Se denomina GUERRA DE CASTAS al movimiento social que los nativos mayas del sur y oriente de Yucatán iniciaron en el mes de julio de 1847 contra la población de blancos, criollos y mestizos,
que se encontraba establecida en la porción occidental de la península de Yucatán. La guerra, que costó
cerca de un cuarto de millón de vidas humanas, terminó oficialmente en1901 con la ocupación de la capital maya de Chan Santa
Cruz por parte de las
tropas del ejército federal mexicano.
Hay quienes ponen en tela de juicio el
apelativo con que se ha designado este conflicto bélico, acaecido en la
península de Yucatán en la segunda mitad del siglo XIX.
La palabra casta que deriva del latín y quiere decir puro,
se aplicó principalmente por los vencedores circunstanciales de esta guerra y
por algunos de los intelectuales que la reseñaron después.
Pero la realidad, sostienen quienes
critican la denominación, es que en Yucatán no había castas propiamente dichas, y mucho menos la
rebelión había sido encauzada por una casta en particular. Se sublevaron y
condujeron la cruenta lucha los integrantes de un sector muy numeroso de los
indígenas mayas, aquellos que no habían sido totalmente mediatizados y
subyugados intelectualmente, y que en su gran mayoría vivían en el oriente y el
sur de la península. Se rebelaron además, no sólo contra los criollos, sino
también contra los mestizos y los mulatos que vivían en territorio enemigo, los occidentales
de la península. En todo caso, se afirma, esta lucha fue más propiamente
—pero no del todo— inter-étnica. Esto, sin embargo, también queda desvirtuado
por el hecho histórico de que en varios episodios de la lucha armada, lucharon
o se separaron violentamente, indígenas contra indígenas. Unos eran los buenos para los blancos, otros eran los malos.
Los indígenas mayas en lo general
habían sido sometidos religiosa, cultural y físicamente durante los 300 años que
siguieron a la conquista. Existía un férreo control
social en la península yucateca de todos los grupos sociales que no fueran
españoles o criollos. Había algunas zonas de Yucatán,
como en la región de Valladolid,
donde el control social se expresaba con mayor severidad.
Es claro que la población criolla era la que más favorecía dicha
estructura.
La estructura que pudiera haberse
llamado de castas:
peninsulares, criollos, mestizos, negros,
y sus diversas combinaciones, persistió, y lo cierto, es que en ese esquema los
indígenas mayas ocuparon siempre el lugar inferior en
la escala social.
Las formas de control social por parte
de la clase dominante, que habrían de refinarse en el resto de México durante el siglo XIX,
se mantuvieron en Yucatán sin ningún problema durante este período. Aunque la esclavitud se había prohibido desde la proclama
de Hidalgo en 1810 se oficializó su prohibición por decreto
presidencial de Vicente
Guerrero en 1829, en Yucatán los
hacendados, particularmente, persistieron en formas de mantener el control y la
esclavitud de sus "acasillados", todos indígenas mayas, que venían de
un régimen de sumisión desde las encomiendas.
Los indígenas eran sometidos, entre
otras formas, por la vía del adeudo. Un indígena nacía y moría en el mismo
lugar; en la hacienda donde trabajaba desarrollando tareas
arduas, se le asignaba un pago bajo, al arbitrio del hacendado. Este pago se
realizaba a través de la tienda de
raya, propiedad del propio hacendado en donde era obligado a
adquirir a precios también arbitrarios, los elementos básicos para su
subsistencia. Ahí se le sometía en forma tal que quedaba sujeto para siempre,
toda vez que el endeudamiento llegaba a ser tan grande que no sólo era incapaz
de pagarlo sino que le era exigible en el momento de querer abandonar la
hacienda.
Con ello, si se separaban
subrepticiamente de su trabajo quedaban en condición de fugitivos perseguibles
por la autoridad. Las cuentas por otro lado, eran hereditarias, de manera que
los hijos debían pagar lo que el padre no hubiera podido cubrirle al patrón,
perpetuándose la dependencia de la familia y llegándose al extremo de que para
saldar una deuda, al hacendado le era permitido comerciar con sus trabajadores,
vendiéndolos en el mercado de esclavos de Cuba.
Así, familias enteras eran trasladadas
en cadenas humanas, desde la península a la isla caribeña. En esas condiciones
vivían y sufrían muchos indígenas mayas del Yucatán de mediados del siglo XIX.
