El AZULEJO
es una pieza alfarera de cerámica,
similar a la baldosa, de poco espesor y con una de sus caras vidriada,
resultado de la cocción de una sustancia a base de esmalte que se torna impermeable y brillante.
Presenta muy diversas formas geométricas, siendo las más abundantes el cuadrado
y el rectangular. La parte decorada puede estar decorada en un tono o color
-monocromo- o en varios colores -policromo-,
con superficie lisa o en relieve. Asociado de forma tradicional a la
construcción y la arquitectura, el azulejo se ha empleado tanto
en el revestimiento de superficies interiores como exteriores; asimismo puede
aparecer como elemento decorativo aislado, o con valor representativo, a modo
de cuadro o ilustración.
Aplicados en paredes, pavimentos y
techos de viviendas, palacios y arquitectura religiosa, o en jardines y redes del ferrocarril metropolitano, los temas de la
decoración abarcan un amplio abanico, desde sencillas composiciones geométricas
o vegetales hasta barrocos episodios históricos, escenas mitológicas, iconografía
religiosa y motivos costumbristas.
Su presencia ha sido determinante en
la estética de la arquitectura hispano-árabe y en el arte hispano musulmán en general,
destacando su evolución en el mudéjar y en la loza portuguesa y española desde el siglo
XVIII.
Las excavaciones arqueológicas
continúan aportando pruebas del uso en Mesopotamia de losas de tierra cocida, pintadas
por la parte exterior y después barnizadas para pavimentar y decorar diferentes
sectores de su arquitectura, desde los sencillos hogares hasta los palacios
imperiales. Así lo confirman y documentan los descubrimientos hechos en
diversos enclaves de la cultura del Imperio
Asirio o el Persa, con ejemplos importantes como los frisos
de las murallas de Babilonia,
la fortaleza de Khorsabad,
la antigua ciudad de Nínive,
o el Palacio de
Susa.
El azulejo y sus técnicas entraron en
Europa en el siglo VII a través de al-Andalus al sur de la península ibérica, y alcanzaron un esplendor del
que todavía son ejemplo la arquitectura del Califato de Córdoba y el Reino nazarí de Granada. Desde el singular
«sofeysafa» con que los califas
cordobeses adornaron las paredes del mihrab, hasta los rudos y prácticos sistemas
de pavimentación doméstica que continúan usándose en Andalucía.
Se cree asimismo que este enlosado reemplazó en todas partes al pavimento de mosaico usado por los romanos. Esta cultura de
base alfarera se conservó en la España cristiana y quedó de manifiesto en el arte mudéjar, gracias a los gremios de alarifes moriscos,
y se extendería luego por Europa a partir del siglo XIII, fundiéndose con los
recursos arquitectónicos importados por las Cruzadas y el comercio con Oriente de la Serenísima República de Génova y la República de Venecia.
Inicialmente, las piezas no tuvieron
dimensiones fijas; la tradición azulejera de Portugal,
una de las más importantes de Europa, estableció,
a partir del siglo XVI y hasta el siglo XIX, una medida entre los 13,5 y los
14,5 cm., mayor que la tradicional árabe, como consecuencia del aumento de la
producción.
En Occidente, las penínsulas Ibérica e
Itálica acaparan la producción e importación de azulejos al resto de Europa
hasta el final del siglo XVI, con focos más locales en parte del Norte de África y un capítulo aparte en el extremo
oriental del Mediterráneo siguiendo patrones y escuelas bizantinas. A partir
del siglo XVII la azulejería florece en otros muchos países de Europa Central,
en especial en Francia, los Países Bajos, los estados de influencia germana y
las islas Británicas, afirmando la producción, técnicas y creatividad a lo
largo del siglo XVIII y consumándose en el siglo XIX con su presencia en las
Exposiciones Universales. En el
extremo occidental europeo, España y especialmente Portugal, desarrollan en
esos siglos una cultura azulejera funcional y popular difícil de igualar.
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