Los PIRATAS mantienen una práctica de saqueo organizado o bandolerismo marítimo,
probablemente tan antigua como la navegación misma.
Consiste en que una embarcación privada o una estatal amotinada ataca a otra en aguas internacionales o en lugares no sometidos a la jurisdicción de ningún Estado, con el
propósito de robar su carga, exigir rescate por los pasajeros, convertirlos en esclavos y muchas veces apoderarse de la nave
misma. Su definición según el Derecho Internacional puede encontrarse en el artículo 101
de la Convención de
las Naciones Unidas sobre el Derecho del Mar.
Junto con la actividad de los piratas
que robaban por su propia cuenta por su afán de
lucro, cabe mencionar los corsarios,
un marino particular contratado que servía en naves privadas con patente de
corso para atacar
naves de un país enemigo.
La distinción entre pirata y corsario
es necesariamente parcial, pues corsarios como Francis Drake
de la flota francesa en la Batalla de la Isla Terceira fueron considerados vulgares piratas
por las autoridades españolas, ya que no existía una guerra declarada con sus
naciones. Sin embargo, el disponer de una patente de corso sí ofrecía ciertas
garantías de ser tratado como soldado de otro ejército y no como un simple
ladrón y asesino; al mismo tiempo acarreaba ciertas obligaciones.
Según algunos autores, la voz pirata viene del latín pirāta,
que por su parte procedería del griego
peiratés compuesta por, peira, que significa 'prueba'; a su
vez deriva del verbo peiraoo,
que significa 'esforzarse', 'tratar de', 'intentar la fortuna en las aventuras'
Otros autores abogan porque proviene
del griego pyros 'fuego'. El fundamento que se alega es
que tras un acto típico de amotinamiento en un barco, para eliminar cualquier
tipo de pruebas y toda posibilidad de buscar culpables finalmente se le prendía
fuego, no sabiendo por tanto quién había muerto en la trifulca y quién no,
resultaba prácticamente imposible encontrar algún culpable si se daba a todos
por desaparecidos. Siendo por tanto el término pirata equivalente a incendiario.
En este sentido, el término pirata fue usado con anterioridad como actos
puntuales de amotinados y saqueadores y no sólo referente al mar. Cuando esto
era así aún no existían piratas en el concepto que más tarde se implantó. Como
suele suceder en todas las épocas, una voz aplicada para denominar a un
determinado colectivo, en base a un determinado hecho, se acaba generalizando a
un rango mayor y menos específico y aplicando a todo saqueador en general, y
más específicamente a los saqueadores del mar toda vez que existían múltiples
voces para designar a los «saqueadores de tierra», quemara ya, o no, el barco.
Cuando más adelante en el tiempo los
saqueadores se organizan surcando el mar y no necesariamente como resultado de
un amotinamiento, tienen la necesidad de reparar su propio barco dañado por los
ataques o por lo embates del mar y por supuesto de apropiarse el ajeno. Sin
embargo, el barco abandonado en la mayoría de los casos seguía siendo
incendiado.
A partir de entonces la voz ha sufrido
muchos cambios, perdiendo la exclusiva como sinónimo de incendiario.
La voz pirata provenía originariamente de la pirotecnia y de los inevitables accidentes
asociados por los artesanos que militar o civilmente ocurrían de cuando en
cuando.
No hay que olvidar que la pirotecnia
fue introducida en Occidente por los árabes en la forma de fuegos artificiales y que esto tomaron en parte de Asia y
en parte remanente del esplendor
romano. La voz no aparece antes de la invención de la pólvora y es notable que durante los siglos en
que duró la piratería de forma «oficial», los progresos en pirotecnia quedaron
estancados, siendo estos siglos los XVI, XVII, XVIII y mediados del XIX. Lo que
se supone es debido a que los gobiernos monopolizaron la industria de la pólvora.
Al hablar de piratas, resulta más
propio desde un punto de vista histórico hablar más de navíos que de barcos. No obstante, a fecha de
hoy usamos ambiguamente barco como sinónimo de casi cualquier
embarcación.
Este término califica a las acciones
llevadas a cabo por personas en embarcaciones y, desde mediados del siglo XX,
en aviones, para retener por la fuerza a las tripulaciones y pasajeros, así como
a los propios transportes. Esta definición es dada por organismos como la ONU o la Real Academia Española. Sin embargo, varios autores expertos
en piratería, como el alemán Wolfram Zu Mondfeld,
amplían la piratería a aquellos ataques realizados desde el mar contra buques y
posiciones en tierra para robar o conquistar, pero sin hacerlo en nombre de
ningún Estado, al menos oficialmente.
