viernes, 21 de junio de 2013

LOS MUROS DE JERICÓ



Pese a que la Biblia menciona a Enoc como la primera ciudad del mundo, los vestigios más antiguos se encuentran en Jericó, cuyos cimientos, muy anteriores, incluso a los de las grandes urbes mesopotámicas, datan del año 7000 a. C.

Antes de la aparición de la escritura, Jericó, la ciudad de las palmeras, era epicentro de una intensa actividad comercial. De allí partían y llegaban caravanas desde y hacia los más apartados confines del mundo, transportando las más variadas mercancías.

Jericó se hallaba ubicada en la ribera occidental del río Jordán, sobre una llanura rica y extensa, próxima al Mar Muerto, bajo cuyas aguas yacen los restos de Sodoma y Gomorra, por entonces un oasis rico en palmeras, dátiles y pozos de agua.

Con el paso de los años, la ciudad llegó a ejercer notable influencia sobre el sector occidental del Medio Oriente y a atraer a individuos de otras latitudes, que veían en ella un lugar de prosperidad y poder.

Vivían allí los cananeos, quienes efectuaban ofrendas al dios Moloch arrojando niños a las llamas y practicando terribles abominaciones que ofendían a Dios.

 
Josué en Jericó
“Sucedió que después de la muerte de Moisés, siervo del Señor, habló el Señor a Josué, hijo de Nun, ministro de Moisés, y le dijo: ‘Mi siervo Moisés ha muerto; anda y pasa el Jordán tú y todo el pueblo contigo, para entrar en la tierra que daré a los hijos de Israel”

Con esas palabras el Señor le ordenó a Josué la conquista de Canaán. Y una vez frente a Jericó, volvió a hablarle para decir: “Mira, Yo he puesto en tus manos a Jericó y a su rey y a todos sus valientes. Dad la vuelta a la ciudad una vez al día todos los hombres de armas. Y haréis esto por espacio de seis días. Y al séptimo tomen los sacerdotes siete trompetas de las que sirven para el jubileo, y vayan delante del Arca del Testamento, y en esta forma daréis siete vueltas a la ciudad, tocando los sacerdotes sus trompetas; y cuando se oiga su sonido más continuado y después más cortado, e hiriere vuestros oídos, todo el pueblo gritará a una con grandiosísima algazara, y caerán hasta los cimientos los muros de la ciudad por todas partes, y cada uno entrará por la que tuviere adelante”

Cumplida la orden. Las gruesas murallas cayeron, la ciudad fue arrasada, sus templos destruidos y sus sacerdotes aniquilados. Y solo Rahab fue respetada, y los que moraban con ella, por haber ayudado a los exploradores que Josué había enviado días antes de su destrucción.

Josué maldijo a Jericó, condenando a quien la reedificase y luego marchó hacia Hai, ciudad que también arrasó, pasando a cuchillo a sus impíos habitantes.

Entre 1907 y 1909 arqueólogos alemanes efectuaron las primeras excavaciones en Jericó, hallando montículos de ladrillos apilados, que pertenecieron a las murallas y los principales edificios de la ciudad.

La excavaciones más importantes tuvieron lugar entre 1952 y 1956 y estuvieron a cargo de la arqueóloga británica Kathleen Mary Kenyon que excavó nuevamente el lugar, determinando que los ladrillos descubiertos por los alemanes, eran parte de la gran muralla que se desplomó durante la conquista de la ciudad.

La Sagradas Escrituras señalan que, después de pasar a cuchillo a todos los habitantes, los israelitas incendiaron Jericó. “Después abrasaron la ciudad, y cuanto en ella había, menos el oro y la plata, y los muebles de cobre y de hierro, que fueron consagrados para el erario del Señor”

Hay quienes sostienen que la caída de las murallas se debió a un terremoto, posibilidad que los estudiosos han descartado porque las mismas se mantuvieron en pie en el sector norte. Y aquí viene lo sorprendente ya que, como se recordará, los emisarios del ejército de Josué se alojaron en la casa de Rahab, construida sobre la misma pared, casa que se salvó milagrosamente de la destrucción, mientras el resto de la empalizada sucumbía.

Lo que asombró a los arqueólogos es que los muros que rodean a las ciudades caen siempre hacia adentro. En el caso de Jericó, ciudad provista de una doble empalizada, el interior cayó hacia adentro, no así el exterior, que lo hizo completamente hacia fuera.

El que una parte de las murallas hubiese permanecido en pie, refuerza la versión bíblica. La casa de Rahab se hallaba construida sobre ese sector, en la parte norte, justamente el que no sucumbió. Incluso los arqueólogos creen que alguno de los vestigios edificados contra ese tramo, sería la casa de la meretriz. La expedición de Kathleen Kenyon sacó a la luz los restos de una casa, desenterrando el piso de su cocina, sobre el que se había estrellado una vasija.

También existen pruebas del gran incendio que sobrevino inmediatamente después del ataque, hecho que refuerza el relato bíblico.

Una espesa capa de hollín recubre gran parte de los vestigios, demostrando que la ciudad fue destruida por fuego. La propia Kenyon lo describe al referir que la hecatombe fue completa y que tanto los muros como los pisos de las viviendas quedaron ennegrecidos por el humo y la ceniza.

Pero hubo otros descubrimientos que llamaron poderosamente la atención de los especialistas. Grandes cantidades de trigo fueron descubiertas en los almacenes, evidenciando, claramente, que si hubo un cerco a la ciudad, el mismo fue breve ya que de haber sido prolongado, se hubiera utilizado. No olvidemos que los israelitas tenían la orden de destruir la ciudad hasta los cimientos sin llevarse nada de ella, por considerarla maldita, y que se les prohibió el saqueo. “Y sea esta ciudad y todo lo que hay en ella, anatema del Señor”

En tiempos del rey Acab, Hiel, oriundo de Betel, reconstruyó Jericó aún a costa del enojo de Dios. La edificó casi sobre la ciudad antigua, a escasos metros al noroeste, en parte, sobre sus ruinas.

La ciudad se repobló y con el tiempo, fue testigo de hechos de trascendencia, como el paso de Elías y Eliseo; la captura del rey Sedecías por las tropas babilónicas; la edificación de una nueva muralla por Báquides durante la guerra con los Macabeos; el saqueo por los romanos y la edificación de un palacio por Herodes.

En tiempos de Jesús
 
 
En el camino de Jericó a Jerusalén transcurre la parábola del Buen Samaritano y entrando Nuestro Señor Jesucristo a la ciudad, se produjo el encuentro con Zaqueo el pecador, previa curación del ciego en las pertas de acceso.

El relato, uno de los más bellos del Nuevo Testamento, hace referencia al suceso. “En aquel tiempo, cuando se acercaba Jesús a Jericó, estaba un ciego sentado junto al camino pidiendo limosna; al oír que pasaba gente, preguntó qué era aquello. Le informaron que pasaba Jesús el Nazareno y empezó a gritar, diciendo: ¡Jesús, Hijo de David, ten compasión de mí! Los que iban delante le increpaban para que se callara, pero él gritaba mucho más: ¡Hijo de David, ten compasión de mí! Jesús se detuvo, y mandó que se lo trajeran y, cuando se hubo acercado, le preguntó: ¿Qué quieres que te haga? Él dijo: ¡Señor, que vea! Jesús le dijo: Ve. Tu fe te ha salvado. Y al instante recobró la vista, y le seguía glorificando a Dios. Y todo el pueblo, al verlo, alabó a Dios” Acto seguido, al ver a Zaqueo, Jesús le pidió que lo invitase a cenar a su casa y le perdonó todas sus faltas.

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