jueves, 6 de junio de 2013

HOMO SAPIENS DESCUBRE EL FUEGO



Hacia el 1.600.000 a.C. Homo Habilis se había extinguido.
En primer lugar había evolucionado hacia una nueva especie, Homo Erectus, cuyos individuos presentaban más o menos la misma corpulencia y peso que los modernos seres humanos. Si algunos especímenes de Homo habilis subsistieron tras la consolidación de la nueva especie, su supervivencia fue breve.
Entre 1.000.000 y 300 000 a. J.C., Homo erectus era el único homínido existente. Y fue el primero que, en algunos casos, llegó a medir 1,80 m de estatura y se aproximó a los 70 Kg. de peso. Su cerebro era asimismo voluminoso; en ocasiones alcanzaba un peso equivalente a las tres cuartas partes del nuestro.
Homo erectus fabricó útiles de piedra mucho mejores que los conocidos hasta el momento. Como cazadores, sus individuos eran capaces de cobrar los animales más grandes que podían hallar. Fueron los primeros homínidos que lograron cazar mamuts con éxito. Homo erectus llevó a cabo dos avances particularmente trascendentales.

Durante tres millones y medio de años, todos los homínidos se habían visto confinados al sudeste de África.
Homo erectus fue el primero en expandir significativamente su área de poblamiento: hacia 500 000 a. J.C., había ocupado el resto de África, Europa y Asia, llegando incluso a Insulindia.
En efecto, los primeros descubrimientos de restos de Homo erectus se hicieron en la isla Indonesia de Java, donde la antropóloga holandesa Marie E. Dubois 1858-1940 halló en 1894 una bóveda craneana, un fémur y dos dientes. Por entonces no se conocía ningún homínido con un cerebro tan pequeño, y Dubois le dio el nombre de Pitecántropos erectus de los términos griegos que significan «Mono-hombre erecto»
Hallazgos semejantes efectuó en las proximidades de Pekín, a partir de 1927, el antropólogo canadiense Davidson Black 1884-1934, el cual llamó a su homínido Sinanthropus pekinensis en griego, «Hombre chino de Pekín».
Acabó reconociéndose que ambos hallazgos, junto con otros, correspondían a la misma especie y podían clasificarse como del género Homo. Se mantuvo el término erectus, introducido por Dubois, aunque los homínidos llevaban caminando en posición erecta al menos dos millones y medio de años antes de que hubiera evolucionado Horno erectus. Lo cual, por supuesto, se ignoraba en tiempos de Dubois.
Por la época en que se produjo la evolución de Homo erectus, la Tierra se hallaba en un período glacial. Cuando los glaciares alcanzaron su máxima extensión, restaron tanta agua al mar que el nivel de este último descendió unos 90 m, dejando al descubierto el fondo de los mares poco profundos. Lo cual permitió a Homo erectus emigrar del continente asiático a Insulindia.
El tiempo frío impulsó la adopción de nuevas costumbres.
El Homo erectus se desplazaba formando bandas, como sin duda hicieron los primeros homínidos, pero ahora se resguardaba del viento construyendo abrigos de piedras amonto­nadas, o colgando pieles de un palo en torno al cual se reunía la horda. Éstas fueron las habitaciones más rudimentarias. Donde existían cuevas, Homo erectus halló refugio en ellas. Las primeras huellas de Homo erectus en Asia hallazgos de Black cerca de Pekín se encontraron en una cueva cegada.
Esta cueva próxima a Pekín contenía restos de hogueras, lo cual significa que había sido «Descubierto» el fuego hace unos 500 000 años.
Esta es una ca­racterística que diferencia a los seres humanos de los demás organismos. Toda sociedad humana existente, incluida la más primitiva, ha descubierto y usado el fuego. Ninguna otra criatura, aparte los seres humanos, utiliza el fuego ni si­quiera en su forma más primitiva.
He escrito descubierto entre comillas porque el fuego no se descubrió en el sentido usual que se da a ese concepto. El rayo podía provocar un incendio cada vez que la atmósfera de la Tierra acumulara suficiente oxígeno para alimentarlo, y la superficie poseyera una cubierta vegetal susceptible de arder, condiciones que nos hacen retroceder a unos cuatrocientos millones de años. De ese fuego, como en nuestros días, huiría todo animal capaz de hacerlo.
Descubrir el fuego equivale a domesticarlo. En algún momento, Homo erectus aprendió a localizar algún objeto ardiendo en los límites de un incendio natural, a mantener viva la llama alimentándola con prudentes cantidades de combustible cuando mostraba señales de extinción, y a hacer buen uso del fuego.
Ignoramos cómo sucedió. Personalmente, creo que todo empezó cuando los niños quedaron fascinados por las llamas. A causa de su curiosidad hiperactiva y de la falta de experiencias amargas acerca de lo que sucede cuando uno se quema, pudieron sentirse más inclinados que los adultos a jugar con el fuego. Cabe la posibilidad de que el adulto más próximo apartara al niño de la hoguera y la apagara con los pies. Por otra parte, debió de llegar el tiempo en que un adulto más audaz que la mayoría considerara la ventaja de continuar el juego con una finalidad más útil.
El empleo del fuego cambió por completo la vida humana. Ante todo, procuró luz en medio de la oscuridad y calor en todo momento. Esto hizo posible extender la actividad a la noche y al invierno, lo que revestiría especial importancia en un período glacial, de manera que Homo erectus pudo alcanzar regiones más frías.
Desde luego que con el fuego, por sí solo, uno se ve condenado durante el tiempo frío a no apartarse del hogar, pero una sociedad de cazadores podía fácilmente aprender a desollar un animal, limpiar la piel y envolverse en ella. En este sentido, la piel animal reemplazarla el pelo que los seres humanos habían perdido.
El fuego también era útil como protección contra otros animales, incluidos los más fieros. Una hoguera en el interior de una cueva o dentro de un círculo de piedras mantendría alejados a los predadores. Podían gruñir y merodear por las inmediaciones, pero si no se mostraban lo bastante inteligentes como para mantenerse alejados del fuego, les bastaba con una sola experiencia de lo que significaba su proximidad.
Por lo demás, ahora Homo erectus podía acarrear ramas encendidas para levantar la caza, provocar estampidas y conducirla hacia las trampas o los despeñaderos.