Las zonas
de mayor actividad de los piratas coincidían con las de mayor tráfico de
mercancías y de personas. Las primeras referencias históricas sobre la
piratería datan del siglo V a. C., en la
llamada Costa de los piratas, en el Golfo Pérsico. Su actividad se
mantuvo durante toda la Antigüedad. Otras zonas afectadas fueron el Mar Mediterráneo y el Mar de la China Meridional.
Aunque los datos no son muy
abundantes, por los mitos sabemos que los griegos clásicos fueron buenos
piratas. Uno de los más famosos fue Jasón,
quien guio a los Argonautas hasta La Cólquida en busca del Vellocino de
oro, lo que, aunque no entre en la definición española de piratería,
para algunos es, sin ningún género de dudas, un acto de piratería, personas que
vienen por mar para robar.
También Ulises u Odiseo,
según las traducciones griega o latina, realizó varios actos de piratería en su
regreso a Ítaca,
como narra Homero en la Odisea.
Con estos dos ejemplos podemos ver una
constante que se repetirá a lo largo de los siglos. Los piratas son, en muchas
ocasiones, considerados héroes nacionales en sus países, pese a practicar lo
que en tierra se llamaría robo y secuestro.
Especialmente en una sociedad como la griega, donde el oficio de las armas era
reconocido y estimado, un motivo que llevaba a glorificar, en lugar de
denostar, actos como el citado de Jasón. Debe tenerse en cuenta que el oficio
de mercenario,
si bien es verdad que es llevado a cabo en tierra, no tenía connotaciones
negativas como las tiene actualmente.
Uno de los piratas griegos más famosos
de los que sí se tienen referencias fue Plutarco de Samos, quien
en el siglo VI a. C. saqueó toda Asia Menor en diferentes expediciones y llegó a
reunir más de 100 barcos.
También los egipcios consideraban
piratas a los Pueblos del
Mar porque su
principal expedición invasiva se dio por vía marítima y con la finalidad de
efectuar saqueos. Sin embargo, muchos otros autores no comparten esta
clasificación porque los Pueblos del Mar sólo fueron marineros en el último
momento de su historia.
En la época final de la República, los piratas en el Mediterráneo
llegaron a convertirse en un peligro, desde sus bases primero al sur de Asia Menor en las montañosas costas de Cilicia y más tarde por todo el Mediterráneo,
puesto que impedían el comercio e interrumpían las líneas de suministro de Roma.
A diferencia de siglos posteriores,
los piratas de la Antigüedad no buscaban tanto joyas y metales preciosos como
personas. Las sociedades de aquella época solían ser en su mayoría esclavistas,
y la captura de personas para ser vendidas como esclavos resultaba una práctica
altamente lucrativa. Pero también
se buscaban piedras preciosas, metales preciosos, esencias, telas, sal, tintes, vino y otros tipos de mercancías que solían
transportarse en los barcos mercantes, caso de los fenicios.
Uno de los casos más conocidos de
piratería contra las líneas de navegación lo protagonizó Julio César,
que llegó a ser prisionero de los cilicios
75 a. C. Plutarco en Vidas
paralelas cuenta
que el jefe cilicio estimaba el rescate en 20 talentos de oro, a lo que el joven César le
espetó: «¿Veinte? Si conocieras tu
negocio, sabrías que valgo por lo menos 50». El cautiverio duró 38 días,
en los cuales el rehén amenazó a sus captores con crucificarlos. Finalmente el
rescate se pagó y el futuro cónsul de Roma fue liberado. Pero César cumplió su
amenaza, y cuando recobró la libertad organizó una expedición, pagada con su propio
dinero, durante la que apresó a sus captores y los crucificó a todos.
