La GUERRA
DE LOS CIEN AÑOS fue un conflicto armado que duró en realidad 116 años 1 de enero de 1337 - 17 de octubre de 1453 entre
los reinos Francia e Inglaterra. Esta guerra fue de raíz feudal, pues su propósito no era otro que resolver quién
controlaría las enormes posesiones de los monarcas ingleses en territorios
franceses, desde 1154, debido al ascenso de Enrique II
Plantagenet, conde de Anjou, al trono inglés. Tuvo implicaciones
internacionales y finalmente, después de numerosos avatares, se saldó con la
retirada inglesa de tierras francesas.
La
rivalidad entre Francia e Inglaterra provenía de los tiempos de la Batalla de Hastings 1066,
cuando la victoria del duque Guillermo de
Normandía le
permitió adueñarse de
Inglaterra. Ahora los normandos eran reyes de una gran nación y
exigirían al rey francés ser tratados como tales, pero el punto de vista de
Francia no era el mismo: el Ducado de Normandía siempre
había sido vasallo, y el hecho de que los normandos hubiesen ascendido al trono
de Inglaterra no tenía por qué cambiar la sumisión tradicional del ducado a la
corona de París.
A mediados
del siglo XII, los duques normandos fueron reemplazados por la dinastía Anjou,
condes poderosos que poseían grandes territorios en el oeste y sudoeste de
Francia. El rey angevino inglés Enrique II era
de hecho más poderoso que su supuesto señor, el rey de Francia, porque
gobernaba un imperio mucho más rico y productivo. En su lucha por limitar
el poder de los soberanos ingleses, el rey de Francia Felipe Augusto apoyó
la rebelión de uno de los hijos de Enrique II, Ricardo Corazón de
León, que lo sucedió en el trono en 1189.
Enrique III 1207-1272, heredó el trono siendo muy pequeño, trajo consigo un
período de zozobras y temores, que desembocó en el desfavorable Tratado de París en 1259. Enrique renunciaba formalmente a todas las posesiones de
sus antepasados normandos y a todos los derechos que pudieran corresponderle.
Esto incluía la pérdida de Normandía, Anjou y todas sus demás posesiones salvo
Gascuña y Aquitania, que había heredado por vía materna. Estas dos
regiones quedaban sometidas al homenaje, una especie de pago, renta o tributo
que Enrique otorgaría al rey francés para conservarlas.
Entre los hijos de Felipe el Hermoso
estaba Isabel (llamada
la "Loba de Francia"), que era la madre de Eduardo III de Inglaterra.
El joven rey, de tan solo dieciséis años, pretendió reclamar su derecho al
trono de Francia apelando a esta circunstancia. Muertos sus tres tíos sin
herederos, y muerto su primo siendo un niño, consideró que la corona francesa
debía pasar a su madre y, a través de ella, a su propia testa. Aun así, si la
tesis inglesa tuviese acogida, las hijas de Luis X, Felipe V y Carlos IV tendrían mayor derecho de transmitir
la corona, por sobre su tía Isabel de Francia.
Por supuesto, Francia no estaba de
acuerdo, por tanto invocaron la Ley Sálica,
que impedía la transmisión de la corona a través de la línea femenina, y por
ello decidieron que la corona recién abandonada por los Capetos pasara al hermano
menor de Felipe el Hermoso y tío de Luis X, Felipe V y Carlos IV: Carlos de
Valois. Pero corría 1328, y Carlos había muerto tres años antes. De ese modo, correspondió
según la teoría francesa coronar al hijo de éste, Felipe de Valois, bajo el
nombre real de Felipe VI. Este fue el primer monarca de
la dinastía Valois, que reinó en
Francia sin que Eduardo III pudiese hacer nada para evitarlo. Ahora,
correspondía que Eduardo rindiera y pagase homenaje al orgulloso Felipe por sus
exiguas posesiones, las pocas que aún conservaba en Francia.
Inglaterra quiso, entre 1360 y 1375, retomar la
iniciativa de una guerra que la estaba devorando, pero la suerte había cambiado
de bando y favorecía ahora a los franceses. Los estrategas ingleses Sir Robert Knolles, en 1360, y Juan de Gante en 1363 formaron cuerpos expedicionarios que
atacaron el continente, pero fueron masacrados por los defensores franceses.
