La ARTILLERÍA es el conjunto de armas de guerra pensadas para disparar
proyectiles de gran tamaño a largas distancias empleando una carga explosiva
como elemento impulsor. Por extensión se denomina así a la unidad militar que
las maneja.
Toda pieza artillera tiene una boca de
fuego, un tubo metálico de determinado calibre y longitud y un armazón donde se
apoya, denominado cureña o afuste.
El origen etimológico del término
«artillería» es bastante confuso y se han planteado diversas teorías destinadas
a dar una explicación para el mismo. Podría provenir del latín artillus que significa ingenio. Otra
explicación posible es aquella que atribuye la palabra al nombre de un fraile
llamado Juan Tillery:
con el paso del tiempo el «arte de Tillery» se habría transformado en la
palabra «artillería». Una segunda hipótesis sostiene que, específicamente, el
término «artillero» era utilizado para designar a aquella persona que
«artillaba» o «armaba» un castillo o fortaleza, basándose en una antigua
ordenanza del rey Eduardo II de Inglaterra, la cual ordenaba
que un sólo artillero o maestre de artillería, conforme al término utilizado en
la época se encargara de la construcción de balistas, arcos, flechas, lanzas y otras armas para abastecer al ejército.
Aún hasta el año 1329, el término seguía siendo utilizado de forma genérica y
abarcativa, incluyendo no sólo a la estricta maquinaria de guerra, sino también
a todo tipo de artefactos civiles y armamento diverso.
La invención de la pólvora (conjuntamente con la de otro
artefacto estrechamente ligado al anterior: el cañón) constituiría el próximo hito que
revolucionaría el sentido de la artillería y acabaría por definir la actual
concepción. En Europa, hay
varias referencias en el siglo XIV
al uso de piezas artilleras primitivas por los árabes en el sitio de Baza,
y se sabe que el ejército de Alfonso XI la utilizó en 1312 en el sitio de Algeciras. O en una obra sobre los oficios
del rey escrita en Inglaterra.
En todos los casos se describen una especie de potes de hierro que disparan bolas de piedra y flechas de gran tamaño. En la Batalla de Crécy en 1346 entre Inglaterra y Francia, se tiene
constancia del uso de un cañón que empleaba bolas de piedra como munición.
En el siglo XVI,
se sabe que se fabricaban cañones de bronce fundido y de hierro, estos
últimos con una técnica parecida a la elaboración de toneles, juntando láminas
de hierro al rojo y luego colocando aros de refuerzo alrededor y una tapa
gruesa en la parte posterior. Las piezas eran relativamente peligrosas y tenían
la tendencia a explotar matando a sus servidores al ser sometidas a mucho
esfuerzo. Para disparar una pieza, había que meter primero por la boca de la
misma un taco con una esponja húmeda para apagar posibles restos que quedaran
del disparo anterior, a continuación introducir la pólvora,
apretándola con un taco, luego la bala y se comprimía el conjunto. En la
parte posterior del arma había un orificio denominado oído por el que se introducía una pequeña
cantidad de pólvora a la que se aplicaba una mecha para
provocar el disparo. Con el retroceso, el cañón saltaba varios metros hacia
atrás y los sirvientes debían empujarlo de nuevo a su posición. El alcance
máximo eficaz era entre uno y dos kilómetros.
En estos momentos las piezas de artillería
son de dos tipos: por un lado, el cañón, pieza larga en relación a su calibre,
pensado para disparar sobre un blanco que está a la vista de los artilleros en
una trayectoria casi plana en lo que se denomina tiro
directo o tiro
tenso y, por otro, el mortero,
con un cuerpo metálico corto y ancho, que permite inclinaciones entre 45° y 90°
para bombardear objetivos dentro de posiciones fortificadas o desde detrás de
muros o elevaciones de terreno con municiones explosivas. Las piezas son
generalmente de fundición de bronce o latón.
