Las CATACUMBAS
son unas galerías subterráneas que algunas civilizaciones mediterráneas
antiguas construyeron y utilizaron como lugar de enterramiento. Las más
conocidas y las mejor estudiadas son las catacumbas de la ciudad de Roma. También son
conocidas las catacumbas de París, aunque su origen es muy
distinto.
Desde un punto de vista etimológico,
el origen de la palabra catacumba es incierto. Algunas
fuentes creen que viene del griego hacia abajo, y túmulo; o también de κατά hacia abajo y κυμβή
penetración. Otras dicen que viene del latín cumbo,
de un verbo que combinado con las partículas ad, cum y de,
significa yacer, o estar acostado, de ahí que catacumba signifique "lugar donde se está
acostado". Su traducción literal es "agujero", nombre de un
distrito periférico de Roma, en cuyas
proximidades había un cementerio subterráneo, donde en el siglo III,
se trasladaron provisionalmente los cuerpos de San Pedro y San Pablo.
En castellano es un término que empezó a utilizarse
en el siglo XVIII.
Las catacumbas son subterráneos
excavados en el suelo para organizar cementerios y salas de bailes para dar
culto a los dioses de los muertos de los paganos, judíos y primeros cristianos
en la Roma del siglo II. Se empezó a llamar con este nombre a la cripta del
cementerio de San Calixto; se llamó ad catacumbas, y en
la Edad Media, por extensión, aplicaron el nombre al conjunto
de enterramientos hechos en el subsuelo del campo romano que formaba alrededor
de la ciudad una inmensa necrópolis. También se llamó a las catacumbas Roma
subterránea. Estos
subterráneos fueron lugar de culto, además de enterramiento y en época de
persecuciones, lugar de protección y escondite, ya que estaban protegidos por
una ley que prohibía la entrada a los perseguidores. Era como un derecho de
asilo, pues el derecho romano tenía por sagrada e inviolable cualquier
sepultura, con independencia del credo religioso del fallecido. Se supone que
las catacumbas como enterramiento fueron construidas antes de la muerte de San
Pedro.
Según teorías del siglo XVIII el origen de las catacumbas eran
excavaciones que habían creado los romanos en el subsuelo de la ciudad para
extraer arenas y materiales de construcción. Cuando se agotaban o se
abandonaban estas canteras, los cristianos las aprovechaban como cementerios añadiéndoles
nuevos túneles. Sin embargo esta teoría ha ido siendo abandonada al realizarse
nuevas investigaciones.
En el siglo XIX los científicos lo pusieron en duda y
comenzaron a desarrollarse grandes y serios estudios al respecto. La iniciativa
de estos estudios se debió al padre jesuita Marchi; al cabo del tiempo la
hipótesis de los arenales se fue abandonando y se tuvo definitivamente la
certeza de que las catacumbas son obra de cristianos con la finalidad de
enterramiento. Dos argumentos importantes dieron fin a la controversia:
La naturaleza del terreno, en su
mayoría roca, era poco apta para la construcción.
Las formas arquitectónicas de la obra
no pueden ser concebidas para otra cosa que no sea enterramientos.
El conocimiento que se tenía de
antiguos areneros nada tenía que ver con estas excavaciones, no son nunca
rectilíneos o verticales, además de que necesitan mucho espacio, pasajes
amplios para maniobrar con las carretas y las bestias.
Las catacumbas por el contrario tienen
corredores estrechos, rectilíneos, con excepciones como las catacumbas de San
Sebastián, en Roma. Excavadas en toba calcárea,
su trazado evitaba las zonas de mayor dureza en la roca y paredes verticales
especialmente diseñadas para los nichos.
Pero, el descubrimiento de catacumbas
judías anteriores a las cristianas, en Villa Torlonia y en Villa Randanini,
indica que, al menos desde 50 años antes de Cristo, la comunidad de los judíos
romanos ya enterraba a sus muertos en catacumbas. De hecho queda mucho por
estudiar sobre el papel que los judíos de Roma desempeñaron en la propagación
del cristianismo en la ciudad y, en particular, en el origen de las catacumbas
cristianas.
Por lo general el espacio consta de
diversos núcleos, dispuestos en pisos, casi siempre excavados en distintas
épocas. Cada piso tenía su entrada propia hasta que con el tiempo se fueron
comunicando hasta quedar reunidos.
En las catacumbas podemos distinguir
varias partes: un trazado laberíntico de galerías denominado
"criptas", las cuales a veces se ensanchan formando una especie de
cámaras poligonales llamadas "cubículos", donde se enterraban los
muertos por martirio. Es frecuente que estos cubículos estén decorados con
pintura mural al fresco.
