SIMBAD EL MARINO es un relato conocido en todo el mundo
debido a Las mil y
una noches, obra a
la que no pertenecía en origen y que ha dado mucha más fama a este relato que
al de Simbad, el terrestre,
también tradicional y protagonizado por un viajero diferente aunque de idéntico
nombre. Según René Khawam, traductor y crítico libanés,
el relato de las aventuras del marino Simbad «sólo fue introducido en las Noches hacia los inicios del siglo XVIII, y
con mucha timidez aún, al albur de la fantasía de los copistas». Así, la
primera edición impresa en árabe de Las mil y una noches (Calcuta, 1814-1818) lo incluye como
un anexo al final del libro, y sólo se integra en el esquema de las Noches a partir de la edición egipcia de
1835, y de un modo resumido y expurgado. Viajó siete veces, viviendo en cada
ocasión una aventura más emocionante que la precedente.
Se han hecho infinidad de películas
sobre el personaje. Las más famosas son
las realizadas por Ray Harryhausen (El 7º viaje de Simbad, El viaje
fantástico de Simbad y Simbad y el ojo del tigre).
Las mil y una noches, la colección de cuentos en los que la historia de Simbad se
encuentra, es uno más de los que narra la hermosa doncella Scheherezade en
el mismo periodo de tiempo. Cada cuento tiene el fin de captar el interés del
rey Sharyar, para que desee escucharlo a la tarde siguiente, ya que el sultán
tenía por costumbre yacer con una virgen cada noche y que la ejecutasen, a la
mañana siguiente, convencido de que no podría encontrar una mujer de buena
virtud. En la clausura de la noche 536, Scheherezade, relata los cuentos de
Simbad: En los días de Harún al-Rashid, califa
de Bagdad, un cargador el que transporta las mercancías por los demás
en el mercado y en toda la ciudad se sienta para descansar en un banco, fuera
de la puerta, de una casa de un rico comerciante; donde se queja a Alá de la
injusticia de un mundo que permite a los ricos vivir en la facilidad, mientras
que él debe trabajar y, sin embargo, sigue siendo pobre. El propietario de la
casa le está escuchando, lo llama y ahí se encuentran ambos: Simbad, el rico, y
Simbad, el pobre. El rico le cuenta cómo se convirtió, "por Fortuna y
Destino", en el curso de siete viajes maravillosos.
Después de
gastar toda la riqueza que le dejó su padre, Simbad se embarca en un barco para
buscar fortuna. En su primer viaje se establece en una isla, que resulta ser
una gigantesca ballena, en la que los árboles han echado raíces a causa del
largo tiempo que ha estado durmiendo en la superficie del mar. la ballena
despierta y se sumerge en las profundidades y el buque zarpa sin Simbad. Un
barril enviado, "por la gracia de Alá", le da la oportunidad de
salvarse para llegar a una isla. En donde se lava y en donde, un rey amigo
suyo, le nombra capitán de puerto. Un día, su propio buque, atraca en su puerto
y recupera sus bienes -todavía en el mismo-. El rey le da un rico presente y
regresa a Bagdad, donde reanuda la vida de facilidad y placer. Con el fin de su
primer relato, el marino Simbad le regala al cargador Simbad un centenar de
piezas de oro y se compromete a darle más, al día siguiente, si vuelve para
escuchar su segundo viaje. Simbad, el porteador, vuelve, intrigado con las
aventuras y por necesidad.
Sherezada, en una hábil treta,
interrumpe su cuento cada mañana, dejando al rey en ascuas, con el fin de
burlar sus intereses homicidas. En la noche 549 de la obra, se encuentra el
segundo día del cuento de Simbad, el marino: "poseído con la idea de
viajar por el mundo de los hombres y de ver sus ciudades e islas", le
cuenta cómo creció su inquietud, ocioso, hasta que se echó de nuevo a la mar.
Abandonado accidentalmente por su búsqueda, en una isla desierta y sin
alimentos, encuentra un extraño objeto blanco y redondo, que resulta ser un
huevo de ave Roj. Cuando la madre del huevo aparece, Simbad se amarra a una de
sus patas, mientras ésta duerme y se va volando con ella. El ave lo deja
encallado en un inaccesible valle de serpientes gigantes y más aves Roj.
Bajo ellos, el suelo del valle está
alfombrado de diamantes que los comerciantes consiguen lanzando enormes trozos
de carne a las aves, las cuales vuelven a sus nidos con las piedras preciosas
pegadas a la carne. Una vez allí los hombres las ahuyentan y recogen los
diamantes. El astuto Simbad se ata un trozo de carne a la espalda y el ave lo
lleva de vuelta al nido, llevándose una bolsa llena de piedras preciosas.