La mayoría de la artillería se destina a atacar o defender ciudades y fortificaciones por su escasa
movilidad, aparte de montarse en navíos.
Existían en los siglos XV y XVI varios tipos de cañón, como la bombarda,
con un tubo atado a un bastidor de madera montado en una cureña sencilla que se
apuntaba metiendo o sacando tacos de madera de un rudimentario dispositivo
elevador, o el falconete,
un cañón ligero, normalmente montado en una especie de horquilla de hierro fija a un muro o a la borda de un
navío, con una barra que salía por su parte posterior para apuntar la pieza con
una mano mientras con la otra se daba fuego al
oído del arma para disparar. Una innovación importante fueron los muñones,
piezas integradas en la boca de fuego que salían como un cilindro a cada lado
que encajaba en la cureña y permitía cambiar el ángulo de elevación,
eliminándose así el tosco sistema de atar las piezas a un bastidor.
Aligerando las bombardas surge en el siglo XVI la culebrina,
cañón que llegaba a tener 30 veces la longitud del calibre, montada sobre una
cureña con dos grandes ruedas para facilitar el transporte por los caminos y
que permite disponer de una primitiva artillería de campaña para el campo de
batalla. En dicho siglo, Carlos I de España intenta por vez primera en Europa,
homogeneizar los calibres y piezas de sus ejércitos para terminar con los
problemas de intendencia que suponía fabricar piezas totalmente
distintas y establece siete modelos seis cañones y un mortero de calibre entre
40 y 3 libras entonces los calibres se medían por el peso del proyectil. La
mayoría de los ejércitos europeos intentan seguir por el mismo camino, aunque
continuarán existiendo piezas no reglamentarias en uso durante muchos años.
Desde el siglo XVII,
la denominación cañón sustituye a las antiguas de bombarda, culebrina, etc.
para designar a ese tipo de piezas.
La munición empleada hasta el siglo XVII consistía normalmente en bolas de
piedra o metal, adecuadas para derribar muros o atacar barcos en el mar, pero con muy poco efecto
sobre la infantería o caballería,
aparte de asustar a los caballos.
En ese mismo siglo se desarrollaron
nuevos tipos de municiones:
A.- Bolas metálicas huecas rellenas de
munición de mosquete o fusil, que al chocar
contra el suelo o un muro desparraman su contenido.
B.- Saquitos rellenos de balas que al
salir del cañón se desintegraban desparramando las balas por un frente amplio;
esta clase de munición recibe el nombre de "metralla".
C.- En las batallas marinas se
empleaban dos bolas unidas por una cadena o barra que partían aparejos, mástiles o personas encontradas a su paso.
D.- También se empieza a utilizar
munición explosiva para potenciar la penetración de la metralla,
colocando en las bolas rellenas de balas un núcleo de pólvora con una mecha
lenta que se encendía antes de meter el proyectil en el cañón o mortero.
Ya anteriormente las bombardas o morteros empleaban en ocasiones bombas,
esferas metálicas rellenas de material explosivo e incendiario con una mecha
lenta que se debía encender antes de cargarla en la pieza.
Poco después de las guerras napoleónicas aparece el obús,
arma parecida al cañón pero que permite por primera vez lo que se llama tiro indirecto en una forma primitiva, esto es,
atacar posiciones que, estando en la línea de alcance, se encuentran ocultas
por elementos del terreno, muros, etc. gracias a que posibilita inclinaciones
de 45° o más. Además se comienza a practicar el rayado de lámina de algunas piezas, lo que mejora su precisión
pero acorta mucho su vida útil si son de bronce. Se
empieza así a emplear hierro fundido en las piezas rayadas y, para superar los
problemas de desgaste y de presión, se refuerza la zona posterior con un
segundo anillo de fundición que casi duplica el grosor en la zona, a pesar de
lo cual se siguen produciendo accidentes de tanto en tanto. El alcance máximo
de las piezas mayores no pasa de 4 km útiles. Aparecen las primeras municiones
de forma cilindro cónico y espoletas por contacto que permiten disparar
munición explosiva con seguridad.
