La FÁBULA es una composición literaria breve en
la que los personajes son animales o cosas inanimadas que presentan características
humanas. En el Diccionario de uso del español de
María Moliner de Helena Beristaín
se indica que “se trata de un género didáctico mediante el cual suele hacerse
crítica de las costumbres y de los vicios locales o nacionales, pero también de
las características universales de la naturaleza humana en general”.
La fábula
clásica reposa sobre una doble estructura; desde el título mismo se encuentra
una oposición entre dos personajes de posiciones subjetivas encontradas. Pero
estos dos personajes se encuentran siempre en desigualdad social: uno en
posición alta y otro en posición baja y desfavorable. Gracias a un evento
narrativo imprevisto o survenant, el que estaba en posición alta se encuentra en posición
inferior y viceversa. Este esquema es denominado por Christian
Vandendorpe como
"doble reenvío" en Apprendre à lire des fables, Montreal, 1989 y se encuentra en decenas de
ellas, sobre todo en las populares, y permite fijar la comprensión y vehicular
una moralidad clara. Como dice Hegel, "La fábula es como un enigma que será siempre
acompañado por su solución" Incluso
si la fábula no tiene ya popularidad, el esquema que la forma se reencuentra en
el hecho diverso, Christian Vandendorpe, De la fable au fait divers y en la leyenda urbana Jean-Bruno Renard, Rumeurs et légendes urbaines, París: Coll. Que sais-je 3445. Estas situaciones son
imprescindibles en una fábula, pues sin importar el autor, el contexto social o
político, éstas son las que la identifican y marcan un límite entre ella y
otros géneros similares con los que podría confundirse por la forma alegórica
que contienen.
No debe confundirse con la parábola o relato simbólico ni con el
discurso o sermón parenético, cuya intención es exhortar a
seguir una conducta ética y por ello recurre con frecuencia a este tipo de
procedimientos.
Se diferencian de los apólogos en
que éstos son más generales y en ellos pueden intervenir además hombres y
personajes tanto animados como inanimados. Pueden estar escritas en prosa o verso. En el Index motifs, catálogo de motivos de
relatos folclóricos de Antti Aarne, las fábulas aparecen clasificadas
como cuentos de animales.
A pesar de ser un género
literario sujeto a la transmisión oral de generación en generación, la fábula
aún conserva estas características que la diferencian de otros géneros
narrativos más mutables como el cuento o
relato o la novela, a la cual el tiempo ha traído numerosos cambios y nuevos
subgéneros y tendencias.
Conviene distinguir claramente la
fábula como género literario, de la fábula argumental o argumento: Aristóteles
hablaba de esta última cuando escribe que la fábula es uno de los seis
elementos que forman la tragedia junto con los caracteres, el canto, la
elocución, el pensamiento y el espectáculo. Así pues, la fábula trágica es su argumento o
el encadenamiento de acciones y hechos expuestos que forma la narración o, de
otra forma, en el lenguaje cinematográfico, la sinopsis.
Un ejemplo de fábula en prosa es
el "Gato y el Ratón" en donde se pueden identificar las
características de ésta.
El Gato y
el Ratón
Había una vez un pequeño ratón,
que vivía en la casa de una mujer vieja. La señora, que temía de estas
criaturas, colocó muchas trampas para matar el ratón. El ratón asustado le pide
ayuda al gato de la mujer.
-¿Podrías
ayudarme, lindo gatito?-le dijo al gato.
-Sí... ¿En
qué?-respondió éste.
-Sólo
quita las trampas de la casa-dijo el ratón.
-Mmm... y
...¿qué me das a cambio?-dijo el gato.
-Finjo
ante la señora que estoy muerto, ya que tú me has matado, ella creerá que eres
un héroe-respondió el ratón.
-Me has
convencido-dijo el gato.
El gato sacó las trampas de la
casa, pero el ratón nunca cumplió su parte del trato. Un día la señora
descubrió que fue el gato quien sacó las trampas, ella muy enfadada decide
dejar al gato en la calle.
La siguiente es un ejemplo de
fábula en verso, es un texto de Tomás de Iriarte:
La rana y
la gallina
Al que
trabaja algo, puede disimulársele que lo pregone; el que nada hace, debe
callar.
Desde su
charco, una parlera rana oyó cacarear a una gallina.
«¡Vaya!
-le dijo-; no creyera, hermana, que fueras tan incómoda vecina.
Y con
toda esa bulla, ¿qué hay de nuevo?»
«Nada,
sino anunciar que pongo un huevo».
«¿Un
huevo sólo? ¡Y alborotas tanto!»
«Un huevo
sólo, sí, señora mía.
¿Te
espantas de eso, cuando no me espanto de oírte cómo graznas noche y día?
Yo,
porque sirvo de algo, lo publico; tú, que de nada sirves, calla el pico».