La piratería, sobre todo la perpetrada
por piratas cilicios, alcanzó niveles preocupantes para Roma hacia el final de
la República. En el 67 a. C.,
el senado romano nombró a Pompeyo procónsul de los mares, lo que
significaba que se le otorgó el mando supremo del Mare Nostrum, el Mar
Mediterráneo y de sus costas hasta 75 km mar adentro. Se le concedieron todos
los ejércitos que se encontrasen a las costas del Mediterráneo, contando así
con unos 150.000 efectivos, así como el derecho de tomar del tesoro la cantidad
que necesitase. Finalmente, se le proveyó con una flota bien pertrechada. En
diversas operaciones eliminó en cuarenta días a todos los piratas de Sicilia e Italia y, tras el asedio y toma de Coracesion, a los piratas de Cilicia,
acabando así, en cuarenta y nueve días, con los piratas de la zona oriental del
Mediterráneo. Asimismo debe apuntarse que dichos piratas sólo presentaron la
resistencia imprescindible para poder solicitar una rendición honrosa.
La situación vivida por los pueblos
europeos occidentales tras la caída del Imperio romano hace que la navegación
marítima se reduzca antes de la formación del Imperio carolingio y tras su caída en todo lo que es el
Mediterráneo Occidental, pero sin desaparecer por completo. En la parte
oriental de este mar, la comunicación continúa y con ella la actividad
pirática.
Autores como Wolfram Zu Mondfeld
incluyen a Roger de Flor,
caballero y aventurero de Brindisi,
entre los no muchos piratas documentados de la época en esa parte del mundo. La
inclusión de Roger de Flor se debe a su carrera naval antes de comandar a los almogávares y entrar al servicio del rey de
Sicilia.
En 1291 Roger de Flor marchó a la última
cruzada y pronto se reveló como un gran marino. Una de sus famosas acciones fue
la evacuación con su flota de toda la nobleza de San Juan de
Acre; ya sea por haber pedido rescate, haber subastado los puestos o
porque la aristocracia franca utilizó sus influencias para lograr
una plaza. Con sus naves llenas de adinerados nobles logró llevarlos a Marsella sanos y salvos.
Durante los 20 años siguientes luchó
al servicio del rey Federico II de Sicilia hasta que fue reclutado por el
emperador de Bizancio Andrónico II y mandó a los almogávares en sus
victoriosas batallas contra los turcos. Saqueó Quíos y se estableció en Galípoli hasta
ser llamado y asesinado por el Emperador con 300 de sus hombres durante un
banquete en su honor. Esto hizo explotar en sus hombres la famosa Venganza
catalana al aterrador grito de «¡Desperta ferro!».
Pese a todo, el gran poder corsario de
este mar aún estaba formándose y emergiendo en Asia Menor. La progresiva
expansión del Islam, primero por los árabes en todo el Norte de África y
después con los turcos en las costas asiáticas, iba a originar toda una serie
de señoríos y sultanatos que rápidamente adquirirían fuerza y tamaño, hasta
llegar a convertirse en un peligro sin igual para los reinos cristianos de
Italia, España y en menor medida las órdenes militares que gobernaban en islas
como Chipre, Rodas y Malta. Debe tenerse en
cuenta que los árabes y también los berberiscos consideraban una forma de Guerra santa la piratería contra los infieles
La piratería europea a finales de la Edad Media la protagonizaron los ya expuestos berberiscos en el Mediterráneo, que comenzaban a
crecer en importancia, y los Hermanos de las vituallas en el mar del Norte.
Las ciudades del mar Báltico y algunas
de la parte oriental del mar del Norte empezaron a unirse comercialmente hacia
el año 1200 para regular primero y controlar después el comercio por esa zona.
Con el tiempo se terminó formando una cofradía de ciudades portuarias, llamada
la Liga
Hanseática y
comúnmente conocida como Hansa, a la que terminaron
perteneciendo muchas urbes bálticas, principalmente alemanas. Las ciudades
cooperaron para defender su independencia de los príncipes territoriales
vecinos, asegurarse importantes privilegios comerciales y protegerse contra
piratas y corsarios.
En el siglo XIV, Dinamarca y
Mecklemburgo se disputaron el control de Suecia. La reina Margarita I de Dinamarca y de Noruega, invitado
por nobles suecos, ganó en una batalla contra el impopular rey de Suecia Alberto III de Mecklemburgo y le encarceló en 1389. Suecia, con la
excepción de Estocolmo,
cayó en manos danesas. Entonces Mecklemburgo incitó a los corsarios dañar a
Dinamarca. Las ciudades mecklemburgueses pertenecientes a la Hansa, Rostock y Wismar, se
abrieron al comercio con los corsarios en 1391. Sin embargo, la mayor ciudad hanseático Lübeck apoyó a Dinamarca. En general, la
Hansa no osaba tomar partido en este conflicto. De un lado la piratería comenzó
a causarle grandes daños, del otro lado una victoria danesa hubiera acabado en
el control danés de importantes rutas marítimas.
