Un PRESAGIO es un fenómeno que se cree que sirve
para adivinar
el futuro, y que a
menudo hacen referencia al advenimiento de un cambio. También son llamados augurios, como los realizados
por los augures en la Antigua Roma.
La interpretación de presagios y de
signos proféticos es una forma de adivinación.
Los
presagios pueden considerarse buenos o malos dependiendo de su interpretación.
Se puede interpretar de forma diferente un mismo signo según la persona o la
cultura que lo esté haciendo. O Diferencia De La Persona
Los presagios, anuncios,
predicciones y vaticinios se diferenciaban de los augurios en que éstos se
practicaban y percibían conforme los signos buscados y prevenidos por las
reglas del arte augural, en tanto que los presagios, como dimanados de la
casualidad, eran interpretados por cada persona de un modo más vago o al
capricho. Se pueden reducir a siete clases principales:
El Ornen por orimen de los Latinos. Estas
palabras casuales, se llamaban voces divinas, cuando no se sabía la persona que
las pronunciaba: tal fue la voz que anunció a los Romanos que se acercaban los Galos,
y esta voz divina mereció que se la erigiera un templo con el nombre de Aio Locucio. Pero estas mismas
palabras eran voces humanas, cuando se conocía la persona que las había
proferido, porque entonces no procedían inmediatamente de los dioses. Antes
de comenzar cualquier trabajo o cometer cualquiera empresa, era costumbre salir
de casa para recoger las palabras que pronunciara al caso la primera persona
que se encontrase en la calle; o bien se mandaba un siervo para que escuchase
lo que por ella decían, y sobre las palabras pronunciadas por casualidad, hubo
ocasiones que se adoptaron medidas muy importantes de precaución.
Los estremecimientos o
agitaciones súbitas de alguna parte del cuerpo, como las palpitaciones del corazón,
signos de mal agüero, presagiaban con particularidad la traición de algún
amigo; la convulsión repentina del ojo derecho y de las cejas, se reputaba feliz
presagio. El entumecimiento o inmovilidad del dedo meñique o
el temblor agitado del pulgar de la mano izquierda no significaba nada
favorable.
Los zumbidos de los oídos y
los murmullos o estruendos que se presumían oír: cuando silbaba el oído era
señal de que alguna persona hablaba de otra en su ausencia.
Los estornudos fueron
presagios equívocos y podían ser buenos o malos según los accidentes y las
ocasiones. Por esta razón, se introdujo la costumbre de saludar a la persona
que estornudaba y se decían preces por la conservación de su salud y que no la
sobreviniera nada malo. Los estornudos de la mañana no se reputaron por buenos;
mejores eran los del resto del día: entre los que se daban después del medio
día se estimaron de mejor presagio los que procedían del lado derecho.
Las caídas imprevistas: Marco Furio Camilo después de la toma de Veyes, al ver el inmenso botín
que había obtenido, rogó a los dioses lo preservaran de todo suceso desgraciado
que pudieran suscitar los codiciosos de su fortuna y enemigos del pueblo
Romano. Mientras estaba haciendo su plegaria se
cayó, lo que reputado de mal pronóstico, sirviendo de presagio para su
destierro y que los Galos entrasen en Roma. Las estatuas de los dioses
domésticos o Lares de Nerón, se encontraron caídas en tierra en enero y este funesto
presagio anunció estar cercana la muerte del emperador. Tanto si tropezaba el pie contra el umbral
o escalón de la puerta a tiempo de salir a la calle, como si se rompía la cinta
del calzado o bien, al levantarse de su asiento se sentía prendido por la ropa,
todos estos accidentes, eran signos de mal agüero.