La fábula ya era cultivada en Mesopotamia,
dos mil años antes de nuestra era. Unas
tablas de arcilla que provienen de bibliotecas escolares de la época cuentan
brevemente historias de zorros astutos, perros desgraciados y elefantes
presuntuosos. Muchos de estos textos muestran una gran afinidad con los
proverbios por su construcción antitética, pero no poseen una moral explícita.
En la antigüedad griega, la primera
fábula, conocida como la fábula del ruiseñor, la contó Hesíodo a comienzos del siglo VII a.C. en Los trabajos y los días, y ya posee
la intención de hacer reflexionar sobre la justicia. Aunque en Homero no hay fábulas, sus comparaciones con
animales ya poseen el germen del
género. En época clásica Sócrates entretuvo sus últimos días poniendo en
verso las fábulas de Esopo. Demetrio de Falero publicó la primera colección de
fábulas históricamente atestiguada, que se ha perdido, pero que dio lugar a
innumerables versiones. Una de ellas, fusión de varios manuscritos, data
probablemente del siglo I después de Cristo, y es la llamada Augustana.
Es a esta colección a la que nos referimos cuando hablamos de las llamadas Fábulas de Esopo. Era este un
esclavo semilegendario de Asia Menor de cuyas circunstancias biográficas poco
se puede sacar en limpio, salvo que fue vendido como esclavo en Samos al filósofo Janto,
quien le prometió repetidas veces la libertad y la obtuvo al fin gracias a una
intervención popular. Nicóstrato hizo una colección de fábulas con
intención educativa en el siglo II, y también otros sofistas. De Grecia la
fábula pasó a Roma; Horacio
escribió en Sátiras, II, 6, una memorable, la del
ratón del campo y el ratón de ciudad; Fedro,
siguiendo ese precedente, transformó el género en prosa en un género poético en
verso. En el siglo IV el poeta romano Flavio Aviano escribió unas cuarenta, en su mayor
parte adaptaciones de las de Fedro, pero otras no atestiguadas por ninguna
tradición y quizá elaboradas por él mismo; las fábulas de Aviano circularon
mucho en la Edad Media, porque a diferencia de las de Fedro no son nunca
licenciosas y su métrica,
en la que abunda el hexámetro
leonino, facilita el recuerdo.
En la Edad Media la fábula continúa transmitiéndose
bajo nombres de autores o de colecciones que parecen pseudónimos: Romulus,
Syntipas, pseudo-Dositeo, el Isopete... Esta temática se expande
considerablemente mediante el Roman de
Renart, colección de narraciones compuestas por clérigos
anónimos en el siglo XII. En las historias del Ysengrinus,
obra latina del poeta flamenco Nivard de Gand, la lucha
del zorro contra el lobo sirve de pretexto para una vigorosa sátira social de la sociedad feudal y sus
injusticias. La fábula se transforma aquí en una comedia animal. En el siglo
XII, la poetisa María de Francia publica una colección de 63 fábulas.
Por otra parte, circularon por Europa
numerosas colecciones de otras fábulas pertenecientes a una tradición autónoma
distinta de origen indio, difundidas a través de traducciones árabes o judaicas españolas o sicilianas. Muchas de
ellas fueron a pasar a ejemplarios o libros de ejemplos para sermones.
El más famoso y difundido fue sin duda la Disciplina clericales del judío converso español Pedro Alfonso,
entre otros muchos.
Durante el Renacimiento las fábulas contaron con el interés de
los humanistas; Leonardo da
Vinci, por ejemplo, compuso un libro de fábulas. El género de los emblemas,
que se puso de moda en el siglo XVI y XVII, recurrió con frecuencia a la fábula
en el comentario escrito y en el grabado gráfico a imitación del humanista
italiano Alciato,
como los de Guillaume Guéroult, quien
parece haberse especializado en este género con Le
Blason des Oyseaux (1551), Les
Hymnes du Temps et de ses parties (1560) y Les
Figures de la Bible (1564), compuestos bajo el
mismo modelo de un grabado acompañado de una corta pieza en verso. En Portugal
cultiva la fábula Sá de Miranda.
El jesuita François-Joseph Desbillons,
profesor, produjo quinientas sesenta. Boisard publicó una
colección con mil y una. Jean-Pons-Guillaume Viennet publicó en 1843 fábulas que escribió a lo largo de
toda su vida. Incluso Napoleón, antes de ser consagrado emperador, compuso una
juzgada bastante buena en su época.
Sin embargo casi todos estos autores
han caído en el olvido, salvo Jean de La Fontaine y el escritor dieciochesco Florian (1755-1794). Este último compuso
una colección de un centenar de fábulas de moraleja pública o privada, muchas
de ellas inspiradas en las del tinerfeño Tomás de Iriarte (Fábulas literarias). Florian inspiró a su vez al inglés John Gay y al español Félix María Samaniego. Gotthold Ephraim Lessing ilustró el género en Alemania e Ignacy
Krasicki en Polonia.
