En la mitología griega, TÁNTALO era un hijo de Zeus y la oceánide
Pluto, rey de Frigia o del monte Sípilo en Lidia . Se convirtió en uno de los
habitantes del Tártaro, la parte más profunda del Inframundo,
reservada al castigo de los malvados.
Fue padre de Pélope, Níobe y Bróteas con
la pléyade Dione. Robert Graves dice que su esposa también pudo ser Euritemista, Eurianasa o Clitia.
Se conoce a Tántalo por haber sido
invitado por Zeus a la mesa de los dioses en el Olimpo. Jactándose de ello entre los
mortales, fue revelando los secretos que había oído en la mesa y, no contento
con eso, robó algo de néctar y
ambrosía y lo repartió entre sus amigos.
Tántalo quiso corresponder a los
dioses y les invitó a un banquete que organizó en el monte Sípilo. Cuando la
comida empezó a escasear, decidió ofrecer a su hijo Pélope.
En lo que constituye un arquetípico rito de iniciación chamánica,
descuartizó al muchacho, coció sus miembros y los sirvió a los invitados. Los
dioses, que habían sido advertidos, evitaron tocar la ofrenda. Sólo Deméter,
trastocada por la reciente pérdida de su hija Perséfone,
«no se percató de lo que era» se comió el hombro izquierdo del desdichado. Zeus
ordenó a Hermes
que reconstruyera el cuerpo de Pélope y lo volviera a cocer en un caldero
mágico, sustituyendo su hombro por uno forjado de marfil de delfín,
hecho por Hefesto y ofrecido por Deméter. Las moiras le dieron vida de nuevo y así obtuvo
nuevas cualidades. Para reforzar su iniciación en los misterios divinos, Poseidón secuestró al nuevo Pélope y lo llevó
al Olimpo, haciéndolo su amante.
Un último crimen terminó por colmar la
paciencia de los dioses: cuando Pandáreo robó el mastín de oro -que le había
hecho Cronos a Rea para que cuidara del recién nacido
Zeus -y se lo dio a Tántalo para que lo ocultara. Una vez pasada la alarma
inicial sin que se supiera nada del perro, Pandáreo le pidió que se lo
devolviera, pero Tántalo le juró por Zeus que nunca había oído hablar de él.
Escandalizado Zeus por el perjurio o por el robo aplastó a Tántalo con una roca
que pendía del monte Sípilo y arruinó su reino.
Después de
muerto, Tántalo fue eternamente torturado en el Tártaro por
los crímenes que había cometido. En lo que actualmente es un ejemplo proverbial
de tentación sin satisfacción, su castigo consistió en estar en un lago con el
agua a la altura de la barbilla, otras versiones del mito se refieren a la rodilla
o la cadera, bajo un árbol de ramas bajas repletas de frutas. Cada vez que
Tántalo, desesperado por el hambre o la sed, intenta tomar una fruta o sorber
algo de agua, éstos se retiran inmediatamente de su alcance. Además pende sobre
él una enorme roca oscilante que amenaza con aplastarle.
Diversos autores ven en este mito un
rotundo rechazo de la religión olímpica a los sacrificios humanos, que si bien
eran habituales en los primeros cultos, sobre todo a Deméter en su primitiva
encarnación como Gran Diosa,
se consideraban entonces un tabú.
Los griegos de la épica acusaban a Tántalo de intentar engañar a los dioses
olímpicos para devolverlos a sus antiguas identidades ofreciéndoles un
banquete-sacrificio de carne humana.
Tántalo cometió además los tres
grandes pecados de la mitología griega: ofender a un anfitrión, hacer daño a un
niño y desafiar a los dioses.
Alternativamente, Tántalo es retratado
como una autoridad prometeica que divulgaba secretos divinos a los
mortales y presidía ceremonias sagradas de iniciación, consistentes en la
muerte y transfiguración místicas.
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