Pese a que la
Biblia menciona a Enoc como la primera ciudad del mundo, los vestigios más
antiguos se encuentran en Jericó, cuyos cimientos, muy anteriores, incluso a
los de las grandes urbes mesopotámicas, datan del año 7000 a. C.
Antes de la
aparición de la escritura, Jericó, la ciudad de las palmeras, era epicentro de
una intensa actividad comercial. De allí partían y llegaban caravanas desde y
hacia los más apartados confines del mundo, transportando las más variadas
mercancías.
Jericó se hallaba
ubicada en la ribera occidental del río Jordán, sobre una llanura rica y extensa,
próxima al Mar Muerto, bajo cuyas aguas yacen los restos de Sodoma y Gomorra,
por entonces un oasis rico en palmeras, dátiles y pozos de agua.
Con el paso de los
años, la ciudad llegó a ejercer notable influencia sobre el sector occidental
del Medio Oriente y a atraer a individuos de otras latitudes, que veían en ella
un lugar de prosperidad y poder.
Vivían allí los
cananeos, quienes efectuaban ofrendas al dios Moloch arrojando niños a las
llamas y practicando terribles abominaciones que ofendían a Dios.
Josué en
Jericó
“Sucedió que
después de la muerte de Moisés, siervo del Señor, habló el Señor a Josué, hijo
de Nun, ministro de Moisés, y le dijo: ‘Mi siervo Moisés ha muerto; anda y pasa
el Jordán tú y todo el pueblo contigo, para entrar en la tierra que daré a los
hijos de Israel”
Con esas palabras
el Señor le ordenó a Josué la conquista de Canaán. Y una vez frente a Jericó,
volvió a hablarle para decir: “Mira, Yo he puesto en tus manos a Jericó y a su
rey y a todos sus valientes. Dad la vuelta a la ciudad una vez al día todos los
hombres de armas. Y haréis esto por espacio de seis días. Y al séptimo tomen
los sacerdotes siete trompetas de las que sirven para el jubileo, y vayan
delante del Arca del Testamento, y en esta forma daréis siete vueltas a la
ciudad, tocando los sacerdotes sus trompetas; y cuando se oiga su sonido más
continuado y después más cortado, e hiriere vuestros oídos, todo el pueblo
gritará a una con grandiosísima algazara, y caerán hasta los cimientos los
muros de la ciudad por todas partes, y cada uno entrará por la que tuviere
adelante”
Cumplida la orden.
Las gruesas murallas cayeron, la ciudad fue arrasada, sus templos destruidos y
sus sacerdotes aniquilados. Y solo Rahab fue respetada, y los que moraban con
ella, por haber ayudado a los exploradores que Josué había enviado días antes
de su destrucción.
Josué maldijo a
Jericó, condenando a quien la reedificase y luego marchó hacia Hai, ciudad que
también arrasó, pasando a cuchillo a sus impíos habitantes.
Entre 1907 y 1909
arqueólogos alemanes efectuaron las primeras excavaciones en Jericó, hallando
montículos de ladrillos apilados, que pertenecieron a las murallas y los
principales edificios de la ciudad.
La excavaciones
más importantes tuvieron lugar entre 1952 y 1956 y estuvieron a cargo de la
arqueóloga británica Kathleen Mary Kenyon que excavó nuevamente el lugar,
determinando que los ladrillos descubiertos por los alemanes, eran parte de la
gran muralla que se desplomó durante la conquista de la ciudad.
La Sagradas
Escrituras señalan que, después de pasar a cuchillo a todos los habitantes, los
israelitas incendiaron Jericó. “Después abrasaron la ciudad, y cuanto en ella
había, menos el oro y la plata, y los muebles de cobre y de hierro, que fueron
consagrados para el erario del Señor”
Hay quienes
sostienen que la caída de las murallas se debió a un terremoto, posibilidad que
los estudiosos han descartado porque las mismas se mantuvieron en pie en el
sector norte. Y aquí viene lo sorprendente ya que, como se recordará, los
emisarios del ejército de Josué se alojaron en la casa de Rahab, construida
sobre la misma pared, casa que se salvó milagrosamente de la destrucción,
mientras el resto de la empalizada sucumbía.