Rescatado del nido por los comerciantes, Simbad regresa a Bagdad con una
fortuna en diamantes, viendo muchas maravillas en el camino.
Inquieto y con ganas de viajes y
aventuras, Simbad zarpa de nuevo desde Basora. Pero, por casualidad, él y sus
compañeros llegan a una isla, donde son capturados por "un enorme gigante
la semejanza de un hombre, de color negro... con los ojos como brasas de fuego,
los dientes como colmillos de jabalí y una gran mandíbula como la boca de un pozo.
Por otra parte, tiene labios como de camello, colgando hacia abajo hasta su
pecho, las orejas caen sobre sus hombros y las uñas de sus manos eran como las
garras de un león". Este monstruo, empieza a comerse a la tripulación,
siendo el primer bocado, el maestro, que es el más gordo.
Simbad idea un plan para cegar al
gigante con un hierro al rojo vivo y así, todos pueden escapar. Después de
nuevas aventuras --entre ellas con una gigantesca pitón, de la cual Simbad
escapa gracias a su rápido ingenio--, Simbad regresa más rico que nunca a
Bagdad, donde "le dieron limosna y generosidad a la viuda y el huérfano, a
modo de acción de gracias, por mi feliz regreso y se olvidaron todas las
penurias, mientras que comía bien y bebía bien y me vestía bien, luego de todo
lo que había caído sobre mí y todos los peligros y penurias que había
sufrido".
Impulsado por la inquietud, Simbad se
hace a la mar otra vez y, como de costumbre, naufraga. Se encuentra entre
salvajes desnudos, caníbales que alimentan a sus presas con una hierba que los
priva de la razón (similar a los frutos de los lotófagos)
y los engorda para la mesa. Simbad se niega a comer las locuras de la inducción
de las plantas y, cuando los caníbales han perdido interés en él, se escapa.
Una tripulación de recolectores de pimienta lo lleva a una isla donde el rey se
hace su amigo y le da una hermosa mujer como esposa.
Demasiado tarde Simbad descubre una
peculiar costumbre de esa tierra: cuando uno de los casados muere, el otro es
sepultado en vida con sus mejores ropas y joyas más costosas. La esposa de
Simbad cae enferma y muere, eso deja a Simbad atrapado dentro de una caverna en
una tumba comunal con una jarra de agua y siete piezas de pan. Cuando estos
suministros escasos casi se agotan, otra pareja es arrojada a la caverna: el
marido muerto y la mujer con vida. Simbad golpeó a la mujer con un hueso hasta
causarle la muerte.
Prosiguen funerales similares, pronto
Simbad tiene una importante reserva de pan y agua, así como de oro y joyas,
pero no ha podido escapar; hasta que un día un animal salvaje le muestra un
pasaje hacia el exterior, muy por encima del mar. Por allí pasaba un buque y lo
rescata. Lo llevan de vuelta a Bagdad donde da limosna a los pobres y reanuda
su vida de placer.
"Cuando yo había estado un tiempo
en tierra después de mi cuarto viaje, y cuando, en mi comodidad y los placeres
llenos de posibilidades y en mi alegría de mis grandes ganancias y beneficios,
me había olvidado de todo lo que había padecido de peligros y sufrimientos, el
carnal hombre fue cautivado una vez más con el anhelo de viajar y ver a los
países extranjeros y las islas". Simbad al poco tiempo se halla en el mar
una vez más y cuando pasa por una isla desierta, la tripulación de Simbad
encuentra un gigantesco huevo que Simbad reconoce como perteneciente a un ave
Roc. Por curiosidad, el buque desembarca para ver el huevo, sólo para terminar
rompiéndolo y utilizando al pollo como comida. Simbad reconoce inmediatamente
la locura de su comportamiento y ordena que todos suban a bordo.
Sin embargo, los padres Rocs,
enfurecidos, pronto se dan cuenta y tratan de destruir el buque, dejando caer
rocas gigantes que portan en sus garras. Naufragando una vez más, Simbad es
esclavizado por el Viejo del Mar, que cabalgando sobre sus hombros con sus
piernas torcidas, rodea el cuello de Simbad y no lo deja escapar. De día y de
noche, cabalga sobre él: Simbad vería con agrado su muerte.