El fuego también hizo posible cocinar el alimento, lo cual es más importante de lo que pueda parecer. La carne es más tierna y sabrosa si se asa.
Más todavía: el fuego extermina los parásitos y bacterias, con lo que hace más segura la ingestión de la carne. El fuego vuelve asimismo muy comestibles los vegetales, de otro modo inútiles para la alimentación. Pruebe a comer arroz fresco en su tallo, o cualquier cereal crudo, y comprenderá lo que puede hacer una breve exposición al calor de una hoguera.
 
Por último, el fuego hizo posibles varias transformaciones químicas de la materia inanimada, como la fundición de metales. En una palabra, el fuego da comienzo a la primera época de relativa «Alta tecnología» de la humanidad.
Al comienzo, claro está, el fuego sólo podía obtenerse una vez iniciado por medios naturales. Cuando se disponía de él, era preciso mantenerlo ardiendo continuamente, y si alguna vez se extinguía, había que reanudar cuanto antes la búsqueda de otra hoguera. Si no había una tribu cercana de la que pudiera conseguir el fuego suponiendo que mantuvieran lazos de amistad como para que eso fuese posible, aunque resulta verosímil por razones de reciprocidad, sería preciso aguardar de nuevo el fuego provocado por medios naturales, y esperar a que las condiciones fueran favorables para hacerse con él sin peligro.
 
Pero llegó el tiempo en que se desarrollaron técnicas para iniciar un fuego donde antes no lo hubo. Esto debió de lograrse por fricción: haciendo girar un palo en la depresión de otro, previamente rellena de fragmentos de madera, hojas u hongos, muy secos, yesca. El calor generado por la fricción podía encender la yesca. No sabemos qué métodos fueron los primeros en desarrollarse, pero la técnica de prender fuego representa un gigantesco paso adelante.
 
 

 


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