lunes, 22 de diciembre de 2014

FLAVIO JOSEFO



FLAVIO JOSEFO, Historiador judío. Miembro del partido de los fariseos, descendía de una antigua familia de sacerdotes. En el año 64 se vio implicado en Roma en el proceso contra los judíos deportados por orden del procurador Félix. Salió con bien del proceso gracias al apoyo de Popea, esposa de Nerón. Al iniciarse la guerra contra Roma organizó la administración y la defensa de Galilea, pero tuvo que capitular en el 67 y fue conducido ante Vespasiano, quien le concedió el perdón al predecirle Josefo que se convertiría en emperador de Roma. Cumplida la profecía, Josefo pasó a ser Flavio Josefo y se instaló en Roma, donde gozó del beneficio de una pensión imperial. Escribió en lengua griega La guerra de los judíos, Antigüedades judaicas y Contra Apión, tratado contra el antisemitismo grecorromano.

Nacido en el seno de una distinguida familia, su padre pertenecía a la aristocracia sacerdotal de Jerusalén; su madre pretendía descender de la casa real de los Asmoneos. Recibió la acostumbrada instrucción que las familias sacerdotales daban a sus hijos, hasta el punto de poder afirmarse que poseía una vasta cultura en todo el saber hebraico en su triple expresión farisea, saducea y esenia. Pasó, al parecer, algún tiempo en el desierto con los esenios, volviendo, sin embargo, a seguir la regla de los fariseos y a ejercer las funciones sacerdotales después de regresar a Jerusalén. A los veintiséis años marchó a Roma para obtener la liberación de algunos sacerdotes que habían sido enviados allí prisioneros por el gobernador romano Félix, liberación que obtuvo mediante la protección de Popea, esposa del emperador Nerón.

Vuelto a Jerusalén en el año 65, encontró el país en plena revuelta. La impresión general era que la guerra contra Roma se había hecho inevitable. El Sanedrín se había transformado en un Consejo de guerra y había dividido el país en siete distritos militares, uno de los cuales, el de Galilea, fue puesto bajo el gobierno de Josefo. Constituye un misterio el hecho de que fuera elevado a tan alto cargo; su falta de condiciones militares y su admiración por Roma deberían de haberlo hecho poco apto para tan delicada misión a los ojos del Sanedrín.

Ante el avance sangriento del ejército del general Tito Flavio Vespasiano, Josefo pareció convencerse de que la partida estaba perdida y se preparó para rendir las armas ante la abrumadora potencia mundial de Roma. Retirado a la fortaleza de Jotapata, se vio obligado por sus compañeros a resistir hasta el último extremo y a jurar que se daría muerte antes de caer en manos de los enemigos. Fue uno de los únicos supervivientes del verano del 67, y se rindió a Vespasiano prediciéndole su subida al trono imperial "sobre la tierra, sobre el mar y sobre toda la humanidad". Obtuvo con ello la gracia del general Vespasiano, que lo llevó a Roma como esclavo de guerra y en el 69, cuando fue nombrado emperador, lo liberó.

Flavio Josefo se unió al séquito del hijo del emperador y presenció la conquista de Jerusalén y la destrucción de la Ciudad Santa y su templo. Regresó a Roma, formó parte del desfile triunfal, y en reconocimiento a sus servicios le fue concedida la ciudadanía romana, una renta anual y tierras en Judea. Manteniendo su posición de privilegio en Roma, no se dio por aludido frente a las acusaciones de traidor que le hicieron sus compatriotas judíos, y se dedicó hasta su muerte al trabajo literario.

Sus libros más conocidos son los siete tomos de La guerra de los judíos, inicialmente escritos en arameo, y los veinte de Antigüedades judaicas, compuestos en lengua griega, donde pese a su colaboracionismo con los romanos intentó erigirse en historiador del pueblo judío relatando la historia de los hebreos desde sus orígenes, con muchos afeites literarios y mucha retórica, y dejando traslucir cierta veneración por el pueblo hebreo.


La guerra de los judíos relata las campañas de Vespasiano y Tito contra los judíos, que finalizaron con la destrucción de Jerusalén 71 d. de C. Los siete libros que la componen están llenos de elogios al conquistador y de acusaciones contra los judíos fanáticos e irresponsables, que habían provocado la catástrofe nacional. El primer libro y parte del segundo, de manera algo desigual y tomando de varias fuentes, resumen la historia judía desde los Macabeos hasta que estalló aquella guerra. El relato de la guerra está fundado en el conocimiento directo del autor, desde el alto cargo que había desempeñado en la misma. Ya por incapacidad, ya por indecisión, Josefo se había enajenado el ánimo de sus hombres y no había podido oponerse seriamente a Vespasiano, quien le tuvo asediado en Jotapata. Tras rendirse fue conducido ante Vespasiano, y, tomando una actitud de profeta, predijo al general romano su próxima proclamación como emperador; ello le valió un trato más blando y, cuando la profecía se realizó, la liberación.