Al terminar la guerra de la independencia en 1821, en lo que fue la Capitanía General de Yucatán no se dieron las expulsiones de
españoles que si ocurrieron en otros lados, al menos no fueron masivas y
permaneció en la península buena parte de la población de origen español. Por
otro lado, aunque la población criolla,
no siempre simpatizaba con los estrictamente españoles, tampoco era solidaria
con el resto de los habitantes peninsulares, los mestizos y los indígenas.10
Por otro lado, en las diversas zonas
de Yucatán no se mantenía el mismo nivel de control por parte del gobierno ni
de los hacendados. Este control era más fuerte hacia el norte y el este de la
península, especialmente en la región de Valladolid y menor en la Ciudad de Campeche. En el oriente la
concentración de población indígena era muy superior a la región
correspondiente al eje Campeche-Mérida -el
denominado Camino real- porque en esa zona vivía
la mayoría de los criollos. Los mayas estaban en una proporción de tres a uno
en la península, pero en el oriente esa relación era de cinco a uno. De aquí
que el control sobre la población indígena y la severidad del mismo, tuviera
que ser más acentuado en la región oriental de la península.
Hay que apuntar también que en este
control, la Iglesia católica había jugado un papel preponderante a
lo largo de los tres siglos del coloniaje, desde luego a través de los procesos
forzosos de la evangelización, y también, mediante la alianza natural de la
iglesia con el poder militar y administrativo de los españoles.
La inconformidad del pueblo maya era pues patente desde antes de la independencia de México. Las condiciones
de vasallaje en que se encontraban los indígenas mayas que habían sido
conquistados en el siglo XVI y su enorme superioridad numérica en
la península de Yucatán mantenían a la región en un estado
permanente de tensión social.
Se había manifestado ya, en el siglo XVIII,
con la rebelión de Jacinto Canek y su dramático aniquilamiento, en 1761, pero aquel brote no
fue sino una manifestación menor en comparación de la amplitud que habría de
adquirir el levantamiento poco menos de un siglo después, ya en época del México independiente.
La Guerra de Castas surgió en Yucatán
debido, en parte, a las precarias condiciones de vida de los indígenas
mayas en la península.
Sólo los criollos y algunos mestizos eran yucatecos con plenos derechos y,
en general, ellos solían ocupar la parte superior de la escala social y
económica, por lo que los mayas, pertenecientes a la clase depauperada, no se
sentían parte de ellos, eran simplemente mayas, foráneos en en su propio
territorio, en la tierra de sus antepasados.
Ante esa situación de pobreza y
desigualdad social, los indígenas mayas se sublevaron. En julio de 1847, siendo gobernador de
Yucatán Santiago Méndez, su administración se
percató de una enorme concentración de indígenas armados y con reservas de
alimentos, en la hacienda Culumpich, propiedad de Jacinto Pat, batab caudillo maya, a 40 Km. de Valladolid.
Tras ese descubrimiento, con la
intención de sofocar cualquier revuelta, Manuel
Antonio Ay, líder maya principal en Chichimilá,
fue aprehendido bajo el pretexto de habérsele encontrado una carta en la que se
planeaba la insurrección, juzgado sumariamente y ahorcado en la plaza de Santa
Ana en Valladolid.
Posteriormente, en busca de los otros
caudillos, la población de Tepich fue
incendiada y sus habitantes duramente reprimidos.
En respuesta a ello, el 30 de julio de 1847, Cecilio Chi atacó Tepich en el oriente, ordenando
la muerte de todos los pobladores blancos. Jacinto Pat se incorporó desde el sur con sus
huestes. Había estallado la guerra que duró 54 años y no concluyó oficialmente
sino hasta 1901, aún cuando los
problemas de fondo que la originaron continuarían siendo motivo de inquietud
social hasta bien entrado el siglo XX.
Un año después, en 1848 la guerra de castas había cundido por
toda la península y parecía por momentos que los indígenas lograrían exterminar
a la población blanca.
Al ganar fuerza la rebelión y al paso
del tiempo los mayas lograron tomar un gran parte de la península. El ya
gobernador Miguel Barbachano y Tarrazo se vio obligado a solicitar apoyo
militar al gobierno de México que a la sazón se encontraba sufriendo las
consecuencias de la intervención norteamericana,
conflicto en el cual Yucatán había decidido por un acuerdo entre Santiago Méndez Ibarra y Miguel
Barbachano, líderes políticos que estuvieron pugna la mayor parte
del tiempo permanecer neutral. Debe recordarse que en aquellos años Yucatán se
encontraba separado de México, por lo que el gobierno del país condicionó su
apoyo a la reincorporación de Yucatán a la nación mexicana.
Aprovechando la experiencia bélica y
las armas que habían acopiado en las continuas batallas que el estado de
Yucatán sostuvo con el ejército del gobierno centralista de México, que Antonio López de Santa Anna había enviado para forzar la
reunificación de la península a México, guerra en la que los mayas habían sido
pieza fundamental para la defensa de la península de Yucatán, planearon el
movimiento rebelde tres líderes indígenas:
El cacique de Chichimilá; Cecilio Chi cacique de Tepich, y Jacinto Pat hacendado y cacique de Tihosuco.
