El INCIENSO es una preparación de resinas aromáticas vegetales,
a las que a menudo se añaden aceites
esenciales de origen
animal o vegetal, de forma que al arder desprenda un humo fragante con fines religiosos, terapéuticos o estéticos.
En el pasado, las sociedades china y japonesa usaron el incienso como parte integral
de la adoración de deidades hindúes.
Además, tiene un uso importante en el budismo,
en la Iglesia Católica para la Adoración eucarística, procesiones,
etc. en la Divina Liturgia de la Iglesia
Ortodoxa y, en menor
grado, en otras confesiones cristianas.
El incienso está disponible en
numerosas presentaciones y grados de preparación. Sin embargo, generalmente se
clasifica en dos tipos, dependiendo del uso: incienso para quema
directa y para quema
indirecta.
En general, el incienso grande
y basto tiende a arder más tiempo que el más procesado, y el incienso de quema
directa exige menos preparación para su uso pero requiere un mayor procesado
previo. Aparte de esto, la preferencia por una u otra presentación depende en
buena parte de la cultura, las tradiciones y los gustos personales. El incienso
en barra es la forma más común y preferida usada en las culturas china y japonesa, por lo que la mayoría del incienso
producido en estos países se fabrica con esta forma. En occidente, debido a los
lazos del cristianismo con el judaísmo,
el incienso se suele quemar en forma de polvo o en trozos completos.
El incienso para quema directa
es colocado generalmente en un receptáculo denominado incensario en el cual se prende el incienso y se
hace ventilar para propagar su aroma.
También se le llama incienso combustible cuando
es prendido y abanicado; la brasa así obtenida se consumirá sin llama
hasta quemar todo el incienso, sin necesidad de aplicar más calor. Esta clase de
incienso se elabora típicamente con materiales de incienso fragante finamente
molidos, que se unen mediante un combustible aglutinante.
Las formas más comunes en las
que se comercializa son:
Espiral: es capaz de arder durante
mucho tiempo, desde horas hasta días.
Cono: arde relativamente rápido. Los
conos que incluyen artemisia se
usan en la medicina tradicional china para tratamientos de moxibustión.
Varas
huecas: esta forma de incienso en vara tiene un centro de bambú.
Las variedades de mayor calidad incluyen un centro de sándalo fragante. El centro se cubre de una
gruesa capa de incienso que se quema junto con él. Esta presentación se produce
frecuentemente en China y la India. Cuando se usa para
el culto en la religión tradicional china, las varas
huecas de incienso se conocen a veces como «varas joss».
Varas
macizas: este incienso en vara no tiene un
núcleo de apoyo, siendo macizas. Al ser fácilmente divisible en trozos, permite
determinar la cantidad concreta de incienso que se desea quemar. Esta es la
forma más común de incienso en Japón.
Para usar el incienso de quema
directa, debe ser prendido y acto seguido apagado, de forma que el incienso
continúe brillando y humeando mientras se consume.
También llamado incienso no
combustible, el uso de este tipo de incienso requiere una fuente externa de
calor ya que no produce ascuas cuando se consume. El calor se consigue
normalmente mediante carbón
vegetal o ceniza
caliente. El incienso se quema colocándose directamente sobre los carbones
ardientes o sobre una placa de metal caliente en el incensario.
Es la forma más común de
incienso usada tradicionalmente en Oriente Medio o en la cultura cristiana.
Se dan formas parecidas de la quema indirecta del incienso en el Kōdō,
la ceremonia japonesa del incienso. El incienso mejor conocido de este tipo son
las resinas brutas de franquincienso y mirra, probablemente
debido a las numerosas menciones que aparecen en la Biblia cristiana. De hecho, la palabra
franquincienso suele ser sinónimo de cualquier forma de incienso en muchas
lenguas europeas.
Entero: el material es quemado
directamente en su forma bruta no procesada sobre ascuas de carbón.
Pulverizado
o granulado: el material se parte en trozos más
pequeños. El incienso se quema así rápidamente, proporcionando un corto periodo
de olores intensos.
En pasta: el incienso pulverizado o
granulado se mezcla con un aglutinante pegajoso, como fruta seca, miel o resina blanda, formando pequeñas
bolas o tartaletas, una práctica muy utilizada entre las culturas que utilizan
el incienso. Gran parte del incienso arábigo, llamado bukhoor o
bakhoor, es de este tipo.
Históricamente, el incienso
que se ha utilizado en cada lugar se ha compuesto de diferentes elementos:
resinas y maderas sobre todo. Se ha usado desde resina de árboles de la familia
de la Boswellia,
hasta resina de cedro del Líbano Cedrus libani hasta sabina real Juniperus lycia o Juniperus
thurifera proveniente de África,
que por poseer trementina exhala un agradable perfume. Asimismo,
se le llamó incienso a otras gomorresinas en algunas partes del mundo: al ajenjo en
Andalucía,
a la Artemisia aragonensis en las islas
Canarias, a la Grindelia glutinosa o palaucupatli en México,
o a la Thuaria chilensis en Chile.
