La TIRANÍA,
en el sentido que se dio al término en la Grecia
antigua, era el régimen de poder absoluto, de ordinario unipersonal,
que con frecuencia instauraba el tirano,
que era aquel o aquellos que habían derrocado el gobierno de una ciudad-estado,
normalmente gracias al apoyo popular, pero también mediante un golpe de estado militar o una intervención extranjera.
Así, el tirano ocupaba el poder no por derecho, sino por la fuerza.
Para la mentalidad moderna, la tiranía se identifica con un uso abusivo y cruel
del poder político que se ha usurpado, pero entre los antiguos griegos, sin
embargo, el término no estaba tan cargado de connotaciones peyorativas, y a
menudo tenía mucho que ver con la demagogia y el populismo. Para los
griegos incluso el término tuvo en principio una connotación positiva y muchos
tiranos eran queridos y muy populares entre los ciudadanos de las polis, la
metrópolis y las menores que eran administradas por éstas. Con el tiempo las
tiranías se convirtieron en un sistema político muy recurrente por
autoritaristas que se apoyaban en la nobleza de la ciudad para hacerse con el
poder, momento en el cual empezó a odiarse e identificarse con la tiranía
moderna. El Tirano también puede ocupar el poder sin la fuerza, con apoyo
popular.
Parece que el término “tirano" se
aplicó por primera vez a Fidón de Argos y a Cípselo de Corinto. El periodo de
esplendor de tiranía fue el siglo
VI a. C., cuando muchos gobiernos del Egeo fueron derribados y Persia tuvo
ocasión de hacer sus primeras incursiones en Grecia,
al buscar diversos tiranos su apoyo para consolidarse en el poder.
Pisístrato y sus descendientes, los pisistrátidas Hipias e Hiparco,
son el ejemplo de estos gobernantes para Atenas; Polícrates para Samos, y muchos otros.
La tiranía griega fue fruto de la
lucha de las clases populares contra los abusos de la aristocracia y los
reyes-sacerdotes, cuyo derecho a gobernar venía sancionado por las tradiciones
ancestrales y la mitología. Los tiranos llegaron con frecuencia al poder a
través de revueltas populares y gozaron de la simpatía pública como
gobernantes, al menos en sus primeros años en el poder. De Pisístrato, por
ejemplo, cuenta Aristóteles que eximió de impuestos a un
agricultor a causa de lo particularmente infértiles que eran sus tierras, y se
dice que Cipselo podía pasear por las calles de Corinto sin escolta de ninguna
clase.
La tiranía en Sicilia tuvo connotaciones particulares y se
prolongó más a causa de la amenaza cartaginesa, lo que
facilitó la ascensión de caudillos militares con amplio apoyo popular.
Tiranos sicilianos como Gelón, Hierón I, Hierón II, Dionisio el Viejo y Dionisio el Joven mantuvieron cortes fastuosas y fueron mecenas culturales. Se ha señalado que entre
los siracusanos se atribuía el origen etimológico de
la palabra "tirano" bien erróneamente, bien como un juego de palabras,
al gentilicio "tirreno", que era el que aplicaban a los etruscos, otros de sus
enemigos.
En los últimos siglos del I
milenio a. C. los
autores fueron generalmente menos tolerantes con la tiranía. Aristóteles, que la considera “el peor régimen”,
afirma que la mayor parte de los tiranos habían sido demagogos que se ganaron la confianza del pueblo
calumniando a los notables:
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