PÁNICO procede del griego Panikós.
En realidad, la expresión completa es "terror pánico". Proviene de la
situación de miedo que le agradaba crear al semidiós griego Pan,
quien solía aparecerse en las encrucijadas
de caminos a los viajeros. Físicamente era parecido a un fauno; cuernos y
extremidades inferiores de cabra. Su imagen es la que ha dado lugar a la
iconografía cristiana del demonio.
Precisamente por eso, cristianizándose una tradición anterior, se solían erigir
en la Edad Media cruceros o cruces de piedra con una
pequeña capilla para la Virgen, en las encrucijadas.
Los ataques
de PÁNICO son períodos en los
que el individuo sufre de una manera súbita un intenso miedo o temor con una
duración variable: de minutos a horas.
Los ataques o crisis de pánico
generalmente aparecen de repente y pueden alcanzar su máxima intensidad en unos
10 minutos. No obstante, pueden continuar durante más tiempo si el paciente ha
tenido el ataque desencadenado por una situación de la que no es o no se siente
capaz de escapar.
En los ataques de pánico sin
disminución de intensidad desencadenados por una situación de la que el sujeto
desea escapar, algunos individuos pueden hacer esfuerzos desesperados por
intentar escapar de la situación.
La persona que sufre episodios de pánico se siente súbitamente aterrorizada sin
una razón evidente para sí misma o para los demás. Durante el ataque de pánico
se producen síntomas físicos muy intensos: taquicardia,
dificultad para respirar, hiperventilación pulmonar,
temblores o mareos. Los ataques de
pánico pueden ocurrir en cualquier momento o lugar sin previo aviso. Durante un
ataque de pánico o crisis de angustia se presenta al individuo una súbita
aparición de un nivel elevado de ansiedad y excitación fisiológica sin causa
aparente. La aparición de estos episodios de miedo intenso es generalmente
abrupta y suele no tener un claro desencadenante. Los ataques de pánico se
manifiestan como episodios que irrumpen abrupta e inesperadamente sin causa
aparente y se acompañan de síntomas asociados al miedo, tales como hipertensión arterial súbita, taquicardia, dificultad
respiratoria (disnea),
mareos e inestabilidad, sudoración, vómitos o náuseas, síntomas todos ellos
coherentes con el miedo que los provoca. Generalmente acompaña a la crisis una
extrañeza del yo junto a una percepción de irrealidad y de no reconocimiento del entorno.
Los ataques de pánico no duran mucho
pero son tan intensos que la persona afectada los percibe como muy prolongados.
A menudo el individuo siente que está en peligro de muerte inminente y tiene
una necesidad imperativa de escapar de un lugar o de una situación temida
(aspecto congruente con la emoción que el sujeto está sintiendo). El hecho de
no poder escapar físicamente de la situación de miedo extremo en que se
encuentra el afectado acentúa sobremanera los síntomas de pánico.
Experimentar un ataque de pánico es
una terrible, incómoda e intensa experiencia que suele relacionarse con que la
persona restrinja su conducta, lo que puede conducir, en casos, a adoptar
conductas limitativas para evitar la repetición de las crisis. El trastorno
puede desembocar en agorafobia,
por miedo a presentar nuevas crisis si se presenta una fuerte conducta
evitativa en el
afectado.
A veces el fenómeno de crisis se
reproduce durante el sueño.
La edad de inicio de este tipo de
trastorno es entre 18 y 25 años, la mayoría de los casos puede hacer pensar
que el problema esté relacionado con la desvinculación y la autonomía personal. Al parecer,
el ataque de pánico se desencadena tanto por factores externos -como afrontar
una situación que produzca intranquilidad al sujeto- como por los significados
que da, en su vida emocional, la persona que experimenta esas circunstancias
externas.
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