En la BATALLA DE CASEROS, ocurrida el 3 de febrero de 1852, el ejército de la Confederación Argentina, al mando de Juan Manuel de Rosas, Encargado de las Relaciones Exteriores de la
Confederación Argentina, fue derrotado por el Ejército
Grande, compuesto por fuerzas del Brasil, el Uruguay y las provincias de Entre Ríos y Corrientes, liderado por el gobernador de
Entre Ríos, Justo José de Urquiza, quien se había
sublevado contra Rosas el 1º de mayo de 1851 en que lanzó el llamado Pronunciamiento de Urquiza.
La batalla culminó con la victoria del
Ejército Grande y la derrota de Rosas, que el mismo día renunció al gobierno de
la provincia de Buenos Aires.
Desde 1814 en adelante, la Argentina se había visto sacudida por una serie
de guerras civiles, que enfrentaron al partido federal con el centralismo,
generalmente identificado con los gobiernos porteños. Esta situación privó al
país de un gobierno central – en forma casi permanente – desde 1820 en
adelante.
Desde 1831, el sistema de
organización estatal estaba determinado por la llamada Confederación Argentina, una laxa unión de
estados provinciales, unidos por algunos pactos y tratados entre ellos. Desde 1835, el dominio real del
país estuvo en manos del gobernador de la provincia de Buenos Aires, Juan Manuel de Rosas, munido además de la "suma
del poder público"; en que la legislatura porteña jugaba un papel moderador muy poco
visible.
En 1839, y en mayor medida a
partir de 1840, una cruel guerra
civil sacudió todo el país, afectando a todas y cada una de las provincias –
algo que no había ocurrido en tal medida hasta ese momento – y costando miles
de víctimas. Rosas logró vencer a sus enemigos, asegurando su predominio aún
más acentuado que antes. Una campaña en el interior del Chacho Peñaloza y una larga rebelión de la provincia de Corrientes logró afectar a las provincias de Santa Fe y Entre Ríos, pero también fueron derrotados
en 1847. Desde entonces, la
Confederación gozó de una relativa paz.
Desde 1844, la ciudad de Montevideo estaba sitiada por el general Manuel Oribe,
que controlaba casi todo el país y se consideraba presidente legal del Uruguay. Contaba con una
valiosa ayuda material y militar de parte de Rosas, que incluía importantes
fuerzas militares argentinas participando del sitio de Montevideo. No obstante, la
ciudad resistió con ayuda del bloqueo anglo-francés del Río de la
Plata; las fuerzas de Gran Bretaña y Francia bloqueaban el Río de la
Plata e impedían los
movimientos navales argentinos en apoyo de Oribe. La situación quedó, por
consiguiente, en un punto muerto. Al menos, hasta que – en 1847 – se produjo la
caída de la última resistencia contra Rosas en el interior de la Argentina.
Sin más aliados que los defensores de
Montevideo, los ingleses dudaron de las posibilidades de vencer
a Rosas. Como, al fin y al cabo, Rosas tenía buenas relaciones diplomáticas y
comerciales con ellos, transaron en lo que pudieron, aceptaron lo poco que cedía
Rosas y en noviembre de 1848 se firmó el Tratado Arana-Southern,
por el que Inglaterra levantaba unilateralmente el bloqueo. El nuevo gobernante
francés, Napoleón III,
mantuvo todavía la postura de su antecesor un tiempo más, pero terminaría
ordenando la firma del Tratado Arana-Lepredour,
firmado en enero de 1850.
Los defensores de Montevideo estaban
solos, y era evidente que la ciudad no resistiría mucho más. Para aumentar la
presión sobre la ciudad sitiada, Rosas prohibió todo tipo de comercio con
Montevideo, que se había tolerado hasta entonces. La ciudad quedó
comercialmente bloqueada – aunque no por fuerzas navales.
Pero la prohibición trajo un problema
inesperado: el principal beneficiario del comercio con Montevideo era el
comercio entrerriano, y en particular el propio
gobernador, general Justo José de Urquiza. Tocado en sus
intereses materiales, pero también convencido de la necesidad de renovación
política y de organización constitucional, y con varios antecedentes de
ofrecimientos de alianzas de parte de los unitarios, Urquiza buscaba su
oportunidad de forzar a Rosas a ceder,10 o bien terminar con su largo gobierno.
