El libro de las Revelaciones o APOCALIPSIS de san Juan es el último libro del Nuevo Testamento. También es conocido como Revelaciones de Jesucristo por el título que al principio se da a este libro y, en algunos círculos protestantes, simplemente como Revelación o Libro de las revelaciones. Por su género literario, es considerado por la mayoría de los eruditos el único libro del Nuevo Testamento de carácter exclusivamente profético.[]
El Apocalipsis
quizás sea el escrito más rico en símbolos de toda la Biblia. La
cantidad de símbolos, eventos y procesos complica la tarea de interpretar la
totalidad del texto y, como tal, ha sido objeto de numerosas investigaciones,
interpretaciones y debate a lo largo de la historia.
El autor se identifica a sí mismo dentro del libro como Juan, y en condición de desterrado en la isla
de Patmos
en el mar Egeo
por dar testimonio de Jesús (Apo 1:9).
La coincidencia de este nombre con el de Juan el Evangelista y el autor de otros
escritos del Nuevo Testamento es en gran parte la razón por
la cual se atribuye el libro de manera tradicional al apóstol
San Juan a quien se le atribuyen también el cuarto
Evangelio y tres cartas: 1 Juan, 2 Juan y 3 Juan. Sin embargo en el Apocalipsis, el autor sólo menciona
su nombre, sin identificarse nunca con el mismo apóstol Juan de los Evangelios,
o que se trate siquiera del mismo autor de los otros escritos atribuidos al
apóstol.
De cualquier manera, las investigaciones modernas suelen
agrupar los escritos atribuidos a Juan y algunas llegan a afirmar que
pertenecen a una comunidad denominada "joánica". Esta
postura no indicaría necesariamente la autoría directa del apóstol Juan, pero
sí que una comunidad ya sea fundada por él, o fuertemente influenciada por él,
sería la que generaría estos documentos (Hahn, 2001). Así, aunque Juan no
hubiera escrito de puño y letra el Apocalipsis,
sería como si lo hubiera hecho a través de esta comunidad.
Además, asignar como autor de las obras a un personaje de
renombre es común en la tradición de la literatura apocalíptica,
no para darle un crédito extra pero falso a la obra, sino porque de hecho el
autor verdadero se identifica plenamente con el personaje que se marca como
autor de la obra.
Históricamente, se sabe que el Apocalipsis o Revelaciones fue escrito a finales del siglo I
o principios del siglo II, cuando las persecuciones romanas contra los
cristianos se hicieron más cruentas, en tiempos del emperador Domiciano
que fue César del imperio
romano a fines del siglo I. Este, como algunos otros emperadores, exigían ya
sea por simple vanidad o como estrategia de coerción a sus súbditos que sus
estatuas fueran adoradas a lo largo de todo el imperio, cosa que los cristianos
se negaban a hacer por motivos religiosos: los Césares se autoproclamaban
'Señor de Señores', además de 'hijos de Dios', títulos que los cristianos
reservan exclusivamente para Jesucristo.
Por ello, el Apocalipsis
conllevaría también un trasfondo histórico que haría referencias múltiples a
estas persecuciones y a los consejos que el autor daría a sus lectores,
cristianos, de mantenerse en la fe para soportar las angustias, poniendo la
esperanza final de la nueva Jerusalén como premio seguro para los que fueran
firmes.
El Apocalipsis es
considerado uno de los libros más controvertidos y difíciles de la Biblia, por
la variedad de posibles interpretaciones en los significados de nombres,
eventos y símbolos que se narran. La admisión de este texto en el canon bíblico del Nuevo
Testamento no fue nada fácil, la polémica entre los Padres de la Iglesia respecto a la
canonicidad del Apocalipsis
duró varios siglos.
Al final del siglo II
el Apocalipsis fue reconocido
por los representantes de las iglesias principales como una obra genuina del
apóstol Juan. En Asia, Melitón, obispo de Sardes,
reconoció el Apocalipsis de Juan
y escribió un comentario sobre él. En la Galia, Ireneo de
Lyon creía firmemente en su autoridad divina y apostólica. En
África, Tertuliano
citó frecuentemente el Apocalipsis
sin dudas aparentes sobre su autenticidad. En Roma, el obispo Hipólito asignó su autoría al apóstol
Juan, y el Fragmento Muratoriano lo enumera junto con
las otras escrituras canónicas. La Vetus Latina
contenía el Apocalipsis. En Alejandría,
Clemente y Orígenes
creían sin vacilación en su autoría joánica. Orígenes aceptaba el Apocalipsis como inspirado, y lo
catalogaba como parte del Homologo umena.
Atanasio,
obispo de Alejandría, lo reconoció plenamente en su carta pascual 39 en el año 367.
En occidente, el libro fue definitivamente aceptado por
el decreto del papa Dámaso I, en el año 382, confirmado luego en los concilios de Hipona (en el 393) y de Cartago (en el 397), junto con todos los
demás escritos del Nuevo Testamento. En oriente, fue incluido en
el canon después de mucha polémica (que se prolongó hasta el siglo IX)
aunque es el único libro del Nuevo
Testamento que no es leído como parte de la liturgia en la Iglesia
Ortodoxa.
Algunos, como el romano Cayo,
a principios del siglo III rechazaron el Apocalipsis por fomentar el milenarismo.
El antagonista más importante de la autoridad del Apocalipsis fue Dionisio, obispo de Alejandría,
discípulo de Orígenes. Él no se oponía a la idea de que Cerinto
fuese el autor del Apocalipsis
como se puede leer en su obra Sobre
las promesas:
"Esta es la
doctrina que enseñaba Cerinto: el reino de Cristo será terrenal. Y como amaba
el cuerpo y era del todo carnal, imaginaba que iba a encontrar aquellas
satisfacciones a las que anhelaba, las del vientre y del bajo vientre, es decir
del comer, del beber, del matrimonio: en medio de fiestas, sacrificios e
inmolaciones de víctimas sagradas, mediante lo cual intentó hacer más
aceptables tales tesis".
Otro discípulo de Orígenes, Eusebio de Cesárea discrepaba de su maestro
alejandrino al rechazar el Apocalipsis
como escrito bíblico, aunque se vio obligado a reconocer su casi universal
aceptación. Afirmó lo siguiente:
"El Apocalipsis
es aceptado por algunos entre los libros canónicos, pero otros lo rechazan"
Cirilo de Jerusalén no lo nombró entre los
libros canónicos; tampoco aparece en la lista del Sínodo de Laodicea, o en la de Gregorio de Nacianzo. Otro argumento en
contra de la paternidad apostólica del libro es su omisión de la versión Peshita, la Vulgata siria en arameo.
En el siglo IV,
san Juan Crisóstomo y otros obispos argumentaban
contra la inclusión de este libro en el canon del Nuevo
Testamento, sobre todo debido a las dificultades que planteaba su
interpretación y el peligro latente que podía entrañar. Los cristianos de Siria también lo
rechazaron debido a que los montanistas se apoyaban mucho en él.
En el siglo IX,
fue incluido junto con el Apocalipsis de Pedro entre los
libros "discutidos" de la Stichometría
de san Nicéforo, patriarca de Constantinopla.
Martín Lutero
consideraba que el Apocalipsis "no
es ni apostólico ni profético", y decía que "Cristo no se enseña ni
se sabe de él aquí". Tratado de
Lutero de libros discutidos del Nuevo
Testamento.
No hay comentarios:
Publicar un comentario