El Monasterio de
San Lorenzo de El Escorial es un complejo de palacio,
basílica
y monasterio
en la Comunidad de Madrid, España,
construido entre 1563 y 1584.
El palacio fue residencia de la Familia Real Española, la basílica es
lugar de sepultura de los reyes de España
y el monasterio, fundado por monjes jerónimos está ocupado actualmente
por frailes de la Orden de San Agustín. Es una de las más
singulares arquitecturas renacentistas de España
y de Europa.
Situado en San Lorenzo de El Escorial, ocupa una
superficie de 33.327 m², sobre la ladera meridional del monte Abantos,
a 1028 m. de altitud, en la Sierra de Guadarrama. Está gestionado por Patrimonio Nacional.
Conocido también como Monasterio de San Lorenzo El Real, o, sencillamente, El Escorial, fue ideado en la segunda
mitad del siglo XVI
por el rey Felipe II y su arquitecto Juan Bautista de Toledo, aunque
posteriormente intervinieron Juan de Herrera,
Juan de Minjares, Giovanni Battista Castello El Bergamasco y Francisco de
Mora. El rey concibió un gran complejo multifuncional, monacal y
palaciego que, plasmado por Juan Bautista de Toledo según el paradigma de la Traza Universal, dio origen al estilo herreriano.
Fue considerado, desde finales del siglo XVI,
la Octava Maravilla del Mundo,
tanto por su tamaño y complejidad funcional como por su enorme valor simbólico.
Su arquitectura marcó el paso del plateresco
renacentista al clasicismo desornamentado. Obra ingente, de gran
monumentalidad, es también un receptáculo de las demás artes.
Sus pinturas, esculturas, cantorales, pergaminos,
ornamentos litúrgicos y demás objetos suntuarios, sacros y áulicos hacen que El
Escorial sea también un museo. Su compleja iconografía e iconología ha merecido las
más variadas interpretaciones de historiadores, admiradores y críticos. El
Escorial es la cristalización de las ideas y de la voluntad de su creador, el
rey Felipe II, un príncipe renacentista.
El Monasterio de San Lorenzo
de El Escorial fue promovido por Felipe II, entre otras razones, para
conmemorar su victoria en la batalla de San Quintín, el 10 de agosto
de 1557,
festividad de San Lorenzo. Esta batalla marcó el inicio del
proceso de planificación que culminó con la colocación de la primera piedra el 23 de abril
de 1563,
bajo la dirección de Juan Bautista de Toledo. Le sucedió tras su muerte, en 1567, el italiano Giovanni
Battista Castello El Bergamasco
y, posteriormente, su discípulo Juan de Herrera. La última piedra se puso 21
años después, el 13 de septiembre de 1584.
El edificio surge por la
necesidad de crear un monasterio que asegurase el culto en torno a un panteón
familiar de nueva creación, para así poder dar cumplimiento al último
testamento de Carlos V de 1558. El Emperador quiso enterrarse con su esposa Isabel de Portugal y con su nueva dinastía
alejado de los habituales lugares de entierro de los Trastamara.
La Carta de Fundación, firmada por Felipe II
el 22 de abril de 1567,
cuatro años después del comienzo de las obras, señalaba que el Monasterio
estaba dedicado a san Lorenzo, pero sin señalar directamente la batalla de San
Quintín, probablemente para evitar citar una guerra como motivo de fundación de
un edificio religioso: se «Fundó a devoción y en nombre del bienaventurado San
Lorenzo por la particular devoción» al santo del rey y «En memoria de la merced
y victorial que en el día de su festividad de Dios comenzamos a recibir». Las
«Consideraciones» que cita el rey fueron el agradecimiento a Dios por los
beneficios obtenidos, por mantener sus Reinos dentro de la fe cristiana en paz
y justicia, para dar culto a Dios, para enterrarse en «Una cripta» el propio
rey, sus mujeres, hermanos, padres, tías y sucesores, y donde se dieran
continuas oraciones por sus almas:
Reconocimiento de los «Muchos
y grandes beneficios que de Dios nuestro Señor habemos rescibido» y «Cuánto Él
ha servido de encaminar y guiar los nuestros hechos, e los nuestros negocios a
su santo servicio».