A fines de 1850, el Imperio del Brasil salió en defensa de Montevideo. La
existencia de la República Oriental del Uruguay había sido
hasta entonces la garantía de que podía contar con bases comerciales en el Río de la
Plata, por lo que la caída de ésta en poder de un aliado de Rosas
podía ser peligrosa para sus intereses.
Ante la actitud hostil del Imperio,
Rosas se preparó para la guerra: envió tropas a Urquiza y lo nombró jefe de un
"ejército de observación" para, eventualmente, tomar parte en una
nueva guerra contra el Brasil. Pero Urquiza las aprovechó en provecho de sus
planes.
Urquiza interpretó que Rosas abría un
nuevo frente para seguir postergando la organización constitucional; se puso en
contacto con los enviados del gobierno de Montevideo y del Imperio. Reafirmó la
alianza con el gobernador de la provincia de Corrientes, Benjamín Virasoro, y ordenó la prisión y
el fusilamiento del presidente del congreso provincial correntino. La
preocupación principal de ambos era la de liberar el comercio fluvial y
ultramarino, pero también reclamaban su participación en los ingresos de la
Aduana de Buenos Aires.
Pero Urquiza no se movió hasta asegurarse
la provisión de lo único que le faltaba: dinero. Y el encargado de proveérselo
fue el Barón de Mauá, el banquero más importante del Brasil, cuyo
emperador financió las campañas de Urquiza.
El 1 de mayo de 1851, Urquiza lanzó en Concepción del Uruguay su "Pronunciamiento" contra Rosas: la legislatura
entrerriana aceptó las repetidas renuncias de Rosas a la gobernación de Buenos
Aires y a seguir haciéndose cargo de las relaciones exteriores. Reasumió el
manejo de la política exterior y de guerra de la provincia. Por último, reemplazó
de los documentos el ya familiar "¡Mueran los salvajes unitarios!",
por la frase "¡Mueran los enemigos de la
organización nacional!"
Unos pocos días más tarde, Corrientes
imitó las leyes de Entre Ríos. En un breve período de tiempo Urquiza movilizó
10.000 ó 11.000 jinetes entrerrianos lo que fue un gran esfuerzo para una
provincia de 46.000 habitantes.
La prensa porteña reaccionó indignada
por esta "traición"; todos los demás gobernadores lanzaron anatemas y
amenazas públicas contra el "loco, traidor, salvaje unitario
Urquiza." En los meses siguientes, la mayor parte de ellos hizo nombrar a
Rosas "Jefe Supremo de la Nación", esto es, un presidente sin título
de tal, ni Congreso que lo controlara. Pero ninguno se movió en su defensa.
Rosas mismo reaccionó con una lentitud
poco habitual en él; los años lo habían convertido en un eficiente burócrata,
pero ya había perdido la capacidad de sopesar los problemas y reaccionar ante
ellos. Simplemente esperó.
A fines de mayo se firmó un tratado
entre Entre Ríos, el gobierno de Montevideo y el Imperio del Brasil, que
acordaba una alianza para expulsar al general Manuel Oribe del Uruguay, llamar a elecciones
libres en todo ese país y, si – como era de esperarse – Rosas declaraba la
guerra a una de las partes, unirse para atacarlo.
Como primer paso de su plan
estratégico, ingresó con los ejércitos correntinos – al mando de José Antonio
Virasoro – y entrerrianos a territorio uruguayo en el mes de julio. En total,
llevaba más de 6.000 hombres. Con él venía el general Eugenio
Garzón, enemigo de Oribe desde poco antes de Arroyo Grande, y a él
se fueron pasando los ejércitos "blancos" orientales.
Simultáneamente, por el norte del país
ingresaron tropas brasileñas. En respuesta, Rosas declaró la guerra al Brasil.