El rey Eduardo había muerto, y su
sucesor, Ricardo II de Inglaterra, volvió a sufrir
la maldición que había perseguido a todos los reyes niños: tensiones políticas,
convulsión social, una fiera lucha por la sucesión o al menos la regencia, todo
ello envuelto en el espantoso caos de una guerra internacional que amenazaba
con extenderse a Europa entera. Depuesto Ricardo por iniciativa de su primo Enrique de Lancaster en 1399, los vientos de
guerra rotaron 180º una vez más. Hacía una generación entera que Inglaterra
sólo sufría derrotas frente a Francia, pero de pronto los desembarcos en las
islas comenzaron a ser rechazados y los ingleses invadieron Francia con
moderado éxito en tres oportunidades: en 1405, 1410 y 1412. Enrique de Lancaster
fue coronado como
Enrique IV de Inglaterra luego del derrocamiento de Ricardo II, y su hijo, Enrique V, sería el encargado de llevar la
guerra nuevamente al corazón de Francia.
Nombrado caballero dos veces, Enrique
se mostró desde muy joven como un jefe confiable, decidido, experto en táctica
y organización logística y muy frío y racional. Si se considera que los
estrategas franceses estaban mandados por un rey inestable, Carlos VI, de escasa personalidad,
enfermo, desorganizado y propenso a frecuentes ataques de demencia, es fácil
comprender las ventajas de que gozaron las tropas de Enrique.
Los nobles franceses se habían
dividido en dos facciones que disputaban entre sí y acorralaban a Carlos: los
partidarios de la casa de
Armagnac contra los de
la casa de
Borgoña. Las virtudes de Enrique como general y gobernante así como
esta división interna de los franceses llevarían a estos últimos al desastre de 1415. A la edad de 12 años
en 1399, el futuro Enrique V
fue nombrado caballero por primera vez en un campo de
batalla irlandés por Ricardo II, que lo había tomado como rehén
para garantizar el buen comportamiento del padre de Enrique. El solo hecho de
que un rey rival de su familia, que sería asesinado por su padre, lo armase
caballero en un campo de batalla y con sólo doce años, demuestra a las claras
el coraje y la bravura que el joven Enrique demostró desde muy niño.
Más tarde, muerto Ricardo y un día antes
de la coronación de Enrique IV, el nuevo monarca llamó a su hijo, que al día
siguiente se convertiría en Príncipe de Gales, y lo nombró caballero
por segunda vez. Este brillante joven conduciría la guerra en Francia.
Enrique IV falleció en 1414, dejando el trono a
su muy capaz primogénito. Así llegó al trono un Enrique V con 26 años, veterano
de dos campañas internas, herido en acción, experto en táctica, alumno de los
mejores maestros e inteligente en grado extremo. El nuevo rey comprendió de
inmediato que, derrotados los enemigos Escocia y Gales, tenía que volver su
atención hacia Francia de inmediato, o Inglaterra sería aplastada. Rodeándose
de hombres adictos y capaces, se dispuso entonces a hacer la guerra en
territorio del rey francés.
Apenas coronado, Enrique intentó, pese
a todo, evitar la guerra con Carlos VI. Le ofreció casarse con la hija de aquél
y tratar de resolver el problema de las posesiones inglesas en Francia sin
derramamiento de sangre. Mientras negociaban, ambos monarcas armaban grandes
ejércitos en previsión de una traición o rotura de las conversaciones que
condujera a un conflicto bélico. Las tentativas de paz se rompieron por fin en
la primavera de 1415 y Enrique decidió ejecutar su plan: una invasión en toda
regla del reino francés.
Su ejército estaba compuesto de 8.000
caballeros, 2.500 soldados de otras categorías, 200 artilleros especialistas,
1.000 hombres de servicios y apoyo y 10.000 caballos. Para cruzar el Canal de la Mancha se necesitó una gran flota de 1.500
buques aunque algunos autores mencionan sólo 300, que Enrique había mandado
construir, confiscar o comprar. Los ingleses salieron de Southampton el 11 de julio y desembarcaron en el
estuario del Sena dos días más tarde. Luego de poner
sitio y conquistar Harfleur, Enrique marchó
hacia Calais, partiendo de la
primera ciudad el 8 de octubre, con su ejército debilitado por una grave
epidemia de disentería.
