El ACUEDUCTO es un sistema o conjunto de sistemas
de irrigación que permite
transportar agua en forma de flujo continuo desde un
lugar en el que está accesible en la naturaleza hasta un punto de consumo
distante.
Cualquier asentamiento humano, por
pequeño que sea, necesita disponer de un sistema de aprovisionamiento de agua
que satisfaga sus necesidades vitales. La solución empleada desde antiguo
consistía en establecer el poblamiento en las proximidades de un río o manantial,
desde donde se acarrea el agua a los puntos de consumo. Otra solución consiste
en excavar pozos dentro o fuera de la zona habitada o construir aljibes. Pero
cuando el poblamiento alcanza la categoría de auténtica ciudad, se hacen
necesarios sistemas de conducción que obtengan el agua en los puntos más
adecuados del entorno y la lleven al lugar donde se ha establecido la
población.
Incluso cuando la población estaba a
orillas de un río, la construcción de conducciones era la mejor forma de
garantizar el suministro, en vez de extraer el agua del río que, aunque
estuviera muy cerca, generalmente tenía un nivel más bajo que el poblado. En
otras ocasiones se hacía el acueducto porque el agua era de mejor calidad que
la del río. Para cubrir esta necesidad se emprenden obras de gran envergadura
que puedan asegurar un suministro de agua.
Aunque existían precedentes en las
civilizaciones antiguas del Próximo Oriente y los ingenieros griegos habían construido conducciones
eficientes, los ingenieros romanos,
gracias fundamentalmente a su uso del hormigón,
fueron los que pusieron a punto técnicas que se pudieron generalizar por todas
las ciudades del Mediterráneo. Con todo, los factores técnicos no fueron los
únicos que contribuyeron a difundir este tipo de obras, hizo falta también la
unidad política del Imperio y la existencia de un sistema económico fuerte que
creara las condiciones para el desarrollo urbano.
La mayor parte del recorrido se hacía
por canales, en general cubiertos, que se
construían por las laderas de los montes, siguiendo la línea de pendiente deseada generalmente pequeña, del
orden del 0,004 %, y se situaban cada cierto tiempo cajas
de agua o arcas
de agua, pequeños depósitos que servían para regular el caudal o
decantar los sólidos, normalmente arena, que las aguas
pudieran arrastrar.
Cuando se debía salvar un camino, a un
nivel un poco más bajo que el del acueducto, se usaban sifones,
en los que el agua pasaba bajo el obstáculo y volvía a subir al nivel anterior.
A menudo debían salvar desniveles más grandes y en ellos adoptaban la forma de arquería o puente, puesto
que hacer conducciones en sifón capaces de resistir altas presiones era más
caro. Como los puentes son la parte más visible de la obra, ha quedado la
costumbre de llamar «acueducto» a la propia arquería.
En muchas ocasiones, estos acueductos
romanos continuaron en uso durante la Edad Media e incluso en tiempos modernos,
gracias a arreglos y restauraciones. Y, por supuesto, se continuaron haciendo
nuevos.
Las soluciones aplicadas a los
acueductos romanos se siguieron usando sin modificaciones sustanciales hasta el
siglo XIX. En el siglo XX, los progresos en la producción de cementos, el
armado del hormigón con acero, los nuevos materiales y técnicas en la
construcción de conductos y la posibilidad de construir potentes estaciones de
bombeo revolucionaron las conducciones de agua y simplificaron su adaptación al
terreno.
Los romanos construyeron los
acueductos más importantes en tamaño, así como en mayor cantidad, en todos sus
territorios.
Un acueducto arranca en un sistema de
captación de agua. El agua pasa de forma controlada a la conducción
desde un depósito de cabecera.
La construcción de un acueducto exige
el estudio minucioso del terreno que permitirá escoger el trazado más económico
para permitir una pendiente suave y sostenida sin alargar demasiado el
recorrido de la obra.
Se usan canales sin presión circulando
en lámina libre siempre que es posible y únicamente en ocasiones contadas se
recurre a la conducción bajo presión.