No hubo guerra: Oribe quedó
prácticamente solo, defendido únicamente por las fuerzas porteñas. Y éstas no
tenían instrucciones adecuadas sobre lo que tenían que hacer. De modo que
Urquiza y Oribe firmaron un pacto el 8 de octubre,
por el que se levantaba el sitio. Oribe
renunció y se alejó de la ciudad sin ser hostilizado; a cambio, el gobierno de
todo el país, incluida Montevideo, sería asumido por el general Garzón. Éste
nunca llegó a asumir la prometida presidencia, ya que falleció poco después. En
su lugar fue nombrado Juan Francisco Giró.
La ayuda brasileña se pagó cara: el
Imperio forzó al nuevo gobierno a aceptar tratados por los cuales el Uruguay
cedía una gran franja de territorio en el norte del país; ese territorio estaba
ocupado por ganaderos brasileños, protegidos por fuerzas brasileñas, pero hasta
entonces era reconocido como parte del Uruguay. Además, el Uruguay reconocía al
Brasil como garante de la independencia, del orden y de las instituciones
uruguayas; el Imperio se aseguraba el derecho de intervenir en la política
interna de su vecino sin ningún control externo.
Urquiza permitió a los jefes porteños
embarcarse hacia Buenos Aires, dando a entender que sus tropas los seguirían.
Pero los oficiales fueron alejados de la costa por los buques ingleses y las
tropas porteñas fueron incorporadas a la fuerza al ejército de Urquiza, bajo el
mando de oficiales unitarios. Desde entonces, sus fuerzas pasaron a llamarse Ejército
Grande. Las tropas aliadas se componían de 27.000 hombres, en
su mayoría argentinos pero también miles de uruguayos y regulares brasileños. Otros 10.000 hombres quedaron de
reserva en Colonia del Sacramento llamado Ejército
Chico. Rosas en ese
momento disponía de 25.000 hombres.
A fines de octubre, Urquiza estaba de
vuelta en Entre Ríos. Durante su ausencia, el coronel Hilario Lagos había
salido de Entre Ríos con las tropas que allí tenía Rosas.
A fines de noviembre, el Brasil, el
Uruguay y las provincias de Entre Ríos y Corrientes declararon la guerra a
Rosas. El Imperio concedía un crédito de cien mil "patacones" para financiar
la guerra, cifra que se reconocía como deuda de la Nación Argentina.
Tras reunir y adiestrar sus fuerzas en
Gualeguaychú, el Ejército Grande se concentró en Diamante, puerto de Punta
Gorda. Desde allí, las tropas fueron cruzando el Paraná desde la víspera de Navidad hasta el día de Reyes de 1852. Las tropas de
infantería y los pertrechos de artillería cruzaron en buques militares
brasileños, mientras la caballería cruzó a nado.
Desembarcaron en Coronda, a mitad de
camino entre Rosario y Santa Fe. El gobernador Echagüe abandonó con sus fuerzas
la capital, para enfrentar al ejército enemigo y contactar al general Pacheco,
que tenía su división en San Nicolás de los Arroyos. Pero las tropas
santafesinas se sublevaron; rápidamente, Urquiza envió hacia allí a Domingo
Crespo, que asumió como gobernador. Las tropas rosarinas de Mansilla
se sublevaron y se pasaron a Urquiza, de modo que – con lo que les quedaba –
Echagüe, Pacheco y Mansilla debieron retroceder hacia el sur. La provincia de
Santa Fe había sido tomada tan pacíficamente como el Uruguay, y Juan Pablo
López se puso al mando de los santafesinos unidos al Ejército Grande.
En camino hacia Buenos Aires, un
regimiento entero se pasó a las fuerzas de Buenos Aires, asesinando a su jefe,
el coronel unitario Pedro León Aquino, y a todos sus
oficiales; eran de las fuerzas porteñas que habían sido obligadas a unirse a
Urquiza en Montevideo.
Rosas nombró a Pacheco jefe del ejército provincial, pero
luego dio órdenes contradictorias a Hilario Lagos, sin informar al general. El
gobernador se instaló en su campamento de Santos Lugares, dando órdenes
burocráticas y sin decidir nada útil. Pacheco, cansado de un jefe que arruinaba
sus esfuerzos, renunció al mando del ejército y se retiró a su estancia sin
esperar respuesta
No hay comentarios:
Publicar un comentario