Las fosas de enterramiento excavadas en
las paredes de las catacumbas podían ser de dos tipos: rectangulares,
denominadas loculi o semicirculares, llamadas arcosolio.
Al principio las paredes no tenían
ningún tipo de ornamentación, sólo tomaron como práctica el fijar en los muros
monedas y camafeos y de este modo señalar la fecha. Esta costumbre ha
facilitado mucho el estudio y la datación a los arqueólogos. Algunas monedas
llevan la efigie de Domiciano (51-96), incluso de emperadores más
antiguos como Vespasiano o Nerón.
Sólo más tarde y durante los periodos de calma en que no había persecuciones,
se fueron llenando las paredes de pinturas.
Entre la gran cantidad de cementerios
subterráneos de Roma, unos 60 son conocidos por su nombre. De entre ellos, unos
toman los nombres de un santo o de varios que fueron allí sepultados; tal es
caso de Santa Inés oSan Pancracio.
Otros cementerios conservan el nombre primitivo de las localidades donde se
habían establecido, como Ad
Ursum Pileatum, Ad Sextum
Philippi. Otros tomaron el nombre de los propietarios del terreno debajo
del cual se hicieron los enterramientos, o bien el nombre de sus fundadores o
de algún personaje que lo amplió. A partir de la época de Constantino muchos de
esos cementerios fueron perdiendo poco a poco sus primitivos nombres y se
convirtieron en santuarios o lugares consagrados a algún santo importante. De
esta manera, la catacumba de Domitila que sería una propietaria, se
convirtió en cementerio de los santos Nereo,
Aquiles y Petronila. El de Balbina se llamó de San Marcos y el de Calixto fue San
Sixto y Santa Cecilia. Siguiendo el estudio de estas denominaciones, los
arqueólogos han podido muy bien averiguar las dos fechas cumbres: la de las
persecuciones y la del triunfo.
Los enterramientos de las catacumbas
pudieron ser excavados de manera legal porque o bien las tierras eran compradas
o bien sus propietarios se convirtieron al cristianismo o al menos simpatizaron
con los nuevos cristianos. Las matronas romanas, mujeres muy piadosas, dieron
buen ejemplo de generosidad ofreciendo parte de sus tierras. Testimonio de este
hecho son los numerosos nombres dados a los cementerios: Priscila, que era la
madre del senador Pudens dio lugar a la catacumba de santa Priscila, un vasto
cementerio sobre la vía Salaria. Ella misma fue enterrada en este sitio.
Luciana, Justa y muchas otras, cuyas propiedades están muy bien documentadas.
Las catacumbas son por encima de todo, cementerios. Las múltiples galerías o corredores que se
multiplican en todas ellas no son sólo para acceder de un lugar a otro sino que
están destinados a ser ellos mismos un cementerio. Sus paredes están repletas
de nichos donde se disponen los cuerpos en horizontal por niveles. En algunas
hay hasta 12 niveles y en otras tan sólo 3. Todo depende de la altura de la
galería construida además de la solidez de la roca. Los corredores son largos y
estrechos, tan estrechos que malamente pueden caber dos personas que se crucen.
Se cortan los unos a los otros de mil maneras y el resultado es un verdadero
laberinto que puede llegar a ser peligroso si no hay un guía conductor.
Servían las catacumbas también como
lugar de culto en determinadas ocasiones. En tiempos difíciles y de
persecuciones, aquí se refugiaba la comunidad cristiana para llevar a cabo los
misterios religiosos. Por eso se encuentran en infinitud de lugares verdaderas criptas o iglesias en las que se recibían los sacramentos
o se escuchaban sermones. En este caso, dichas iglesias constaban de dos estancias, destinadas
cada una a cada sexo. Algunas son bastante grandes y en el centro se encuentra
el altar y al fondo del presbiterio, la silla episcopal. Las pequeñas tienen
como altar un arcosolio en el fondo; éstas no recibían
comúnmente la afluencia de fieles, tan sólo en los aniversarios de los mártires que en ellas se veneraban. Las paredes
y bóvedas estaban revestidas de estuco y sobre el estuco, las pinturas.
En algunos casos tenían luz solar que
entraba por una abertura que daba al campo y que servía también para introducir
los cadáveres. Pero estas aberturas no eran muy frecuentes; lo común era que la
iluminación se diese por medio de las lámparas de bronce suspendidas de la bóveda por unas cadenas. Las galerías también
tenían su iluminación con unas lámparas de arcilla que se ponían en los entrantes de los
propios nichos. Hoy, todavía, se pueden apreciar las manchas de humo.
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