Pero los franceses no estaban ociosos:
el anciano mariscal francés Duque de
Berry, recibió la orden de interceptar a Enrique, mientras las
tropas de Carlos VI se establecían en Saint-Denis y las del mariscal Boucicault se preparaban en Caudebec,
48 km al este de Harfleur. Por el otro lado, el condestable Carlos
d´Albret vigilaba el
estuario del Sena. Los ingleses, que deseaban cruzar el Somme,
descubrieron con horror que estaban quedándose sin vituallas, por lo que
Enrique decidió dirigirse hacia Pont St. Remy y hacer noche frente a Amiens.
El día 21 de octubre los ingleses se
pusieron en marcha hacia la pequeña aldea de Agincourt,
donde se enfrentaron con el grueso del ejército francés en la madrugada del 25
de octubre de 1415.
Una joven iletrada nacida en Domrémy,
llamada Juana de Arco,
creía haber sido elegida por Dios para librar a su país de los ingleses. Con 17
años de edad, consiguió reunir un grupo de soldados y librar en 1429 a Orleans del asedio inglés.
La victoria de Juana motivó y concienció
a soldados y campesinos franceses y les mostró un camino a seguir y un líder a
quien imitar. A este triunfo de la Doncella de Orleans como se la conoció desde
entonces siguieron otros, como los de Troyes, Châlons y Reims, donde, en presencia
de la joven, Carlos VII fue formalmente coronado.
A partir de este punto, la campaña
militar de Juana comenzó a caer en una espiral descendente: fue derrotada en
París y Compiègne y finalmente, cayendo en desgracia,
fue capturada en 1430 por las tropas de Juan II de Luxemburgo-Ligny que servían al duque de Borgoña, Felipe.
Los jefes militares franceses,
envidiosos del éxito de la joven, habían estado conspirando a sus espaldas.
Temían el ascendiente que Juana estaba tomando sobre el rey Carlos y, sobre
todo, les aterrorizaba el hecho de que la intervención divina a través de Juana
estaba convirtiendo la guerra feudal que era la Guerra de los Cien Años en una
lucha nacional y popular.
Fue entregada a los ingleses, juzgada
por la Inquisición bajo la acusación de hechicería,
condenada a muerte y quemada en la hoguera en Rouen en 1431.
La situación se volvía complicada.
Francia tenía ahora dos reyes.
Coronado Carlos VII en Reims, los ingleses entronizaron en
París a su propio rey, Enrique VI, apoyado solamente por Felipe de Borgoña. Con
inteligencia, los franceses partidarios de Carlos llegaron a un acuerdo con
Felipe, remarcando aún más el aislamiento en que se encontraba Enrique. Este
episodio sucedió en 1435 y se conoce como Tratado de Arras.
Inglaterra necesitaba imperiosamente a
Borgoña como aliado militar. A falta de él, los carolinos atacaron y ocuparon
París al año siguiente.
Como precaución en caso de que el
conflicto se prolongara (medida clarividente, porque el fin de la guerra tardó
aún veinte años en llegar), Carlos VII aprendió de los errores de su
antecesor y, reestructurando profundamente al ejército francés, logró dotar a
su corona de un ejército permanente por primera vez en la historia. Francia
lograba así una fuerza militar profesional, entrenada, preparada siempre para
entrar en acción y aguerrida, en vez del grupo desorganizado de entusiastas
caballeros y campesinos feudales que se reunía de cualquier modo en los
momentos más inesperados, y que había favorecido al éxito enemigo en tantas
oportunidades.
Como es lógico, la reforma militar no
tendría éxito si no se acompañaba de profundos cambios en la economía, la
infraestructura, las finanzas y la propia sociedad. Habiendo reconstruido las
finanzas del reino, Carlos mandó construir un impresionante conjunto de fortificaciones
militares, canalizaciones hidráulicas, puertos seguros y una mejor y más
consistente base de poder para sí mismo.
Las reformas y mejoras realizadas por Carlos VII rindieron sus frutos: lentamente la
presión francesa comenzó a hacer retroceder al enemigo y fue poniendo sitio y
reconquistando, paso a paso, todas las posesiones inglesas en tierra francesa.
Sin el apoyo borgoñón, los ingleses debieron entregar Normandía en 1450 y la preciada Aquitania en 1453. Ese año, que hoy se
considera el del final de la guerra, la única posesión que se permitió
conservar a los ingleses fue la ciudad costera de Calais.
Una vez desaparecidos los motivos del
conflicto, la guerra terminó silenciosamente. Ni siquiera se firmó un tratado
que certificara la paz añorada pero nunca alcanzada durante más de un siglo.
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