La obtención de la gomorresina
del incienso se realiza haciendo una incisión en los troncos de los árboles de la Boswellia,
de esta manera la resina fluye, se seca al contacto con el aire y se forman
entonces pequeños granos redondeados de una coloración amarilla pálida y opaca,
de textura quebradiza y cuyo diámetro no pasa de los 2 cm.
Cuando los granos entran en contacto con el fuego se derriten, exhalando así su
exquisito aroma.
El incienso pertenece al
género botánico Boswellia;
así, tenemos en China el uso de Boswellia
sacra, en Abisinia, Boswellia
papirifera, en la India, Boswelia
serrata, y en Oriente Medio y África del Norte, Boswelia
carterii.
Acerca del nombre del
incienso, los hebreos le llamaban lebonah,
los griegos líbanos, los árabes luban y los romanos
olibanum; en todos los idiomas
significa lo mismo, esto es: ‘leche’, por el aspecto de la resina al brotar del
árbol. Sin embargo en la actualidad se le llama incienso, nombre que deriva del
vocablo latino incendoere, es decir, ‘encender’,
‘quemar’, ‘incendiar’, ‘prender fuego’, iluminar’.
Los datos arqueológicos que
poseemos sobre el incienso se remontan al Valle del Nilo: en los templos de Deir
el-Bahari se pueden
observar inscripciones con dibujos de rituales donde son más que evidentes las
nubecillas del humo del incienso. Hace alrededor de quince siglos, los egipcios
viajaban al país de Ta-Necher incienso en egipcio se escribía snTr, que significaría
lo que causa divinidad para buscar incienso.
Las historias narran que el
rey Rama-Ka llevó a su tienda arbolitos pequeños de incienso, los sembró
cuidadosamente a la hora precisa, bajo los augurios estelares y logró de esta forma
perfectos y esbeltos árboles de excelente madera y gomorresina. Los fenicios,
por su parte, siendo grandes navegantes y comerciantes, llevaban siempre en sus
navíos leños de incienso para comerciar con el mundo conocido. Más datos
históricos sobre el incienso se tienen a partir de los relatos de Alejandro
Magno: se cuenta que al tomar la ciudad de Gaza, acumuló entre los
preciosos objetos del botín de guerra 500 talentos de incienso y 100 de mirra.
Por su lado, Estrabón nos narra cómo se hacían las
transacciones comerciales con Arabia, la zona
del Mar Rojo y hasta China, en búsqueda del tan
preciado incienso. También Dioscórides y Plinio el
Viejo citan en sus
obras acerca del auge que tuvo el incienso en los templos de los tiempos de la Roma Imperial.
Uno de los datos más notables proviene de Nerón:
se dice que habría quemado impresionantes cantidades de incienso ante el
sepulcro de Popea.
En la mitología grecorromana
también está presente el incienso: Leucótoe,
la hija de Arcamo y de Eurinoma, se entregó en amores al bello y codiciado Apolo. Cuando Arcamo supo
de tal deshonroso acontecimiento, la enterró viva llevado por la mayor ira.
Pero el dios Sol, para honrar a la
infeliz criatura enterrada viva, la convirtió en un frondoso árbol de incienso.
Por esto, se tiene también que, astrológicamente,
los planetas que rigen a este sagrado árbol son el
Sol y su hijo predilecto, Júpiter; por lo tanto el signo zodiacal
que le corresponde es Leo.
Tanto en el Antiguo como
en el Nuevo
Testamento aparecen
gran cantidad de menciones sobre el incienso. Así, tenemos que en Éxodo 30:1 se le indica a Moisés que debe hacer un altar separado, de
madera de acacia, para quemar incienso. Más adelante, en Éxodo 30:7 se dice textualmente: «y Aarón quemará incienso aromático sobre él el
altar; cada mañana cuando aliste las lámparas lo quemará». Y hasta existe una
gran advertencia o sentencia en Éxodo 30:9 «No ofrecerás sobre él incienso
extraño».
Antes se han mencionado las
falsificaciones y el uso de Juniperus Lycia o Juniperus Thurifera para remplazar al incienso; hay que
agregar además que los adulteradores siempre han tratado de abaratar costos y
se han valido aun del uso de resinas de coníferas a tal efecto, pero así
también se contamina el incienso. Hoy en día llamamos al verdadero incienso
«incienso macho», en tanto que a las adulteraciones e inciensos artificiales
les decimos «incienso hembra». Este
último carece absolutamente de funciones mágicas y sólo sirve para aromatizar
un ambiente, de la misma manera que lo hace un desodorante ambiental en aerosol.