Finalmente, Simbad elabora vino y
convence al Viejo del Mar de que lo beba. Cuando el Viejo del Mar se descuida,
después de haberse emborrachado, Simbad lo mata y escapa. Un barco lo lleva a
la ciudad de los simios, un lugar cuyos habitantes pasan cada noche en
embarcaciones, mientras que su ciudad se abandona a la merced de unos monos
antropófagos. Sin embargo, mediante un ingenioso truco, Simbad va recuperado su
fortuna a través de los simios y encuentra un barco que lo lleva, una vez más,
a Bagdad.
"Mi alma anhela los viajes y el
tráfico". Simbad naufraga una vez más, esta vez de forma tan violenta, que
su buque se esfuma en pedazos por acantilados de gran altura. Sin alimentos por
ninguna parte, los compañeros de Simbad mueren de hambre, hasta que sólo él
queda vivo. Descubre un río y construye una balsa, que pasa por una caverna,
debajo de los acantilados. El arroyo parece estar lleno de piedras preciosas y
se percata de que en la isla hay más, de iguales características.
Simbad se queda dormido por los viajes
a través de la oscuridad y se despierta en una ciudad donde "los diamantes
se encuentran en sus ríos y las perlas están en sus valles". El rey se
deslumbra con lo que Simbad le relata acerca del gran Harún al-Rashid y le pide
que lleve un regalo de vuelta a Bagdad en su nombre, una copa tallada de un
solo rubí, con otros obsequios, como "una cama hecha de la piel de la
serpiente que se tragó al elefante", "cien mil mithqales de lignáloe
de Sind", y una niña esclava "brillante como la Luna". Y así,
Simbad regresa a Bagdad, donde el Califa hace muchas preguntas por los informes
que Simbad le da de las tierras de Ceilán.
El siempre inquieto Simbad zarpa una
vez más, con el resultado habitual. Solo en una tierra desolada, Simbad hace
una balsa, navega por un río y llega a una gran ciudad. El jefe mercader une a
su hija con Simbad y los nombra sus herederos y, convenientemente, muere. Los
habitantes de esta ciudad se transforman una vez al mes en aves y Simbad se
sube a una de las personas-aves, que le lleva hasta la parte superior del
cielo, donde escucha a los ángeles que glorifican a Dios: "me asombraba y
exclamé: ¡Alabado sea Alá! ¡Alabar a la perfección de Alá!". Pero antes de
terminar estas palabras llega un fuego del cielo, que consume a los
hombres-aves. El hombre-pájaro sobre el que viaja Simbad se enoja con él y lo
deja sobre una montaña, donde se reúne con dos jóvenes sirvientes de Alá que le
dan una vara dorada para que rescate a uno de los hombres pájaro de las fauces
de una gigantesca serpiente.
Al regresar a la ciudad, Simbad se
entera a través de su esposa de que los hombres-pájaros son demonios, aunque
ella y su padre no son de su especie. Y así, a sugerencia de ella, Simbad vende
todas sus posesiones y regresa con ella a Bagdad, donde por fin decide vivir
tranquilamente disfrutando su riqueza, sin buscar más aventuras.
(Burton incluye una variante del
séptimo cuento, en la cual Haroun al-Rashid le pide a Simbad llevar un regalo
al rey de Serendib. Simbad responde: "Por dios el Omnipotente, oh, mi
señor, he tomado una aversión a los viajes y cuando oigo la palabra 'viaje',
mis extremidades tiemblan". Luego le platica al califa de sus
desafortunados viajes; Haroun concuerda en que, con historia de ésas, sólo él
tiene el derecho de decidir sus viajes. Sin embargo, un comando del califa lo
convence y se organiza el séptimo viaje de Simbad, su único viaje diplomático.
El rey de Serendip está muy complacido con los regalos, que incluyen, entre
otras cosas, la bandeja de comida del rey Salomón. En el viaje de vuelta ocurre
la habitual catástrofe: Simbad es capturado y vendido como esclavo. Junto con
su maestro le dispara a unos elefantes con arco y flecha, hasta que el rey de
los elefantes le lleva al cementerio de los elefantes. El maestro se complace
con las enormes cantidades de marfil que hay acumulado, y gracias a la
habilidad del aventurero regresan a Bagdad con oro y marfil. "Aquí me fui
para el califa y después de saludarlo y besar sus manos, le informé de todo lo
que me había ocurrido; de lo cual se alegró por mi seguridad y dio las gracias
al dios todopoderoso y ha hecho que mi historia sea escrita en letras de oro.
Entonces me llevó a mi casa y se reunió con mi familia y hermanos y tal es el
fin de las historias que me ocurrieron durante mis siete viajes.
Alabado sea Dios, el Uno, el Creador,
el Creador de todas las cosas en el Cielo y la Tierra.
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