En el siglo XIX la fábula se cultivó
también con ahínco en el resto del mundo, aunque no en Francia; tuvieron éxito
solamente las colecciones especializadas en temas concretos; en Rusia
cultivaron el género Iván Krylov,
en España Cristóbal de Beña (Fábulas políticas) y Juan Eugenio Hartzenbusch y en México José Rosas Moreno. Ambrose
Bierce utilizó la
fábula para la sátira política en los Estados Unidos (con
sus Fábulas fantásticas y
su Esopo enmendado), pero Beatrix
Potter (1866-1943) fue
más convencional en Gran Bretaña.
En España, y ya en el siglo XX, ha
escrito un Nuevo fabulario Ramón de Basterra, quien, siguiendo algunos
precedentes de Hartzenbusch, hace protagonistas de sus
composiciones a elementos deshumanizados, como máquinas, cigüeñales, émbolos,
cables y grúas, en vez de leones, zorras, cuervos o lobos; con ello incorpora
la Revolución industrial y las Vanguardias a esta milenaria tradición. En 1961,
el dramaturgo francés Jean Anouilh
publicó una colección de 43 fábulas que fue muy vendida y revitalizó este
género. Jean Chollet ha escrito también en el siglo XX
bastantes fábulas inspiradas en el mundo actual.
Las fábulas y los apólogos se utilizaron desde la Antigüedad
grecorromana por los esclavos pedagogos para enseñar conducta ética a los niños
que educaban. La moral deducida de estos ejemplos era la del paganismo:
es imposible cambiar la condición natural de las cosas, incluida la condición
humana y el carácter de las personas. Con el tiempo, el Cristianismo sustituyó esta concepción del mundo
por otra que presuponía en el hombre la posibilidad de cambiar su naturaleza,
con un juicio moral incluido. Esopo y Babrio, entre
los autores de expresión griega, y Fedro y Aviano entre los romanos, han sido los
autores más célebres de fábulas y han servido de ejemplo a los demás. Con la
revitalización de la Antigüedad clásica en el siglo XVIII y su afán didáctico y
educador comenzaron a escribirse fábulas; en el siglo XIX, la fábula fue uno de
los géneros más populares, pero empezaron a ampliarse sus temas y se realizaron
colecciones especializadas. En el siglo XX el género se cultivó ya muy poco.
A principios del siglo XXI,
inesperadamente, la fábula padece una revolución literaria gracias a la obra
del escritor napolitano Sabatino Scia, autor de más que doscientos fábulas, que
él llamó "fábulas de protesta occidental"; como el mismo Esopo y
Fedro, ha elegido el género fábula cuál género principal y al mismo tiempo
género-portavoz de la misma actividad creativa. La fábula, ahora, por el
trabajo de renovación de Sabatino Scia, ya no es simplemente un medio para
contar la vida, un instrumento para poner en escena los vicios del hombre, los
vicios de la sociedad y los problemas de la naturaleza misma, sino es el teatro
mismo en que los vicios se manifiestan de modo completamente espontáneo. "
¡…Y se sabe que en las fábulas, raleas a correo para protestar, cada cosa se
mueve, ríe, llora, se enfada, habla, juega. Las fábulas de Sabatino Scia tienen
la forma dialógica franca y directa y los animales hablan entre ellos usando
las astucias de los hombres y siempre tratando de salir de situaciones
enredadas. Son animales que piensan, que actúan por consiguiente como los
animales en las fábulas de Esopo. Hay una diferencia: no pretenden hacer una
moral, aceptan con una forma de sabiduría los acontecimientos y buscan su vida
en el bosque, que es su espacio, el más confortable posible. Ellos también,
como los hombres, deben aprender a procurarse comida y a no convertirse ellos
mismos en alimento para los hombres. Conocen sus capacidades, el grado de
inteligencia y tan también entre ellos como entre los hombres, los más listos
tienen el mejor.
Asimismo, en Perú, los gemelos Juan y
Víctor Ataucuri García han contribuido al resurgimiento de la fábula en
Latinoamérica con una idea novedosa: utilizar la fábula como elemento difusor
de la vasta literatura tradicional de este continente. Para el efecto, en su
libro "Fábulas
Peruanas", publicado en el año 2003, han llevado a
cabo su tesis recopilando mitos, leyendas, creencias andinas y amazónicas del
Perú, para luego recrearlos como fábulas, hecho que se ha convertido en una
forma muy interesante de difundir la rica literatura tradicional de su país. El
resultado ha sido una extraordinaria obra rica en matices regionales, en donde
uno descubre la relación del hombre con su origen, con la naturaleza, con su
historia, con sus costumbres y creencias que más tarde se convertirán en normas
y valores.
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