Primeramente éstos se dedicaron a
hacer proselitismo entre los naturales de los demás
pueblos y, descubierto en sus maniobras, Manuel Antonio Ay fue aprehendido,
procesado, condenado a muerte y ejecutado en la plaza de Santa Ana de la ciudad de Valladolid, el 26 de julio de 1847.
En vista de tales acontecimientos, los
otros jefes de la rebelión anticiparon su estallido. Cecilio Chi tomó Tepich, donde dio muerte a todos los
vecinos de raza blanca,
salvándose solamente uno, que fue a Tihosuco a dar cuenta del hecho. La guerra
había comenzado.
El gobierno actuó rápidamente contra
los indígenas, sin discriminación alguna: aprehendió y sacrificó a los caciques
de Motul, Nolo, Euán, Yaxcucul, Chicxulub, Acanceh y otros sitios, pero las poblaciones
del sur y el oriente fueron cayendo en poder de los rebeldes, que dieron muerte
a los habitantes e incendiaron los caseríos.
El 21 de febrero de 1848, una vez que habían
tomado Peto, Valladolid, Izamal y otros 200 pueblos, los indígenas, al
mando de José Venancio Pec, asaltaron Bacalar,
dando muerte a la mayoría de sus habitantes. Sólo pudieron salvarse quienes en
la oscuridad huyeron hacia la Honduras Británica, instalándose en la
población de Corozal y en sus vecindades, donde aún
permanecen un gran núcleo de descendientes de mexicanos.
Santiago Méndez, que en ese momento
gobernaba Yucatán,
fue un político peninsular que ejercía influencia particularmente en Campeche encabezó al grupo que estaba en franco
antagonismo con el que encabezaba Miguel
Barbachano. Éste que controlaba a los grupos políticos de Mérida, se había auto-exiliado en Cuba renunciando a la gubernatura que más
adelante retomaría.
Santiago Méndez, utilizando como
negociador a Justo Sierra O'Reilly, arriesgó la
soberanía yucateca a cambio de apoyo militar, primero ante los Estados
Unidos y también con
el gobierno de Cuba, el de Jamaica,
de España e Inglaterra,
pero nadie atendió sus pretensiones. El gobierno de Méndez no pudo controlar la
situación y una comisión en Washington hizo un ofrecimiento formal para que
Yucatán fuera anexado a Estados
Unidos. Al presidente James Knox
Polk le agradó la idea
y pasó la Yucatán Bill al
Congreso estadounidense, pero fue rechazada por éste. Intentó también negociar
con una facción de los sublevados, la capitaneada por Cecilio Chi,
pero sus emisarios fueron muertos por los rebeldes en Tinum.
Agotadas sus opciones, todavía nombró a Miguel Barbachano Comisionado para la paz, tratando de
usar su influencia. Pero todo fue inútil. Méndez tuvo que renunciar para dar
paso nuevamente a Barbachano.
El levantamiento era tan grande que la
población no-indígena de Yucatán corría el riesgo de desaparecer. Fue entonces
cuando el jefe rebelde, Jacinto Pat, acuartelado en Tzucacab puso
condiciones para terminar con la guerra:
Jacinto Pat moriría
asesinado a manos de José Venancio Pec, acusado de traicionar al movimiento de emancipación
maya. Cecilio Chi fue
también asesinado, por su secretario. Mucho más tarde, los líderes del grupo
rebelde que se retiró a la selva oriental para luego fundar Chan Santa Cruz que
habría de ser el último reducto maya, también cayeron uno a uno, en su mayoría
por rencillas e intrigas entre los propios mayas. Fue el caso de Venancio Pec y
de Román Pec. Otros más fueron
indultados, de acuerdo con una ley expedida en 1849. La guerra, sin embargo,
aunque disminuida en intensidad y más localizada en los territorios rebeldes
del sureste peninsular, continuó por décadas, muchas veces con
características de guerrilla sorda pero latente y patente
La ciudad
de Bacalar permaneció
en poder de los mayas hasta el 22 de enero de 1901, en que fue recuperada por tropas del gobierno
federal al mando del vicealmirante Ángel Ortiz Monasterio, mientras el general Ignacio A. Bravo ocupó
a su vez Chan Santa Cruz, actualmente Felipe Carrillo
Puerto. En ambos casos los soldados
no dispararon un solo tiro, porque los indígenas huyeron para internarse en las
selvas, donde formaron nuevas aldeas, a menudo cambiadas de lugar, siguiendo la
tradición maya de la roza, tumba y quema de la selva yucateca para
realizar sus siembras, siempre marginales, siempre de subsistencia.
No hay comentarios:
Publicar un comentario