En la segunda mitad del siglo XIX,
la artillería experimenta una revolución gracias a las técnicas modernas de
fundición del acero que permiten, por un lado, hacer tubos
rayados para las piezas en acero, con la mejora de resistencia que suponía y,
por otro, sustituir los obsoletos armones de madera por nuevas cureñas en acero
laminado mucho más resistentes. Además, en virtud de la resistencia de los
materiales es posible desarrollar un cierre en la parte posterior del cañón
para cargarlo por detrás denominándose esto como "armas de retrocarga*. La
munición aparece ya encapsulada junto con su carga en un único elemento o en
dos o más en caso de armas muy grandes. La artillería de campaña alcanza ya
distancias aproximadamente de casi 10 km. Finalmente en 1897 aparece el primer cañón con el
retroceso controlado por un sistema hidromecánico mecanismo hidráulico
compuesto de líquido y resortes de acero, el que absorbe dicha fuerza y la
neutraliza, todo ello producto de la presión generada por la acción del
disparo. Este sistema reposa sobre la cureña, sistema de rodaduras y uno o más
brazos posteriores que se anclan en el suelo, denominados mástiles, lo que en
un cierto porcentaje absorbe parte de las fuerzas de retroceso, con lo que la
pieza no se mueve de su posición de tiro, innovación que se extiende enseguida
a todas las piezas.
Se generaliza el tiro indirecto
mediante mapas topográficos gracias a la mejora del control de tiro, empleando
observadores que tienen la posición a batir a la vista y que por teléfono o radio van
proporcionando al mando de la artillería la información para corregir el tiro.
Todas las piezas terrestres ligeras y medias pasan a ser cañón-obús, un arma
que permite disparar con ángulos entre 0° y casi 90° para desempeñar las
funciones que tenían ambas piezas. Las más pesadas pasarán a ser obuses en
exclusiva. El cañón tradicional permanecerá para uso naval y aumentará de
calibre y potencia hasta los 460 mm de los cañones del acorazado
Yamato en la Segunda Guerra Mundial, capaz de mandar un
proyectil de casi una tonelada a 40 km de distancia, más allá del límite del
horizonte en el mar.
En la Primera Guerra Mundial, y gracias al control del retroceso y la mejora
de las cargas de propulsión, se realizan bombardeos de artillería a distancias
de más de 20 km e incluso se fabrican cañones especiales con afustes montados
sobre rieles de ferrocarril que pueden bombardear ciudades a 100 km de
distancia, aunque el desgaste de las piezas es enorme y hay que estar cambiando
la caña continuamente en este caso.
El
desarrollo de munición explosiva, de fragmentación, incendiaria, etc. da una
potencia de fuego como nunca se había visto, convirtiendo el terreno en un
erial embarrado por el que repta la infantería.
Durante el periodo de entreguerras
aparecen nuevas formas de artillería, como los cañones antiaéreos, armas que disparan munición
con una espoleta de tiempo que se gradúa para hacer
explotar a una determinada distancia mediante un dispositivo mecánico de
relojería que, conociendo la velocidad del proyectil, impone un determinado
tiempo al mecanismo de relojería de la espoleta, lo cual permite que, aunque el
proyectil no impacte en el objetivo o avión,
explote a su altura causándole severos daños. Otra nueva pieza es el cañón antitanque, convertido en muchos
casos a partir de cañones antiaéreos, ya que su alta velocidad de salida es ideal
para perforar blindajes.
Un ejemplo es el mítico cañón antiaéreo/antitanque alemán de 88 mm que durante la Segunda Guerra Mundial
destruirá miles de aviones y tanques de los Aliados, ya sea como cañón
en su plataforma o montado en tanques. Los alemanes y soviéticos crearán
además la artillería de asalto: cañones montados sobre vehículos
oruga con protección
blindada, más baratos y sencillas que los tanques, que
acompañan a la infantería y los carros durante los ataques
destruyendo con su potencia los reductos enemigos.