Por «Sostener y mantener estos
nuestros Reinos es su sancta Fe y Religión, y en paz y en justicia».
Porque a Dios le agrada que le
edifiquen y funden iglesias «donde su santo nombre se bendice y alaba» y donde
los religiosos den ejemplo de fe.
Para que «Se ruega e interceda
Dios Nuestro Señor por Nos e por los reyes nuestros antecesores e subcesores, e
por el bien de nuestras ánimas», según la orden dada por el Emperador «En el
cobdecilo que últimamente hizo nos cometió y remitió lo que tocaba a su
sepultura y al lugar y parte donde su cuerpo y el de la Emperatriz y Reina, mi
señora y madre, había de ser puestos y colocados».
Y para que «Por sus ánimas se
hagan y digan continuas oraciones, sacrificios, conmemoraciones e memorias.
Tampoco se pueden desdeñar
otras razones para fundar el Monasterio, como la celebración de la primera
victoria de Felipe II como rey, la afrenta que la mención a la Batalla de San
Quintín que se libró a apenas quince kilómetros de París,
suponía hacia Francia,
la veneración al mártir español san Lorenzo, en unos tiempos en los que la Reforma atacaba el culto a los santos y a las
reliquias, o la necesidad de crear un centro unificador de la nueva fe que
surgía del Concilio de Trento.
En julio de 1559 Juan Bautista de Toledo fue llamado a
España por Felipe II para realizar toda una serie de obras de gran importancia
para la realeza española. Una realeza que tendrá a partir de ahora una nueva
concepción del estado moderno y para la que será necesaria la creación de un
nuevo edificio que la representara. Juan Bautista será considerado el primer
arquitecto del Monasterio de El Escorial y sus trazas sentarán las bases de lo
que posteriormente será el lenguaje herreriano.
Las medidas del rectángulo de la planta, según señalaba
el padre Sigüenza en 1605, son de 735x580 pies
castellanos, es decir, 205x162 metros. La altura total del punto más elevado de
la cruz tomada con respecto al pavimento de la iglesia es de 95 metros.
El resultado final guarda reminiscencencias de los tres
dominios que Felipe II había aprendido a amar en su juventud en Valladolid,
Milán
y Bruselas:
la planta rectangular con sus cuatro torres en las esquinas, típica de los
sobrios alcázares castellanos de piedra, la arquitectura clásica italiana en la
basílica y las portadas, y los típicos tejados apizarrados flamencos. El
edificio destaca por la potencia de su imagen, la sabia composición de su
complejo programa funcional, el rigor arquitectónico de cada una de sus partes,
la elegancia de la articulación arquitectónica entre las distintas piezas, la
cuidada perfección de sus proporciones y sus ricos valores simbólicos. Debe
destacarse también su impresionante unidad de estilo y el haberse realizado en
el reducido plazo para entonces de 21 años. Los valores del proyecto
son el orden, la jerarquización y la perfecta relación entre todas las partes
de la composición, integrando monarquía, religión, ciencia y cultura en el eje
principal: la Portada Principal con la estatua de San Lorenzo, la Biblioteca,
los Reyes de Judá, la Basílica y el Palacio privado del rey. La teatralidad de
este recorrido a través de este gran eje central para mostrar finalmente el Sagrario
con la Eucaristía anticipa a la llegada del Barroco.
El estilo escogido fue el del Renacimiento,
muy depurado y sin la profusa decoración plateresca.
