Un BANDIDO, encartado, brigante, salteador, proscrito o forajido, era un hombre armado que se dedicaba al robo, especialmente por asalto, al pillaje y, más
raramente, al contrabando y al secuestro. Por lo general,
asaltaban a los viajeros en los caminos peligrosos de las montañas o en los
bosques, lo que facilitaba su ocultación y dispersión. No solían actuar en
solitario, sino organizados en cuadrillas. Su equivalente en el mar es la llamada piratería o
bandolerismo marítimo.
El fenómeno del bandolerismo es
universal y muy antiguo; se origina en regiones donde la miseria y la
injusticia se han cebado especialmente con algunas personas, empobreciéndolas y
arrojándolas en brazos del contrabando,
el robo o
el crimen,
lo que generaba una forma más o menos colectiva de saqueo organizado
que incluía también delitos como el asalto,
el secuestro y
la vendetta.
Se trata del llamado bandolerismo
social, definido por Eric Hobsbawn:
En la montaña y los bosques bandas de hombres fuera
del alcance de la ley y la autoridad (tradicionalmente las mujeres son raras),
violentos y armados, imponen su voluntad mediante la extorsión, el robo y otros
procedimientos a sus víctimas. De esta manera, al desafiar a los que tienen o
reivindican el poder, la ley y el control de los recursos, el bandolerismo
desafía simultáneamente al orden económico, social y político. Este es el
significado histórico del bandolerismo en las sociedades con divisiones de
clase y estados.
Los griegos conocieron a
bandoleros como Skirón y Procusto.
Una carta dirigida a Cicerón, alude ya a Sierra Morena como
una región plagada de bandoleros. Tito Livio cuenta
también cómo había numerosos salteadores de caminos que asediaban las caravanas
mercantiles en la Bética (XXVIII, 22) y, en la península Itálica, según
narra Dion Casio,
un tal Bulla Félix se adueñó
del trayecto entre Roma y Brindisi en
tiempos del emperador Septimio
Severo, hacia el año 200 d. C., y llegó a reclutar una
cuadrilla de hasta seiscientos bandoleros, manteniendo en jaque durante dos
años a las tropas que los perseguían. De este personaje se cuentan golpes y
latrocinios de gran audacia, y numerosos asaltos a viajeros de una forma tal
que recuerda a la historia de bandoleros más modernos.
Durante las invasiones bárbaras y la crisis del poder
imperial, el fenómeno se recrudeció en Occidente y hubo guerras en el siglo V
contra los llamados Bagaudas en Francia y España. Si hacemos caso omiso de la
fértil historia del bandidaje en la Edad Media,
en la que podemos citar entre los rombritters alemanes
a Wolf de Warrstein y a
los golfines de La Mancha,
que llegaron a suscitar con el tiempo en este territorio incluso una específica
policía denominada Santa Hermandad vieja, existieron famosos
bandoleros en las montañas de Escocia y
los caminos de Inglaterra, los llamados highwaymen, como Dick Turpin o John Nevison, entre otros outlaw o forajidos (del latín fora exitus, "expulsados
fuera"); en Francia también los hubo, como los brigants u hors-la-loi. Especialmente famoso fue Louis Dominique Bourguignon,
"Cartouche", durante el siglo XVIII, pero también Mandrin o Claude Duval, y asimismo
en la Italia del sur (Nino Martino, Marco Berardi, Marco Sciarra, Angelo Duca, Fra Diavolo y Carmine
Crocco); en la Serbia invadida por los turcos otomanos se llamaban hajduks, y protagonizaban canciones y
leyendas épicas; en todo caso, siempre en épocas de guerras, hambrunas,
epidemias, revoluciones o crisis.
En tierras musulmanas también
cundió esta plaga, con personajes como Ibn Hamdun, Alí al Tanuji o Imran b. Sahin, entre
otros muchos. El fenómeno se reprodujo en el Nuevo Mundo: en los Estados Unidos
son célebres Joaquín Murieta, Billy el Niño,
los hermanos Jesse y Frank James y
los Dalton, entre muchos otros. En Japón, la
posición social del bandolero estaba desmarcada: unas veces eran ninja y otras ronin;
el más famoso fue, sin duda, el ronin Ishikawa Goemon, personaje
habitual del teatro kabuki.
Al mismo tiempo que todos estos
forajidos realizaban sus fechorías, se creaba alrededor de ellos una cierta
aura de leyenda que
se aumentaba mediante algunos géneros literarios como la biografía criminal, la novela
picaresca, las jácaras o
los llamados romances de
guapos de la literatura de cordel, comunes en los
siglos XVII, XVIII y XIX, llegando a ser particularmente famosos algunos, como
los siete romances consagrados al bandolero Francisco
Esteban "el Guapo". Los ilustrados,
empero, rechazaban estas manifestaciones de la literatura popular por ofrecer modelos al
pueblo de delincuencia y mala vida que gente de poca
instrucción y escasa moral podía seguir.
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