Todo esto es narrado con minuciosidad por Josefo, en cuyo relato predomina el intento de defender a los judíos; quiere demostrar que la guerra fue provocada sólo por unos cuantos fanáticos, mientras el pueblo y las personas principales estaban todos por la paz. Así, mientras hacía un buen servicio a los romanos y a su país, se lo hacía a sí mismo; al encomio de los Flavios y a la defensa propia acompaña una acerba crítica de sus propios enemigos el primero, entre éstos, Juan de Giscala, los cuales lo habían declarado traidor.

A pesar de esta tendenciosidad, la obra tiene mucho valor porque Josefo se valió, al escribirla entre el 75 y el 79, de las noticias que él mismo había recogido ya durante la guerra en el campo romano, y de los documentos oficiales; por esto su información es excelente. La participación del escritor en los hechos, así como el elemento autobiográfico, dan además a la narración gran vivacidad y prontitud, al paso que no le faltan los procedimientos que la técnica historiográfica ofrecía para embellecer el relato discursos, digresiones, descripciones, etc.

La guerra de los judíos agradó tanto a Tito que él mismo ordenó su publicación. El favor que todos habían demostrado por aquel libro, especialmente Vespasiano y Tito, animó a Josefo, convertido ya en escritor admirado y celebrado en Roma, a proseguir en la misión de dar a conocer a los romanos y a los griegos la historia de su pueblo. Decidido a erigirse en el historiador de su patria, comenzó las Antigüedades judaicas, obra en veinte libros que contiene la historia del pueblo judío desde la creación del mundo hasta el reinado de Nerón.


El título y el número de los libros habían de recordar la Arqueología romana de Dionisio de Halicarnaso. Los 10 primeros libros exponen la historia hebraica más antigua hasta Ester bajo la guía de la Sagrada Escritura según parece, en la traducción de los Setenta. Los libros siguientes contienen las vicisitudes posteriores en relación con la historia de los demás pueblos. Las fuentes de Josefo, en cuanto a esta parte, nos son desconocidas; parece ser que bebió en una obra literaria anterior. Son especialmente interesantes los documentos que a menudo reproduce, aunque no directamente sino tomándolos de otras obras. Se señala de modo particular el pasaje del libro XVIII 3, 3, 63, en el que Flavio Josefo refiere las más antiguas noticias acerca de Jesús que han llegado hasta nosotros. Este pasaje se halla en todos los manuscritos, y ya era conocido en el siglo IV. Con todo, sus particularidades estilísticas y la fe cristiana, que claramente lo inspira, hacen que se considere una interpolación, aunque muy antigua.

El orgullo de Josefo consiste en haber dado a conocer a griegos y romanos la historia de su pueblo, entonces universalmente despreciado, pero poco a poco conocido. El sentimiento patriótico induce a veces a Flavio Josefo a callar o atenuar lo que menos honraba a los hebreos y a explicar los disturbios que continuamente provocaban como obra de una minoría de fanáticos. En cuanto a la religión, subraya su excelencia transportando al Dios de los hebreos los caracteres de la divinidad de los estoicos. Otra tendencia que ofusca el crédito que podría merecer es la de agradar a los romanos, y particularmente a sus protectores, los Flavios.

El estilo, que era bastante bueno en la Guerra de los judíos escrita originariamente en arameo y después traducida al griego, es duro y descuidado en las Antigüedades, tal vez porque le faltó el pulimento de la forma. La técnica historiográfica es la de su época, como se podía esperar dada su imitación de Dionisio. De éste hallamos todo el bagaje formal, discursos directos, descripciones, episodios, sentencias, comparaciones, figuras retóricas; su aspiración científica se revela en la motivación psicológica de las acciones de sus personajes. Entre los antiguos esta obra obtuvo gran difusión, hasta el punto de que Josefo fue llamado el Livio griego. Actualmente es la única fuente para conocer los grandes rasgos de la historia judía, y resulta también muy útil para la historia romana.

Flavio Josefo escribió también una apología de los hebreos, Contra Apión, dos volúmenes donde defiende la identidad judía de los ataques de Apión, maestro de escuela alejandrino autor de un libelo antijudío. Josefo lo refuta celebrando la idea religiosa y moral de los hebreos contra las concepciones y costumbres del paganismo grecorromano. También se debe a Josefo, por último, una autobiografía en la que se defendió contra las acusaciones que le había dirigido Justo de Tiberíades por su conducta durante la guerra.

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