rango social.
Los supuestos históricos que
permitieron desarrollar el nuevo movimiento se remontan al siglo XIV cuando,
con el Humanismo,
progresa un ideal individualista de la cultura y un profundo interés por la
literatura clásica, que acabaría dirigiendo la atención sobre los restos
monumentales y las obras literarias y tratados clásicos.
Italia en ese momento está
integrada por una serie de estados entre los que destacan Venecia, Florencia,
Milán, los Estados Pontificios y Nápoles. La presión que se ejercía desde el
exterior impidió que, como en otras naciones, se desarrollara la unión de los reinos
o estados; sin embargo, sí se produjo el fortalecimiento de la conciencia
cultural de los italianos.
Desde estos supuestos fueron
las ciudades las que se convierten en centros de renovación artística,
científica, y, en último término, de las costumbres e ideas de toda la
sociedad.
En Florencia, el desarrollo de
una rica burguesía ayudó al despliegue de las fuerzas del Renacimiento; la
ciudad se convirtió en punto de partida del movimiento, y surgen, bajo la
protección de los Médicis, las primeras obras de arte del nuevo estilo que
desde aquí se va a extender al resto de Italia, primero, y después a toda
Europa.
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