Los corsarios mecklemburgueses
lograron varias veces aprovisionar la ciudad a sitiado de Estocolmo con
alimentos y otros necesidades para continuar su resistencia, así que los
corsarios se convirtieron en vitulianos o hermanos de las vituallas del latín victualia.
Con el tiempo los valerosos corsarios, que arriesgaban sus barcos y sus vidas
para mantener con vida a la población de Estocolmo se degeneró progresivamente,
cuando sus actividades volvieron a la simple piratería. Como sería después en
el Caribe, los vitalianos acostumbraban a repartir el botín obtenido en partes
iguales y a formar algo parecido a una sociedad sin clases. De ahí que también
se les llame Likendeeler.
Su influencia fue grande al fin del
siglo XIV y en las primeras décadas del siglo XV y lograron varios actos
destacados en los actuales Países Bajos, Alemania e incluso Francia.
A la cabeza de este grupo se puso una
especie de triunvirato formado por Gödehe Michelsen también conocido por Gödeke
Michels o Gö
Michael, Wigbad asimismo
llamado Wigbold o Wikbald
y Claus Störtebekker, Störtebecker para los alemanes.
La comunidad había conquistado Visby y Gotland y allí prosperaron entre 1394 y 1398,
cuando fueron expulsados por el Orden Teutónico. Konrad von Jungingen dirigió a 4.000 armados teutónicos en
84 naves contra los vitalianos, acabando con aquel «paraíso báltico». Algunos
lograron escapar, entre ellos los tres dirigentes, que buscaron refugio en el
señorío de Kennon ten Brooke, en las
costas de Frisia. Este
aristócrata estaba enfrentado con la mayoría de sus vecinos y aceptó de buen
grado la entrada de aquellos piratas, que podían hostigar a sus enemigos.
La segunda expedición contra la
hermandad vitaliana se llevó a cabo en 1400 por los capitanes hamburgueses Albrecht Schreye y Johannes Nanne, que
atacaron a los vitalianos en la desembocadura del Ems, matando a 80 y
decapitando a otros 36.
Al año siguiente, Nilolaus Shoche atacó la desembocadura del Weser terminando con 73 de aquellos piratas.
La suerte seguía en contra de los
vitalianos, Jungingen empezó a cambiar su actitud hostil contra sus vecinos y se reunió en Hamburgo con varios dignatarios, donde
manifestó su deseo de apartarse de aquellos individuos. Entonces muchos de
estos piratas se retiraron a Noruega,
pero Störtebekker decidió quedarse y seguir atacando naves entre las islas de Helgoland y Neuwerk,
pero sus días estaban contados.
El jefe de la escuadra hanseática, Simón de Utrecht, disponía
de una de las mejores naves que habían surcado aquellas aguas hasta entonces,
la Bunte Kuh, y junto a otras Carabelas de la paz, como se las
llamaba a las naves contra los piratas bálticos, emprendió varias acciones
contra Störtebekker y sus hombres.
En las más exitosa camufló a sus naves
como embarcaciones mercantes y logró engañar al pirata, siempre muy precavido.
Este a su vez atacó la escuadra por la vanguardia y la retaguardia; pero cuando
se dieron cuenta de que se enfrentaban a las potentes Carabelas
de la paz era ya tarde.
Cayeron 70 piratas, entre ellos Störtebekker. Los otros dos compañeros del
alemán lograron escapar, pero fueron capturados en la siguiente salida de la
nave Bunte Kuh. Pero, como en tantos otros casos, la imagen del
pirata Stöttebekker ha quedado en la cultura popular alemana como una especie
de héroe regional, conservándose en los museos la copa que utilizaba para
beber, un cañón de su barco, o siendo nombrado socio póstumo de algunas asociaciones
y clubs alemanes.
La captura de los demás piratas
vitalianos se produjo en 1433, en las aguas del Mar Báltico y Mar de Norte. En
aquella ocasión fue el aristócrata frisón Edzart Zirksena quien firmó definitivamente la paz con
Hamburgo, permitiendo que Simón de Utrecht saliera nuevamente con sus naves y
terminara con los últimos reductos de la piratería báltica.
El capitán Sibeth Papinga y sus hombres fueron capturados y
decapitados, terminando así con el problema pirata.
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