Volviendo al Antiguo Testamento, encontramos en el Salmo 141:2
una comparación entre el ascenso del humo de incienso y la elevación de las
plegarias: «Suba mi oración delante de ti como el incienso». De igual forma,
aparece el incienso en Deuteronomio 33:10, cuando Moisés bendice las doce tribus
de Israel: «...pondrán delante de ti y en holocausto sobre el
altar». Otro dato, acerca del incienso en el Antiguo Testamento, lo podemos leer en Levítico
16, 12-13, durante el día de la expiación: «Después tomará un incensario lleno
de brasas de fuego del altar de delante de Yahveh, y sus
puños llenos de perfume aromático molido, y lo llevará detrás del velo. Y
pondrá el perfume sobre el fuego delante de Yahvé, y la nube del perfume
cubrirá el propiciatorio que está sobre el testimonio, para que no se muera».
En esta cita hay una
descripción muy interesante, ya que se dice «perfume aromático molido»: muchas
son las técnicas que utilizaban (y aun hoy utilizan) los balsameros,
perfumistas y ungüentarios;
algunos términos usados por ellos, a causa de la vulgaridad y así, por ejemplo,
lo cual significa estrictamente «cocimiento» de sustancias vegetales para ser
ingeridas y que posee efectos medicinales curativos, se suele imaginar de
inmediato a algún hechicero preparando
algo terrible. Pero en el Antiguo Testamento bien se nombra el polvo de incienso.
En realidad la pulverización de hojas, tallos, raíces, cortezas o gomorresinas, como en nuestro caso,
sirve para fines terapéuticos, para facilitar la ingesta y normalmente se lo
encapsula, de modo tal que pase a través del estómago sin afectarlo y se difunda en el intestino
al disolverse la cápsula, cuya función es la de proporcionar un
vehículo al polvo.
Pero en el texto bíblico, la
pulverización no significa la labor medicinal, sino ritual, a tal efecto,
pulverizar una gomorresina implica que ésta será utilizada en
perfectas y correctas proporciones. En el Nuevo Testamento también aparece el
incienso en notables acontecimientos: cuando la visita de los Reyes Magos a Jesús recién nacido: «Y al entrar a la casa,
vieron al niño con su madre María,
y postrándose, lo adoraron; y abriendo sus tesoros, le ofrecieron presentes: oro, incienso y mirra». Incienso, el
símbolo del Sol y del hijo del Sol, Júpiter, el esplendor de la Luz Mayor, y la
mirra, pariente cercano del incienso, es el perfume de Hermes
Trimegisto.
Una ofrenda similar a la de
los Reyes Magos, hizo el rey selúcida Seleuco II Calinico, cuando obsequió al templo de Apolo de Mileto mirra y más de diez talentos de incienso. Al igual que el incienso,
la mirra debe ser recolectada y preparada según los ritmos astrales, como
explica Escribonio. Tan importante ha sido
considerado el incienso, que Heródoto,
padre de la Historia,
nos cuenta sobre la gran derrota de los árabes frente a Darío I,
y que como tributo de guerra, obligó a éstos a que pagasen anualmente mil
talentos de incienso.
Retornando al Nuevo
Testamento, en el Libro de las Revelaciones o Apocalipsis de San Juan 8:3-5,
el Séptimo Sello, leemos: «Otro ángel vino entonces y se paró ante el altar, con un incensario de oro; y se le dio mucho incienso
para añadirlo a las oraciones de todos los santos, sobre el altar de oro que
estaba delante del trono. Y de la mano del ángel subió a la presencia de Dios
el humo del incensario, y lo llenó del fuego del altar, y lo arrojó a la
tierra, y hubo truenos y voces, relámpagos,
y un terremoto».
El texto citado pertenece a la
narración sobre el Séptimo Sello: el número siete simboliza la organización, la
producción, el triunfo, la fecundidad. Abrir
el Séptimo Sello es abrir lo que los orientales llaman «El Loto de Mil
Pétalos». El incensario de oro simboliza el corazón del Iniciado, donde debe
arder el incienso, que es servicio y amor. El humo del incienso, es a su vez,
la alegoría del servicio impersonal y desinteresado, que lo impregna todo, y
propiamente el «mucho incienso» significa la gloria de haber obtenido una mente
pura y un corazón amoroso, devenidos del esfuerzo propio del servicio
altruista.
El benjuí,
llamado por Ibn Battuta «el incienso de Java y Sumatra»,
es un aroma típico del Cuatrocientos y del Renacimiento:
en el año 1461 el sultán de Egipto, Melech Elmaydi,
despachó al dux de
Venecia, Pascual Malispiero, un cargamento del preciado benjuí,
entre otros regalos. Otra anécdota, pero del año 1476, nos habla de un obsequio
realizado por el sultán Kaitbei de Egipto, que constaba de 15 libras de
benjuí, a la bella Catarina Cornaro, de
Venecia. También del sultán Kaitbei recibiría Lorenzo el
Magnífico, de Florencia,
un cargamento de benjuí como presente. Fray Zuambatista nos dice sobre el
benjuí que es uno de los sahumerios más codiciados.
Y en una antigua apotheca o botica de Brunswick se mantiene la antigua tradición de
llamar al benjuí como Asa Dulcis.
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