En todo caso, siempre que el agua
se destina al consumo humano, el canal está cubierto por bóvedas, falsas
bóvedas, placas de piedra o tégulas.
El canal se acomoda al terreno
por distintos procedimientos. Siempre que es posible, transcurre sobre el suelo
apoyado en un muro en el que se practican alcantarillas para facilitar el
tránsito normal de las aguas de superficie. Si el terreno se eleva, el canal
queda soterrado y forma una galería subterránea excavada directamente
en la roca o construida dentro de una zanja. Cuando se ha de vencer una fuerte
depresión, se recurre a la construcción de complicados sistemas de arquerías que
sostienen el canal y lo mantienen al nivel adecuado.
Si se interpone en el trazado de
la conducción un monte que no es posible rodear, se recurre a la construcción
de un túnel que lo perfora. Solamente se usa este procedimiento si es
inevitable. Los túneles plantean grandes problemas técnicos. Normalmente se
comienzan por ambos extremos, lo que exige una gran precisión en las labores
para que los dos ramales se encuentren en el punto previsto. La estrechez de
las zonas de corte exige que en cada tajo trabajen sólo uno o dos hombres, por
lo que la obra progresa con gran lentitud.
Las conducciones subterráneas por
canal suelen estar comunicadas con la superficie por medio de pozos dispuestos a intervalos regulares.
Por ellos se puede acceder al acueducto para su limpieza y mantenimiento. En el
caso de los túneles servían también para extraer escombros e introducir
materiales durante la construcción, así como para asegurar el correcto trazado
y profundidad de la excavación.
Los canales, salvo que estuvieran
directamente excavados en roca impermeable, se revestían con un mortero
impermeable compuesto de cal y pequeños fragmentos de cerámica triturada, opus signinum.
Los ángulos interiores se protegían con una moldura convexa (media caña) del
mismo material.
Aunque los técnicos romanos usaban
también conducciones bajo presión por tubos de plomo fistulae o de cerámica tubuli fictiles,
sólo lo hacían rara vez, ya que la deficiente tecnología de la que disponían
para la construcción de tubos los hacía costosos y poco seguros. Los de
cerámica eran baratos y fáciles de fabricar a pie de obra, pero eran demasiado
frágiles. Los de plomo, aparte del coste del material, exigían un transporte
muy laborioso, dado su peso.
Existían también rudimentarias
tuberías de piedra, formadas por grandes sillares horadados que se ensamblaban
entre sí gracias a un machihembrado que se sellaba con mortero de cal. Este
procedimiento se usaba para transportar el agua por parajes llanos en los que
era imposible mantener una pendiente adecuada para la conducción por canal
libre. En ocasiones parecen haberse empleado asimismo tubos y canales de
madera.
Se utilizaban sifones para superar
depresiones no muy pronunciadas, difíciles de salvar por otros sistemas. El
agua conducida por el canal del acueducto se recogía en un depósito de cabecera
del que salía bajo presión a través de los tubos del ramal descendente, que buscaba
el fondo de la depresión. Tras ella se iniciaba el ramal ascendente que, una
vez superada la depresión, vertía las aguas en un depósito de salida, del que
el agua volvía a salir por un canal en lámina libre. Los ángulos que formaban
los tubos eran lastrados con gruesas piedras para evitar roturas en las juntas
a causa de la presión que las aguas ejercían sobre ellas. Cuando el desnivel a
salvar era importante, la presión del agua podía reventar la tubería, por lo
que era más económico salvar el barranco mediante una arquería.
En algunos casos se aprovechaba la
obra de arquería de un acueducto para construir también un puente carretero,
como en el caso del Pont du Gard de ahí que se conozca con el nombre de
puente, pont.
En distintos puntos de las
conducciones se intercalaban dispositivos cuya finalidad era remansar la
corriente del agua para permitir que los arrastres sólidos se decantaran, cajas
de agua o arcas
de agua. Todos tienen en común estar constituidos por receptáculos
intermedios con el fondo a un nivel inferior que el de los canales de entrada y
salida del agua. Los arrastres se precipitan y caen al fondo, de donde se
podían extraer periódicamente. El tipo más simple es un simple pocillo
practicado en el fondo del canal. Los ejemplares de mayor envergadura son
pequeños depósitos de obra piscinae limariae revestidos de opus signinum.