Las piezas más ligeras siguen montadas
sobre cureñas metálicas con ruedas y un mástil con una reja que se clava al
terreno para facilitar su desplazamiento y entrada en servicio inmediata. Las
piezas pesadas suelen emplear una base que en transporte va como una única
pieza y al colocarla en posición, se abre en forma de V en lo que se llama
configuración bimástil, para soportar el retroceso del arma sin desplazarse
gracias a los sistemas hidráulicos que monta. Desde la Primera Guerra Mundial se había perfeccionado el mortero,
convertido en un tubo ligero montado sobre una placa y un bípode que puede ser
transportado por tres o cuatro hombres y que actualmente se montan también
sobre vehículos blindados de transporte de tropas para darles mayor movilidad.
A algunos modelos se les dota incluso de ruedas, para moverlos con más
facilidad a pie, y sistemas de carga rápida por la parte posterior, con cuatro
proyectiles que pueden disparar muy rápidamente, en vez de la tradicional carga
por la boca, siempre manteniendo la característica de la movilidad y el apoyo a
la infantería.
A partir de
la Segunda Guerra Mundial y hasta hoy, las principales innovaciones han sido la
incorporación de computadoras para
dar un rápido cálculo de la trayectoria, mientras que antes había que efectuar varios
disparos de prueba y corregirlos, empleando observadores si el blanco estaba a
gran distancia. Las mejoras en el diseño de materiales permiten tubos de más
larga duración y cureñas y plataformas más eficaces para agilizar el despliegue
de las piezas. En los años setenta se
generalizan las plataformas de despliegue rápido para transportar las piezas
medias y pesadas sobre un camión lanzador especial y colocarla en su posición
desplegada casi en el acto. La pieza va integrada en la parte posterior del
vehículo con un sistema hidráulico que la recoge o lanza sobre el terreno en muy poco
tiempo. También es general el uso de artillería que dispara directamente
montada sobre un vehículo de ruedas u orugas.
En la Segunda Guerra Mundial aparece
la artillería de cohetes, aunque ya había
sido utilizada anteriormente en formas muy primitivas, por ejemplo, en China desde
el siglo XIII,
en la India contra los británicos en el siglo XVIII o Paraguay en el siglo XIX en su guerra contra la Triple Alianza.
Los británicos adoptaron el Cohete
Congreve como arma
incendiaria y por sus capacidades más psicológicas que físicas contra la infantería,
al menos en ese momento. En el siglo XIX se siguió estudiando y mejorando sobre
todo para que tras el lanzamiento mantuviera una trayectoria regular y
aumentara su capacidad destructiva. Incluso en la Primera Guerra Mundial se emplearon cohetes en aviación de
forma limitada.
El cohete,
a diferencia del misil, carece de un
sistema de guiado posterior a su lanzamiento. Se emplea como arma de
saturación, para arrasar completamente una zona, con cabezas de alto explosivo,
incendiarias. Para eso se montan varios cohetes en un sistema de guiado
mediante raíles o tubos y todo el conjunto sobre un vehículo o plataforma
móvil, se apunta al área que se quiere destruir y se disparan simultáneamente
mediante un sistema eléctrico. Los
clásicos cohetes rusos katiuska de la Segunda Guerra Mundial, lanzados desde
plataformas montadas sobre camiones se siguen utilizando actualmente en
versiones modernas, y que mostraban su potencial arrasando un determinado campo de tiro.
Incluso ejércitos como el norteamericano, que durante décadas despreciaron el
uso de cohetes como un arma tosca, propia de ejércitos anticuados, han
incorporado en los últimos años vehículos que permiten lanzar, o una cantidad
determinada de cohetes para saturar un área determinada, o sustituir los
cohetes por dispositivos lanzamisiles, estos con guía después del lanzamiento.
No hay comentarios:
Publicar un comentario