La GUERRA DE CRIMEA fue
un conflicto bélico entre
el Imperio ruso, regido por la dinastía de los Románov, y la alianza del Reino Unido, Francia, el Imperio otomano al
que apoyaban para evitar su hundimiento y el excesivo crecimiento de Rusia y el Reino de Piamonte y Cerdeña, que
se desarrolló entre octubre de 1853 y
febrero de 1856. La mayor parte del conflicto tuvo lugar en la península de Crimea, en el mar Negro
En virtud de los tratados negociados
durante el siglo XVIII,
Francia era el guardián de los católicos romanos en
el Imperio
otomano, mientras que Rusia era el protector de los cristianos ortodoxos. Durante varios años,
los monjes católicos y ortodoxos se disputaron la posesión de la Basílica de la Natividad y la Iglesia del Santo
Sepulcro, en Palestina. Durante los años 1850 ambos lados hicieron demandas que el
sultán no podía satisfacer simultáneamente. En 1853, el sultán se inclinó
a favor de Francia, a pesar de las vehementes protestas de los monjes ortodoxos
locales. El zar ruso, Nicolás I, envió a un diplomático, el príncipe
Ménshikov, en una misión
especial al gobierno turco. Por tratados previos, el sultán Abd-ul-Mejid estaba
comprometido a «defender la Religión y la Iglesia cristiana», pero
Ménshikov intentó negociar un nuevo tratado, por el cual Rusia podría
intervenir cuando considerara inadecuada la protección del sultán.
Al mismo tiempo, el gobierno británico
envió un emisario, quien se enteró al llegar de las demandas de Ménshikov.
Mediante la diplomacia, lord Starford convenció al Sultán de que
rechazara el tratado, el cual comprometía la independencia de los turcos. Poco
después de informarse del fracaso de su negociador, el zar mandó a su ejército
a Moldavia y a Valaquia, territorios
otomanos en los que Rusia se consideraba guardiana de la Iglesia ortodoxa rusa, tomando como excusa
la falta de soluciones por parte del sultán para proteger los lugares sagrados.
Nicolás I creyó que las potencias europeas no se opondrían a la anexión
realizada, especialmente porque Rusia había ayudado a sofocar las Revoluciones de 1848. Hasta aquí los
motivos considerados oficiales.
No obstante, las motivaciones reales
de esta guerra fueron, como en cualquier otra guerra de la Edad Moderna,
geoestratégicas y económicas. El Imperio ruso no tenía acceso naval al mar Mediterráneo sin
permiso del Imperio otomano, que controlaba los estrechos del Bósforo y de los Dardanelos.
Desde tiempos de Pedro el
Grande, Rusia buscaba la salida al mar. Con Pedro I los rusos habían
accedido al mar Báltico,
a costa de los suecos, y con Catalina II al mar Negro,
a costa de los turcos. En ambos mares los rusos habían proyectado una
indiscutible hegemonía naval. Ahora Rusia había puesto sus ojos en el
Mediterráneo, lo cual no fue del agrado de Francia y del Reino Unido, que
mantenían importantes intereses vinculados al dominio naval, como por ejemplo
la conexión con las colonias africanas y de Oriente Medio.
Cuando el zar envió sus tropas a
Moldavia y Valaquia, el Reino Unido buscó proteger la seguridad de su aliado el
Imperio otomano: Mandó una flota hacia los Dardanelos,
donde se le unió una flota francesa. Mientras tanto, las potencias europeas
esperaban una solución diplomática. Los representantes de las cuatro grandes
potencias neutrales –Reino Unido, Francia, Austria y Prusia– se reunieron en Viena, donde elaboraron
una propuesta que suponían aceptable para el Imperio ruso y el Imperio otomano.
La propuesta contaba con el apoyo del zar Nicolás I, pero fue rechazada por el
sultán Abd-ul-Mejid I, quien sintió que el modo de redactarse el documento le
permitía diferentes interpretaciones. El Reino Unido, Francia y Austria habían
propuesto conjuntamente modificaciones para satisfacer al sultán, pero sus
sugerencias fueron ignoradas en la corte de San
Petersburgo. El Reino Unido y Francia abandonaron la idea de
continuar negociando, aunque Austria y Prusia no creían que el rechazo
justificara cesar las negociaciones.
El sultán se dirigió a la guerra; sus
ejércitos atacaron a las tropas rusas cerca del Danubio. Nicolás I
respondió enviando naves de guerra, que destruyeron la flota otomana en la Batalla de
Sinope, en el puerto homónimo,
el 30 de
noviembre de 1853. Con ello los rusos
pudieron desembarcar y abastecer a su ejército en
las costas turcas sin ningún problema. La destrucción de la flota turca y la
amenaza de una expansión rusa alarmaron definitivamente a Francia y al Reino
Unido, quienes acudieron en defensa del Imperio otomano. En 1854, Rusia ignoró el ultimátum anglo- francés para retirarse del
Danubio, por lo cual el Reino Unido y Francia le declararon la guerra.
Nicolás I supuso que Austria estaría
de su lado o, al menos, sería neutral para corresponder a la ayuda prestada
durante las revoluciones de 1848. Sin embargo, Austria se vio amenazada por las
tropas rusas en los Principados del Danubio.
Cuando el Reino Unido y Francia
reclamaron a Rusia que retirase sus tropas de los Principados, Austria los
apoyó y, a pesar de que no declaró inmediatamente la guerra a Rusia, se negó a
manifestarse neutral. Por ello, Rusia aceptó ante una nueva demanda de Austria
para la retirada de las tropas en el verano de 1854.
El 10 de abril de 1854 la flota franco-británica bombardeó Odesa e intentó hacer un desembarco, sin
éxito.
El 25 de octubre de 1854 tuvo lugar la famosa batalla de Balaclava, de resultado
indeciso; días después, los ejércitos aliados empezaban el sitio de Sebastopol. El 5 de noviembre se
libró la decisiva batalla de Inkerman, que terminó con una
grave derrota rusa.
El 9 de
septiembre de 1855, Sebastopol cayó en manos de las tropas
franco-británicas, después de 11 meses de asedio. Tras esta derrota, Rusia se vio
forzada a pedir la paz.
El 30 de marzo de 1856 el Tratado de París que puso fin al conflicto
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