Lo que asombró a
los arqueólogos es que los muros que rodean a las ciudades caen siempre hacia
adentro. En el caso de Jericó, ciudad provista de una doble empalizada, el
interior cayó hacia adentro, no así el exterior, que lo hizo completamente
hacia fuera.
El que una parte de
las murallas hubiese permanecido en pie, refuerza la versión bíblica. La casa
de Rahab se hallaba construida sobre ese sector, en la parte norte, justamente
el que no sucumbió. Incluso los arqueólogos creen que alguno de los vestigios
edificados contra ese tramo, sería la casa de la meretriz. La expedición de
Kathleen Kenyon sacó a la luz los restos de una casa, desenterrando el piso de
su cocina, sobre el que se había estrellado una vasija.
También existen
pruebas del gran incendio que sobrevino inmediatamente después del ataque,
hecho que refuerza el relato bíblico.
Una espesa capa de
hollín recubre gran parte de los vestigios, demostrando que la ciudad fue
destruida por fuego. La propia Kenyon lo describe al referir que la hecatombe
fue completa y que tanto los muros como los pisos de las viviendas quedaron
ennegrecidos por el humo y la ceniza.
Pero hubo otros
descubrimientos que llamaron poderosamente la atención de los especialistas.
Grandes cantidades de trigo fueron descubiertas en los almacenes, evidenciando,
claramente, que si hubo un cerco a la ciudad, el mismo fue breve ya que de
haber sido prolongado, se hubiera utilizado. No olvidemos que los israelitas
tenían la orden de destruir la ciudad hasta los cimientos sin llevarse nada de
ella, por considerarla maldita, y que se les prohibió el saqueo. “Y sea esta
ciudad y todo lo que hay en ella, anatema del Señor”
En tiempos del rey
Acab, Hiel, oriundo de Betel, reconstruyó Jericó aún a costa del enojo de
Dios. La edificó casi sobre la ciudad antigua, a escasos metros al noroeste,
en parte, sobre sus ruinas.
La ciudad se
repobló y con el tiempo, fue testigo de hechos de trascendencia, como el paso
de Elías y Eliseo; la captura del rey Sedecías por las tropas babilónicas; la
edificación de una nueva muralla por Báquides durante la guerra con los
Macabeos; el saqueo por los romanos y la edificación de un palacio por Herodes.
En tiempos de Jesús
En el camino de
Jericó a Jerusalén transcurre la parábola del Buen Samaritano y entrando
Nuestro Señor Jesucristo a la ciudad, se produjo el encuentro con Zaqueo el
pecador, previa curación del ciego en las pertas de acceso.
El relato, uno de
los más bellos del Nuevo Testamento, hace referencia al suceso. “En aquel
tiempo, cuando se acercaba Jesús a Jericó, estaba un ciego sentado junto al
camino pidiendo limosna; al oír que pasaba gente, preguntó qué era aquello. Le
informaron que pasaba Jesús el Nazareno y empezó a gritar, diciendo: ¡Jesús,
Hijo de David, ten compasión de mí! Los que iban delante le increpaban para que
se callara, pero él gritaba mucho más: ¡Hijo de David, ten compasión de mí!
Jesús se detuvo, y mandó que se lo trajeran y, cuando se hubo acercado, le
preguntó: ¿Qué quieres que te haga? Él dijo: ¡Señor, que vea! Jesús le dijo:
Ve. Tu fe te ha salvado. Y al instante recobró la vista, y le seguía
glorificando a Dios. Y todo el pueblo, al verlo, alabó a Dios” Acto seguido, al
ver a Zaqueo, Jesús le pidió que lo invitase a cenar a su casa y le perdonó
todas sus faltas.
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