Inventor norteamericano, el más genial de la era moderna. Su
madre logró despertar la inteligencia del joven Edison, que era alérgico a la
monotonía de la escuela. El milagro se produjo tras la lectura de un libro que
ella le proporcionó titulado Escuela
de Filosofía Natural, de Richard Green Parker; tal fue su fascinación
que quiso realizar por sí mismo todos los experimentos y comprobar todas las
teorías que contenía. Ayudado por su madre, instaló en el sótano de su casa un
pequeño laboratorio convencido de que iba a ser inventor.
A los doce
años, sin olvidar su pasión por los experimentos, consideró que estaba en su
mano ganar dinero contante y sonante materializando alguna de sus buenas
ocurrencias. Su primera iniciativa fue vender periódicos y chucherías en el
tren que hacía el trayecto de Port Huron a Detroit. Había estallado la Guerra
de Secesión y los viajeros estaban ávidos de noticias. Edison convenció a los
telegrafistas de la línea férrea para que expusieran en los tablones de anuncios
de las estaciones breves titulares sobre el desarrollo de la contienda, sin
olvidar añadir al pie que los detalles completos aparecían en los periódicos;
esos periódicos los vendía el propio Edison en el tren y no hay que decir que
se los quitaban de las manos. Al mismo tiempo, compraba sin cesar revistas
científicas, libros y aparatos, y llegó a convertir el vagón de equipajes del
convoy en un nuevo laboratorio. Aprendió a telegrafiar y, tras conseguir a bajo
precio y de segunda mano una prensa de imprimir, comenzó a publicar un
periódico por su cuenta, el Weekly
Herald.
En los años
siguientes, Edison peregrinó por diversas ciudades desempeñando labores de
telegrafista en varias compañías y dedicando su tiempo libre a investigar. En
Boston construyó un aparato para registrar automáticamente los votos y lo
ofreció al Congreso. Los políticos consideraron que el invento era tan perfecto
que no cabía otra posibilidad que rechazarlo. Ese mismo día, Edison tomó dos
decisiones. En primer lugar, se juró que jamás inventaría nada que no fuera,
además de novedoso, práctico y rentable. En segundo lugar, abandonó su carrera
de telegrafista. Acto seguido formó una sociedad y se puso a trabajar.
Perfeccionó
el telégrafo automático, inventó un aparato para transmitir las oscilaciones de
los valores bursátiles, colaboró en la construcción de la primera máquina de
escribir y dio aplicación práctica al teléfono mediante la adopción del
micrófono de carbón. Su nombre empezó a ser conocido, sus inventos ya le
reportaban beneficios y Edison pudo comprar maquinaria y contratar obreros.
Para él no contaban las horas. Era muy exigente con su personal y le gustaba
que trabajase a destajo, con lo que los resultados eran frecuentemente
positivos.
A los
veintinueve años cuando compró un extenso terreno en la aldea de Menlo Park,
cerca de Nueva York, e hizo construir allí un nuevo taller y una residencia
para su familia. Edison se había casado a finales de 1871 con Mary Stilwell; la
nota más destacada de la boda fue el trabajo que le costó al padrino hacer que
el novio se pusiera unos guantes blancos para la ceremonia. Ahora debía
sostener un hogar y se dedicó, con más ahínco si cabe, a trabajos productivos.
Su principal
virtud era sin duda su extraordinaria capacidad de trabajo. Cualquier detalle
en el curso de sus investigaciones le hacía vislumbrar la posibilidad de un
nuevo hallazgo. Recién instalado en Menlo Park, se hallaba sin embargo
totalmente concentrado en un nuevo aparato para grabar vibraciones sonoras. La
idea ya era antigua e incluso se había logrado registrar sonidos en un cilindro
de cera, pero nadie había logrado reproducirlos. Edison trabajó día y noche en
el proyecto y al fin, en agosto de 1877, entregó a uno de sus técnicos un
extraño boceto, diciéndole que construyese aquel artilugio sin pérdida de
tiempo. Al fin, Edison conectó la máquina. Todos pudieron escuchar una canción
que había entonado uno de los empleados minutos antes. Edison acababa de
culminar uno de sus grandes inventos: el fonógrafo. Pero no todo eran triunfos.
Muchas de las investigaciones iniciadas por Edison terminaron en sonoros
fracasos. Cuando las pruebas no eran satisfactorias, experimentaba con nuevos
materiales, los combinaba de modo diferente y seguía intentándolo.
En abril de
1879, Edison abordó las investigaciones sobre la luz eléctrica. La competencia
era muy enconada y varios laboratorios habían patentado ya sus lámparas. El
problema consistía en encontrar un material capaz de mantener una bombilla
encendida largo tiempo. Después de probar diversos elementos con resultados
negativos, Edison encontró por fin el filamento de bambú carbonizado.
Inmediatamente adquirió grandes cantidades de bambú y, haciendo gala de su
pragmatismo, instaló un taller para fabricar él mismo las bombillas. Luego,
para demostrar que el alumbrado eléctrico era más económico que el de gas,
empezó a vender sus lámparas a cuarenta centavos, aunque a él fabricarlas le
costase más de un dólar; su objetivo era hacer que aumentase la demanda para poder
producirlas en grandes cantidades y rebajar los costes por unidad. En poco
tiempo consiguió que cada bombilla le costase treinta y siete centavos: el
negocio empezó a marchar como la seda.
Su fama se
propagó por el mundo a medida que la luz eléctrica se imponía. Edison, que tras
la muerte de su primera esposa había vuelto a casarse, visitó Europa y fue
recibido en olor de multitudes. De regreso en los Estados Unidos creó diversas
empresas y continuó trabajando con el mismo ardor de siempre. Todos sus inventos
eran patentados y explotados de inmediato, y no tardaban en producir beneficios
sustanciosos. Entretanto, el trabajo parecía mantenerlo en forma. Su única
preocupación en materia de salud consistía en no ganar peso. Era irregular en
sus comidas, se acostaba tarde y se levantaba temprano, nunca hizo deporte de
ninguna clase y a menudo mascaba tabaco. Pero lo más sorprendente de su
carácter era su invulnerabilidad ante el desaliento. Ningún contratiempo era
capaz de desanimarlo.
En los años
veinte, sus conciudadanos le señalaron en las encuestas como el hombre más
grande de Estados Unidos. Incluso el Congreso se ocupó de su fama, calculándose
que Edison había añadido un promedio de treinta millones de dólares al año a la
riqueza nacional por un periodo de medio siglo. Nunca antes se había tasado con
tal exactitud algo tan intangible como el genio. Su popularidad llegó a ser
inmensa. En 1927 fue nombrado miembro de la National Academy of Sciences y al
año siguiente el presidente Coolidge le hizo entrega de una medalla de oro que
para él había hecho grabar el Congreso. Tenía ochenta y cuatro años cuando un
ataque de uremia abatió sus últimas energías.
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