Cuando la conducción llega a las
murallas de la ciudad, su caudal se recoge en una cisterna terminal, que sirve
para regular el suministro. Desde ella se suministra el agua a los ciudadanos
por un sistema de
distribución.
Según Frontino los
romanos se conformaron durante mucho tiempo con el agua que extraían del Tíber,
los pozos y los manantiales. Las cosas fueron así durante los primeros 441 años
desde la fundación de la ciudad. Su primer acueducto fue subterráneo, el Aqua
Apia, que se extendía unos 16 km, construido por iniciativa del
censor Apio Claudio
Craso en el año 312 a. C. Más tarde, construyeron el primero que
llevaba agua sobre la superficie, el Aqua Marcia, en Roma, que recorría unos 90
km 144 a. C.
En época de Frontino, que escribe su tratado sobre los acueductos de Roma en el 97 o muy poco después, la conducción es
subterránea en la mayor parte de su trazado, pero tiene a su llegada a las
proximidades de la ciudad un breve tramo que discurre en superficie sobre muro
y arquerías.
La conducción del Anión Viejo,
construida en el 273 a. C.,
aunque transita en superficie durante un trecho no muy largo, carece de
arquerías, según la descripción de Frontino. Todas las demás conducciones de
Roma poseen tramos importantes de arquerías, que, en general, son tanto más
largos cuanto más modernos son. El acueducto que alimentaba Cartago,
en el actual Túnez,
del siglo II,
recorría una distancia de 132 km desde Zaguán, de los cuales 17 km
eran en arquería.
Es, pues, un hecho que los más
antiguos acueductos de la urbe tienden a preferir la conducción subterránea
siempre que es posible. Se sabe también por Frontino que en ocasiones, con el
paso del tiempo, se fueron sustituyendo en algunas de las conducciones los
rodeos que exigía el trazado subterráneo por trazados más cortos sobre
arquerías. La preferencia por los trazados subterráneos en los acueductos más
antiguos obedece, más que a limitaciones técnicas, al interés por proteger las
conducciones de sabotajes en periodos de guerra o a la vieja experiencia romana
en la construcción de drenajes y cloacas.
Pero no es menos cierto que en los dos
acueductos mencionados se suman los principales sistemas de conducción usados
en todas las épocas: conducción subterránea, en túnel, sobre muro y sobre
arquería. Por si esto fuera poco, el trazado del acueducto del Anión Viejo incluye
un sifón, lo que completa bastante el repertorio de soluciones técnicas.
Vitrubio,
que escribe sus De architectura libri decem probablemente poco antes del 27 a. C.,
menciona ya todos los sistemas de conducción citados en este artículo, con
excepción de las tuberías de piedra, que no aparecen en ningún tratado, y los
tubos y canales de madera, que deben de ser de uso muy tardío. De hecho Faventino, que sigue prácticamente a Vitrubio
en todo, es el único teórico que los menciona, con lo que se aparta de su
fuente. Y téngase en cuenta que muy probablemente escribió su obra a fines del
siglo IV.
Por tanto, hay que pensar que todos
los recursos técnicos de que dispusieron los romanos para conducir el agua
estuvieron al alcance de su mano desde los primeros momentos.
Los acueductos que se construyeron a
partir del siglo XIX, distaron mucho de las hermosas obras romanas, muchas de
las cuales aún hoy están en funcionamiento, como las que abastecen de agua a
las fuentes de Roma.
Los acueductos modernos se construyen
generalmente bajo tierra, como extensas redes de conductos de hierro, acero o cemento.
El acueducto Delaware, que transporta agua desde
los Montes Catskill hasta Nueva York tiene una longitud de 137 km y es
el acueducto de transporte continuo, para abastecimiento de poblaciones, más
largo del mundo aunque solamente es 5 kilómetros más largo que el romano que
alimentaba Cartago.
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