El orden arquitectónico predominante es el toscano, el más sencillo del
clasicismo, y el dórico en la iglesia. Pese a su austeridad y aparente
frialdad, el Monasterio de El Escorial fue un símbolo del salto entre una
España medieval y otra moderna. Su arquitectura, el mejor ejemplo del Renacimiento español y modelo del estilo
denominado "Herreriano" o "Desornamentado",
no puede dejarnos indiferente. Felipe II y sus arquitectos, de acuerdo con su
gran cultura humanista aprendida en sus viajes por Italia,
Alemania
y los Países Bajos, contrapusieron el retorno al
clasicismo romano al desbordante plateresco
de la época. Se trata de una de las principales obras maestras de la arquitectura española, tal vez su página
más brillante. Debe destacarse la fina sensibilidad de la fachada sur, superior
a sus imitaciones del siglo XX en un tema tan difícil como es la repetición de
tantas ventanas en un único lienzo.
Le Corbusier visitó el edificio, invitado en
1928 por García Mercadal y alabó su arquitectura, hasta
el punto de que se ha señalado su semejanza con el proyecto del Mundaneum
de 1929. Tras la celebración del Cuarto Centenario del Monasterio en 1984 se
redescubrieron muchos detalles arquitectónicos del edificio, como la compleja
geometría de los chapiteles herrerianos, la audaz bóveda
plana, las bellas chimeneas siamesas o la ingeniosa solución espacial de la
iluminación cenital de la linterna del convento. Pero no debemos
olvidar el valor tradicionalmente reconocido a El Escorial: el hermoso Patio de
los Evangelistas, con su espléndido ejercicio de brahmanismo del templete central, la
grandiosa cúpula
trasdosada, la primera realizada sobre un tambor en España, la colosal escalera del
convento, y los ejemplos del manierismo de la Basílica y de la fachada principal, entre
otras muestras de gran arquitectura
El monasterio propiamente dicho ocupa todo el tercio sur
del edificio. Fue ocupado originalmente por monjes jerónimos en 1567, aunque desde
1885 está habitado por los padres Agustinos, de clausura. El recinto
se organiza en torno al gran claustro principal, el Patio de los Evangelistas,
obra maestra diseñada por Juan Bautista de Toledo y que constituye
una de las mejores páginas de arquitectura del Monasterio. Sus dos pisos están
comunicados por la espectacular escalera principal, con las bóvedas decoradas
por frescos de Luca Giordano. El ambicioso programa pictórico
de sus soportales fue iniciado por Luca Cambiaso
y continuado por Pellegrino Tibaldi. En el centro del claustro
se levanta un hermoso templete realizado en granito, mármoles y jaspes de
diferentes colores sobre traza de Juan de
Herrera, influido por el tempietto
de San Pietro in Montorio de Bramante.
Las esculturas de los cuatro evangelistas fueron cinceladas por Juan Bautista Monegro de un solo bloque de
mármol y sujetan un libro abierto con un fragmento de su Evangelio en la lengua
en que fueron escritos.
Junto a las Salas Capitulares, destaca también la Celda
Prioral Baja, con un fresco en el techo sobre El Juicio de Salomón de Francesco da Urbino, recordando al prior la
necesidad de un gobierno justo al frente del Monasterio. La sacristía, aún en
uso, con la Adoración de la Sagrada
Forma de Sánchez Coello. En la Iglesia Vieja o de
Prestado se conserva El Martirio de
San Lorenzo de Tiziano, una de las obras maestras del renacimiento italiano,
que Felipe II encargó para el retablo principal de la Basílica pero que
descartó por su oscuro colorido, poco visible a cierta distancia.
El 2 de noviembre de 1984, en coincidencia con
la celebración del cuarto centenario de la colocación de la última piedra, el
Comité del Patrimonio Mundial de la Unesco,
reunido en la ciudad argentina de Buenos Aires,
inscribió el Monasterio en la Lista del Patrimonio de la Humanidad, como "El
Escorial: Monasterio y Sitio". Esta figura incluye el Monasterio y otros
enclaves de realengo,
la Casita del Príncipe y la Casita del Infante,
ambas diseñadas por Juan de Villanueva en tiempos de Carlos III.
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