El encuentro de ciertas personas
o animales. Un Etíope o Abisinio, un enano, un hombre
contrahecho, o con cualquier otra imperfección física, que se encontrasen por
la mañana al salir de la casa, era objeto de espanto y motivo para volver a
entrar en ella. El encuentro con un león, hormigas, abejas... indicaban feliz
presagio, pero no era así en el caso de las culebras, zorros, gatos, perros... pues denotaban
un pronóstico desgraciado. Scceva
canina de scavus,
presagio funesto; canis,
perro, era el encuentro casual de un perro o bien, oír su ladrido.
Los nombres: era costumbre ya en
las ceremonias religiosas como en los negocios públicos y en los privados
emplear con el mayor cuidado los nombres cuya significación expresara algún recuerdo
o cosa agradable: así pues, se procuraba que los niños que ayudaban en los
sacrificios, los ministros o sacerdotes que practicasen la ceremonia de la
dedicación de un templo y los soldados que se alistasen en la milicia tuvieran
nombres afortunados o dichosos. Se evitaban por el contrario, nombres de
significación triste y desgraciada.
Además de todos estos presagios,
de la observación de la luz de la vela o lámpara, se deducían los pronósticos
para saber el cambio o mudanza del tiempo y también el éxito de los negocios.
Por último, no se olvidaba el uso pueril de hacer crujir en la mano las hojas
de cualquier flor o planta o estrujar entre los dedos las pepitas de las
manzanas y hacerlas saltar al techo para hacer la prueba de si la persona se
encontraba correspondida por su amante...
Como en todo tiempo y ocasión
eran indispensables los presagios, su uso se hizo tan general, que según se ha
dicho, se tomaban al tiempo de comenzar cualquier trabajo o faena. De aquí
procedió haberse introducido en Roma la costumbre de no proferir ninguna
palabra de disgusto en determinado día de Enero; por el contrario, frases de
agrado y contento, y felicitaciones con mutuos y expresivos cumplimientos
acompañados de algunos cortos agasajos se prodigaban con motivo de esta
solemnidad. Por esta razón, en todas las ceremonias religiosas y en los actos
públicos precedía la fórmula: Quod
felix, faustum, fortunatumque sit: lo propio se decía cuando llegaba el
caso de celebrarse matrimonios, en el nacimiento de
las personas, en los viajes, en los festines.
Pero no bastaba observar los
presagios, era preciso aceptarlos cuando parecían favorables a fin de que
produjeran su efecto. Se necesitaba tributar las más cumplidas gracias a los
dioses que habían dado los presagios, pidiéndoles que los cumplieran y
rogándoles al propio tiempo siguieran acordando nuevos felices prestigios que
confirmaran o fuesen tan gratos como los primeros. Mas si el presagio se
mostraba funesto o impertinente se desechaba la idea con horror, todas las
súplicas a los dioses se dirigían para aplacar su ira y evitar los terribles
efectos del presagio siempre que éste se hubiese anunciado por casualidad; pero
si había sido solicitado por la persona no la quedaba otro arbitrio que
someterse a la voluntad de los dioses.
Se remediaban los malos presagios
de varios modos. Para borrar en el ánimo los efectos de un discurso o evitar la
repugnancia que causara la vista de cualquier objeto desagradable, era uno de
los medios más frecuentes, salivar o arrojar un esputo en el
instante. No pudiéndose excusar el uso de ciertas palabras o frases de mal
agüero, se tomaba la precaución de indicar con la higa o por el gesto o
la acción que se desechaban con aborrecimiento como igualmente todo lo que
pudiese presagiar cosas funestas; todos estos eran actos apotropaicos.
De esta suerte, se empleaban de
ordinario en la locución palabras más gratas que evitasen el tabú por
medio de algún eufemismo, sustituyendo voces que ofrecían a la imaginación
las ideas menos tristes y lúgubres. Era un lenguaje metafórico, de forma que
para significar que una persona estaba muerta, se decía que había vivido. Por
este orden, los atenienses nombraban a la cárcel, la casa, al verdugo o
ejecutor de la justicia, el hombre público, a las Furias las Euménides o
diosas compasivas.
No hay comentarios:
Publicar un comentario